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Pequeña comedia humana

En busca de un novio lógico
Jorge Fernández Díaz
LA NACIÓN

Las siete amigas íntimas de Loli se habían propuesto aquel verano conseguirle un "chico lógico". Todas ellas se habían casado, y ya estaban llenas de pequeños hijos que las mandoneaban, de suegras impertinentes y solidarias y, sobre todo, de maridos lógicos que volvían los fines de semana a Punta del Este después de trabajar de lunes a jueves en sus promisorios estudios y prósperas compañías. Loli era una arquitecta muy guapa, pero con una inagotable capacidad para enredarse con casados, vagos, bohemios, insolventes, sospechosos o impresentables. "Elige mal y no tiene suerte", se decían las siete amigas, que parecían más ansiosas que la propia Loli porque ella fundara una familia. No querían tratarla como una paria y entonces le fueron transmitiendo, cada una a su manera, la imperiosa necesidad de encontrar un "chico lógico", esa especie codiciada que integraban tipos de cabeza asentada, con buena posición, bien conectados y sumamente hogareños. Tenían también que ser viajados y bilingües, sin adicciones a la vista y, algo muy importante, ex alumnos de un colegio conocido y con "lazos familiares verificables". Borracha de whisky en una terraza de Solanas, la madre de una de sus amigas le susurró a Loli: "No te dejes lavar el cerebro. Te lo digo por experiencia. ¡A la mierda con la lógica!". Pero Loli no le hizo caso y asistió al primer cóctel organizado por las siete jinetes del Apocalipsis. Era en Manantiales, y manos invisibles la fueron acercando durante la noche a dos candidatos. El primero resultó ser un soltero de 35 años que tenía modales tan pero tan prolijos que de pronto Loli se sintió inexplicablemente desgreñada y sucia. El segundo le habló durante 30 minutos sobre las enormes ventajas de tener cuatriciclos para manejarse dentro de los barrios privados. Le acercaron a último momento un tercer galán irresistible que venía de Egipto, pero que en lugar de contarle cosas deslumbrantes se pasó el resto de la velada recomendándole pequeños trucos para gastar poco y ver todo rápido: no parecía un viajero fascinante sino un simple operador turístico propenso a la tacañería.

Volvieron a la carga con una fiesta en La Barra plagada de gente lógica. A Loli sólo le interesaron un poco las historias que contaba un muchacho tímido acerca de su "época salvaje", cuando había viajado a la India para buscarse a sí mismo y también cuando había hecho un clavado en Acapulco que lo mandó seis meses a un hospital. Pero el muchacho narraba esas peripecias como si le hubieran ocurrido a otro, y tenía ahora la fe de los conversos: le asqueaban el misticismo y los saltos sin red. Era un administrativo sedentario y conservador, al que lo más emocionante que le había ocurrido en los últimos años tenía que ver con la Bolsa de Cereales, un episodio que explicó en detalle mientras Loli bostezaba.

Enero transcurría velozmente entre más cócteles y reuniones, y avistajes y coqueteos de playa. Las amigas de Loli se sentían cada vez más enojadas con ella. Loli también se culpaba del fracaso, y a la vez padecía un hastío insoportable. En un acto de desesperación se dejó besuquear por un divorciado que tenía una inmobiliaria. Sus amigas, al conocer la novedad, la felicitaron y exageraron los encantos y valores lógicos del fulano. El entusiasmo era tan intenso que Loli no quiso decepcionarlas y se dejó llevar. El hombre la trataba como si ella fuera la princesa de Asturias. Y no desentonaba con los magníficos esposos de sus amigas, a quienes Loli tanto admiraba.

Hacia fines de enero hubo una fiesta de despedida en Solanas con el discreto objetivo de conmemorar la caza de la indomable. Al final del baile, Loli se derrumbó en una silla y descubrió que a su lado libaba aquella misma madre cínica que detestaba a los chicos lógicos. Miró de costado a Loli, que estaba fría y sonriente como una doncella de Velázquez, y le dijo con sorna: "¿No es hora de empezar con el whisky, querida?".

Jorge Fernández Díaz 
jdiaz@lanacion.com.ar
Domingo 30 de enero de 2011
Autorizado por el autor

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