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Una breve extensión hacia lo eterno 
Byron Espinoza

A Julissa 
Hay amores que del alma no se separan 
Saúl Hernández

Si algo extraña hasta el delirio, no es hacerle el amor, o más bien permitirle al amor que los haga, no.  Hoy extraña el saberla junto a él.  Dormida con todos y cada uno de los gestos que la habitan.  Esa mano con la que se cubre la mitad del rostro mientras permanece con los labios a medio cerrar y emite leves (muy leves ronquidos).  Extraña profundamente el mirarla con tanta ternura.  La ternura con que duerme y la ternura que se le anida en los ojos al verla.  Le hace falta el que acepte sin reparos su invitación a tomar como almohada  el hoyo de su pecho, cuando ella, de espaldas a él, entiende sin palabras, la mano que le estiran y posan sobre su hombro (cuando silenciosa en su luz se vuelve hacia él y le permite que sean uno sólo).

Extraña hasta que se le seca la memoria de tanto recordar, el inventario de sueños, luces y sonrisas con que solía iluminar el cuarto.  El Universo.

Tanto la recuerda y anhela que los días y las noches no dejan de hacerse una sola cosa en su andar por este espacio, porque se acuesta pensándola, la sueña y se despierta con su imagen taladrada en las pupilas.

(Más que imantar sus labios a los labios de ella, besar sus manos y su frente).

Sabe hoy, que lo único que no le podrán arrancar nunca son sus recuerdos, por eso se aferra hasta dejar sus uñas en ellos.

Y sangra…  Sí, porque aún en su estado se puede sufrir y sangrar.

Extraña conversar con ella.  Compartir su arte.  Admirar sus nuevas pinturas y escribir más poemas en su nombre.  Sentirla venir y mirarla.  Absorber su aroma.

Extraña la musical particularidad de su voz, sus milagros y la magia con que solía reinventar el mundo que ambos habitaban.

Pero de tanto y de todo lo que extraña y anhela, su mayor urgencia en este (su nuevo) mundo, no es otra que poder regresar al cuerpo que habitó en vida para correr a buscarla.  

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