La estrategia del caracol de Lourdes Espínola
Prólogo
Rubén Bareiro Saguier

Libro de balances, de replanteamientos, hechos «en medio del camino»,... constituye un angustioso y reflexivo cuestionamiento en una encrucijada «con todos los tiempos trastocados». La diversidad de temas trascendentales, de preguntas planteadas a sí misma, son pruebas de ello. La autora evoca su historia familiar a través de personajes y hechos altamente simbólicos: «...un pan de infancia / un olor de madre / un sonido; las pisadas del padre en la escalera...»; «un hermano que juega con aviones...» / «... una hermana que venda descalza / jazmines en Domingo...». Hay un recodo crucial en esa trayectoria: «La fragante adolescencia húmeda que marca un rasgo constante -la esencia femenina- en su palabra poética. Esa historia pasa, gozosa, por la certidumbre de la maternidad, la constancia del «hijo deseado»: «Hay un niño que duerme/ en la pieza de al lado / y mi corazón vaga ciego, / tanteando en la obscuridad / hasta besar el suyo». La corriente transcurre, pesarosa, por los oscuros pasadizos de la «Patria mía»: «...yo sé que tu palabra fue el silencio, / oprimida la sílaba, / humillado el vocablo...». Reflexiona, grávida, sobre la vocación poética, conjura las palabras para conseguir «...la alianza / de la eternidad y del instante...». El deambular se afirma en su condición femenina: «Soy mujer, desobedezco», «Escribo tinta de mujer», «Escribo vida de [8] mujer», son títulos de poemas que lo atestiguan. El trayecto se realiza así en esa dimensión de la plenitud femenina, que es el amor. Siempre dije -y aquí me ratifico- que Lourdes es una de nuestras escritoras que, en forma raigal y coherente, asume la feminidad, no como reivindicación feminista -o no solamente-, sino como una manifestación sincera del impulso amoroso, del fuego sensual, trasvasados con honda y precisa intensidad en su poesía. Esa dimensión atraviesa su palabra, su aliento vital, de manera constante y espontánea, certera y decidida, con la fatalidad gozosa de lo que constituye una esencia. Ella lo define muy bien al referirse al «pozo interminable», al «peligroso abismo». Y lo ejemplifica con el mismo signo metafórico: «...precipicio, / el blando pozo de tu cuerpo». La atracción de esa hondonada no le espanta; por el contrario, le atrae, la seduce: «La noche -en tanto- cabalgando / y nosotros amarrados al borde del abismo».

Son sumamente variados los matices de la sensualidad en la palabra poética de Lourdes, eso que llama, con ingenua y sencilla certidumbre «...el rumor de las calladas voces de mi cuerpo / navegando en mi sangre desde siempre».

Cabe comenzar este rápido recorrido por los recursos, rara vez utilizados en nuestra poesía, femenina o masculina; la alusión franca a las sensaciones corporales, a los humores que el organismo secreta para ritmar el placer de los sentidos, esos que la mojigatería hipócrita pretende mantener en estúpido secreto». El poema «Merlín» es un ejemplo excepcional del juego que va de las emanaciones sensoriales a las sorprendentes [9] imágenes poéticas: «Merlín / artes mágicas / con anillos de trébol / en el banquete de mis piernas: / las proféticas fuentes». El juego se prosigue en un vaivén de ambiguas correspondencias: «Merlín con los dorados jugos / de maligno dios...». El contrapunto no se deja esperar: «...permanezco como un lago / que vuelve; / orilla-arena-agua». Para culminar con la «...cautiva coronación: Merlín sumergido en acuosa ingle». La ilusión sobrenatural, el poder de la seducción encantatoria, propio al ámbito de «Merlín de las estrellas y de los dragones...», es sutilmente utilizado en este bello poema para marcar la evolución compulsiva, el movimiento in crescendo de las situaciones eróticas producidas dentro del cuadro mágico en el que la «lógica» del amor sensual restablece el exacto equilibrio de los componentes.

No resisto a transcribir una imagen redonda que tiene la misma fuerza erótico poética que las anteriores: «Tu rostro perfumado / en la nocturna espuma de mis piernas, / y mis huracanes lamen tus muertes». La intensidad de la metáfora, resplandeciente por el chisporroteo libido-húmedo-tibio, vuelve superfluo cualquier comentario.

En un tono más suave, con ritmo de ballet acuático, Lourdes describe los pasos lentos de un «pausado giro» erótico de gran delicadeza y elegancia: «Te acercas: / agua-desierto-miel, / y me extiendo / miel-desierto-agua. / Y no sé dónde empiezas, / dónde empiezo... / como la danza del delfín en el océano». [10]

El paisaje de «Jardín de las delicias», esbozado en los fragmentos transcriptos, mezcla los desvaríos del viejo Bosco, maestro precursor, con reminiscencias de las atrevidas e insólitas imágenes plásticas incandescentes de Frida Kalo y las sorprendentes asociaciones eróticas surrealistas de la extraordinaria poeta Joyce Mansour.

He hablado de matices y, deliberadamente, he insistido en los momentos pintados al sesgo, en los que las ambiguas medias tintas sensoriales los vuelven más intensos y percutantes.

Las otras situaciones tienen colores más unidos, lo que les da una firme convicción, ratificando la firme y constante vocación amorosa y sensual de la poesía de Lourdes «navegando en mi sangre desde siempre», como ella dice. Ese sentimiento que se desnuda de piel en sus impulsos, hasta quedar en carne viva, ardiente en el arrebato concéntrico y urgente del deseo: «Mi piel se desvistió a jirones, / excavo el deseo en cada círculo, / hasta lamer el paraíso...». Amor que busca su correspondencia como un juego de fuegos contagiosos: «...sólo importa tu piel / o el extraño sabor de mi corazón / despellejado junto a mis sentidos».

Ya para terminar quiero evocar, junto a los otros, el sentido del tacto, que Lourdes sublima, con razón, para expresar el inicio, ya sin término del deseo. Hay dos fragmentos poéticos referidos a la mano, que revelan situaciones distintas [11] pero de igual intensidad: «...un cosquilleo volcánico / me arrebato entera / y todos los silenciosos cánticos / que habitaban en mí... / se extendieron / hasta encontrar la pulposa, / la tibia presencia de tu mano». Esta sensación «de momento» se vuelve certidumbre, decisión irrevocable, no menos sensual: «Hoy te advierto / que voy a quedarme para siempre / jadeando en tu cuerpo, en el borde infinito de tu mano...».

Lourdes Espínola sabe conjugar el verbo de la palabra amorosa, sin remilgos ni falsos pudores, sabe convertir el deseo, el fuego de las sensaciones en canto encendido. Y quedar siempre «desnuda, niña, vulnerable: / poeta desde los años sin memoria».

Rubén Bareiro Saguier

Rubén Bareiro Saguier
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Lourdes Espínola

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