Crónica y biopolítica: reflexiones a partir de algunos textos de

José Enrique Rodó

Chronicle and Biopolitics: Reflections on Some Writings by

José Enrique Rodó

Ensayo de Cristina Beatriz Fernández

Centro de Letras Hispanoamericanas (CELEHIS)

Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMDP)

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)

Argentina
cristinabeatrizfernandez2021@gmail.com

José Enrique Rodó, en su escritorio.

Resumen. Este artículo toma como objeto de análisis una serie de textos periodísticos de José Enrique Rodó centrados en el acontecimiento de la primera guerra mundial. Nuestro propósito es ver en ellos la inscripción de una reflexión de orden biopolítico, en función de la cual cobra importancia el rol de observador propio del cronista. La figura del observador enlaza, además, estás crónicas que se podrían considerar tardíamente modernistas con la retórica del naturalismo literario.

Palabras clave: crónica; observador; biopolítica; modernismo; naturalismo

Abstract:This article takes as its object of analysis a series of journalistic texts written by José Enrique Rodó and focused on the event of the First World War. We detect in them the reflection on a biopolitical order and, in consequence, the importance that acquires the chronicler’s observer role. The figure of the observer also links these chronicles that could be considered belatedly modernist with the rhetoric of the literary naturalism.

Keywords: chronicle; observer; biopolitics; modernism; naturalism

... Yo soy un modernista también; yo pertenezco con toda mi alma

a la gran reacción que da carácter y sentido a la evolución del

pensamiento en las postrimerías de este siglo; a la reacción que,

partiendo del naturalismo literario y del positivismo filosófico,

los conduce, sin desvirtuarlos en lo que tienen de fecundos,

a disolverse en concepciones más altas.

 

José Enrique Rodó, Rubén Darío. Su personalidad literaria. Su última obra [1899]

1. La crónica y el observador

Cuando se estudian los antecedentes de la crónica, en especial en su vertiente latinoamericana, suelen deslindarse rasgos heredados tanto del artículo de costumbres inglés, francés y español de los siglos XVIII y XIX, comode la chronique francesa de mediados del siglo XIX. También se toman en consideración otras formas narrativas -las tradiciones, por ejemplo- que construían su verosímil en torno de la exploración de la realidad natural y social, bajo las convenciones del realismo y, eventualmente, del naturalismo. Aníbal González, quien historiza el surgimiento de la crónica aunque advirtiendo que, como en toda genealogía, ello puede generar una falaz ilusión de continuidad, encuentra un rasgo que persiste desde el artículo de costumbres del siglo XVIII hasta la crónica decimonónica: el apoyo en una epistemología clásica, tributaria del empirismo inglés, según la cual la información que procesa la mente humana se apoya en los sentidos y, en especial, en el sentido de la vista (1983: 64 - 65). Este vínculo entre “la naciente institución de la literatura y el discurso de las ciencias naturales” (1983: 67) encontraba ámbito propicio en el periodismo, otra institución eminentemente moderna. Conviene señalar, no obstante, que la pretendida neutralidad del punto de vista atribuida al sujeto espectador sufriría modificaciones, sobre todo gracias al romanticismo, momento que privilegiaría la posición de un sujeto individualizado y crítico.

El procedimiento de la observación, que fue medular para el naturalismo y es un rasgo compartido, aunque con variantes, con la crónica, amerita un breve comentario. Es sabido que el naturalismo, considerado una versión extremada del realismo mediante el recurso a las disciplinas científicas, se inspiró en el Curso de filosofía positiva de Augusto Comte (1842) y, sobre todo, en la Introducción al estudio de la medicina experimental de Claude Bernard (1865), entre otros textos. Este último consideraba la observación como el método ideal para la búsqueda científica y afirmaba, incluso, que “la experiencia no es en el fondo más que una observación provocada con un objetivo cualquiera” (1944:31)[1]. Se produjo, entonces, un interesante diálogo metodológico entre la literatura y las ciencias, en particular las ciencias médicas, las ciencias de la vida, pues las recomendaciones de un manual de medicina acerca del método de observación fueron adoptadas por los escritores del naturalismo. El valor asignado al rol del observador no puede desestimarse, en consecuencia, en la literatura del período que vio nacer a la crónica ni en la propia crónica modernista que, tal como quedó ejemplarmente constituida en la escritura de autores como Manuel Gutiérrez Nájera, José Martí, Rubén Darío o Enrique Gómez Carrillo, por citar algunos nombres estelares, procuraba estetizar un objeto respecto del cual mantenía el ancla de la referencialidad [2].

Por supuesto, sabemos que el efecto de referencialidad de la crónica es una construcción discursiva, que podríamos parangonar con el efecto de realidad que Roland Barthes analizaba en la escritura de autores como Flaubert, cuyas descripciones contribuían a la construcción de un discurso realista, es decir, un discurso cuyas enunciaciones se veían acreditadas por su referente. Por ese motivo, encontraba en la aparente falta de significado narrativo de los prolíficos datos descriptivos presentes en la prosa realista un significado de otro orden:

...la misma carencia de significado en provecho del simple referente se convierte en el significante mismo del realismo: se produce un efecto de realidad, base de esa verosimilitud inconfesada que forma la estética de todas las obras más comunes de la modernidad (Barthes, 1994: 186, nuestra bastardilla)[3]

Como parte de esa discursividad moderna, la crónica también se ajusta a esa “verosimilitud inconfesada”. Pero, en palabras de Mónica Bernabé, “una buena crónica no necesita el chequeo de fuentes y de información porque su verdad se construye en el montaje de fragmentos de diferentes elementos: testimonios, datos empíricos, versiones, imágenes, documentos, relato autobiográfico” (Bernabé, 2015: 3). Sin embargo, en ese “montaje” sigue siendo clave de bóveda la presencia del sujeto que observa, que en gran medida es lo que fue diferenciando a la crónica de las secciones de faits divers o de las columnas de breves boletines con notas de actualidad (González, 1983: 73)[4].

Si nos enfocamos ahora en la crónica modernista, parece razonable suscribir lo que afirma Beatriz Colombi cuando dice:

Aunque la tradición de la crítica latinoamericana haya aludido a la “crónica modernista” como una entidad con características estables, parece difícil reunir las diversas manifestaciones bajo un mismo paradigma. Se trata de una formación o serie heterogénea y discontinua, como adelantamos, no obstante, vinculada entre sí por regularidades de distinto orden, enunciativas, retóricas, temáticas, léxicas. (2020: 7)

Dentro de esa entidad heterogéna de la crónica modernista, resulta un caso peculiar y algo tardío el de las crónicas escritas por el uruguayo José Enrique Rodó (1871-1917), un prolífico trabajador de la prensa. Baste señalar que el periodismo fue un recurso de vida para el autor de Ariel, sobre todo cuando no ocupaba cargos legislativos: llegó a ser el Presidente del Círculo de la Prensa de Montevideo (1909), sus contribuciones en publicaciones periódicas trascendieron las fronteras nacionales al oficiar como colaborador literario en La Nación de Buenos Aires (1907) y logró concretar su tan ansiado viaje a Europa como corresponsal de la revista argentina Caras y caretas en 1916.

Nos concentraremos, a continuación, en sus notas de prensa en torno de un acontecimiento[5] que irrumpió en el devenir de la temporalidad moderna como un corte, un punto de inflexión que marcó trágicamente el fin de su escritura y de su vida: la primera guerra mundial.

2. Breve nota sobre la biopolítica

Encuadrar la noción de biopolítica puede resultar altamente complejo. Una primera aproximación, respaldada en la etimología, enuncia que “la biopolítica se refiere a la política que se ocupa de la vida (del griego bios)” (Lemke, 2017: 13). Un autor muy convocado cuando se habla de estas cuestiones, Giorgio Agamben, recurre a un análisis de tipo lexical y filológico para matizar su sentido:

Los griegos no tenían un único término para expresar lo que nosotros entendemos con la palabra vida. Se servían de dos términos, semántica y morfológicamente distintos, pero reconducibles a una etimología común: zoé, que expresaba el simple hecho de vivir común a todos los seres vivientes (animales, hombres o dioses) y bíos, que indicaba la forma o manera de vivir propia de un individuo o de un grupo (Agamben, 2018: 11).

Desde otras perspectivas, como la foucaultiana, se consideran constitutivos del orden biopolítico los cambios en el arte de gobernar que se produjeron desde mediados del siglo XVIII, el aumento de la intromisión gubernamental en la vida privada y el auge de la economía política, el derecho del soberano sobre el cuerpo del individuo y el incremento de las tecnologías de gobierno en contrapunto con el auge del liberalismo. Y se define como biopolítica: “la manera como se ha procurado, desde el siglo XVIII, racionalizar los problemas planteados a la práctica gubernamental por los fenómenos propios de un conjunto de seres vivos constituidos como población: salud, higiene, natalidad, longevidad, razas.” (Foucault, 2016: 359). Se trata, en otras palabras, del ingreso de los fenómenos propios de la vida de la especie humana en el orden del saber, del poder y de las técnicas políticas. La biopolítica así entendida es un fenómeno moderno. En palabras del ya mencionado Agamben: “El ingreso de la zoé en la esfera de la polis, la politización de la vida desnuda como tal, constituye el acontecimiento decisivo de la Modernidad” (2018:15).

Por supuesto se han advertido varias complicaciones a la hora de demarcar los límites de la biopolítica, ya sea porque el concepto puede expandirse en forma temporalmente indiscriminada -al fin y al cabo, la política se ocupó siempre de la vida-o reducirse a las más recientes innovaciones biotecnológicas. Pero de cualquier modo que se comprenda la relación entre los seres vivos y su condición de sujetos de derecho, parecen mantenerse constantes algunos atributos: la biopolítica es un campo teórico y empírico cuyo abordaje requiere atravesar las fronteras de las especialidades, no solamente involucra acciones sino también formas de conocimiento, estructuras de comunicación, modos de subjetivación y se articula con la geopolítica (Lemke, 2017: 13-20).

Parece evidente que la dimensión de la nuda vita está puesta en juego en cualquier evento relacionado con el orden bélico y no es de extrañar, en consecuencia, que en la representación de ese acontecimiento se despliegue un campo semántico relacionado con el orden del biose incluso, en términos de Agamben, la zoé. Veamos esto en el corpus de escritos rodonianos sobre la primera guerra mundial.

3. Los escritos de Rodó sobre la guerra

Hemos detectado dieciocho textos rodonianos, todos publicados en la prensa, en relación con el tema de la primera guerra mundial: siete son de carácter vario como declaraciones, manifiestos, discursos y pequeños ensayos que fueron reproducidos en la prensa[6] ocho artículos periodísticos inscritos en una serie titulada “La guerra a la ligera” que publicó El Telégrafo[7].y tres crónicas redactadas en Italia como corresponsal de la revista argentina Caras y Caretas y que fueron incluidas en el libro póstumo El camino de Paros (1918). Conviene mencionar que, a pesar de la heterogeneidad de los lugares de publicación, sobre todo en el primer conjunto, todos los textos del primer y segundo grupos fueron unificados por Emir Rodríguez Monegal, el gran editor de Rodó, en una sección de las obras completas tituladas “Escritos sobre la guerra de 1914”.[8].

El primero de ellos, “Ansiedad universal. Las matanzas humanas”, fue publicado en el Diario del Plata[9], Como en todos los textos rodonianos, son varios los aspectos que merecerían considerarse en detalle pero destacamos, a los fines de este artículo, dos: la concepción de la guerra como una manifestación atávica que se encuentra agazapada en el orden civilizatorio que considera el más avanzado, el europeo, y la relevancia de las comunicaciones para hacerla omnipresente. Respecto de lo primero, afirma:

... la guerra por la guerra no tiene término visible en el mundo y [.] si hasta hoy nuestra civilización ha apurado en vano sus recursos para fundar una paz estable entre los hombres, es en los principios y en las tendencias fundamentales de esa civilización donde hay que buscar la falla que la torna incapaz de emanciparse del más brutal de los atavismos humanos. (Rodó, 1967: 1219)

No en vano, el subtítulo del texto es “las matanzas humanas”, vocablos donde se anudan la condición humana y el ejercicio de la muerte a gran escala, un evento cuyos ecos se potencian por los sistemas modernos de comunicación: “la frecuencia y facilidad de las comunicaciones han hecho del planeta entero un solo organismo cuyos centros directores transmiten a los más apartados extremos la repercusión moral y material de lo que en ellos pasa” (1967: 1218). Como en casi todos los textos de Rodó, aunque en primer plano hable de Europa, siempre está presente el contrapunto con la situación americana[10]. Es por ello que, ante el espectáculo de la debacle europea, concluye por valorar positivamente “Nuestras perpetuas guerras intestinas ,[...] la inquietudendémica de esta revoltosa South América” (destacado del autor), considerando que “representan, al fin, un esfuerzo, aunque originariamente extraviado, en el sentido de hallar la forma definitiva de la libertad y del orden”. Por el contrario, no encuentra “justificación” para “estas guerras internacionales, europeas” pues no se ajustan a “esa norma moral en que el propio magisterio europeo ha educado nuestro espíritu” (1967: 1219).

Otro de los periódicos donde Rodó compartió su parecer sobre la guerra fue La Razón[11], donde publicó el texto conocido como “La causa de Francia es la causa de la humanidad”, respondiendo a un pedido que le había hecho el mismo periódico. En su defensa de la posición francesa, Rodó justifica su imposibilidad de mantenerse neutral:

...Imparcial [.] se podrá ser cuando se trate de una guerra entre dos tribus del África, sin carácter distinto, sin significación moral, sin trascendencia posible en la marcha del mundo. Tratándose de una lucha entre naciones primaces, cuyos resultados han de abarcar forzosamente la redondez del planeta, yo, por mi parte, no quiero ni puedo ser imparcial [...]” (1967: 1220).

Como en un juego de espejos y amplificaciones, la causa de Francia se convierte en la crisis de la Europalatina, y de allí pasa a ser la causa de la humanidad por antonomasia. Encadenamiento de identificaciones en el cual Rodó nos hace perder de vista que la mayoría de los países miembros de la Triple Entente no integraban el área cultural de la latinidad, como bien ha observado Susana Monreal (2018).

También en La Razón publicó el artículo “Después”, donde evalúa los posibles efectos de la guerra en términos que hablan de un proceso sangriento y fundacional: “transformaciones pasmosas y violentas”, “alumbramiento monstruoso en que, entre torrentes de lágrimas y sangre, broten, de las desgarradas entrañas de esta civilización doliente, nuevo orden y nueva vida” (1967: 1232). Por su parte, “Bélgica” es el discurso escrito por Rodó para la velada organizada en beneficio de las víctimas francesas, belgas e inglesas de la guerra europea, cuyo título hace referencia al país que identifica con el “altar humeante y sangriento del valor sublime”, donde reaparece ”el trágico espanto de las matanzas” (1967: 1234). Las muertes en la guerra, al ser equiparadas a “matanzas”, pierden cualquier connotación de dignidad o heroísmo. Se evidencia así lo que Rodrigo Quesada Monge ha denominado una “antropología de la pérdida”, no sólo por el costo en términos biológicos de vidas sacrificadas -la zoé de Agamben-, sino también por lo que se presenta como una pérdida o retroceso cultural, la disolución de un estilo o forma de vida - el bios. Ello es así por la incongruencia entre el grado civilizatorio alcanzado por Europa y la sinrazón del conflicto bélico, incongruencia que Rodó exhibe constantemente en estas páginas. Por otra parte, el hecho de que se trate de un discurso escrito originalmente para ayudar desde Montevideo a las víctimas de la guerra del país en cuestión, hace que la misma escritura y sus proyecciones performativas -discurso, publicación en el periódico- se inserten en una cadena de acciones de orden netamente biopolítico, pues el sujeto-observador adquiere el estatuto de un agente que conjuga con eficacia afinidades geopolíticas e intelectuales al recurrir a modos diversos de comunicación para intervenir en la esfera pública.

Los otros dos escritos, de diverso tenor, fueron publicados en medios también distintos. “La conmemoración del 14 de julio” es, en realidad, el manifiesto que el Comité de Homenaje al 14 de julio, reunido en el Ateneo, le había comisionado escribir y que fue reproducido en El Plata}[12] Se trataba del primer aniversario del 14 de julio desde el comienzo de la guerra, fecha por demás sensible. Rodó adjudica a los eventos de la Revolución francesa el mérito de haber generado “las formas esenciales de la sociedad moderna”(1967: 1237) y por ello encuentra que el conflicto que envuelve a Francia es una amenaza para la civilización moderna en su conjunto.

En cuanto a “La literatura posterior a la guerra”, publicado en La Nota de Buenos Aires[13], se concentra en el pronóstico deuna literatura de tono pacífico y reflexivo para los tiempos de posguerra, porque “La vida de la imaginación es el desquite de la vida real” y será gracias a “la imaginación pacífica” que los pueblos tenderán “a quitarse el sabor de la guerra”. N o obstante, se asocia el fenómeno de la guerra con cierta fecundidad creadora, la que se derivará de “la pavorosa herencia de culpa, de devastación y de miseria”, de “la austera majestad del dolor humano, levantándose por encima de las ficciones de la gloria” (1967: 1238-1240).

Por su parte, los ocho breves textos periodísticos que se publicaron en El Telégrafo[14] bajo el título de “La guerra a la ligera”, comparten un estilo que podría parecer, en primera instancia, superficial, tal como el título de la sección lo indica. A partir de pequeños detalles o episodios puntuales, el cronista formula apreciaciones sobre la condición humana y el conflicto bélico en curso. Ya en el primero de ellos, “Introito de una pequeña sección”, el cronista hace explícita la fragilidad de sus fuentes, lo cual coloca a sus textos lejos del ángulo más netamente informativo del diario: “En cuanto a los hechos que nos han de servir de canevás, declinamos, desde luego, toda garantía de veracidad, traspasándola a la autoridad responsable de los corresponsales telegráficos” (1967: 1223, destacado del autor), los cuales, según advierte, se contradicen constantemente en la información que remiten. Aunque el sujeto observa los eventos a la distancia y mediatizados, las escenas, figuras o detalles que elige recuperar adquieren la dimensión de acontecimientos paradigmáticos. Un hecho, un suceso o un dato actúan como el dato referencial a partir del cual se elabora el texto que, como quedo dicho, reescribe otros textos periodísticos. Así, en “La grandeza de las batallas” enumera las cifras de hombres muertos en combate y concluye: “Las crónicas de esta guerra parecen transportamos a un mundo colosal, superior a toda representación de nuestra fantasía. [...] Batallas de un millón de hombres por cada parte; líneas de combate de doscientos kilómetros; heridos y prisioneros por centenares de miles.” (1967: 1224). Y ante esas dimensiones monstruosas donde las vidas humanas no son más que piezas descartables en el tablero político, la reflexión se abre en dos vertientes: la comparación con las grandes epopeyas de la literatura, por un lado, y con las guerras y levantamientos sudamericanos, por otro, los cuales resultan empequeñecidos frente al drama europeo. Pero Rodó rescata el “significado”de esas batallas americanas, cuyo legado supera ampliamente su costo en vidas humanas, que resulta mínimo comparado con los números de la Gran Guerra. La preocupación por el número y las proporciones es recurrente en este corpus, como si nuestro autor necesitase cobrar dimensión de las cifras en juego para entender los eventos en curso. En “La voz de la estadística”, recurre al número de batallas y revueltas sudamericanas que un compatriota, que no menciona, había tenido a bien contabilizar, para desarrollar una línea argumental que podría sintetizarse así: Europa estaba en paz mientras América vivía las convulsiones de levantamientos militares y políticos, cabía suponer que Europa había perdido el afán guerrero y coincidir con quienes culpaban a la ascendencia indígena por el belicismo de los americanos. No obstante, la guerra que se estaba desarrollando ahora en Europa vendría a probar dos cosas: primero, que “las gentes de Europa, que considerábamos languidecidas y enervadas, están en plena posesión de sus instintos marciales, y que, rascando un poco la corteza del europeo siglo XX aparecen Aquiles, Rolando, y hasta Alarico y Atila [...]” (1967: 1226); y, en segundo término, que “esa comezón de pelea [de los americanos] procede, como las demás, de nuestro ilustre abolengo europeo” (1967: 1227). Este razonamiento se complementa con el que aparece en “Libertad y guerra”, texto en el cual explica en términos casi morales la capacidad y energía que había puesto en juego la Francia liberal y republicana, a pesar de agoreros pronósticos, para enfrentarse al imperialismo militar alemán, “a la más formidable máquina de guerra que se haya organizado en el mundo” (1967: 1228). Una reflexión que nuclea argumentos políticos y de supervivencia biológica con el ejercicio de la soberanía, en ese estado de excepción propiciado por el llamado a las armas:

...es y será siempre uno de los grandes valores de la guerra el espíritu marcial del hombre libre, el dinamismo que crea, en el soldado de una democracia, la conciencia de que pelea por su derecho y de que su personalidad, que es parte de la soberanía, debe ser también elemento activo y eficaz de la victoria. (1967: 1228, destacado del autor)

Firmado nada menos que con el seudónimo de “Ariel”, “Los excesos de la guerra” pone en boca de un “sereno observador” (1967: 1228) una valoración sobre las formas que adopta la guerra en contra de los códigos de convivencia de un momento y lugar histórico que se consideraban civilizados:

Por encima de los incendios de ciudades, del uso de armas innobles y prohibidas, del bombardeo de poblaciones no fortificadas, delasexacciones, y las muertes fuera del combate, y los vejámenes y las violencias inútiles, se impone a la conciencia humillada de los hombres, en esta aciaga bancarrota de la civilización, un hecho superior a todos ésos, que es la guerra [. el] regresoatávico a la más triste fatalidad de la barbarie (1967: 1229, nuestra bastardilla).

Finalmente, en “Anarquistas y Césares”, los atentados anarquistas resultan favorecidos en la comparación con una guerra cuya envergadura es desproporcionada, irracional y, en términos de supervivencia y progreso de la especie humana, contraproducente:

...solían indignarme los crímenes de los anarquistas. Ahora, [...] todos ellos no representan, en grado de destrucción, ni en grado de injusticia, una mínima parte de las iniquidades y los horrores que estamos presenciando en el mundo por obra de muy otras manos que las de visionarios rebeldes.

...tú, César, encendedor de guerras, ¿qué mereces? [...] Para el mal que tú desencadenas no hay cuenta ni medida. [...] (1967: 1231)

Un fragmento como el que antecede, con su alusión al César y el uso de expresiones como “no hay cuenta ni medida”, seculariza la retórica religiosa para connotar, en ese palimpsesto que es el discurso de la prensa moderna, tragedias que alcanzan el rango de pestes y calamidades bíblicas[15].

De esta manera, los escritos rodonianos sobre la guerra producidos en Montevideo, configuran un corpus singular derivado de la “recepción periférica” de un acontecimiento, la Gran Guerra, que en el Río de la Plata estuvo altamente mediatizado por la prensa (Fernández Vega, 1999: 144). La pulsión escópica del observador de estos breves escritos se construye a partir de la materialidad discursiva que alcanzó ese acontecimiento para los latinoamericanos (Siskind: 2016).Y si, a medida que avanzaba el conflicto, fue adquiriendo preponderancia el rol del corresponsal de guerra, que convertiría a la Gran Guerra en un nuevo capítulo dentro del proceso de modernización de la prensa rioplatense, también merece la pena considerar formas más modestas de la corresponsalía internacional, “encarnadas en aquellos periodistas que, al otro extremo del circuito global, leían y glosaban las informaciones de los diarios europeos en Buenos Aires o en Montevideo, realizando extractos de esa información para los medios locales” (Sánchez, 2022: 128). La génesis de estos escritos de Rodó podría leerse en el contexto de estas formas modestas de la corresponsalía internacional, aunque, lógicamente, su escritura adquiriría algunos matices diferenciales al producirse desde el mismo continente europeo.

4. Las crónicas en Caras y Caretas

En 1916, Rodó pudo concretar su deseo de viajar a Europa gracias a la corresponsalía que le ofreció la revista argentina Caras y Caretas[16]. Fue así que nuestro autor escribió veintitrés crónicas para el semanario porteño, que luego serían recogidas en un volumen conocido como El camino de Paros por su editor español, Vicente Clavel. A diferencia de los textos que llegan a nosotros en las compilaciones, las crónicas de CyC estaban ilustradas con fotografías o dibujos de los lugares sobre los cuales el cronista escribía. Siempre aparecía, además, la firma facsimilar del autor, como una forma de preservar el prestigio aurático de su nombre en el seno de una publicación periódica de consumo popular, financiada por las suscripciones y los avisos comerciales[17]. Parte central del proyecto editorial de CyC era su interés por las noticiasde actualidad, y de allí el afán por ofrecer al lector información sobre los eventos nacionales e internacionales que se estaban produciendo, entre los cuales los avatares de la guerra eran, lógicamente, una constante en esos años.

De todas las crónicas rodonianas, seleccionamos para nuestro eje de indagación: “La esperanza en la Nochebuena”, “Anécdotas de la guerra”, y “Un documento humano”[18], las tres remitidas desde Italia, país donde lo encontraría la muerte.

Fechada en Turín en diciembre de 1916, “La esperanza en la Nochebuena” está centrada en una escena que el cronista-observador presencia desde su asiento del tren. Se trata de la despedida entre una anciana y una niña “vestida de luto”, a la cual la primera alienta con palabras optimistas: “- Ve, hija mía, que esta Nochebuena nos traerá la paz” (1967: 1281). Ante eso, el cronista reflexiona sobre la presencia transhistórica de la guerra:

Guerra para resistir la ley del Dios de amor y guerra para difundirla; guerra para imponerla en climas remotos, para resguardarla del error, para interpretar una palabra suya; guerra entre príncipes que se celan, entre pueblos que se aborrecen, entre clases que se incomodan y, lo que es más triste todavía, guerra entre gentes que ni se incomodan, ni se aborrecen, ni se celan. (1967: 1282)

Con el recurso a un campo semántico que evoca no sólo la muerte sino también el crimen, el cronista denuncia la “hez [.] áspera y acerba” de la naturaleza humana, la “ciénaga de sangre”, el “sempiterno fratricidio”, frente al cual ha fracasado el recurrente mensaje de paz de la Nochebuena.

Por su parte, “Anécdotas de la guerra” es una crónica que se convierte en un juego de espejos a partir de anécdotas recogidas por el “diligente periodista” Giuseppe de Rossi, de las cuales Rodó rescata lo que llama el “fondo heroico” que aflora “allá donde se lucha y se muere”. Estas anécdotas, difundidas en “las reseñas de los periódicos o en las cartas de los soldados” (1967: 1279-1281), se ofrecen como una cadena de escenas o microrrelatos que procuran estetizar la masacre de la guerra, como el del niño, cuyo nombre se desconoce, que muere haciendo de guía a los soldados y que el cronista propone glorificar “dentro de la advocación simbólica del Gravoche de Víctor Hugo” (1967: 1281), o el de la madre con sus niños que quedan en medio de un tiroteo entre italianos y austríacos y ante cuya presencia los primeros suspenden los disparos, a costa de sus propias vidas.

Pero indudablemente, la crónica que articula con más eficacia los lazos con la retórica naturalista, así como la más cruda percepción del orden biopolítico es “Un documento humano”, fechada en Turín en diciembre de 1916, a pesar de ser, como en casos anteriores, una observación indirecta, mediatizada por la lectura. Se trata, en efecto, de la traducción y glosa, para los lectores de CyC, de pasajes del diario de un oficial austriaco que había caído prisionero en la toma de Gorizia, “un cuaderno de memorias, un diario psicológico”, “según se decía en tiempos del naturalismo, un admirable documento humano, una confesión enteramente libre de artificios” (destacado del autor). Ese diario, que “del teatro de la guerra pasó [.] a ciertos círculos intelectuales de Turín” se ofrece “brevemente comentado, a los lectores de Caras y Caretas”, si bien el cronista advierte que se encuentra obligado por “explicables respetos” a “suprimir o atenuar, en la traducción, palabras de brutal crudeza, toques de realismo feroz, que contribuyen a la cruel energía del original”. En la crónica se suceden angustias morales del “despreocupado psicólogo” que en algún momento teme “perder el juicio”, noticias sobre deserciones y suicidios, cuestionamientos al patriotismo o notas humorísticas en el marco de la tragedia de las trincheras. Cobran singular relevancia las imágenes sensoriales, como la recuperación de la sensación física de una “sustancia blanda, caliente, que me rozaba los labios” y que no era otra cosa que “los sesos de un pobre cabo que yacía a corto trecho de mí, con la cabeza hecha pedazos”, el “hedor de los montones de cadáveres” o el “espectáculo” de “Cabezas, mochilas, piernas, brazos y pelotones de tierra, palos de las carpas, descuajadas vísceras: todo volando en confusión por el aire”, enumeración de sinécdoques que remiten a los cuerpos humanos aniquilados y donde la hipérbole se convierte en el mecanismo usual para describir el horror: “torrentes de sangre [.] corren en las trincheras” (1967: 1283-1287). Rodó, siempre propenso al discurso alegórico, encuentra en las palabras de este soldado, arrastrado al borde de la locura por el asco físico y moral a la guerra, una imagen que condensa tanto las dimensiones como la eficacia del proceso bélico en su calculado gobierno de la nuda vita: “veo desde aquí la hortelana que baja a recoger el agua y luego la vierte en la pileta para que la beban los bueyes. Hace como la guerra, que saca a los hombres de su casa y los vuelca en las trincheras para que la muerte se los trague” (1967: 1286).

La crónica concluye deplorando la cantidad de “impresiones” escritas por esos años que, asentadas en cartas o diarios íntimos, se iban a perder por no haber pasado a la imprenta, así como relatos orales que sólo por un tiempo “sobrevivirán precariamente a favor de la tradición doméstica”. Hecho lamentable, en su opinión, pues la pérdida de “un archivo de esos humildes e ingenuos documentos humanos” podría resultar clave en el futuro, para quien se propusiese “desentrañar la realidad oculta en el fondo de este momento extraordinario de la historia del mundo” (1967: 12861287, destacados del autor).

5. A modo de cierre

De acuerdo con lo analizado en las páginas que preceden, podemos coincidir con José Pablo Drews (2013) en que estos escritos rodonianos construyen una dimensión de “lo monstruoso” en torno de la guerra, dimensión signada también por la irrupción, en su prosa, de “la angustia” como un nuevo componente cultural y existencial (Quesada Monge). Angustia cuyo sentido se proyecta hacia otras dimensiones, de orden biográfico, si se cotejan sus últimos escritos europeos con el diario que llevaba acerca de su salud y que pone en correlación sus reflexiones sobre el acontecimiento de la guerra con su propia muerte en ciernes[19]. Por ello, estos escritos exhiben la pérdida conjunta de la zoé, la vida biológica, y el bíos, la vida como forma, en el marco de un conflicto que suspende esas garantías del derecho subjetivo que eran, además, indicadores de modernidad.

Por otro lado, ya sea desde Montevideo o desde Europa, nuestro cronista elabora sus reflexiones sobre la guerra, en la mayor parte de las ocasiones, a partir de la información mediatizada por fuentes escritas -la prensa, el libro de otro periodista, el cuaderno del oficial austríaco-y las escenas más crueles son decorosamente alejadas del proscenio de su escritura, en clara diferenciación con el rol de un corresponsal de guerra. Pero cuando las descripciones más desagradables pasan a primer plano, como en “Un documento humano”, lo hacen al amparo de las convenciones de una corriente estética: la del naturalismo. Es así como la distancia objetivante entre el sujeto enunciador de la crónica y su referente permite dignificar la sordidez y brutalidad de la materia tratada. El cronista intensifica su rol como el “sereno observador” mencionado en “Los excesos de la guerra” y la crónica pasa a ser, en definitiva, el observatorio de la dimensión biopolítica de la vida moderna.

Bibliografía

Achugar, Hugo (2020). “La muerte de Rodó. Las muertes de Rodó o ¿está muerto Rodó?” Piedra, papel o tijera.Villa María: EDUVIM, pp. 249-268.

Agamben, Giorgio (2018).Homo sacer. El poder soberano y la vida desnuda. Traducción de Mercedes Ruvituso. Buenos Aires: Adriana Hidalgo [1995].

Aguiar Malosetti, Gonzalo (2019). “‘Ufano de criollismo.’ Nación, cultura y función intelectual en las crónicas europeas de José Enrique Rodó”. José Enrique Rodó: el internacionalismo americano. Lady Rojas Benavente (editora). Buenos Aires: Enigma editores, pp. 69-99.

Aínsa, Fernando (2000). “La perspectiva americana de José Enrique Rodó desde el Capitolio de Roma”. CUYO. Anuario de Filosofía Argentina y Americana 17, pp. 75-87.

Álvarez Ferretjans, Daniel (2008). Desde la Estrella del Sur a Internet. Historia de la prensa en el Uruguay. Montevideo: Fin de Siglo.

Barthes, Roland (1994). “El efecto de realidad”. 1968. El susurro del lenguaje. Más allá de la palabra y de la escritura. Barcelona: Paidós, pp. 179-187.

Bernabé, Mónica (2015). “La hibrides no basta”. Lectura Mundi, noviembre-diciembre, pp. I-IV

Bernard, Claude (1944). Introducción al estudio de la medicina experimental. Traducción de Nydia Lamarque. Buenos Aires: Losada.

Bourdieu, Pierre (1995). Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo literario. 1992. Traducción de Thomas Kauf. Barcelona: Anagrama.

Caras y Caretas, Buenos Aires, 1898-1939 [en línea] Biblioteca Digital Hispánica <http:/ /bdh.bne.es> [consulta efectuada el 3 de julio de 2022]

Cogny, Pierre (1968). Le Naturalisme. Paris:PUF.

Colombi, Beatriz (2020). “La crónica modernista. Para una arqueología de su crítica”. Textos híbridos VII/2, pp. 5-17.

Delgado, Verónica (2010). “Introducción”. Revista La Nota: antología 1915-1917. La Plata: Universidad Nacional de la Plata, pp. 4-14.

Drews, José Pablo (2013). “Estampas desde las trincheras: José Enrique Rodó y su lectura de la Gran Guerra”. Thémata. Revista de Filosofía 48, pp. 135-142.

Fernández, Cristina Beatriz (2015). “Ariel en la Gran Guerra: notas sobre las crónicas europeas de José Enrique Rodó”.Creneida. Anuario de literaturas hispánicas 3, pp. 261-278

Fernández Vega, José(1999). “Crisis política y crisis de representación estética. La Primera Guerra Mundial a través de La Nación de Buenos Aires”. Prismas. Revista de historia intelectual 3, pp. 143-163.

Foffani, Enrique (2010). “Literatura, Cultura, Secularización. Una introducción”.

Controversias de lo moderno. La secularización en la historia cultural latinoamericana. Enrique Foffani (director). Buenos Aires: Katatay, pp. 11-32.

Foucault, Michel (2016). Nacimiento de la biopolítica. Curso en el College de France (1978-1979). 2004. Buenos Aires: FCE

Goldberg, Sarah (2016). “Chapter 1. Caras y Caretas: an Entertainment Taste-Maker”. Entertaining Culture: Mass Culture and Consumer Society in Argentina, 1898-1946. Tesis doctoral. Columbia University, pp. 45-94

González, Aníbal (1983). La crónica modernista hispanoamericana. Madrid: Ediciones José Porrúa Turanzas.

La Biblia. Formadores. Latinoamérica. Texto íntegro traducido del hebreo y del griego (2005). Madrid: San Pablo / Verbo Divino.

La Sagrada Biblia. Antiguo Testamento. Tomo III (1844). Traducida y anotada por Felipe Scio de San Miguel. Barcelona: Pons.

Lemke, Thomas (2017). Introducción a la biopolítica. 2007. Traducción de Lidia Tirado Zedillo. México: FCE.

Monreal, Susana (2018). “José Enrique Rodó y la interpretación ‘arielista’ de la Gran Guerra”. La Gran Guerra en América Latina. Una historia conectada. Olivier Compagnon, Camille Foulard, Guillemette Martin y María Inés Tato (editores). México: CEMCA / Institut des Hautes Etudes de l’Amérique Latine / Centre de Recherche et de Documentation des Amérique, pp. 319-334.

Moraña, Ana (2016). La fiesta de la modernidad. La revista argentina “Caras y caretas ” entre 1898 y 1910. Buenos Aires: Corregidor.

Nora, Pierre (1985). “La vuelta del acontecimiento”. 1972. Hacer la historia. Volumen I. Nuevos problemas. Jacques Le Goff y Pierre Nora (directores). Barcelona: Laia, pp. 221-239.

Quesada Monge, Rodrigo (2014). “‘La guerra a la ligera’ de José Enrique Rodó (1871-1917)”. Pacarina del Sur V / 21

Ramos, Julio (2003) .Desencuentros de la modernidad en América Latina. Literatura y política en el siglo XIX. 1989. México: FCE.

Rodó, José Enrique (1967).Obras completas. Edición, introducción, prólogos y notas de Emir Rodríguez Monegal. Madrid: Aguilar.

          ---------- (2017). Escritos europeos. El camino de Paros. Diario de viaje. Diario de

Salud.Edición de Néstor Sanguinetti, prólogo y notas de Gustavo San Román. Montevideo: Biblioteca Artigas.

Rogers, Geraldine (2008). Caras y caretas. Cultura, política y espectáculo en los inicios del siglo XX argentino.La Plata: Edulp.

         ----------(1998). “Caras y caretas: la lógica de la integración”.Orbis tertius, III/ 6

Rotker, Susana (2005). La invención de la crónica. México: FCE.

Sánchez, Emiliano Gastón (2022). “Dos corresponsales argentinos en el frente oriental de la Gran Guerra: Juan José Soiza Reilly y Emilio Kinkelin”. A contracorriente XIX / 2, pp. 122-146.

Siskind, Mariano (2016). “La primera guerra mundial como evento latinoamericano: modernismo, visualidad y distancia cosmopolita”. Cuadernos de Literatura XX / 39, pp. 230-253.

Torres, Inés de (2019). “Rodó: periodismo y viaje intelectual”. Cuadernos del CLAEH. Revista uruguaya de Ciencias Sociales XXXVIII / 109, pp. 9-28.

Notas:

[1] Ver también Cogny, 1968: 28-ss.

 

[2] Acerca de las relaciones entre medicina y naturalismo, y el rol legitimante de la figura del observador, sostiene Pierre Bourdieu que la teoría de la novela experimental de Zola conjuraba la vulgaridad que se le podía atribuir dada la inferioridad social de los ambientes que describía, precisamente porque identificaba la mirada del novelista experimental con la mirada clínica, instituyendo entre el escritor y su referente la distancia objetivante que separaba a las grandes celebridades médicas de sus pacientes (1995: 180).

 

[3] No está de más recordar que Barthes cuestionaba, en ese clásico texto, el análisis narratológico de tipo estructural que, a su juicio, no concedía el debido valor a este tipo de indicios descriptivos.

 

[4] Además, por supuesto, de otras características, como la estilización con que el cronista buscaba diferenciarse del reportero (Rotker, 2005: 108).

 

[5] Nos apoyamos en Pierre Nora para diferenciar el acontecimiento del simple suceso, a partir de la asignación de significados a un evento que adquiere publicidad. En las sociedades modernas, la construcción del acontecimiento le debe mucho, desde luego, a la prensa (Nora: 1985).

 

[6] El primer grupo está constituido por los siguientes escritos: “Ansiedad universal. Las matanzas humanas”, Diario del Plata, 9 de agosto de 1914; “La causa de Francia es la causa de la humanidad”, La Razón, 3 de septiembre de 1914; “Después”, La Razón, 19 de noviembre de 1914; “Bélgica”, La Razón, 28 de noviembre de 1914; “La conmemoración del 14 de julio”, El Plata, 1915; “La literatura posterior a la guerra”, La Nota, Buenos Aires, 4 de diciembre de 1915.

 

[7] El segundo está integrado por estos títulos, todos publicados en El Telégrafo: “La guerra a la ligera. Introito de una pequeña sección”, 8 de septiembre de 1914; “La guerra a la ligera. La grandeza de las batallas”, 9 de septiembre de 1914; “La guerra a la ligera. La Emperatriz”, 11 de septiembre de 1914; “La guerra a la ligera. La voz de la estadística”, 14 de septiembre de 1914; “La guerra a la ligera. Libertad y guerra”, 16 de septiembre de 1914; “La guerra a la ligera. Los excesos de la guerra”,18 de octubre de 1914; “La guerra a la ligera. La historia de Juan de Flandes”, 29 de octubre de 1914; “La guerra a la ligera. Anarquistas y Césares”, 18 de septiembre de 1914. Los tres últimos fueron firmados con el seudónimo Ariel.

 

[8] En esta sección, Rodríguez Monegal incluye además un brevísimo escrito titulado “La voz de la raza”, que hace referencia a la guerra pero que no tiene un origen periodístico, porque fue extraído del volumen de escritos misceláneos publicado en Barcelona en 1920 por la editorial Cervantes, El que vendrá.

 

[9] El Diario del Plata nació como tribuna de miembros del Partido Colorado que se enfrentaban a la línea interna de José Battle y Ordóñez. Su figura central fue el talentoso político y periodista Antonio Bachini y se publicó desde 1912 hasta 1933. Rodó fue un colaborador desde el inicio y se apartó del diario cuando éste comenzó a apoyar sutilmente al bando germánico en la primera guerra mundial (Alvarez Ferretjans, 2008: 442-445).

 

[10] Sobre esta faceta de las crónicas rodonianas, ver Aínsa: 2000, Fernández: 2015, Aguiar Malosetti: 2019.

 

[11] La Razón apareció el 13 de octubre de 1878 bajo la dirección de Daniel Muñoz, Manuel Otero, Prudencio Vázquez y Vega y Anacleto Dufort y Álvarez. Su perfil era peculiar, porque “fue un diario fundado para llevar a cabo una prédica exclusivamente filosófica”, en favor del racionalismo, del liberalismo político y, sobre todo, muy crítica de la religión católica. Este diario liberal se fusionó en 1908 con El Siglo, cuando pasó a manos del mismo grupo inversor. En tiempos de la primera guerra mundial, La Razón era un periódico claramente aliadófilo. Su director desde 1909 hasta 1916, es decir, en la época concerniente a los escritos que analizamos, fue Eduardo Ferreira Correa. Por entonces era el periódico urbano por excelencia, con tiradas que alcanzaban los 20.000 ejemplares (Álvarez Ferretjans, 2008: 221-222, 451).

 

[12] El Plata fue un vespertino que comenzó a salir en 1914, como complemento al matutino Diario del Plata. Su circulación era de unos 15.000 ejemplares y su orientación, en relación con la guerra, aliadófila (Alvarez Ferretjans, 2008: 458).

 

[13] La Nota fue un semanario que salía los sábados en Buenos Aires y cuyo primer número apareció el 14 de agosto de 1915. Se publicó hasta 1921. La dirigió el emir Emín Arslán, quien había llegado en 1910 a la ciudad de Buenos Aires para desempeñar el cargo de cónsul general de Turquía (representante del Imperio Otomano) en Argentina, cargo que ocupó hasta agosto de 1915. La creación de este semanario se debió, en opinión de Verónica Delgado (2010), a la intención de llevar adelante una campaña antigermana en Buenos Aires en tiempos de la Gran Guerra.
 

[14] Nacido en 1850 bajo el nombre de El Telégrafo Marítimo, El Telégrafo fue adquirido en 1912 por el grupo propietario de El Siglo y La Razón, ya mencionados. Durante la guerra era un órgano de prensa pro-aliado y sus tiradas alcanzaban los 2.400 ejemplares (Álvarez Ferretjans, 2008: 458).

 

[15] Pensamos por ejemplo en expresiones como la que aparece en el versículo 33 del salmo 104 (en ediciones actuales, 105) del Antiguo Testamento, que precisamente hace referencia a las plagas de Egipto: “Venga, dijo también lleno de indignación, venga sin cuenta ni medida el pulgón y la langosta” (Sagrada Biblia: 1844).

 

[16] De aquí en más, CyC. Para la historia del vínculo de Rodó con esta publicación, remitimos a Torres: 2019.

 

[17] Caras y Caretas. Semanario festivo, literario, artístico y de actualidad, fue uno de los emprendimientos editoriales más exitosos de la primera mitad del siglo XX argentino, dirigido a un público que se ampliaba por el acceso a mayores niveles de alfabetización y el incremento de hábitos de consumo cultural propiciados por la sociabilidad urbana. La revista, del tipo magazine o revista de variedades, fue fundada en 1898 por el popular escritor José S. Álvarez (Fray Mocho), el dibujante Manuel Mayol y el periodista español Eustaquio Pellicer. De frecuencia semanal, se publicaba los sábados y salió hasta 1939, con sostenido éxito comercial. Aunque en sus inicios era una revista urbana y porteña, llegó a distribuirse en el resto de Argentina, Uruguay, Chile y Perú. Contaba con un suplemento ilustrado mensual, Plus Ultra, que salió desde 1916 hasta 1931. Su formato, de 26 cm x 17.50 cm, la diversidad de contenidos y su también variable extensión, la hacían idónea para la lectura fragmentaria, por ejemplo, en los medios de transporte de la ciudad que se modernizaba. Se estima que la cifra de sus lectores rondaba entre los 500.000 y 750.000. Para esta información, remitimos especialmente a: Rogers: 1998; Rogers, 2008: 27-ss; Moraña, 2016: 15-39; Goldberg, 2016: 46.

 

[18] Publicadas respectivamente el 13, 20 y 27 de enero de 1917.

 

[19] Ver sobre este particular, Rodó: 2017 y Achúgar: 2020.

 

Ensayo de Cristina Beatriz Fernández

Centro de Letras Hispanoamericanas (CELEHIS)

Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMDP)

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)

Argentina
cristinabeatrizfernandez2021@gmail.com

 

Publicado, originalmente, en: Telar Núm. 28 Primer semestre 2022 (enero - julio) 49-70: De la vitrina de la modernidad a las pantallas del siglo XXI: la crónica en América Latina
Telar es una publicación semestral del Instituto Interdisciplinario de Estudios Latinoamericanos (IIELA) de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán, Argentina.

Link del texto: http://revistatelar.ct.unt.edu.ar/index.php/revistatelar/article/view/573

 

Ver, además:

 

                      José Enrique Rodó en  Letras Uruguay

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

Email: echinope@gmail.com

Twitter: https://twitter.com/echinope

facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce

instagram: https://www.instagram.com/cechinope/

Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/ 

 

Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay

 

Ir a índice de ensayo

Ir a índice de Cristina Beatriz Fernández

Ir a página inicio

Ir a índice de autores