La construcción de la imagen en la poesía de Sabines

por Evodio Escalante

Una de las razones que explican la permanencia y la difusión que han alcanzado los poemas de Jaime Sabines (me encuentro a menudo personas que se los saben de memoria), estriba, a mi modo de ver, en la manera en que el escritor construye sus imágenes. No es la suya la imagen visionaria del vanguardismo, que aspira a romper los esquemas habituales de percepción de la realidad. Sabines intenta siempre manejarse dentro de la topología que todos conocen; el haz de sus imágenes pertenece a la experiencia sintética del hombre común y corriente, al que cuando mucho puede exigírsele alguna reminiscencia de lecturas bíblicas. Es, en este sentido, uno de nuestros autores más democráticos; el sustrato cultural en que se apoya, y en el que persevera, es un sustrato eminentemente comunitario, y hasta podría decirse, tradicional.

Por otra parte, habría que señalar la enorme efectividad de muchas de sus imágenes. Sabines es capaz de crear imágenes de una gran sencillez y al mismo tiempo de una gran efectividad. Inusitadas, sin ser rebuscadas, dueñas de una notable potencia de convicción, las imágenes que Sabines construye son una de las crestas más altas de su arte verbal. Pureza, nitidez, concentración, visibilidad inmediata, éstas son acaso las características sobresalientes de su trabajo con la imagen. Si C. Day Lewis sostenía que la imagen es “un cuadro hecho con palabras", hay que agregar que los de Sabines a veces se resuelven con dos o tres rápidas pinceladas. Destaco, en seguida, una de las que más me impresionan. Se encuentra en el poema “He aquí que estamos reunidos”, uno de los que nunca faltan en las antologías del lector. La amargura y la plenitud del goce sensual comulgan de forma milagrosa en una noche de borrachera y fornicación. Acaso muy lejos de la tradición judeo-cristiana, los involucrados gozan de tal manera en el jolgorio que sienten que les brota “por todo el cuerpo el alma”. Pero no es ésta corporeidad del alma lo que aquí me interesa, sino una línea abrupta y sorprendente que puede dar, ella sola, toda la atmósfera de la orgía -y evocar, por qué no decirlo, su aturdidora lucidez-: Relámpagos de alcohol cortan la oscuridad de las pupilas. Abrupta sabiduría de la imagen. La carne es oscura pero el alcohol puede significar la iluminación, la cauda de regocijo, la plenitud sensual.

En otro poema (“Canciones del pozo sin agua”), Sabines había trabajado una imagen de algún modo similar, pero, me parece, mucho menos efectiva: El dulce alcohol enciende tu cuerpo / con una llamita de inmortalidad. Si esta imagen convence menos se debe a que es declarativa en exceso (y, si se me permite, hasta redundante: ¿para qué amontonar enciende y llameante?). Persiste la ecuación entre alcohol y luminosidad, pero esta vez necesita reiterarse, como si no estuviera segura de su fuerza. Al encender el cuerpo con la llamita de la inmortalidad, el alcohol se muestra como el instrumento de una trascendencia. Sí, pero esta trascendencia está mucho más económicamente sugerida (y no declarada) en el primer verso que cité: Relámpagos de alcohol cortan la oscuridad de las pupilas. Condensación preciosa, y además, sorpresiva. Es de esas imágenes cuyo sentido intelectual empieza a desgranarse poco a poco, como por un efecto de sedimentación que no deja de agradecerse en la lectura.

Otra de las imágenes (para mí) más memorables de Sabines aparece en su poema “Yo no lo sé de cierto”. Directa, nítida, precisa, con una enorme potencia afirmativa. Es, por decirlo así, una radiante epifanía, una gloriosa conciliación del hombre con el cuerpo y con el abrazo amoroso que hace posible su comunión. Cito, sin más, la penúltima estrofa:

Cualquier día despiertan, sobre brazos;

piensan entonces que lo saben todo

Se ven desnudos y lo saben todo.

Es cierto que la fuerza de estos versos depende en gran medida de la repetición de la frase final, así como del recurso implícito de corrección (epanortosis) que ejerce la última línea sobre las anteriores; con todo, la asombrosa economía de medios de que se vale Sabines es la que le otorga a este texto su maestría indiscutible. Inutilidad del comentario. La gracia del texto se impone por sí sola, como cuando, en Diario semanario, se nos hace leer: ‘Tú vienes toda entera a mi encuentro, y los dos desaparecemos un instante, nos metemos en la boca de Dios”.

O como cuando, en “Los amorosos”, leemos: El amor es el silencio más fino. Definición que es una imagen perfecta y un modelo cumplido de economía verbal. En tres palabras toda la atmósfera de la alcoba en el momento posterior (¿o anterior?) a la conjugación carnal. Me parece que es muy difícil igualar esta hazaña.

Hay, también en “Los amorosos”, un racimo de imágenes en las que quisiera detenerme. La primera imagen se trabaja con una metáfora que funciona como una hipérbole, esto es, como una exageración. Exageración cariñosa: remite al mundo de la fantasía, al mundo del cuento (la referencia se maneja como perteneciendo al mundo de lo familiar; pertenece al saber común de los protagonistas del poema):

Los amorosos son la hidra del cuento.

Tienen serpientes en lugar de brazos.

Esta primera imagen prepara el advenimiento de una segunda, que es en verdad la que a mí me impresiona. Si los versos citados evocan un mundo entrañable al mismo tiempo que fantasioso, los versos que siguen pertenecen al orden de lo real. La exactitud (la precisión, el detallismo) de la imagen tiene una carga de impresionante realismo. Toda la realidad, incluso espantosa, de la cópula amorosa, aparece aquí resumida en dos líneas que son, para mí, uno de los prodigios de la construcción de imagen en la poesía de Sabines:

las venas del cuello se les hinchan

también como serpientes para asfixiarlos.

Las serpientes del cuento sirven de cadena asociativa para introducir en este ejemplo unas serpientes mucho más directas, que aluden a las venas del cuello, hinchadas al mismo tiempo que asfixiantes. Las serpientes, empero (elemento metafórico), dejan el primer plano: están aquí subordinadas a la descripción realista. Lo que destaca, pues, con un verismo fotográfico (si se puede emplear el término) es la carnalidad de la cópula.

Después de la tensión, el descanso. Un toque juguetón cierra con ritmo ternario esta preparación y este (feliz) advenimiento de la imagen. F.1 texto se permite un toque glorioso de trivialidad que no le viene mal al poema: Los amorosos no pueden dormir / porque si se duermen se los comen los gusanos.

La vena popular de Sabines aparece en esta inflexión de un modo más que indubitable. Resuena en nosotros la conocida canción: Doña Mariquita no meta la mano / porque si la mete le pica el gusano. / Doña Mariquita no meta los pies, / porque si los mete le pica el cienpiés. No es ésta, por cierto, la única referencia al mundo de la cultura popular en la poesía de Sabines. Más que un detalle curioso, esta referencia ilustra una vertiente constitutiva de este poetizar, y sin la cual, por cierto, salvo mejor opinión, Sabines no sería el poeta que es.

 

por Evodio Escalante
 

Publicado, originalmente, en: Periódico de Poesía Nueva época Primavera de 1993

Periódico de Poesía es una publicación editada por la Universidad Nacional Autónoma de México, a través de la Dirección de Lteratura

Link del texto: http://www.archivopdp.unam.mx/index.php/4548

 

Ver, además:

Jaime Sabines en Letras Uruguay

 

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