Aventuras de una exploradora
Por Jorge Fernández Díaz 
Director de adn CULTURA

Dos o tres veces, a la salida de un reportaje público, intenté conseguirle a Beatriz Sarlo un taxi. En todos los casos, la señora se resistió: "No, dejá -me dijo-. Andá vos. Yo camino". Por una cuestión de cortesía de viejo caballero español, no podía yo dejarla sola a merced de la noche y la ciudad. Ella es menuda e indefensa, y la calle está brava: los remordimientos no me hubieran dejado en paz si le llegaba a pasar algo por mi culpa. Alguna vez la acompañé quince cuadras hasta la boca de un subte. La charla, que iba de la literatura a la política, era por supuesto agradable, y verla descender las escalinatas me tranquilizó. Otra vez caminé seis cuadras con ella hasta un colectivo. "Tiene aversión por los taxis -pensé-. O tal vez por los taxistas, algunos de los cuales practican el fascismo verbal." Beatriz me lo aclaró: "No tengo ni fobia por los taxistas ni miedo a la inseguridad".

Hace unos meses, pensé en ella para encargarle una cobertura especial de un evento cultural que había organizado la Ciudad en las calles. Para convencerla, empecé así: "Beatriz, tengo algo para vos, que te gusta tanto callejear". Cuando le expliqué que se trataba de andar por varios barrios y escribir sobre lo que veía, me dijo: "Acepto, no puedo resistirme".

Sarlo es discretamente odiada por muchos escritores argentinos puesto que suponen que ella creó el gran canon de la literatura nacional y los dejó afuera. Ese motivo, y no su ideología, crítica al actual oficialismo, es la razón verdadera por la que varios intelectuales la detestan con tanto entusiasmo.

Hasta no hace poco, su nombre estaba más vinculado a las bibliotecas y los cenáculos académicos que al barro y la lleca. Eso cambió por completo cuando intervino activamente en la construcción política de Chacho Álvarez y cuando escribió Escenas de la vida posmoderna , donde se notaba un intenso trabajo de campo: shoppings , videojuegos y otros sitios y no-lugares de la nueva ciudad cayeron bajo su minuciosa mirada. La combinación entre esa obra y el ensayo Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920-1930 , donde abordaba la ciudad pero desde los escritores y los libros, derivó en este nuevo texto: La ciudad vista. Mercancías y cultura urbana , que anticipamos en nuestra edición de hoy.

Se trata allí de presentar un doble recorrido: por la ficción contemporánea, principalmente a través de autores jóvenes, y por las zonas intelectualmente menos exploradas de Buenos Aires: las del sur de la ciudad. El sur mísero y denso, abandonado por los gobernantes a la buena de Dios.

Leyó antologías, novelas y también crónicas actuales, y luego tomó una camarita de fotos, una lapicera y una libreta de tapas negras y pateó las calles con espíritu de etnógrafo. La experiencia duró un año y medio. Estuvo en las calles, en los parques y en las fiestas populares. Sin sentirse asediada por la violencia latente, fue testigo sin embargo de la hostilidad que los vecinos del sur se prodigan los unos a los otros, estigmatizados y recluidos en la miseria y en la injusticia.

Tomaba fotos, las analizaba luego detenidamente y las subía a un blog personal y secreto, en el que iba escribiendo a diario lo que encontraba a su paso. El blog tenía un título borgeano: "Cuaderno de Buenos Aires", y la obligaba a escribir todos los días para nadie, sólo para sí misma. A veces viajaba por trabajo a Europa y se encontraba en un cibercafé o en un locutorio escribiendo sobre la ciudad que había dejado provisoriamente atrás, como si hubiera un lector ávido al otro lado del mundo esperando su reporte. Ese blog privado sirvió luego como gran armazón del libro que, sin embargo, escribió de principio al final sin hacer copy paste .

Las cincuenta fotos que tiene el libro -algunas bellísimas- no pretenden la calidad artística, ni siquiera están para probar algo. Sólo se publican para que dialoguen con el texto. "¿Y en qué cambió tu visión de las cosas?", le pregunté, intrigado por las conclusiones de la exploradora. No tenía conclusiones simplistas, como gustan a ciertos taxistas porteños: hay que ser ciego para no ver un norte bueno y un sur terrible, una ciudad fracturada por la desigualdad. Pero ella no se dedica a testimoniar esa obviedad sino a describir las culturas que emergen de esa fractura. La cultura del aguante, del amontonamiento, del mal vivir. Y otras que surgen de esa ciudad abandonada por la ciudad. "¿Sabés algo? -me dijo al final-. Durante la dictadura militar no me fui porque podía tolerar la idea de la muerte. Lo que no podía tolerar era la idea de no vivir en Buenos Aires."

Jorge Fernández Díaz 
Director de adn CULTURA 

jdiaz@lanacion.com.ar
http://adncultura.lanacion.com.ar/ 

28 de marzo 2009
Autorizado por el autor

Ir a índice de América

Ir a índice de  Fernández Díaz, Jorge

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio