Amigos protectores de Letras-Uruguay

Huellas de celuloide
por Jorge Fernández Díaz 
Director de adn CULTURA

Una noche un amigo salió de ver Cinema Paradiso bañado en lágrimas y en ese mismo instante tomó una decisión crucial: renunciar a su trabajo. Llevaba once años en una empresa importante, pero lo hacía sin mística ni convicción, apenas por inercia y cobardía. La parábola de Salvatore, la pasión de Alfredo (Philippe Noiret) y el escalofriante paso del tiempo llevaron a mi amigo a jugársela en la vida real siguiendo sólo los dictados de su corazón. Por fortuna, fue una decisión acertada, de lo contrario Giuseppe Tornatore sería culpable ahora mismo de algo más que de haber filmado una película inolvidable sobre la vocación y la melancolía. Se dice que una obra no puede cambiar el mundo, pero es perfectamente demostrable que algunas formas del arte cambian de modo dramático a las personas en determinados momentos. Que otras suelen hacerlo progresiva pero silenciosamente a lo largo de todas sus vidas. Que la influencia del cine, en fin, ha sido inmensa y creciente en las sociedades modernas.

Jorge Fernández Díaz

El Cine de Súper Acción que yo veía todos los sábados de mi niñez y adolescencia dejó huellas profundas. Aprendí con Shane y con Más corazón que odio cuántas cosas ocurren calladamente entre los hombres y las mujeres. Aprendí gracias a Burt Lancaster y a James Cagney que los canallas pueden ser irresistibles. Y con Bogart, Wayne y Widmark, el deslumbrante glamour del fracaso y las chances infinitas de la redención. Entendí, por ejemplo, que las diferentes clases de mujeres (Ava Gardner, Grace Kelly, Rita Hayword, Maureen O´Hara, Sofía Loren) armaban una mujer única, apasionante y peligrosa.

Los maestros involuntarios pero geniales de toda esa escuela inarticulada se llamaban Ford, Hawks, Wilder, Hitchcock, Fuller, Hathaway, Stevens.

Me recuerdo, un poco más adelante, yendo con algunos amigos a ver una película de James Bond, y recuerdo también el deseo de poseer un reloj de poderoso imán con el que bajarles la cremallera de los vestidos a las chicas. Tampoco se me olvidó la tarde en que me enfrenté por primera vez a la horrorosa idea de una violación cuasi consentida, en aquella perturbadora escena de Perros de paja que me doblaba las piernas.

Luego, de más grandes, comprendimos el verdadero mecanismo del poder con El Padrino , atisbamos el horror de la guerra con Apocalipsis Now , captamos toda la alienación de la ciudad con Taxi Driver y nos chocamos con las ambigüedades del amor gracias a Annie Hall . La lista, como se ve, es imposible y arbitaria. Vuela hacia Bergman, Fellini, Bertolucci, Kurosawa, Buñuel, Truffaut, Polanski. Y cada lector podría armar una y mil listas de las películas que más lo marcaron. Estamos todos llenos de esas marcas.

Ya no sabemos, en verdad, si el cine imita la vida o si es la vida la que imita al cine. Tal vez hablamos, caminamos, miramos, bebemos, fumamos y hacemos el amor con las mismas actitudes y gestos que vimos tantas veces en aquellos personajes de ficción en quienes proyectamos nuestros miedos, sueños y frustraciones. Las películas nos modificaron por dentro y por fuera, forman parte de nuestra mochila emocional e intelectual.

Jorge Fernández Díaz 
Director de adn CULTURA 

jdiaz@lanacion.com.ar
http://adncultura.lanacion.com.ar/ 

3 de julio 2010
Autorizado por el autor

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