Los fantasmas han vuelto a casa
Por Jorge Fernández Díaz 
Director de adn CULTURA

Es posible que Internet, fuente de tanta información y arca de infinito abastecimiento de datos y curiosidades, barra sin embargo con las cartas, esos documentos manuscritos, o al menos rubricados, que pequeños y grandes hombres se enviaban los unos a los otros. Gracias a esos textos íntimos y muchas veces reveladores, conocimos aspectos esenciales de la vida de notables escritores y pintores, secretos de estadistas y también el revés de importantes acontecimientos históricos.

Jorge Fernández Díaz

Los biógrafos y los historiadores se han valido frecuentemente de las cartas para reconstruir la Historia. Y los lectores nos hemos relamido, a lo largo de los siglos, leyendo esos testimonios en primera persona. Literatura postal que muchas veces se transformó en literatura a secas.

La aparición del e-mail exacerbó la relación epistolar, que ahora alcanza de algún modo su paroxismo con la telefonía móvil. Pero este diálogo frenético de misivas digitales es tan rápido e informal que se va vaciando de contenido. Va adoptando un carácter fragmentario, frágil, y va diluyendo su capacidad probatoria: ¿quién dentro de cincuenta años podrá aportar e-mails cruzados entre el escritor argentino Ricardo Piglia y su editor español, Jorge Herralde, o entre Néstor Kirchner y algún periodista adicto? ¿Cómo se sabrá con certeza cuáles son reales y cuáles apócrifos, producto de una simple manipulación informática? Tal vez se hayan inventado, para ese entonces, formas tecnológicas de confirmación de autoría. O tal vez el género de las cartas, como tal, haya desaparecido y sólo quede un mensajeo irrelevante o un video casero.

La aparición de un libro que compila un cruce de cartas entre Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga, Ezequiel Martínez Estrada, Luis Franco y Samuel Glusberg, cinco grandes escritores, me recordó el placer que se siente al acceder a esos trozos de autobiografías que duermen tantos años en cajones. Y que ahora, rescatados en un volumen, nos permiten el ejercicio no siempre tóxico y pecaminoso del voyeur .

Pongamos algunos nombres y apellidos. La compilación y el análisis de esta correspondencia entre algunos personajes legendarios corrieron por cuenta de Horacio Tarcus, autor del monumental Diccionario biográfico de la Izquierda argentina y de otros valiosos trabajos de la arqueología política, histórica y social.

El estudio preliminar de Tarcus para Cartas de una hermandad lleva un subtítulo interesante que va al fondo de la cuestión: Un estudio de afinidad electiva . Y un epígrafe de Conrado Nalé Roxlo: "Baudelaire nos había enseñado el desprecio literario al burgués, al filisteo". Aquí están cifradas las claves de los vínculos que tuvieron los famosos autores de Cuentos de amor, de locura y de muerte y de Radiografía de la pampa con Lugones, pater literario de toda esa generación. También, la ideología que los acercaba, más allá de los matices y luego de las defecciones y metamorfosis. Menos célebres pero igualmente importantes, se acoplan a este terceto de clásicos latinoamericanos dos nombres olvidados: Luis Franco y Samuel Glusberg. El primero fue un importante poeta y ensayista catamarqueño, que murió en 1988 en un geriátrico bonaerense. El segundo escribió bajo el nombre de Enrique Espinoza: editor literario y periodístico, luego se radicó en Chile, donde practicó el periodismo y el ensayo, y allí murió en 1987.

Cuenta Tarcus las tribulaciones y pensamientos de esa cofradía, que en su momento tuvo bastante que ver con este diario. "Todos los sábados -escribe el compilador- Lugones tomaba su aperitivo (en el café La Helvética de Corrientes y San Martín) después de corregir pruebas de imprenta en LA NACION, como el jornalero que toma su copa después del trabajo."

Los fantasmas, para esta edición, han vuelto a casa.

Jorge Fernández Díaz 
Director de adn CULTURA 

jdiaz@lanacion.com.ar
http://adncultura.lanacion.com.ar/ 

27 de junio 2009
Autorizado por el autor

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