La mujer se escribe a sí misma: ensayismo y ontología en Rosario Castellanos y Rosario Ferré
ensayo de Jennifer Estrella

University of Connecticut, Storrs

Rosario Castellanos

Rosario Ferré

I. Introducción

El lenguaje como instrumento de opresión es una preocupación central de la crítica feminista contemporánea; reflejo de la sociedad que lo produce, asegura, abierta o subrepticiamente, la perpetuación del sistema vigente. En Mujer que sabe latín... y “La cocina de la escritura”, Rosario Castellanos y Rosario Ferré respectivamente, mediante la desconstrucción de los significados del lenguaje patriarcal, refutan la identidad que le asigna la sociedad a la mujer. A la vez, la acción misma de subvertir las construcciones sociales se convierte, para ambas, en una afirmación de su propia identidad. Este trabajo intentará retratar los procedimientos ensayísticos empleados por las mencionadas escritoras para desmitificarlas falsas imágenes de la mujer así como para construir una identidad textual propia. Tratará, asimismo, de destacar las consecuencias éticas y estéticas de dicha empresa.

II. Rosario Castellanos: la ciencia como discurso de parte.

En Mujer que sabe latín... colección de ensayos publicados en 1973, Castellanos se enfrenta a la ideología que ha excluido a la mujer de la historia y compila una lista de escritoras célebres para edificar una tradición femenina en la cual situarse. El proceso de confrontación con la ideología patriarcal se hace evidente desde el título que, primera parte de un dicho que presenta un estereotipo fabricado por la sociedad patriarcal hispanoamericana, “mujer que sabe latín no tiene ni marido ni buen fin”, demuestra la infiltración del machismo en diferentes aspectos del lenguaje. Sin embargo, la indeterminación dada al título por la inclusión de puntos suspensivos enfatiza la falta de una definición exacta y, así, admite la posibilidad de un destino diferente al prescrito por el refrán para la mujer letrada.

El nexo entre la ideología y el lenguaje se puede ver a través de “La mujer y su imagen”, ensayo introductorio que funciona como síntesis del libro. Dicho ensayo comienza explorando la mitificación de la mujer como causa de su exclusión de la historia. Su introducción al tema, sin embargo, conlleva una advertencia sobre la asimilación inconsciente de los significados de la ideología patriarcal en el lenguaje. Dice Castellanos:

A lo largo de la historia (la historia es el archivo de los hechos cumplidos por el hombre y todo lo que queda fuera de él pertenece al reino de la conjetura, de la fábula, de la leyenda, de la mentira) la mujer ha sido más que un fenómeno de la naturaleza, más que un componente de la sociedad, más que una criatura humana, un mito. (7)

La necesidad de incluir una definición de “la historia”, concepto que parecería evidente, demuestra su interés en despertar la conciencia del lector sobre la subjetividad inherente en el lenguaje, y es a partir de esa advertencia cuando el ensayo se concentra en descubrir los conceptos que se prestan a la mitificación de la mujer.

Al igual que Simone de Beauvoir y muchas otras escritoras. Castellanos percibe la mitificación de la mujer como la negación de su individualidad, y hasta de su humanidad en algunos casos, para imponer en ella una identidad construida por el hombre. El ímpetu de conformarse a una serie de características extrínsecas a ella, supone una negación de identidad propia y facilita su dominación por el hombre. Dice Castellanos:

Supongamos, por ejemplo, que se exalta a la mujer por su belleza. No olvidemos, entonces, que la belleza es un ideal que compone y que impone el hombre y que, por extraña coincidencia, corresponde a una serie de requisitos que, al satisfacerse, convierten a la mujer que los encarna en una inválida, si es que no queremos exagerar declarando, de un modo mucho más aproximado a la verdad, que es una cosa. (9)

Como con el concepto de “historia”, el énfasis dado a la génesis del significado de “belleza” indica el deseo de Castellanos de revelar la ideología subyacente en el lenguaje; además, la insistencia en “definir” estos conceptos constituye una forma de subvertirlos, es decir, un intento de ilustrarla oblicuidad presente en tales nociones que, de paso, obliga al lector a cuestionar la posibilidad de modificarlas.

La subversión de la ideología patriarcal se manifiesta en la escritura de Castellanos de diferentes formas. Consciente de los problemas propios de un lenguaje que ha sido transformado en instrumento de opresión, en “El lenguaje como instrumento de dominio”, otro ensayo de Mujer que sabe latín.... Castellanos escribe: “Hay que crear otro lenguaje, hay que partir desde otro punto...”. En “La mujer y su imagen”, este otro lenguaje al que se hace referencia se acopla a la definición de Mary Jacobus en “The Difference of View”, texto incluido en Women’s Writing and WritingAbout Wornen. Allí, Jacobus propone una escritura femenina que funcione dentro del discurso masculino, pero desconstruyéndolo, reinventándolo, para trascender los significados de un discurso de opresión. Para hacer esto en “La mujer y su imagen”, Castellanos se coloca dentro del espacio del discurso “masculino” y refuta los estereotipos de la mujer mediante la ironización y parodia de los valores de la sociedad patriarcal; es decir, Castellanos imita el tono académico y autoritario de la escritura “masculina” para construir un discurso que, a primera vista, se presenta sumamente racional y objetivo. A medida que avanza el ensayo, sin embargo, el discurso va perdiendo objetividad por la aparición de interjecciones, apartes e hipérboles que tienen como función más aparente demostrarla irracionalidad de los prejuicios contra el sexo femenino.

Comparemos el primer párrafo del ensayo (citado anteriormente) con el citado a continuación: aquél “definía” la historia y presentaba la idea de la mitificación; éste continúa la discusión sobre la imposición de un ideal de belleza en la mujer.

Están calzados [los pies] por un zapato que algún fulminante dictador de la moda ha decretado como expresión de la elegancia y que posee todas las características de un instrumento de tortura. En su parte más ancha aprieta hasta la estrangulación; en su extremo delantero termina en una punta inverosímil a la que los dedos tienen que someterse; el talón se prolonga merced a un agudo estilete que no proporciona la base de sustentación suficiente para el cuerpo, que hace precario el equilibrio, fácil la caída, imposible la caminata. ¿Pero quién, sino las sufragistas, se atreve a usar unos zapatos cómodos, que respeten las leyes de la anatomía? Por eso las sufragistas, en justo castigo, son unánimamente ridiculizadas. (10)

Mientras en aquel primer párrafo existía cierta congruencia entre el tono y el contenido, ya en éste se descubre la tendencia de Castellanos a jugar con el lenguaje. Sus “juegos” se distinguen por la obvia incompatibilidad entre la seriedad de su tono y lo absurdo de lo dicho. Lo importante es que de alguna manera este desfase parodia la irracionalidad del discurso de la sociedad patriarcal opresora subvirtiéndolo por medio de la burla. Así, la situación de la mujer se reitera mediante una sinécdoque extendida, que toma los pies por la mujer, para hacer una analogía entre las constricciones que impone el calzado femenino al pie y las constricciones que impone la sociedad sobrelamujer. Los verbos y sustantivos que denotan sojuzgamiento no aparecen por coincidencia: el calzado femenino, así como la identidad que se le impone a la mujer, se caracteriza por su antinaturalidad y por lo poco idóneo para cualquier tipo de desarrollo. Sin embargo, a pesar de la verdad que presenta, el tono hiperbólico del párrafo asegura su carácter de “juego” demostrando la habilidad de Castellanos de manipular las ambigüedades del discurso masculino.

Otro estereotipo del patriarcado subvertido en “La mujer y su imagen” es “el hada del hogar”, concepto tomado de Virginia Woolf, que representa el “dechado en el que toda criatura femenina debe aspirar a convertirse” (12). La descripción de esta figura dada por Woolf destaca su falta de egoísmo, lo que, consecuentemente, la relega al plano de lo mítico al negarle características inherentes del ser humano.

[El hada del hogar] es extremadamente comprensiva, tiene un encanto inmenso y carece del menor egoísmo. [...] Se sacrifica cotidianamente. [...]

En una palabra, está constituida de tal manera que no tiene nunca un pensamiento o un deseo propio sino que prefiere ceder a los pensamientos y deseos de los demás. Y, sobre todo, — ¿es indispensable decirlo? — el hada del hogar es pura. (12)

A pesar de que la definición en sí muestra la imposibilidad de que un ser humano encame este concepto, Castellanos escoge enfatizarlo absurdo del postulado interviniendo en la descripción para preguntar, “¿es indispensable decirlo?”. Esta pregunta, hecha en un tono retórico, sugiere que lo dicho es un lugar común que no tiene otra manera de ser, a la vez que implica todo lo contrario.

La ironización se lleva a un grado aún más alto mediante la continuación del tema de la pureza. Castellanos subraya la correspondencia entre el significado de “pureza” e “ignorancia”, destacando que la importancia dada a estas supuestas características de la mujer es tal, en la sociedad patriarcal, que se elabora toda una moral para preservarla. A la vez, señala lo absurdo de este cometido cuando hasta el uso del término “mujer” se convierte en una amenaza de contaminación.

Mujer es un término que adquiere un matiz de obscenidad y por eso deberíamos cesar de utilizarlo. Tenemos a nuestro alcance muchos otros más decentes: dama, señora, señorita ¿y por qué no? “hada del hogar”. (13)

La inclusión de otra pregunta retórica, “¿y por qué no?”, demuestra la afinidad entre estos otros términos y uno tan hiperbólico como “hada del hogar”; todos ellos buscan la negación de la mujer de carne y hueso para reducirla a una figura “mítica” cuya característica central parece equivaler a la inexistencia.

En el ensayo, la nulidad del ser de la mujer y la crítica a los valores patriarcales que endorsan esta condición puede verse en ejemplos como el siguiente:

La osadía de indagar sobre sí misma; la necesidad de hacerse consciente acerca del significado de la propia existencia corporal o la inaudita pretensión de conferirle un significado a la propia existencia espiritual es duramente reprimida y castigada por el aparato social. (14)

Aquí, la crítica se descubre en la incongruencia que hay entre la naturalidad y logicidad de la curiosidad humana y las consecuencias que ello trae para la mujer en la sociedad. Además, el tono de asombro frente a algo tan típico del ser humano demuestra cómo la mujer es definida en la sociedad patriarcal por la inversión de lo aceptado para el hombre.

La única existencia a la que puede aspirar una mujer en dicha sociedad proviene de su relación con un hombre y solamente en dos categorías: la de esposa o madre. La subversión de los significados otorgados a estos dos estereotipos puede verse en la ironía que permea su presentación. Concentrémonos en el concepto de la maternidad, concepto que representa para la mujer “la oportunidad de traspasar sus límites en un fenómeno que si no borra, al menos atenúa los signos negativos con los que estaba marcada; que colma sus carencias; que la incorpora con carta de ciudadanía en toda regla, a los núcleos humanos” (15). La enumeración de atributos ridículos que le concede a la mujer el acto de convertirse en madre contiene la primera indicación de la subversión; la segunda indicación se encuentra en el tono irónico usado para describir los cambios que se exhibirán en la mujer a partir de este momento:

Como par arte de magia en la mujer se ha desarraigado el egoísmo que se suponía constitutivo de la especie humana. Con gozo inefable, se nos asegura, la madre se desvive por la prole. Ostenta las consecuentes deformaciones de su cuerpo con orgullo; se marchita sin melancolía; entrega lo que atesoraba sin pensar, oh no, ni por un momento, en la reciprocidad. (16)

Al igual que en la presentación del “hada del hogar”, Castellanos desacredita el valor asignado a este estereotipo demostrando cómo éste va en contra de la naturaleza humana. Con esta presentación logra descubrir la trampa que le tiende la sociedad a la mujer para que deje de “ser”.

Además de la ironía, Castellanos busca la desmitificación de la mujer mediante la parodia y los apartes. En “La mujer y su imagen”, Castellanos utiliza el lenguaje científico para refutar la idea de la inferioridad biológica de la mujer postulada por autoridades masculinas. Un pasaje es particularmente digno de atención:

No es tarea fácil explicar, se lamenta [Moebius], en qué consiste la deficiencia mental. Es algo que equidista entre la imbecilidad y el estado normal, aunque para designar a este último no disponemos de vocabulario apropiado. En la vida común se usan dos términos contrapuestos: inteligente y estúpido. Es inteligente el que discierne bien. (¿En relación con qué? Pero es una descortesía interrumpir el discurso). Al estúpido, por el contrario, le falta la capacidad de la crítica. (17)

Primero, al señalarla falta de un vocabulario científico adecuado para describir la inferioridad intelectual de la mujer, Castellanos cuestiona la superioridad intelectual de científicos como Moebius y, consecuentemente, de los representantes del patriarcado opresor. A la vez, el uso de los apartes en el segundo párrafo demuestra la capacidad de Castellanos de discernir un problema que se evidencia en el postulado anterior: ¿cómo se puede medir el grado de lo correcto en un discernimiento? Y, ¿no está la ensayista haciendo crítica? Entonces, ¿hemos de tenerla por voz inteligente? Si estas teorías científicas quieren demostrar, sobre todo, la incapacidad de la mujer de asimilar cualquier tipo de instrucción, la exposición y el análisis mismos destruyen el argumento.

Sin embargo, la parodia continúa. Castellanos cita a otro científico que quiere refutar al primero demostrando la variedad de aportes que ha hecho la mujer a nuestra civilización. Estos van de “un peine que hace llegar directamente el líquido al cuero cabelludo simplificando el trabajo del peluquero y la doncella y permitiendo a los elegantes proveerse de peines de diferentes esencias” a “una forma de atado para zuecos de caucho que evita la confusión y el descabalamiento de los pares” (18-19). La enumeración de evidencia ridículo destruye la credibilidad de la hipótesis haciendo una caricatura del tratado científico del cual se ha valido la sociedad para justificar su menosprecio de la mujer.

La intertextualidad de textos escritos por y sobre mujeres que se ve en el ensayo enfatiza la falta de validez que tienen estos estereotipos. La inclusión en “La mujer y su imagen” de personajes literarios que tienen un fin trágico o viven una vida no satisfactoria por las imposiciones de la sociedad (Melibea, Dorotea y Amelia, Ana de Ozores, Ana Karenina, Hedda Gabler, La Pintada, Celestina) así como la integración de fragmentos e ideas de escritoras famosas que se rebelaron en contra de los papeles que les asignaba la sociedad (Simone de Beauvoir, Virginia Woolf, Sor Juana) presenta la larga historia de conflictos que se han producido por imposiciones del patriarcado. A la vez, la intertextualidad destaca la falsedad de estos estereotipos. Dice Castellanos:

No vamos a dejamos atrapar en la vieja trampa del intento de convertir, por un conjuro silogístico o mágico, al varón mutilado — que es la mujer según Santo Tomás—en varón entero. Más bien vamos a insistir en otro problema.

El de que, pese a todas las técnicas y estrategias de domesticación usadas en todas las latitudes y en todas las épocas por todos los hombres, la mujer tiende siempre a ser mujer, a girar en su órbita propia, a regirse de acuerdo con un peculiar, intransferible, irrenunciable sistema de valores. (19)

Todos estos procedimientos sirven para invalidar significados de la ideología patriarcal señalando su falta de fundamento. Sin embargo, a la vez que ha ido desconstruyendo estos significados, Castellanos se ha ido edificando una identidad. En primer lugar, el mero hecho de escribir el ensayo demuestra su capacidad de comprender y superar los estereotipos de la mujer. A la vez, si el ensayo comienza con un “nosotros” indefinido y distanciado, la personalidad de Castellanos va haciéndose más y más tangible a través del humor evidenciado en los apartes, la ironía que demuestran sus opiniones y perspectivas sobre una gran variedad de temas y, por último, su trasfondo y capacidad intelectual. Se podría concluir que al finalizar “La mujer y su imagen” Castellanos es tanto protagonista rebelde de su propio ensayo como una escritora digna de la tradición femenina que admira.

III. Rosario Ferré o la tropología subversiva.

Rosario Ferré, en “La cocina de la escritura”, como Castellanos en Mujer que sabe latín..., busca subvertir la definición dada a “lo femenino” en la sociedad patriarcal e ir más allá de ella. No obstante, si para transformar los estereotipos de la mujer Castellanos adopta el discurso “masculino” para después parodiarlo, Ferré, quien escribe una década más tarde (1982) y a raíz de un interés creciente en la escritura femenina, no necesita colocarse en un espacio ajeno. Al contrario, hace de los estereotipos el espacio mismo desde el cual practica la transformación de sus significados. Esta acción de apropiación le permite construirse una identidad propia que no se define por o como antítesis de “lo masculino” en la sociedad, pero que produce una subversión doble ya que se rebela no sólo contra los significados del patriarcado sino también contra los textos del feminismo que buscan confundir a la mujer con el hombre.

En “La cocina de la escritura” tanto el título como el epígrafe destacan dos elementos claves del discurso subversivo de Ferré: la utilización de una imago y la inversión de los significados mediante la carnavalización del lenguaje. Ambos, el título y el epígrafe, “Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito”, provienen de la “Carta a Sor Filotea” de Sor Juana Inés de la Cruz. En el ensayo de Ferré, esta intertextualidad evoca a Sor Juana situando así a Ferré dentro de una tradición de escritoras subversivas a la vez que le permite elaborar todo un argumento partiendo del discurso de Sor Juana; es decir, el texto de la monja del siglo XVI sirve de introducción al ensayo de Ferré. En su carta Sor Juana explica cómo, después de haber renunciado a los estudios por orden de una superiora, continúa su educación experimentando con huevos, manteca y azúcar en la cocina del convento. Ella utiliza la cocina para defender su inclinación hacia el estudio demostrando que es una característica innata que no se define ni por el sexo ni por el espacio; a la vez, al brindar la posibilidad de aprendizaje, el espacio mismo de la cocina se transforma adquiriendo un valor intelectual. Este se subraya mediante la construcción de un paralelo entre “el guisar” y “el escribir”.

Dicho paralelo se hace por primera vez en el título del ensayo de Ferré y contiene la primera indicación de que nos encontramos frente a un texto subversivo; “La cocina de la escritura” une dos sustantivos pertenecientes a esferas opuestas de la sociedad: uno que tradicionalmente se asocia con la mujer y, como consecuencia, con lo privado; otro que se identifica con el hombre y la esfera pública. Su combinación podría verse como una especie de camavalización, si empleamos el vocabulario bakhtiniano, porque invierte lo establecido para crear un mundo diferente.

Dicho proceso se acentúa en el ensayo por la reiteración constante de motivos bíblicos y religiosos utilizados para la presentación del estado emocional de la ensayista en el pasado. El concepto que tenemos de la religión siempre ha estado estrechamente relacionado a la sociedad patriarcal y se ha visto como uno de los mecanismos utilizados para subyugar a la mujer; en consecuencia, cuando Ferré utiliza términos religiosos para demostrar la falta de “ser” de la mujer dentro de una sociedad que le impone una niñez eterna, demuestra su manipulación del discurso patriarcal y esto en sí señala la inversión de dicho discurso:

Pero verme obligada a enfrentar la muerte sin haber conocido la vida, sin atravesar su aprendizaje, me parecía una crueldad imperdonable. Era por eso, me decía, que los inocentes, los que mueren sin haber vivido, sin tener que rendir cuentas por sus propios actos, todos van a parar al Limbo. Me encontraba convencida de que el Paraíso era de los buenos y el Infierno de los malos, de esos hombres que se habían ganado la salvación o la condena, pero que en el Limbo sólo había mujeres y niños, que ni siquiera sabíamos cómo habíamos llegado hasta allí. (139)

Una parte clave de esa inversión puede verse en el desarrollo de la metáfora de la cocina en sus diferentes niveles; así, si la cocina es el lugar de la mujer, desde allí se llevará a cabo la subversión de los significados que le niegan identidad. Como consecuencia, el proceso de escribir y construirse una identidad se describe en términos de cocina en cada uno de los títulos que encabezan sus secciones: “De cómo dejarse caer de la sartén al fuego”, “De cómo salvar algunas cosas en medio del fuego” y “De cómo alimentar el fuego”. De ahí que cocinar se convierta en un acto liberador y productivo que va en directa contradicción de las interpretaciones de algunos conceptos que la escritora ha asimilado del patriarcado y que le han robado su identidad. Dice Ferré:

Me había divorciado y había sufrido muchas vicisitudes a causa del amor, o de lo que entonces había creído que era el amor: el renunciamiento a mi propio espacio intelectual y espiritual, en aras de la relación con el amado. El empeño por llegar a ser la esposa perfecta fue quizá lo que me hizo volverme, en determinado momento, contra mí misma; a fuerza de tanto querer ser como decían que debía ser, había dejado de existir, había renunciado a las obligaciones privadas de mi alma. (139)

Para Ferré, sin embargo, el acto de sobrepasar los significados que le impone la sociedad patriarcal significa no sólo transformarse a sí misma, sino transformar el mundo exterior a ella. Así, puede aseverar: “escribo para reinventarme y para reinventar al mundo” y “mi voluntad de escribir es también una voluntad destructiva, un intento de aniquilarme y de aniquilar al mundo” (138). La búsqueda de una identidad propia implica la reconstrucción del mundo exterior al sujeto.

Ahora, ¿por qué utilizar la metáfora de la cocina? Siempre asociada con la mujer, históricamente la cocina se ha percibido como espacio marginado y la poca importancia dada a las labores del hogar le han conferido connotaciones negativas. No obstante, su utilización en el ensayo que nos ocupa denota una conciencia de que al cambiar el significado del espacio, se puede cambiar el significado de la persona que lo habita. Esto es lo que Josefina Ludmer ha denominado una de las “tretas del débil”:

La treta consiste en que, desde el lugar asignado y aceptado, se cambia no sólo el sentido de ese lugar sino el sentido mismo de lo que se instaura en él. Como si una madre o ama de casa dijera: acepto mi lugar pero hago política o ciencia en tanto madre o ama de casa. Siempre es posible tomar un espacio desde donde se puede practicar lo vedado en otros; siempre es posible anexar otros campos e instaurar otras territorialidades. Y esta práctica de traslado y transformación reorganiza la estructura dada, social y cultural: la combinación de acatamiento y enfrentamiento podría establecer otra razón, otra cientificidad y otro sujeto del saber. (SPM, 16)

Entonces, si el primer tipo de subversión encontrado aquí es contra el patriarcado porque busca una redefinición de los valores de la sociedad así como la afirmación de una identidad diferente a la aceptada en la sociedad (la de la esposa perfecta y la buena ama de casa), también es una subversión contra el feminismo que busca la igualdad de los sexos por medio de la negación de lo considerado femenino[1]. En vez de alejarse de “lo femenino”, Ferré busca darle un valor que hasta ahora siempre se le ha negado.

Esto se reitera en “La cocina de la escritura” por el acercamiento mismo a la acción de escribir. En la sociedad patriarcal, a la escritora siempre se le ha conferido una importancia secundaria por la supuesta subjetividad de su escritura. Ferré habla de las poéticas esbozadas por Simone de Beauvoir y Virginia Woolf y demuestra cómo estas feministas han recurrido, inconscientemente, a valores del patriarcado.

Simone opinaba que las mujeres insistían con demasiado frecuencia en aquellos temas considerados tradicionalmente femeninos, como por ejemplo la preocupación con el amor, o la denuncia de una educación y de unas costumbres que habían limitado irreparablemente su existencia. Justificados como estaban estos temas, reducirse a ellos significaba que no se había internalizado adecuadamente la capacidad de la libertad. [...] Virginia Woolf, por otro lado, vivía obsesionada por una necesidad de objetividad y de distancia que, en su opinión, se habían dado muy pocas veces en la escritura de las mujeres. (140)

Estas dos escritoras, tradicionalmente consideradas feministas, insisten en un alejamiento de lo “irracional, de la capacidad de emoción para buscar la objetividad y la distancia”. (141) Sin embargo, si al principio Ferré las toma como sus modelos e intenta imitarles en la escritura de su primer cuento, “[H]abía, pues, escogido mi tema: nada menos que el mundo; así como mi estilo, nada menos que un lenguaje absolutamente neutro y ecuánime, consagrado a hacer brotar la verosimilitud del tema, tal y como me lo habían aconsejado Simone y Virginia”, poco a poco se da cuenta de que las pautas que le aconsejan seguir son también una imposición en su personalidad y, de ahí, la imposibilidad de expresarse (140). No es hasta que escucha una historia de una parienta y se dej a llevar “por la ira, por la cólera” que logra escribir su celebrado cuento, “La muñeca menor”, y la descripción misma de la escritura del cuento se ve permeada de términos que se asocian con el plano emocional: “Encendida la mecha, aquella misma tarde me encerré en mi estudio y no me detuve hasta que aquella chispa que bailaba frente amisojos se detuvo justo en el corazón de lo que quería decir.” (141) A partir de esta experiencia, Ferré se atiene a una escritura diferente a la prescrita por sus predecesoras a pesar de sentirse que las ha traicionado. Sin embargo, tal traición al feminismo tradicional puede verse como una manera de ser más fiel a sí misma; fiel en el sentido de que hay una nueva aceptación y reivindicación de los espacios femeninos que a menudo quieren negarse pero, que ya sea por socialización o por naturaleza, le pertenecen a la mujer y son una parte importante de su experiencia y de su identidad. A propósito de esto, ha dicho María Lugones:

No me parece que sea solamente una cuestión de la diferencia entre el mundo de lo femenino y el mundo de lo masculino, ni entre el hablar de lo femenino y hablar de los masculino, sino el hecho de no encontrarse a una misma en los símbolos y en la articulación de la expresión masculina. Por lo tanto, el afianzarse en el mundo de lo concreto, no es simplemente expresar una diferencia sino tratar de articular, de una manera que no nos traicione, el mundo de una misma[2].

I. A modo de conclusión:

Tanto en Mujer que sabe latín... como en “La cocina de la escritura” hay una refutación de los valores del patriarcado que sirve como base para toda una propuesta de reorganización de las estructuras socioculturales que nos rodean. Ambas ensayistas destacan el peligro inherente para la mujer en la asimilación de significados sugeridos por una sociedad que históricamente le ha vedado una existencia plena; ambas, mediante la ironía y la metáfora, se apropian de la palabra, manipulándola, para suplir una visión diferente del mundo; ambas buscan recuperar una identidad perdida mediante su inserción en un canon literario de escritoras y personajes subversivos. Por último, aunque el texto de Castellanos parece intentar demostrar la igualdad intelectual de la mujer y el hombre dentro de la sociedad patriarcal, tanto ella como Ferré subrayan, en un momento dado, las diferencias entre los sexos presentándolas como algo positivo y, así, afirmándose a sí mismas a la vez que le asignan un sentido a la experiencia femenina a través de la historia.

NOTAS

[1] Más sobre la resistencia del feminismo hispanoamericano a la adopción acrítica de tesis del feminismo internacional puede verse en el artículo de Eliana Rivero “Precisiones de lo femenino y lo feminista en la práctica literaria hispanoamericana”. INTI 40-41 (1995): pp. 21-46.

[2] Consigno aquí de manera literal la opinión que Lugones dio a conocer oralmente durante la sesión plenaria de “Literatura femenina”, congreso llevado a cabo en Amherst College en 1983.

OBRAS CITADAS

Ahem, Maureen. A Rosario Castellanos Reader: An Anthology ofHer Poetry, Short Fiction, Essays and Drama. Austin: University of Texas Press, 1988.

Anderson, Helene. Rosario Castellanos and the Structures of Power. Contemporary Wornen Authors ofLatin America. Eds. Meyer, Doris y Fernández Olmos Margante. New York: Brooklyn College Press, 1983.

Bassnet, Susan. Ed. Knives and Angels: Women Writers in Latin America. London: Zed Books Ltd., 1990.

Castellanos, Rosario. Mujer que sabe latín... México: SepSetentas, 1973.

Jacobus, Mary. The Difference ofView. Women s Writing and Writing About Women. New York: Barnes and Noble, 1979.

Ortega, Eliana y Patricia Elena González, eds. La sartén por el mango. Puerto Rico: Ediciones Huracán, 1985.

Rivero, Eliana. “Precisiones de lo femenino y lo feminista en la práctica literaria hispanoamericana.” /AT/40-41 (1995): pp. 21-46.

Rojas, Lourdes y Nancy Sapporta Sternbach. “Latin American Women Essayists: ‘Intruders and Usurpers’. Ruth Ellen Boetcher Joeres y Elizabeth Mittman, eds. The Politics of the Essay. Feminist Perspectives. Bloomington: Indiana University Press, 1993: pp. 172-95.

 

ensayo de Jennifer Estrella

University of Connecticut, Storrs

 

Publicado, originalmente, en: Inti: Revista de literatura hispánica Volume 1, Number 46 (1997)

Providence College’s Digital Commons

Link del texto: https://digitalcommons.providence.edu/inti/vol1/iss46/6

 

Ver, además:

Rosario Castellanos en Letras Uruguay

 

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