Eliot como crítico

La modestia del gato

Rosario Peyrou

NO SÓLO es uno de los nombres insoslayables en el panorama de la poesía del siglo XX.

Eliot fue además un crítico excepcional, probablemente el más brillante del mundo anglosajón y uno de los precursores de la moderna critica literaria. Tuvo además el infrecuente don de la claridad expositiva, un gusto certero, una inteligencia despierta y una bienhumorada benevolencia laque no le impidió ser exigente y riguroso pero que lo salvó de la soberbia y la pedantería, dos defectos que lamentablemente no son fáciles de soslayar para quienes practican el "ejercicio del criterio".

El mismo escribió que "de tiempo en tiempo es deseable la aparición de un crítico que emprenda una revisión de la literatura del pasado y establezca un nuevo orden de poetas y poemas" Eso fue exactamente lo que hizo: puso a circular a los poetas metafísicos (Donne, King, Marvell, Cowley, Cleveland), casi olvidados en el siglo XIX, revalorizó el aporte de los primitivos isabelinos, y en cierta forma el canon actual de valores de la poesía anglosajona es obra suya.

 

Tapa en el semanario Time

Frente a la crítica impresionista dominante a principios de siglo, Eliot escribió en 1923 un artículo sobre "La función de la crítica" (tema al que volvería repetidas veces), donde aún antes del importante libro de I.A. Richards Principios de crítica literaria (1925) fundamentó su recelo frente a las interpretaciones subjetivas, la crítica sociológica y el biografismo, viendo en el estudio de la poesía y no del poeta, la tarea esencial de la crítica literaria. Esa postura lo convirtió en mentor de los New Critics que hacia 1935 fundaron en Estados Unidos un nuevo movimiento (John Crowe Ramson, Allen Tate, Cleanth Brooks, Robert Penn Warren, Kenneth Burke) cuya obra Eliot difundió desde su revista The Criterion. El mismo se sorprende en Sobre la poesía y los poetas (1957) de la influencia que se le atribuye. Consideraba su actividad crítica como un producto secundario de su propio laboratorio de poesía, sujeta por lo tanto a sus afinidades y rechazos, y no dejó de insistir en sus limitaciones. Es difícil entonces reprocharle sus puntos débiles, su falta de sintonía con alguna zona de la poesía, porque él los reconoce antes que nadie.

Luis Cernuda —que fue su admirador y en cierto sentido su discípulo— observa con razón que la antipatía por Goethe ("Goethe y Mr. Eliot", 1959) es el resultado de los prejuicios de Eliot como católico para entender a un poeta tan inclasificable como el autor del Fausto.

Para Eliot, que se definía a si mismo como "clásico en literatura, monárquico en política y anglocatólico en religión" (prólogo a For Lancelot Andrewes, 1928) esas formas de la fe están ligadas a lo que es el centro de su obra poética y crítica: la creencia en el valor de la tradición. Norteamericano de nacimiento, se sintió, como Henry James, como Ezra Pound, antes que todo un europeo. Su adopción de la nacionalidad inglesa en 1927 es en realidad un gesto simbólico del huérfano que busca el respaldo de una tradición. Su adscripción al clasicismo es un intento de restaurar la tradición central de Occidente. "Un poeta italiano—escribió Eugenio Montale— no se encuentra en la misma situación: lleva en las espaldas una tradición y puede continuarla también cuando parece renegar de ella. Pero Pound y Eliot, americanos europeizados, muy poco tenían en las espaldas y, en su viaje a rebours, era necesario que encontraran la poesía neolatina en su forma germinal, en su nacimiento. Pound, los provenzales y después Dante (pero inicialmente Cavalcanti); Eliot, Dante, que con los metafísicos ingleses, Donne sobre todo y los dramaturgos isabelinos, le sirvieron para crear una corona de clásicos involuntarios, congéneres suyos"

En su ensayo sobre Dante, Eliot se lamenta de que la dispersión de las distintas lenguas europeas del tronco latino común y la creciente secularización, convirtieran a las tradiciones locales en excluyentes entre sí. Frente a esta disgregación que se acentúa en el siglo XX había, según Julio Hubard, tres posibles actitudes estilísticas: inventar una lengua particular exacerbadamente local, como hizo Joyce, juntar todas las lenguas como hizo Pound, o discernir, cribar y erguir una tradición sobre las    ruinas como hacen la poesía y la crítica de Eliot.

Es interesante observar cómo desde presupuestos ideológicos diferentes, dos grandes  escritores también venidos de los márgenes de la tradición europea hicieron algo similar; Borges y Paz. Ambos en su actividad creativa y ensayística reivindicaron la posibilidad de ser herederos directos de una tradición más amplia y universal, aunque no tuvieron que renunciar a nada, tal vez porque esa herencia está en los orígenes de la mezcla étnica y cultural que es América Latina.

 

DOS PREGUNTAS FUNDAMENTALES. En un ensayo de 1933, Función de la poesía y función de la critica, Eliot define dos preguntas fundamentales en la labor del critico: ¿qué es la poesía?, ¿es éste un buen poema? Esa sencilla formulación esconde uno de los asuntos de más difícil elucidación: el de la valoración. "Si no se cree en la aptitud del crítico para distinguir entre un poema bueno v uno malo, poca fe merecerán sus teorías", escribe con su habitual sensatez. Lo primordial en todo crítico es su capacidad para seleccionar el buen poema y rechazar el malo; reconocer el buen poema nuevo que responde propiamente a las nuevas circunstancias es la mejor prueba de esa aptitud. Luego, hay que saber ordenar lo escogido, y en esa labor descubrir un nuevo criterio poético de acuerdo con el cual considerar lo leído. Ese gusto certero, resultado de la acumulación de lecturas pero también de una sensibilidad innata, no es fácil de encontrar: "Si los hombres escribiesen únicamente porque tienen algo que decir, y no porque desean escribir un libro o porque ocupan una posición tal que se espera de ellos que escriban libros, la masa de obras críticas no estaría del todo desproporcionada con el escaso número de las que merecen leerse".

Frente a la multiplicación y dispersión de los lenguajes críticos, frente al aburrimiento y el dogmatismo de mucha crítica actual, leer a Eliot es divertido y vivificante. Si exige del crítico un máximo de conocimiento y de rigor no pierde en cambio el sentido común: "gustar de la poesía en el orden adecuado de méritos es perseguir un fantasma, persecución que dejaremos a aquellos cuya ambición es la "cultura" y para quienes el arte es un artículo de lujo y su apreciación una proeza". Porque un gusto genuino, afirma, es también un gusto imperfecto, y hay que desconfiar del lector que no siente una debilidad especial por algún poeta menor. Apreciar sólo "la gran literatura" es sinónimo de escasa aptitud personal.

 

CRITICAR AL CRITICO. Eliot vio todos los riesgos de la crítica. Acusó al Finnegans Wake de Joyce de haber dado pie a la confusión de critica con erudición, porque explicar un texto no es comprenderlo. Y se acusó a sí mismo por sus notas explicativas a The Waste Land que lanzaron a tantos tras la quimera de los naipes Tarot y el Santo Grial. También en un polémico ensayo sobre Hamlet supo advertir contra otro defecto: el exceso de interpretación. El Hamlet de Coleridge o de Goethe (el Quijote de Unanumo o de Madariaga, podría agregarse) son en realidad creaciones de estos críticos y poco tienen que ver con el texto original.

La critica biográfica, la que busca explicar el texto por los avatares del autor, o la sociológica que le interesaba como disciplina, le merecen la misma objeción; no ayudan a comprender la poesía en tanto poesía.

Aunque él mismo fue punto de partida para la critica inmanente fue suficientemente lúcido en 1956 ("Las fronteras de la crítica", Sobre la poesía y los poetas) como para ver que también esta forma de abordaje de los textos, con ser la más justa, enfrenta peligros y tiene limitaciones. Con su acostumbrado buenhumor se refiere a un volumen de ensayos titulado Interpretations, en el que una serie de nuevos críticos ingleses analizan poemas sin salirse del texto mismo: "Casi todos eran poemas que conozco desde hace años y que me gustan: y después de leer los análisis, hallé que sólo lentamente iba recobrando mi anterior sentimiento frente a ellos. Fue como si alguien hubiese desarmado una máquina y me hubiese dejado a mí la tarea de volver a unir las partes". (A algo parecido aludía hace poco Alvaro Mutis cuando después de escuchar un largo análisis formal de un poema suyo, dijo que éste se había convertido en un renacuajo en una mesa de disección). "De modo que el crítico por quien siento mayor gratitud — escribió Eliot— es aquel que puede hacerme ver algo que no había visto nunca, o que había visto con ojos enturbiados por prejuicios, aquel que me enfrenta con la obra y luego me deja a solas con ella". Un critico, en definitiva, debe ser un hombre culto, interesado en cosas diversas, con un gusto educado y la sensibilidad necesaria para ayudar a sus lectores a comprender y a disfrutar.

 

UNA OBRA CENTRAL Si es grande la influencia de la obra poética de Eliot en las generaciones posteriores, no es menor la de su trabajo como ensayista. En el ámbito de la lengua española este influjo se hace sentir con claridad meridiana en los mejores "críticos practicantes" como le gustaba decir al propio Eliot. Incide sobre todo en el sentido de responsabilidad frente a la propia tradición. La teoría expuesta por Borges en "Kafka y sus precursores" (Otras Inquisiciones, 1952) en el sentido de que cada escritor modifica el pasado literario porque aporta un ángulo diverso desde el cual mirar la tradición, y crea a sus propios precursores poniéndolos en una relación que no existía antes de su aparición, es una idea de Eliot expuesta en Selected Easays, 1917-1932. La concepción de la critica como ordenadora de relaciones entre los textos, como configuradora de mapas dentro de una literatura, que sostiene la obra ensayística literaria de Octavio Paz, ya había sido expuesta por Eliot en varios ensayos. Tanto Paz como Borges han sostenido la visión de Eliot (Tradición y talento individual, 1919) de que la poesía es un conjunto viviente de todos los poemas genuinos que han sido escritos, y la idea de Borges del libro único que escriben las generaciones de los hombres es un desarrollo de aquella concepción.

También Luis Cernuda, quien conoció muy bien en su exilio inglés (1938-1947), la poesía anglosajona (lo que explica en parte su peculiaridad como poeta de lengua española) fue marcado por la lectura de los ensayos de Eliot. No sólo lo estimularon para escribir sobre varios poetas ingleses, sino que lo dotaron de una nueva perspectiva en su interesante aunque a veces polémica revisión de la literatura española.

En la llamada "generación española de los 50", la obra de Eliot marcó profundamente a dos poetas-críticos: Jaime Gil de Biedma, autor del excelente prólogo de la edición española de Función de la poesía y función de la crítica (Seix Bairal, 1955) y José Ángel Valente, quien a partir de su interés por los poetas metafísicos, investigó sobre los heterodoxos de la tradición española y su relación con la literatura inglesa.

 

UNA LECCIÓN DE MODESTIA. Leer a Eliot sigue siendo hoy una experiencia aleccionadora. El "viejo gato", como alguien le llamó, se defiende como los de su raza: es difícil atraparlo porque siempre es el primero en auto criticarse y en rectificar sus opiniones demasiado tajantes. Es admirable la soltura con que lo hace: "Mejor es confesar las propias debilidades cuando existe la seguridad de que van a quedar al descubierto más pronto o más tarde, que dejar que la posteridad las saque a la luz", dice en uno de sus últimos ensayos ("Criticar al crítico", 1961).

Eso es lo que había hecho cuando en una conferencia de 1951 recogida en Sobre la poesía y los poetas, daba argumentos demoledores para explicar por qué su drama poético The Family Reunion es un fracaso. Es cierto que sus escritos sobre temas sociales, políticos o religiosos son lo que menos se sostiene de su prosa ensayística, pero él lo debe haber sospechado cuando inicia una conferencia de 1955 sobre "La literatura y la política" con estas palabras: "Experimentan ustedes muy probablemente la emoción de una multitud que se ha congregado para ver lanzarse al agua, desde gran altura, a un hombre del que ha corrido el rumor que ni siquiera sabe nadar". Eliot fue además conciente del carácter epocal de su crítica, coherente con su opinión de que cada generación debe hacer su propia relectura de los clásicos. Supo, mejor que nadie, que mientras las grandes obras de creación permanecen, el interés que posee la critica del pasado no es mucho más que la curiosidad. Pero aunque llegue también para él ese momento, su obra crítica deja algunas lecciones que por ahora siguen teniendo plena vigencia. Y su lección principal es estética y es también moral: que la mayor obligación del poeta es con el lenguaje; que la misión del crítico es ayudar a la comprensión y al disfrute del texto, sin perder de vista que su lectura no es más que una en la red de lecturas que conforman el sistema de una literatura.

Rosario Peyrou
El País Cultural Nº 164
23 de diciembre de 1992

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