Celedonio Orjuela: un encuentro en la memoria del poema 
Lic. Miguel Fajardo Korea 
miguelfajardokorea@hotmail.com
 
(Universidad Nacional de Costa Rica)

La poesía es un arma de propósitos.  Un medio necesario para entendernos desde la palabra. La respuesta inminente ante los apologistas del mal y la incomprensión.  Por encima de todas las estrías de la maledicencia, la poesía ha servido, desde siempre, para equilibrar el mundo.  Así ha sido hasta hoy y seguirá siéndolo mañana.

 

En este encuentro y desencuentro que es la vida, nos acercamos al mundo poético del escritor colombiano Celedonio Orjuela Duarte (l956). Estudió literatura en la Universidad Pedagógica Nacional.  Fue tallerista y conferencista en la Casa de Poesía Silva.  Invitado a los festivales de poesía de Medellín, Bogotá, Cajamarca, San Luis de Potosí y Costa Rica.  Ha publicado: “Visiones un inventario de afectos literarios”, 1988; “Precario equilibrio”, 1996;  Mujeres y otros cuentos de riesgo”, 1997; “Ofrendas y tentaciones”, 1998; “Presencias”, 2004; “Dónde estará la melodía”, 2005 y “Formas de ir por los trapecios”, 2007.  Ha publicado en el diario “El Espectador” de Bogotá.

 

La poesía de Orjuela significa una manera de entender “en el afán de encontrar todos los espacios”, porque “La esfera es una llama para los que estuvieron relegados”.  Dicho orbe recupera los cuerpos calcinados de los aceros retorcidos.

 

En este mapa lírico, la condición humana signa el llamamiento dentro de una mortaja, pues “alguien viene a desarrollarlo”.  En ese espacio de maldad contra la condición humana, el yo lírico apela a los elementos de la cotidianeidad “Busco mi pantalón y mi camisa”.  La vida continúa, es una máxima del tiempo.

 

En este orbe poético, el cuerpo se comporta como un vector “Dolidos cuerpos que se mueven/ debilitados en insomnios”. En la cosmetología globalizada del siglo XXI, los cuerpos son transformados.  El cuerpo vende y se vende desde una figura comercial que tiene sus medidas convencionales, universalmente aceptadas.

 

Sin embargo, “El tiempo acentúa los rostros/ fugaz paso de los cuerpos”.  A pesar de todo, hay una galería de cuerpos.  En la guerra, el cuerpo es un objetivo por destruir” “Recolectores de sobras vertidas de las máquinas”; ”Botas militares/ cuerpos que aparecen en oscuras muertes”.  El negocio de la guerra que fomentan gobiernos e individuos desangelados tiene un frente crítico en el universo poético de Celedonio Orjuela.

 

Los ojos son elementos corporales a los que se testifica “Ya no ven morir horizontes amarillos/ Únicamente bombillas apuran la caída de los párpados”.  En otro orden, “un cuerpo trastea su esqueleto/ cerca de la muerte”.  Es lamentable, desde luego, que la expectativa de vida se juegue en la insania y la incomprensión de algunos para los que “El cuerpo yace o muere/ en la puerta del vecindario/ con su envoltorio de pobreza”.

 

La pobreza de nuestros países latinoamericanos es un caldo de cultivo para agraviar al cuerpo de millones de desposeídos o desclasados.  La miseria social también corrompe la conciencia ética, por ello, este universo denuncia “Sobre ruinas vagarás en redes y campos minados/ tomarás la forma de una virgen despojada de dotes”.

 

El orbe lírico de Orjuela materializa su denuncia entre la alegría y la cruz, como campos que rompen el silencio y donde “Las mujeres recomponen sus húmedos escotes”.  El cuadro semántico es  de un intenso dolor, lleno de fingimientos, cadenas y vergüenzas.

 

Desde esa perspectiva, la bailarina danza, repite historias de las hijas del aire “La carne tiembla y el sudor mana. / Orestes y Narciso podrían llorar y enloquecer de nuevo”.  Aquí y ahora, la mitografía adquiere su espacio de horizontes amarillos.

 

La desnudez es un sueño “Que siempre haya un lecho para una mujer desnuda”.  El contexto social cumple su silencio para mudar los fogones de la ausencia, porque “Los visitantes les prometen (…) cambiarles el olor a vegetal que viene de sus poros; “Anónimos cuerpos acuden en vigilia”. “No hay una Dalila que irrumpa en mi/  aposento con sensualidad sangrienta”.  La mujer es vista con la magia de su canto.

 

El erotismo, el goce o el placer se funden con otros elementos que se disfrutan y aman “Te acaricio como se acaricia un libro/ abierto hacia el misterio (…)/ Mis manos emancipadas recorren tu piel/ los besos/ las preguntas/ atrapado en otra parte de tu cuerpo”.

 

Asimismo, como las palabras que esperan ser tocadas, censura mediante la dicotomía palabra-cuerpo, las que “con agrio sabor sostienen este cuerpo en el comercio de los hombres”.  La crítica al comercio desaforado de hoy es una incesante recurrencia en este orbe poético.  En igual sentido, el sepulturero tiene relación con el tema de los cuerpos “Antes de excavar se persigna hacia la bóveda. / Despide el despojo de un cuerpo que fuera consejero (…)/ con un ramo de laurel bendice la tumba de un cuerpo flotante”.

 

Otro hilo discursivo presente en este mapa lírico es el acercamiento a lo religioso.  Se vale de la figura emblemática del asceta “Con su aspecto de otra época”, quien habla sobre la salvación mediante alguna doctrina, sin embargo, “Repudia el contacto con los otros más allá de la palabra”.

 

El icono de Salomón refuerza esa presencia temática, quien “Ha desertado a los escrúpulos de la civilización/ asilándose en la montaña”.  La transformación salomónica de arrojar “al vacío su nombre escrito con insectos” es una referencia intertextual con el mundo kafkiano “Amanecí al borde del abismo viendo su nombre escrito con insectos”. Todos, alguna vez, hemos sido convertidos en insectos globalizados.

 

La dinamicidad de la vida, en cualquier parte del planeta es un cansancio entre las ventanas del cielo, porque “Los viajeros de un país oculto trabajan en pueblos y campos fatídicos”.  La insania de esta aldea global conmina al sufrimiento a millones de  seres humanos, producto de persecuciones, exilios,  inmigraciones, reclutamientos inútiles contra la conciencia “El viajero llega, se aloja y se lava”, es decir, los viajeros lavan su cansancio.  Son tiempos de carpe diem, aunque “En las tiendas y las mesas de café perpetuaban el nombre de los idos”.

 

Bogotá es un espacio de vida, a pesar de “Los que van hacia ninguna parte”.  Bogotá es sonoridad.  Hay una acerba crítica contra los acontecimientos sociopolíticos “La noche dispone cadáveres al pie de una pistola/ los levantan vagones frigoríficos y desaparecen en silencio”.  Son muchos “los que velan un cadáver en silencio. / Entretanto siguen arrojando al mismo río la ruina de los inclementes”.

 

Bogotá es un poema doloroso, en él yace la tragedia, la angustia, la soledad y la desesperanza, la vida o la muerte, en una lucha frágil que muchísimas veces está perdiendo la vida, pero no hay que desmayar, porque existen “Palabras de combate escritas en las puertas caídas”. Bogotá tiene que ser una capital del sueño para la esperanza latinoamericana. Desde ella, sudario de dolores, se puede alcanzar la alegría. Es cuestión de trabajar desde todas las perspectivas e instancias del espíritu.

 

Ser bombero es una lección en el sueño del fuego “mientras el sudor salía de mi cuerpo” (…) con mis zapatos de caucho/ imaginaba un río caudaloso en sus dominios”.  Muchas veces, en la vida de siempre, solo vamos “por los acantilados de mis calles” en busca de preguntas que son respuestas a las interrogantes vitales.

 

La cotidianeidad de los payadores es una opción de cantos libertarios.  El hablante lírico bordea un mar de lejanías y entra en los burdeles, porque “la ciudad duerme más allá/ de este Viejo Almacén”.  Así ha sido siempre: “Sobre tu extensión el hombre dibuja el tiempo. / El fuego apenas te oscurece”.

 

Los pájaros cantan a la aurora, resignifican unas coordenadas de meditación.  Se anuncia una estrella “en la memoria de lo oscuro el poema”. Este verso es, para mí, una expresión de la poética del autor colombiano, para que se abran las puertas, las casas, el corazón, la claridad de la justicia.  Clama para que no haya puertas condenadas; asimismo, quienes deseen caminar sobre los escombros pueden hacerlo sin el permiso de los mercaderes de la violencia en cualquier parte del mundo.

 

La casa como una topología se llena de infancia, habitaciones, juegos, bosques.  “Mi casa está en el patio de los otros.  En ella es posible, sin más ni más, atizar el fuego y hablar con las sombras, no importa que cambien los días, los lugares y las palabras”.  Todo se llena de añoranza, pues la memoria es un rincón de cada luz, el disfraz de la sombra “que llega al agasajo de la noche”.

 

El arte poética es un secreto en el silencio de los nombres.  Sobre  Kafka poetiza “La afrenta te persigue y te aplasta/suicida de los días”.  En estos poemas hay textos dedicados a María Mercedes Carranza, Cesare Pavese, Omar Jayyan, Trakl, Cortázar.  En cada uno de ellos se desnuda una presencia en la rayuela de la vida, aunque “Las llaves ruedan por los desagües”. Siempre habrá la posibilidad de encontrar esas llaves, porque como escribió Alejandra Pizarnik (1936-1972): “Desde una alcantarilla se puede tener una visión del mundo”.

 

La poesía de Celedonio Orjuela es una forma de ir por los trapecios.  Estos 58 poemas ofrecen una perspectiva de avistamiento, luz, soledad, vida, muerte, poesía, cuerpos, minas, pobreza, burdeles, mitos, libros, dolencias, insectos, noches o días de los que no van a ninguna parte, de quienes saben el oficio de vivir, contraatacando.

 

Celedonio Orjuela da testimonio de urgencia, de una poesía comprometida con los mejores ideales del factor humanidad.  Así es su cosmovisión, su creencia de vida, su fe de poesía.  Leerlo, entonces, es un compromiso del espíritu, más allá de las lejanías del coro, para afirmar, una vez más, la existencia de un credo hispanoamericano desde la condición más hermosa del arte: la poesía, desde siempre, con nosotros.

 

En exclusiva, para los lectores de “Letras de Uruguay”, incluimos un poema de Celedonio Orjuela, escritor colombiano visitante en Guanacaste, Costa Rica.

                        La Casa

 

Mi casa está en el patio de los otros

En las habitaciones que no jugué

En las ventanas por donde no entró el tiempo

En el agua del vecino

En el siglo de la huida

 

La infancia llena de bosques

Leños que arden desde siempre

En una casa que se lleva el viento

 

Mi casa está en las montañas

Un aleteo de pájaros festeja mi llegada

Se atiza el fuego y se habla con las sombras.

El escritor colombiano CELEDONIO ORJUELA DUARTE visitó Guanacaste-Costa Rica, invitado por la Sede Regional Chorotega de la Universidad Nacional, el Centro Literario de Guanacaste y la Asociación Casa Poesía de Costa Rica.

 

Impartió talleres literarios en el Liceo Laboratorio de Liberia, el  Colegio Artístico Felipe Pérez; dio conferencias  en el Campus Liberia y el Campus Nicoya de la Sede Regional Chorotega de la Universidad Nacional.

 

Asimismo, sostuvo un conversatorio con los miembros del Centro Literario de Guanacaste, Costa Rica.  Igualmente, ofreció dos recitales y  presentó su libro “Formas de ir por los trapecios, que hoy comento para los lectores de Letras del Uruguay, del escritor Carlos Echinope, gran difusor hispanomericano.

Lic. Miguel Fajardo Korea
miguelfajardokorea@hotmail.com

Universidad Nacional de Costa Rica

Ir a índice de América

Ir a índice de Fajardo Korea, Miguel

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio