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Un hombre bueno
Por Jorge Fernández Díaz 
Director de adn CULTURA

Una vez le dije en público que había escrito una de las grandes novelas políticas argentinas de todos los tiempos. Y con su sencillez campera me negó que Soy Roca fuera una novela. Estábamos en el Centro Cultural Borges y charlábamos sobre su obra y su vida. Ya se lo notaba frágil y con dificultades para respirar. Aún así se había fumado un cigarrillo entre bambalinas, a espaldas de sus amigos y de la gente que había hecho cola para llenar el auditorio. No le aflojé: Soy Roca es una novela en tanto y en cuanto el Facundo de Sarmiento lo es. Se trata de grandes libros que merodean un híbrido de géneros: son por momentos ensayo social, indagación política, relato histórico y novela de ficción. Creo firmemente que ese híbrido es una marca central de nuestra literatura. Y que la recreación ficcional de la voz de Roca es un artificio literario excelso que Luna, alguien que en el fondo no se creía dotado para la novelización, había logrado con insospechado talento narrativo.

"Falucho" se distinguió siempre de sus colegas precisamente por poseer, además de los conocimientos técnicos y ensayísticos, el don del arte. Un don que lo ponía por fuera de la clásica figura del historiador. Escribió canciones con Ariel Ramírez y otras novelas como las aventuras del soldado Aldana, además de haber hecho libros decisivos como Irigoyen, Alvear , El 45 y sobre todo, su Historia integral de los argentinos. Fundó y dirigió Todo es historia, la revista especializada más importante del siglo XX.

Félix Luna dialoga con Jorge Fernández Díaz, Secretario de Redacción de LA NACIÓN - Foto: LA NACIÓN

Era un hombre humilde y afable, pero lleno de ironía y de seducción intelectual. Fue un notable divulgador de la cronología argentina, y a la vez un profesional reconocido por la academia. Intentó superar siempre las divisiones y manipulaciones ideológicas. Y a veces quedó en medio de los fuegos de las antinomias, precisamente por su vocación de entender, de mostrar los grises y ambigüedades de la vida, por no casarse con versiones de blancos y negros, o simplistas relatos de héroes y canallas.

Cuando lo traté me di cuenta de que esa vocación por las confluencias, ese ánimo de superar las dicotomías y las dialécticas violentas de liberales y nacionalistas o de izquierdas y derechas, era una parte fundamental de su personalidad. Luna era esencialmente un hombre bueno.

Pero un hombre bueno que se coló en la literatura argentina con una novela portentosa que hizo y seguirá haciendo Historia.

Jorge Fernández Díaz 
Director de adn CULTURA 

jdiaz@lanacion.com.ar
http://adncultura.lanacion.com.ar/ 

5 de noviembre de 2010
Autorizado por el autor

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