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Pequeña comedia humana

Narciso suda la gota gorda
Jorge Fernández Díaz
LA NACIÓN

Tenía una mujer bella y firme, con una marcada obsesión por el gimnasio, un exagerado sentido estético y un consecuente magnetismo entre los hombres: cada vez que entraban juntos en un restaurante, ellos giraban invariablemente la cabeza para mirarla. Era un espectáculo notable. Y aunque él no cedía a los celos ni resultaba feo ni desagradable, tenía la íntima e inconfesable sensación de estar ubicado un escalón por debajo de su deslumbrante esposa.

Jorge Fernández Díaz

Una noche de verano, mientras él preparaba cuidadosamente un pollo a las brasas, ella bromeó al pasar sobre sus "flotadores". El marido se miró tres veces al espejo y durmió mal. Se trataba de unas leves adiposidades que sólo quedaban de manifiesto en un pellizco, pero dentro de su cabeza fueron convirtiéndose en gigantescos colchones inflables. El lunes mismo buscó en la cartilla de la obra social un centro especializado y asistió con el alma en vilo. Era un centro muy serio: lo obligaron a un chequeo general y le dieron una dieta insípida y un riguroso cronograma de ejercicios a cargo de un personal trainer . Luego fueron convenciéndolo de que necesitaba un tratamiento integral. Empezaron por una operación en frío para eliminar los "flotadores", puesto que en el diagnóstico inicial se daba por hecho que ni siquiera con aparatos, sudor y paciencia lograría quitarse esa maldita grasa localizada. El éxito de la intervención lo llevó a un peeling con puntas de diamante, y a otro y a otro más en una carrera obsesiva contra los puntos negros y las imperfecciones faciales, y más tarde, a un Botox en el entrecejo.

Fue un invierno duro y conmovedor: un hombre de rigor prusiano decidido a cambiarse a sí mismo ante los ojos azules e incrédulos de su guapísima mujer, aunque en verdad se veían bastante poco durante aquellos meses, dado que las exigencias del centro médico eran muy altas. Entre la mañana y la noche (después de la oficina asistía a distintos consultorios y salía a correr dos horas por los bosques de Palermo), pasaba una cantidad asombrosa de tiempo dedicado a su metamorfosis.

El operativo de embellecimiento, cuando llegó la primavera, incluyó tratamientos capilares para darle nutrición al pelo, y también depilación permanente de torso, espalda y piernas. Ya era, a esas alturas, un triatlonista de alta performance. Había adelgazado catorce kilos y contraído aversión por determinados platos. La parrilla del fondo de su casa, por ejemplo, yacía oxidada y fuera de circulación al llegar las Navidades. En los primeros días de enero, su mujer lo dejó por un publicista viejo, gordo y pelado que la había hechizado con su ingenio.

Jorge Fernández Díaz 
jdiaz@lanacion.com.ar
Domingo 19 de diciembre de 2010
Autorizado por el autor

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