Los laberintos de la dialéctica en las novelas de José Revueltas

por Evodio Escalante

José Revueltas en Lecumberri, 1970

El uno significa el otro y es significado por él, cada uno es signo del otro,

renunciando a lo que Jean-Francois Lyotard llama su figura para morir en el otro.

                                                                                    Emmanuel Levinas

Disposición de nudos, crestas, sesgos y turbulencias, la máquina literaria de José Revueltas no sólo remite al contexto histórico-social, es decir, a coyunturas específicas en la historia del país, a las que correspondería, en cada caso, una cierta organización de las fuerzas del comunismo mexicano; hay en ella también una notable trenza discursiva. De tal suerte, la reflexión política y la reflexión filosófica se “empalman” al signo literario para dar un tejido peculiar. La publicación de las obras completas de Revueltas, que hizo accesibles textos agotados y dio a la luz valiosos materiales inéditos, permite comprobar lo que antes podía pasar por una simple sospecha: sólo se puede comprender a Revueltas, en el sentido cabal del término, si se atiende a lo que se dice en sus textos políticos y filosóficos. Hay entre ellos y su Corpus narrativo una íntima trabazón que no puede continuar ignorándose, a riesgo de permanecer dentro de una limitada y deforme óptica interpretativa

Los planteamientos que la escritura avanza en una novela como Los días terrenales (1949), adquieren su explicación y su formulación teórica en el Ensayo sobre un proletariado sin cabeza (1962), verdadero manifiesto político-filosófico de la Liga Leninista Espartaco. Del mismo modo, el trasfondo argumental de Los errores (1964), se torna más evidente si se confronta con algunos pasajes de la Dialéctica de la conciencia (1982). Con este paralelismo, sin embargo, no quiero sugerir que la “verdad” de ambas narraciones hay que ir a buscarla en otro lugar, ni que su significación última, en caso de que ésta exista, deberá desgranarse de lo que se dice en los textos políticos o filosóficos. Lo que digo es que el trenzado del signo se corrobora y clarifica en la proximidad de estos otros textos que no han sido pensados para ser consumidos como literatura. Y que, por tanto, esta proximidad es ventajosa.

Los días terrenales ha sido sin duda la novela más polémica de Revueltas. Aunque elogiada por algunos de los críticos más destacados de la época (Alí Chumacera, Salvador Novo), su publicación suscitó una violenta andanada de críticas y recriminaciones por parte de lo que sería el público “natural” de la obra: los intelectuales de izquierda. El episodio terminó cuando el autor, que había sido acusado de “decadente”, de “existencialista”, y de haberse pasado al bando de la burguesía, retiró el libro de la circulación y entró en una fase de profunda autocrítica. Menciono esta turbulencia de neto carácter inquisitorial, con su profesión de “arrepentimiento” por parte del acusado, porque me parece que el inme-diatismo de estas reacciones ha impedido ver la complejidad estructural de la novela. Mejor dicho: la novedad que aporta en términos de estructura.

Nadie duda que Los días terrenales es una novela política. Tan es así que, podría decirse, parte de una pregunta básica que muy pocos tuvieron la osadía de poner en palabras (el sólo hecho de insinuarla, por supuesto, hacía de Revueltas un “perro del mal”): ¿Se puede ser comunista sin pertenecer a la organización que lleva ese nombre? Esto es, ¿se puede ser comunista fuera del partido? El drama de Gregorio, el personaje central de la novela, no es otro sino éste. El partido se ha convertido en una secta, o quizá no ha podido ser sino una secta, una burocracia fanatizada que oficia en las catacumbas y que guarda la “pureza” de la doctrina con un celo enfermizo. Dominado por el dogma y por el sectarismo, el partido se ha convertido en una iglesia ridícula que ha perdido el contacto con la realidad y que está dispuesta a devorar a sus propios fieles si ello conviene a los intereses de “la causa’ ’.

Gregorio, cuyos planteamientos al interior del partido se han vuelto molestos, es enviado así a una misión “suicida”. El partido sabe con anticipación que la policía reprimirá y que Gregorio será objeto de esta represión. Es probable que muera; por lo menos, será llevado a prisión. Mecánica prodigiosa: se le quita de en medio y se obtiene —por el mismo precio—un mártir que ha de servir de bandera agitacional. El partido se convierte en una máquina enloquecida que devora a sus mejores hijos. Es decir: a los que le estorban.

Pero el planteamiento de Revueltas está lejos de ser un planteamiento moralista. De lo que él da testimonio es de una deformación esencial. Este no puede ser, por más que así se llame, el partido del proletariado. Y no lo puede ser no por un defecto o una tara mental atribuible a sus dirigentes, sino porque cómo aparato político arrastra deformaciones muy difíciles de superar. Deformaciones que provienen de su historia y de su subordinación a las directivas de la Internacional Comunista. No es que las personas fallen; es que las circunstancias no han permitido que nazca el partido de la clase obrera. Aunque la novela de Revueltas no llega a decirlo en estos términos, es claro que lo que el narrador ha advertido no es otra cosa que lo que diez años después será conocido como la tesis de la “inexistencia histórica del Partido Comunista”, tal y Como se formula en el Ensayo sobre un proletariado sin cabeza.

De esta inexistencia deriva una situación fundamental que atañe a los personajes: ninguno de ellos es, aunque lo parezca o lo pretenda, un comunista real. Si el partido no existe como tal, entonces lo mismo los dirigentes que los militantes de base se tornan tan “irreales” como lo es la organización en la que militan. Así se lo dice Revueltas a Luis Mario Schneider en la que es quizá la mejor entrevista que se le hizo al narrador: “.. .los comunistas de Los días terrenales no eran comunistas verdaderos porque en México no existía un verdadero partido comunista.”[1]

En el mismo sentido y en el mismo lugar, agrega: “Los personajes de Los días terrenales [...] no ven su propia solución, como individuos, sino en una especie de autoacabamien-to, de autofagia moral, catarsis que les permite no dejar de ser comunistas ante sus propios ojos, aunque sin ellos mismos darse cuenta, en la vida sean unos comunistas deformados, con una mente deformada por su concepción dogmática del ser de un comunista.”[2]

Traigo a colación estos pasajes porque me parece que aquí aflora lo que podríamos llamar la espiral de la alienación, y porque creo además que dicha espiral está en el centro de la novela. Puesto que el partido es irreal, sus militantes no pueden ser sino personajes fantasmáticos, grotescos, esto es, condenados a vivir en la sombría gruta de la irrealidad, deformados como lo están por la carencia de su ser histórico. Pero aquí no termina el proceso de la alienación. Esto querrá decir, continuando con ella, que tampoco el narrador escapa a esta determinación. El narrador es también un sujeto alienado que observa y describe la alienación de sus personajes desde su propia alienación originada en una carencia.

Esto relativiza las posiciones de Gregorio y su antagonista, Fidel. A la luz de las anteriores afirmaciones, no se puede decir que en el debate entre Gregorio (el militante que duda y que cuestiona) y Fidel (el burócrata filisteo) hay uno que tiene la razón, por más que el que parezca tenerla —representando en este sentido la posición del narrador— sea Gregorio, pues, a su vez, como ya se dijo, también el narrador es sujeto alienado.

¿Laberinto de la verdad, en el que el que parece tener la razón se revela en el siguiente paso como vaciado de ella? Sin duda. Lo más interesante es que la espiral de la alienación, antes que deducida de una entrevista con Schneider, está incorporada en el texto novelesco a través de un dispositivo muy original. Esto tiene que ver, por cierto, con un aspecto que me parece ha pasado inadvertido de la novela de Revueltas, a saber: el hecho de tratarse, a su modo, de una novela de artista.

Como lo ha hecho la novelística europea de Thomas Mann a Kundera, José Revueltas trabaja Los días terrenales como si se tratara de una novela de artista. Entiendo por novela de artista aquella en cuyo argumento juegan un papel decisivo las reflexiones que acerca del arte y de la actividad artística en general llegan a suscitarse a propósito de uno o varios personajes. Revueltas logra un interesante equilibrio entre la novela política que todos han visto y la novela artística que ha sido inadvertida por todos gracias a que caracteriza a Gregorio como un ser bifronte. Es, por un lado, un militante del partido, que cumple una misión entre los campesinos de Acayucan, en el estado de Veracruz. Es, por el otro, un antiguo estudiante de pintura en la escuela de San Carlos. Así, el personaje recuerda los viejos pasajes de una lección sobre El Greco y la “revive”, por decirlo así, al mirar los torsos desnudos de los campesinos durante la sesión de pesca en el río Ozuluapan.

Esta evocación de El Greco se torna decisiva. Quiero decir: aporta una verdadera clave de la lectura. ¿Qué es lo esencial en El Greco? Hasta donde se sabe, la deformación. Esa sublimación, ese gótico crecimiento que alarga los rostros y los cuerpos como si tratasen de ascender al cielo y estar en contacto con Dios. Rodeado de campesinos, Gregorio recuerda el Entierro del conde de Orgaz y encuentra ahí un dato que modifica su lectura de la realidad. Así como los personajes del pintor parecen deformados por esa aspiración a la verdad de Dios (que para un ateo será una aspiración hacia la Nada, hacia la pura ausencia de ser), así Gregorio, del mismo modo que el narrador, verá a todos los hombres deformados, cada quien por su verdad particular. “Seres a los que nunca se les podría comprender del todo, de igual manera junto al conde de Orgaz que en las orillas del río Ozuluapan, aunque ahí estaban sus cuerpos, nocturnos y alargados, con el mismo impulso de sobrenatural crecimiento hacia lo más alto de la noche, hacia el imposible cielo. El mismo impulso de crecer.” Para concluir más adelante: “Astigmatismo de Dios. Distorsión del hombre hacia la Nada.”[3]

Entrar al reino de los cielos, entrar con pie derecho en el socialismo. Todos los hombres están poseídos por la verdad, esto es, por un puñado de convicciones en las que creen y por las que pueden llegar incluso a entregar la vida.

Todo rostro humano está entonces deformado por verdades o por creencias particulares. De tal suerte, cada quien aparece convertido en su propio monstruo, aunque no se dé cuenta de ello. Por eso el único personaje que pone una distancia frente a las verdades y su necesaria carga de fanatismo es Gregorio, el héroe trágico de la novela, que sabe que la medida del hombre la da su capacidad, muy nietzscheana, de soportar, más que una verdad, la ausencia de cualquier verdad. Este es el sesgo que consume (y que consuma) la última aparición del personaje al concluir el texto. El problema es, entonces, ¿cómo escapar a la deformación? ¿No estamos todos entrampados en un cierto tipo de alienación que nos hace sentimos diferentes frente a los demás sin que advirtamos de qué modo asumimos en carne propia una deformación específica?    ,

Incluso Gregorio, que parece un sujeto aparte, puesto que intenta distanciarse de la verdad, termina por reconocer que él también tiene una, aunque ésa sea “la carencia de cualquier verdad”. Su sesgo, pues, enfila hacia el vacío, hacia la aceptación de la carencia.

Es así como, a través de una evocación modélica de El Greco, esto es, a través del rodeo que significa montar una reflexión de la más pura naturaleza estética, Revueltas suscita en el centro de su novela la espiral de la alienación.

Por eso, acaso, cuando los furiosos ataques de la izquierda “bien pensante”, el autor no pudo defender su texto. ¿Cómo? ¿De qué modo, si todo dentro de él pertenece al orden de la relatividad? ¿Con qué argumentos defender una tesis novelística que se sabe ella misma la encamación de una mentira, de una verdad particular, que es también decir, de una deformación específica?

El suelo de la alienación, quiero decir, su sustrato, como ya se vio, es, según Revueltas, la “inexistencia histórica” del partido. Mientras este organismo no exista, la figura del comunista (cuando menos en México) será la del hombre de paja; su realidad, la del simulacro. Si Los días terrenales, como se ha visto, se fundamenta en esta carencia que todo lo deforma, Los errores, que en gran parte parece una reescritura de la novela anterior, se funda en una pregunta todavía más radical. La pregunta diría así: ¿Es posible ser comunista en la época del socialismo reaP. Esto es, ¿se puede ser comunista sobre la base de que el socialismo, en el sentido neto del término, no existe en ninguna parte?

La pregunta, por sí misma, es traumática. Si la novela anterior se colocaba en el contexto de la inexistencia del Partido Comunista Mexicano, lo que señala el anclaje local del texto, su territorialidad limitada, Los errores invoca un ámbito planetario. Los errores ha sido escrita porque el comunista que es Revueltas se encuentra de pronto al borde del abismo. Ese abismo es la inexistencia del socialismo; ese abismo es la usurpación del nombre del socialismo por modernos estados despóticos que perpetúan, en el momento en que dicen aboliría, la añeja opresión del hombre por el hombre. El fracaso histórico del proyecto marxista-leninista, cuando menos en lo que va del siglo y atendiendo a los estados que dicen regirse por este pensamiento, es lo que determina esta cresta en la novelística de Revueltas.

En la Dialéctica de la conciencia el trauma se expresa a través del concepto de la negación alotrópica. Revueltas siente que la dialéctica del marxismo, que no es, en gran parte, sino una “adaptación” de la dialéctica de Hegel a las necesidades del “socialismo”, es insuficiente por no decir que mitificadora. La superación, la famosa Aufhebung hegeliana, no sólo avanza hacia adelante, también lo hace hacia atrás. La negación, que sirve para tener acceso a estadios superiores, puede ser engañosa. Se supone que el socialismo es la negación del capitalismo, o sea, la superación de sus contradicciones. Esto es lo que puede uno aprender en los manuales. Pero puede tratarse (aquí está el quid del asunto) sólo de una negación aparente, que atañe a la forma pero no al contenido.

La negación alotrópica, en el lenguaje de Revueltas, es aquella “que cambia la forma pero conserva el contenido.” La forma es socialista pero el contenido sigue siendo la opresión, la explotación capitalista. Así lo entiende Revueltas: “Las formas socialistas en los países de Estado obrero no vienen a ser... sino formas mitificadas del capital.”[4]

Los Estados del trabajo, como también los llama Revueltas, no han hecho sino reciclar los temas del capitalismo, no sin antes disfrazarlos, con tal de que parezcan otra cosa. O sea: han reinstalado la alienación del hombre a la economía, cuando se supone que se trataba de liberar al hombre, por primera vez en la historia, de estas ataduras.

Cito de nuevo la Dialéctica de la conciencia: “El hecho de que las formas mercancía y valor-trabajo ya hayan existido en otras sociedades económicas no capitalistas (y aquí cabe bien el tan pobremente estudiado modo de producción asiático) quiere decir, en lo más profundo de su esencia, que el proyecto humano, ante todo, es su desenajenación de toda economía, precisamente cuando el proyecto socialista moderno no es otra cosa que la sujeción de todo el hombre a la economía.”[5]

La inexistencia histórica del socialismo impone un nuevo sesgo en la literatura revueltiana. Confirma, mejor dicho, algo que el Ensayo sobre un proletariado sin cabeza había enunciado desde sus páginas iniciales: a saber, que el hombre es por sí mismo un acontecimiento revolucionario. Para Revueltas este es un “principio básico de las leyes del desarrollo”. El hombre reitera, a cada momento, “el abolengo de haber aparecido en la naturaleza como el más grande de los acontecimientos revolucionarios, como el acontecimiento revolucionario supremo”[6] .

Enunciado optimista que augura, sobre la inercia de las estructuras históricas, una eterna alborada revolucionaria. En Los errores, este humanismo de cierto modo ingenuo adquiere una malicia que viene a ser como el otro rostro, como el enunciado gemelo, de la negación alotrópica. Se trata de la postulación del hombre como un ser erróneo. Un ser condenado a equivocarse y a medrar en los errores de la propia materia. Un ser que no puede establecerse en ninguna verdad porque las verdades se le vacían constantemente hasta que quedan sólo sus inútiles cascarones. Condenado a no acertar nunca, esta equivocidad esencial es lo que garantiza, a través de una negatividad asumida, que el hombre siga siendo, fuera o dentro del supuesto sistema “socialista”, un acontecimiento revolucionario. Es cierto: en Los errores Revueltas parece evitar el término revolucionario; al menos intenta deslizarlo a un segundo plano; está demasiado cargado de connotaciones. Prefiere enunciar: desapacible, trágico. Condenado, por su ser ontológico, a fallar y a fallar otra vez. Siempre, sin remedio posible.

Así lo dice el texto: “El hombre es un ser erróneo... un ser que nunca terminará por establecerse del todo en ninguna parte: aquí radica precisamente su condición revolucionaria y trágica, inapacible. ”7 La moraleja es ésta: la negación alotrópica puede imponerse en todas partes (así se enuncia en los torvos manuales de marxismo), pero la rebelión del hombre continuará. La división en clases puede desaparecer de la faz de la Tierra, pero la rebelión del hombre continuará. El Estado puede ser eliminado, tendría que ser eliminado, si hacemos caso de las promesas que fundaron el movimiento, pero la rebelión del hombre continuará.

De Los dias terrenales a Los errores hay, pues, una continuidad y una variación. La primera novela termina con un sesgo: vemos al personaje, Gregorio, enunciar su carencia y desvanecerse en el infinito. Los errores presenta un cuadro mucho menos simplista. No por nada la novela comienza y termina con elementos de una trama de nota roja. A través de este “enmarcamiento” la novela crea un efecto de estructura. La presencia de la policía, o mejor, de la lumpen-policía, es lo que aporta el trasfondo sobre el cual ha de pensarse y actuarse en este país. Igual que Salazar Mallén en / Viva México!, o que Josefina Vicens en Los años falsos, Revueltas evoca en este libro la miseria política sobre la cual se asienta todo lo demás.

¿Por derrotismo? No, de ninguna manera. A fin de cuentas, lo que él hace, como novelista, es traducir la realidad. Ubicar, de otro modo, la plataforma sobre la que han de crecer nuestras sublimaciones, nuestras idealizaciones. El sustrato, en fin, sobre el que cada hombre ha de volverse un signo para el hombre.

A Enrique González Rojo

Notas:

[1] José Revueltas. Cuesliorumientos e intenciones. México, Ediciones Era, 1978, p. 111.

 

[2] Ibid., p. 103. Subrayado mío.

 

[3]  José Revueltas. Los días terrenales. México, Ediciones Era, 1973, p. 23.

 

[4]  José Revueltas. Dialéctica de la conciencia. Prólogo de Henri LefSvre. Recopilación y notas de Andrea Revueltas y Philippe Cheron. México, Ediciones Era, 1982, p. 161.

 

[5] Ibid., p. 158

 

[6] José Revueltas. Ensayo sobre un proletariado sin cabeza Prólogo de Andrea Revueltas, Rodrigo Martínez y Philippe Cheron. México, Ediciones Era, 1980, p. 49. Subrayado mío.

 

[7] José Revueltas. Los errores México, Ediciones Era, 1979, p. 69.

José Revueltas

13 abr 2016
 

por Evodio Escalante

 

Publicado, originalmente, en: Revista de la Universidad de México  nº 466 / artículos / Noviembre de 1989

Revista de la Universidad de México es una publicación editada por la Universidad Nacional Autónoma de México

Link del texto: https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/9dd9848d-1a81-4917-a75a-404dac807572/los-laberintos-de-la-dialectica-en-las-novelas-de-jose-revueltas


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