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Un feliz casamiento
Por Jorge Fernández Díaz 
Director de adn CULTURA

El nombre de la criatura es George Steiner. Y el apellido, The New Yorker . No puede haber mejor carta de presentación, en el mundo de la cultura, que esas dos señas de identidad. La noticia es que se publica en la Argentina George Steiner en The New Yorker (Fondo de Cultura Económica y Siruela), libro que compila los ensayos que este parisino de ochenta años, uno de los más importantes teóricos de la literatura universal, escribió para la legendaria revista norteamericana.

Steiner nació en 1929 en París. The New Yorker se publicó por primera vez el 21 de febrero de 1925 en Estados Unidos. El crítico obtuvo su licenciatura en la Universidad de Chicago, su máster en artes en Harvard y su doctorado en Oxford, y enseñó y se volvió célebre en la Universidad de Cambridge. La revista consagró el género de la crónica novelada y publicó textos de algunos de los más brillantes escritores del siglo XX, entre ellos, John Cheever, Raymond Carver, Truman Capote, Roald Dahl, E. L. Doctorow, Dorothy Parker, J. D. Salinger y Susan Sontag.

Este crítico erudito y genial, que ha escrito libros polémicos y que tiene un punzante sentido del humor, fue el ensayista perfecto para una publicación que, además de presentar piezas invalorables de la narrativa contemporánea, abrió sus páginas al pensamiento político general y a la reflexión sobre la escritura.

Entre todos esos magníficos ensayos elegimos, a modo de anticipo, uno en que Steiner vuelve sus ojos sobre la ciudad de Viena, cuna cultural del Occidente contemporáneo y también caldera del diablo. Conviene recordar que el ensayista proviene de una familia judía de origen vienés, aunque su educación tuvo lugar en París y luego en Nueva York: hacia allí tuvieron que emigrar sus padres huyendo del nazismo.

Hace unos meses, el escritor español Juan Cruz Ruiz entrevistó para El País de España al gran Steiner en su casa de Inglaterra, donde comparte su vida con la historiadora Zara Steiner y donde guarda extraños tesoros, como una tarjeta de Freud y un piano que perteneció a Darwin. Allí recordaba haber sido el miembro más joven de la Universidad de Princeton: vivía y enseñaba junto a Albert Einstein. Y afirmaba que se veía a sí mismo como un cartero. "Es un trabajo muy hermoso ser profesor, ser el que entrega las cartas, aunque no las escriba. Mis colegas detestan escuchar eso. ¡La vanidad de los académicos es enorme! Derrida dijo que toda la literatura, hasta la más grande, es un mero pretexto. ¡Al infierno con Derrida! Shakespeare no es un pretexto, Beckett no es un pretexto, no lo es Neruda, no lo es Lorca... Es un chiste de mal gusto. Somos los carteros y somos importantes. Los escritores nos necesitan para llegar a su público. Es una función muy importante, pero no es lo mismo que crear."

Esa función Steiner la cumplió, en gran parte, con sus sorprendentes y agudas reseñas, y con sus artículos profundos, en The New Yorker . El casamiento de estos dos socios -escritor y revista- produjo grandes beneficios. Damos esta semana una muestra de ese talento mancomunado.

Jorge Fernández Díaz 
Director de adn CULTURA 

jdiaz@lanacion.com.ar
http://adncultura.lanacion.com.ar/ 

7 de noviembre 2009
Autorizado por el autor

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