Objeciones a "Hamlet"

La Mona Lisa de la literatura

T. S. Eliot

En un libro que recoge varios de sus ensayos, Eliot incluyó este trabajo sobre el "Hamlet" de Shakespeare, señalando críticas a una pieza que tradicionalmente es considerada como obra maestra. El texto es de 1919, abarca ocho nutridas páginas y sólo se recogen aquí algunos fragmentos. La traducción es de Sara Rubinstein.

 

EL RESULTADO final del examen de Robertson es, creemos, irrefragable: que el Hamlet de Shakespeare hasta donde sea de Shakespeare, es una pieza que trata del efecto de la culpa de una madre sobre su hijo, y que Shakespeare no pudo imponer con éxito este motivo sobre el material "intratable" de la antigua pieza.

 

Sobre esta "intratabilidad" no pueden caber dudas. Lejos de ser la pieza maestra de Shakespeare, la pieza es, con toda certeza, un fracaso artístico. En varios aspectos nos deja perplejos, y es inquietante como ninguna otra. De todas las piezas es la más larga y tal vez aquella que le costó más fatigas; y sin embargo ha dejado en ella escenas superfluas e inconsistentes que aún una revisión precipitada debería haber notado. La versificación es variable.

 

Sin duda todo justifica que atribuyamos la pieza, junto con aquella otra profundamente interesante, de material "intratable" y versificación asombrosa, Medida por medida, a un período de crisis, al que siguen los éxitos trágicos que culminan en Coriolano. Coriolano puede no ser tan "interesante" como Hamlet, pero es con Antonio y Cleopatra el éxito más seguro de Shakespeare. Y probablemente son más los que han considerado a Hamlet una obra de arte porque lo encontraron interesante, que los que lo han encontrado interesante porque es una obra de arte. Es la Mona Lisa de la literatura.

 

Hamlet, como los sonetos, está lleno de cierto material que el escritor no pudo arrastrar a la luz, contemplar, convertir en arte. Y cuando buscamos este sentimiento, lo encontramos, como en los sonetos, muy difícil de localizar. No se lo puede señalar en los parlamentos; en realidad, si se examinan los dos famosos soliloquios se ve la versificación de Shakespeare, pero un contenido que podría ser reclamado por algún otro, tal vez por el autor de la Revenge of Bussy d'Ambois, Acto V, esc. I. No encontramos al Hamlet de Shakespeare en la acción, ni en ninguno de los pasajes que se podrían seleccionar, tanto como en un tono inconfundible que sin duda no está en la pieza más antigua.

 

El único modo de expresar una emoción en forma de arte es encontrando un "correlativo objetivo"; en otras palabras, un grupo de objetos, una situación, una cadena de acontecimientos que sean la fórmula de esa emoción particular; tales que, cuando los hechos externos, que deben terminar en una experiencia sensoria, son dados, la emoción es evocada de inmediato. Si examinamos cualquiera de las tragedias más afortunadas de Shakespeare, encontraremos esta equivalencia exacta; encontraremos que el estado de ánimo de Lady Macbeth caminando en sueños nos ha sido comunicado por una hábil acumulación de impresiones sensorias imaginadas; las palabras de Macbeth al enterarse de la muerte de su esposa nos impresionan como si, dado el encadenamiento de los hechos, estas palabras fuesen automáticamente puestas en libertad por el último acontecimiento. La "inevitabilidad" artística está en esta completa y justa proporción entre lo externo y la emoción; y esto precisamente es lo deficiente en Hamlet. Hamlet (el hombre) está dominado por una emoción que es inexpresable porque está en exceso sobre los hechos tal como aparecen. La supuesta identidad de Hamlet con su autor es genuina hasta este punto: que el desconcierto de Hamlet por la ausencia de un equivalente objetivo de sus sentimientos, es una prolongación del desconcierto de su autor frente a su problema artístico.

 

En el personaje Hamlet es la bufonada de una emoción que no puede desahogar se en acción; en el dramaturgo es la bufonada de una emoción que no puede expresarse en arte. El intenso sentimiento, extático o terrible, sin un objeto, o excediendo su objeto, es algo que ha conocido toda persona con sensibilidad; es sin duda un asunto de estudio para los patólogos. Ocurre a menudo en la adolescencia; la persona ordinaria adormece estos sentimientos o ajusta sus sentimientos al mundo de los negocios; el artista los mantiene vivos mediante su capacidad para llevar al mundo hasta la intensidad de sus emociones. El Hamlet de Laforgue es un adolescente; el Hamlet de Shakespeare no lo es, no tiene esa explicación y excusa. Tenemos que admitir sencillamente que aquí Shakespeare abordó un problema que resultó demasiado para él. Por qué lo intentó, es un enigma insoluble; bajo el apremio de qué experiencia intentó expresar lo inexpresablemente horrible, no lo podremos saber nunca.

 

T. S. Eliot
El País Cultural Nº 164
23 de diciembre de 1992

 

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