Algunas fuentes de Doña Bárbara [1]
por John E. Englekirk
Tulane University, New Orleans

 

A 270 millas al sur de Caracas se encuentra la soñolienta metrópolis del llano, San Fernando de Apure. Dormitando en la lejana ribera del mayor afluente del Orinoco, la ciudad está situada a unas seiscientas millas del mar, en el corazón de una de las más extensas llanuras de América. En esta vasta pampa de aproximadamente 250.000 millas cuadradas, el llano por excelencia es el de Guárico y del Alto y Bajo Apure. Y a unas cuarenta millas al sur de San Fernando, por un sendero arenoso se llega al orgullo del Apure, el hato de La Candelaria. Este famoso rancho, que concentra 100.000 caballos e innumerables millares de ganado cimarrón, se extiende hasta más allá del Arauca, abarcando más de 275 millas cuadradas de llanura venezolana. La Candelaria era ya una hacienda bastante grande en los años en que Páez, Bolívar, Boves y Morillo hacían historia en esas mismas llanuras. En el siglo siguiente cayó en las ávidas manos de Juan Vicente Gómez, como antes en las de Cipriano Castro, aumentando hasta sus actuales proporciones a medida que se le añadían numerosas tierras vecinas y posesiones comunales. Las tierras antes cultivadas o dedicadas al pastoreo vigilado, se convirtieron en dominio favorito del caballo indómito y del ganado cerril, de la onza, tigre y león, de la volatería y del venado. Y en los días de Gómez, antes de que comenzaran las lluvias invernales, muchos excursionistas solían visitar este paraíso del cazador, que es La Candelaria.

Rómulo Gallegos fue uno de estos excursionistas, durante las vacaciones de Pascua de 1927. Era su primer viaje al llano. La Trepadora (1925) había sido bien recibida, y ahora estaba muy ocupado en otra novela. Pero antes de que pudiese terminarla necesitó material auténtico del llano, el suficiente para que la descripción de la corta visita de su protagonista a San Fernando tuviese el acento de la verdad. Pero este personaje no volvió nunca a las páginas del manuscrito inconcluso, ni se narró nunca su historia. Gallegos abandonó el tema por uno que le atraía desde que —un cuarto de siglo antes— compuso Los Aventureros, donde había presentado la barbarie y la civilización como las dos fuerzas contrarias que mueven el cuerpo social venezolano. Allí, en La Candelaria y en San Fernando, oyó por primera vez el relato de la ya casi mítica hombruna, que le pareció simbolizar del mejor modo las devastadoras fuerzas de la regresión y la barbarie.

La idea se desarrolló rápidamente. Su protagonista, el joven de Caracas, que iba sólo a pasar unos pocos días en el llano para volver luego a la capital, habría de permanecer en el valle del Apure y del Arauca para contribuir a la destrucción de las fuerzas retardatarias de la prosperidad del Llano. Don Rómulo trabajó febrilmente en los breves ocho días que permaneció allí. Había guías complacientes para familiarizarlo con los diversos aspectos de la vida de la estancia, el rodeo, la hierra, la doma, la recolecta, el vado de los ríos; y muchas lenguas impacientes por referir las hazañas, las pendencias, las supersticiones y costumbres del llanero, en jerga chispeante y en coplas que él más tarde transcribiría tan fielmente en sus páginas que, como señaló un crítico: Nunca se habían contado en Venezuela estas cosas del llano con tanta exactitud, con tanta lealtad, con tanto fervor...

Un mes después de su regreso a Caracas las primeras galeras de una nueva novela salían de la imprenta. Pero Don Rómulo no estaba contento con lo que leía, ni le agradaba el título de La Coronela. La explosión inicial y espontánea de inspiración y entusiasmo parecía no haberle conducido a un término satisfactorio. No tenía temperamento o disposición de ánimo para trabajar penosamente en una historia que no se desenvolvía gradualmente a medida que él apretaba las teclas. El argumento lo había encontrado de inmediato; lo había pensado en su viaje de retorno a Caracas, lo había desarrollado en largos paseos solitarios, y luego, sin esquema ni notas escritas, se sentó para redactar a máquina capítulo tras capítulo, hasta que las primeras pruebas comenzaron a salir de la imprenta. Esta fue su técnica. Una trama debe tomar su forma final casi inconscientemente, espontáneamente, a medida que se escribe. Y una vez terminado un capítulo, debe quedar como está porque a Don Rómulo no le gusta retocar una sola línea; si está todavía suficientemente animado, prefiere escribir toda la página o el capítulo otra vez. La Coronela le defraudó en cuanto leyó sus primeras páginas impresas; su título carecía del influjo o simbolismo de sus novelas anteriores; repentinamente, se desinteresó por toda la obra y mandó suspender la publicación. La Coronela quedó también sin ver la luz.

Poco después, Don Rómulo llevó a su esposa a Bologna, a operarse. Fue en Italia, durante la convalecencia de aquélla, que retornó al abandonado manuscrito de La Coronela, revisando y volviendo a redactar capítulos enteros, y acertando por fin con un título que ubicaría a la novela entre las obras maestras, tan felizmente tituladas, de sus colegas americanos: Los de abajo, La vorágine, Don Segundo Sombra. A principios de 1929, luego de tres meses de inspirada labor, Doña Bárbara estaba pronta para los impresores de Barcelona, y para el aplauso mundial.

Sólo ocho días en el llano y, sin embargo, Gallegos escribió una novela que motivó manifestaciones de críticos que no conocían su ambiente o su pasado, tales como la siguiente: Don Rómulo Gallegos ha vivido, sin duda, la vida amplia y libre del inmenso llano y sabe reflejarla en sus múltiples aspectos con una sobriedad y un verismo bien poco tropicales, por cierto.

Sólo en una oportunidad, el autor sugiere o denota que Doña Bárbara nació de contactos, leyenda y sucesos recogidos durante aquel corto viaje a Apure en 1927. Invariablemente, los críticos exaltarán a Don Rómulo como el que forjara la ficción de la hombruna Doña Bárbara, y uno irá tan lejos que insistirá sobre este carácter imaginario de la heroína como punto de partida para justificar acusaciones de plagio y de falta de originalidad. Algunos reputados críticos, tanto colombianos como venezolanos, ya han juzgado conveniente refutar las acusaciones de que Doña Bárbara era un plagio de La vorágine porque allí también hay bongos. .. ¿Qué refutación de imputaciones tan mal fundadas sería más efectiva que una información de cómo Gallegos logró en realidad su historia y sus personajes?

Don Rómulo estaba muy locuaz aquella tarde de fines de junio de 1947. Había asistido a la construcción de un pequeño edificio a los fondos de su casa "Marisela", que está situada al pie de El Ávila, en las cercanías de Caracas. También había ayudado con sus propias manos a construir a "Marisela", y con las ganancias de Doña Bárbara. Esta era su manera de descansar de. los atareados días en las oficinas principales de la Acción Democrática, partido que dirigía, y del cual era nuevamente candidato presidencial —"El candidato del pueblo"— igual que en 1941, cuando Apure abogaba por él como su hombre "que no tiene otra cosa que un libro bajo el brazo". Hablando de ese libro y del leal apoyo de sus amigos llaneros, Don Rómulo recordaba sus días en La Candelaria. Antonio Torrealba, decía, era el que más sabía del llano y del llanero en San Fernando.

Fue Antonio quien le sirvió de guía, y de constante compañero en 1927, quien le presentó a sus compadres en la hacienda, y quien le suministró largas colecciones de coplas y otras formas de verso popular que figurarían en Doña Bárbara y, posteriormente, en Cantaclaro.
Antonio José Torrealba Osto es fácilmente reconocible en el peón Antonio Sandoval que da la bienvenida a Santos Luzardo en Altamira. Como el verdadero Antonio, el de la novela está siempre a mano cuando Santos necesita el estimado consejo de un veterano en las costumbres del llano y de sus habitantes. Antonio Torrealba vive ahora en San Fernando, a donde llegó proveniente de La Candelaria hace unos diecisiete años. Es inconfundible su cara redonda, de color aceitunado. El tiempo ha aumentado, sin duda, el peso de este araucano buen mozo, que tiene ahora cerca de cuarenta años. Su estatura mediana y su pie izquierdo contrahecho parecen acentuar sus doscientas cincuenta libras y desmentir que haya sido Antonio el cicerone y consejero de antaño. Hoy, Antonio trabaja en una joyería donde limpia y pule, cuando no deleita a los que quieran escucharlo con cuentos de la vida en el llano, o llena libros mayores con coplas de la tradición oral o de su propia composición. Uno de sus libros está colmado de observaciones sobre tradiciones y costumbres populares que, según afirma, están cambiando rápidamente si no desapareciendo por completo.

Antonio nació de madre india y de un descendiente de los primeros colonos españoles, en el hato Santa Rita, de propiedad de su padre, al sur de San Fernando. Creció en el monte y en la sabana. En la época en que Gallegos y sus amigos visitaron La Candelaria, en 1927, Antonio había logrado a fuerza de trabajo un puesto de responsabilidad como ayudante del administrador del rancho. Hoy constituye su alegría y su orgullo, dilatados generosamente por los años, recordar cada uno de sus instantes con Don Rómulo, identificar nombres de lugares y de personajes de Doña Bárbara, y detallar cada escena o acontecimiento que Gallegos trata ligeramente en la novela.

Pero es en torno del personaje de Doña Bárbara que realidad e imaginación están tejiendo una leyenda en la mejor tradición de la llanura venezolana. Los hechos incontrovertibles son pocos. En las primeras décadas de este siglo, en unas extensas posesiones a lo largo del Arauca, a unas 150 millas al oeste sudoeste de San Fernando, vivía una mujer llamada Francisca Vázquez que se hizo célebre como la hombruna o marimacho del hato Mata El Totumo. Debe haber sido diestra en las costumbres del llano y capaz de habérselas tiesas con cualquier hombre. Cuando Gallegos llegó al llano en 1927, Doña Pancha se había convertido ya en algo legendario. Vivía todavía por esa época. La opinión corriente coloca su muerte hacia 1929. Gallegos no llegó a conocerla, ni visitó su hacienda. Sin embargo, Antonio Torrealba la vio muchas veces, y es posible apenas imaginar qué relatos habrá contado a Gallegos de sus proezas, su astucia, su codicia y su dominio de los hombres.

Todos parecen coincidir en que Doña Pancha no se casó nunca. Antonio alegará, no obstante, que ella tuvo dos vástagos: una hija que, según se dice, aun vive en las tierras de su madre que son, desde hace mucho, propiedad de los Hernández Vázquez, y un hijo que fue muerto por un "toro bravo". Pero Mariano Pardo, del salón de "ponche" de la Plaza Páez, en San Fernando, negará que Doña Pancha haya tenido hijos. En sus días juveniles, Don Mariano pasó más de diez años a caballo por todos los lugares del país del Apure. Conoció a Doña Pancha en su casa de Mata El Totumo. Años más tarde, recordaba sus visitas a San Fernando. Declara que ella era baja, rechoncha y hasta fea; que se vestía desaliñadamente y como un hombre mientras estaba en los terrenos de pastoreo, pero que siempre aparecía limpia y respetablemente vestida en San Fernando. Ambos hombres coinciden en cuanto a las historias sobre numerosos pleitos por cuestiones de límites. Don Mariano porfía, sin embargo, que Doña Pancha no era tan astuta y sagaz como la describe Antonio; esos juicios, según cree, eran motivados principalmente por su ignorancia y su mala administración. También cree que, como resultado, Doña Pancha perdía a menudo más tierra de la que ganaba. Ambos hombres recuerdan el más sensacional de esos juicios, que tuvo lugar en San Fernando alrededor de 1922. Esta vez fue Doña Pancha contra Don Pablo Castillo. La defensa estaba en las hábiles manos del abogado Pensión Hernández; la acusación era conducida magníficamente por una figura no menos capaz, según dicen, como es la del hoy distinguido poeta y estadista Andrés Eloy Blanco. El juicio fue el acontecimiento más importante durante muchos días. La gente se apiñaba en el tribunal desde temprano por la mañana, estremecida por la elocuencia de los "dos bonitos abogados".

Pronto se empieza a sospechar que Antonio y otros han confundido, desde hace mucho, a la original Doña Pancha de Mata El Totumo con el personaje desarrollado más tarde en la fértil imaginación y bajo el extraordinario poder de asimilación del creador de Doña Bárbara. Es evidente también que la película "Doña Bárbara", que ha sido exhibida en tres o cuatro oportunidades durante varias noches seguidas estos últimos años en San Fernando, ha contribuido no poco a las historias contradictorias y a los borrosos recuerdos que se tienen hoy de la hombruna de carne y hueso de hace veinte años.

Hoy Doña Bárbara se ha convertido en un símbolo y en un apodo —aun entre las chicas y habitúes de los bares de San Fernando—. Doña Pancha ha desaparecido; pero Doña Bárbara ha vuelto para reemplazarla como la notoria cacica y devoradora de hombres de Apure.

A la luz de la información aquí presentada, la visita de Doña Bárbara a San Fernando, tan adecuada y poéticamente descripta en el capítulo La hija de los ríos, lleva ahora añadidos sentido e importancia. ¿No está tratando Gallegos de contarnos la leyenda surgida en torno al carácter de Doña Pancha, invitándonos a la vez a identificar su heroína con la hombruna de Mata El Totumo? Para los hombres del llano, al menos, la asociación debe haber sido inmediata. ¿Y no intenta del mismo modo transmitirnos su convicción de que Doña Bárbara también se convertirá pronto en parte de la leyenda del llano, como su réplica en la vida? ¿Cómo se podrían interpretar de otra manera las líneas siguientes?

Ya, al saberse que estaba en la población, habían comenzado a rebullir los comentarios de siempre y a ser contadas, una vez más, las mil historias de sus amores y crímenes, muchas de ellas pura invención de la fantasía popular, a través de cuyas ponderaciones la mujerona adquiría caracteres de heroína sombría, pero al mismo tiempo fascinadora, como si la fiereza bajo la cual la representaban, más que odio y repulsa, tradujera una íntima devoción de sus paisanos. Habitante de una región lejana y perdida en el fondo de vastas soledades y sólo dejándose ver de tiempo en tiempo y para ejercicio del mal, era casi un personaje de leyenda que excitaba la imaginación de la ciudad.

Gallegos mismo admitirá que no está más seguro de hasta qué punto la historia de Doña Bárbara es la historia de Doña Pancha tal como la recogió de la imaginación de la ciudad. Pero, ¿es que realmente importa? Basta con que hoy en el llano la marimacho de Mata El Totumo y la hombruna de El Miedo se hayan convertido en una para los espíritus impresionables y propensos a las sugestiones de lo extraordinario, como lo son los de la imaginativa gente llanera. Y así también hoy en San Fernando, para el igualmente imaginativo forastero, son los pasos de Doña Bárbara, sombra errante y silenciosa, los que repercuten en su imaginación a través de la noche soñolienta de brumas.. . y leyenda.

[1] El material para este estudio, publicado originalmente en Hispania (Agosto, 1948), fue reunido en el verano de 1947 durante un viaje a Venezuela que facilitó una subvención del reciente Carnegie Foundation Research Program, administrado por la Universidad de Tulane. Con autorización del autor, se han suprimido las notas eruditas y algún pasaje en esta traducción a cargo de Hernán Rodríguez Masone.

 

por John E. Englekirk - Tulane University, New Orleans
Revista "Número" - año 3 Nos 13/14

Marzo/Junio de 1951

 

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