Palomo G 9 y la Gallina 
Alberto Ekonen

-¡Señora! ¿Que me va´dar por la chica?

-La gallina bataraza -contestó la esposa de Palomo.

Ésta historia que ocurrió entre 1988 y 1996 me fue narrada por el doctor Rogelio (Bochi) Ayling, Administrador de la Estancia el Cantao - Río Senguer - Provincia del Chubut. Argentina. Los protagonistas fueron cuatro.

PALOMO

En 1988 Palomo tendría unos 45 años. Le decían Palomo porque daba esa impresión. Caminaba con el pecho y la cabeza adelante y con los codos para atrás. Las cejas pobladas que apuntaban para arriba terminaban de dar la razón al sobrenombre aquel que lo hizo conocido en muchas leguas a la redonda. Cubría su cabeza con un sombrero alón. De rigor eran las bombachas de campo y un par de botas acordeonadas. 

Era buen ovejero, buen jinete y muy cumplidor en su trabajo. Sabía de ovejas como un cura que reza el Padre Nuestro. Había capado a diente y esquilado a tijera. 

Mateaba como cualquiera, y nunca lo vi fumando y no tenía cara de borrachín. 

Comenzó trabajando desde chico. A los diez años daba una mano en los corrales haciendo ruido con una lata llena de piedras para arrear las ovejas. Calzaba alpargatas y su enclenque humanidad estrenaba cada dos o tres años alguna ropita de alguien de mayor edad 
"Lleve esto pa´l muchacho" -le habría dicho a su madre alguna vecina con hijos mayores. 

Hizo la Colimba en el Regimiento de Colonia Sarmiento y allí le enseñaron que la Argentina era más grande que Chubut y Santa Cruz juntas.

Con el tiempo y la ayuda de algún patrón fue armando su recado.
El "paisano" Juan Painefil le vendió un caballo de trabajo al que le puso de nombre: "Mira lejos" 
Donde iba era bien recibido y tenía conchabo seguro en las tareas anuales de los Campos Patogónicos. En las señaladas juntaba animales y durante la esquila hacía de todo. 

Se movia de un lugar a otro de a caballo, seguido por un carro tirado por una yegua. La capacidad del carro era tal que su mujer acomodaba con holgura las pertenencias de la familia.

PALOMA

Paloma -llamaremos así a la compañera de nuestro protagonista- Cuando se casó con Palomo que ya había "sentau" cabeza, era una linda chica de Teka, pero los años la maltrataron, los inviernos y el andar de aquí para allá dejaron su huella. Era petisona y medio desdentada, usaba el pelo tirado hacia atrás, sin ninguna vincha ni horquilla ni nada que la adornara.

UNA ANCIANA

Una anciana, vecina del Cordón de Pastos Blancos, que andaría por los ochenta o noventa años. Era tan vieja, que parecía que no tenia torso, tan curcuncha había quedado después de no sé cuantos años. 

Físicamente no daba la impresión de ser descendiente de los Tehuelches que poblaron la zona. Era medio blancona. Su rostro que habría sido de un óvalo perfecto estaba mas arrugado que un fuelle. El maxilar inferior casi tocaba la nariz por falta de dientes y muelas. Su cara dejaba ver un par de ojitos que sonreían entre apagados fulgores de un verde azulado, que acusaba algunos genes trasnochados. Vaya a saber cual de las abuelas de la vieja se entreveró con algún pasajero, o un mercachifle o algún blanco de los que viajaban entre Punta Arenas y Río Negro allá por el mil ochocientos setenta y tantos con los indios de los caciques Orkeke y Casimiro. 

Le habían hecho creer que el general Roca en 1874 había andado por la zona correteando a los paisanos cuando ella era muy joven y graciosa. Ella se lo creyó y agregaba cuentos e historias de su coleto, incluso describía al General de a caballo y "juyendo" loma abajo con la paisanada atrás.

Hacía algunos años que le habían dejado una niña aguachada que "de guena voluntá" la estaba criando.

PALOMITA

Llamaremos Palomita a la chica que criaba la viejita del Cordón. 

La primera vez que la vi, tendría entre diez y quince años. Palomo trabajaba de Puestero y vivía en el puesto del Tacho. La construcción de la casa y del galpón se terminó antes del invierno, en diciembre fuimos a ver la obra y de paso a saludar a la pareja. El cuarto recién pintado, dedicado a la cocina, estaba negro de hollín porque la "cocina económica" había "humeado" nos dijo la señora del Palomo. 

Mientras conversábamos, vi pasar a la chica como un relámpago de una pieza a la otra. Tenía la cabeza gacha, la pobre parecia una laucha, dirigió una rápida mirada de reojo a las visitas y desapareció. 

Con toda seguridad era tímida con los de afuera. y supuse que su vocabulario estaba compuesto por frases bien de campo como "¡echesé carajo! cuando ordenaba a un perro que se quedara quieto, o "¡juíra carajo!" para indicarle al flaco animal que saliera de la cocina, el que agachado y meneando la cola se retiraba avergonzado. 

-¿Quién es esa chica? -pregunté a Bochi cuando salimos de la casa.

-Es una piba que recogieron en el Cordón -dijo nuestro Administrador. 

Sin mediar palabra me contó la Historia de la Gallina, hecho que ocurrió en El Cordón de Pastos Blancos. 


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El Cordón de Pastos Blancos fue el asentamiento del Cacique Tramaleo. 

Orillando el faldeo de la meseta, corre un camino de unos 30 kilómetros que comienza en la Ruta Nacional 40, (en "lo de Eslapelis") entre las ciudades de Alto Río Senguer y Río Mayo y termina interceptando la Ruta Provincial 38 de Chubut en las cercanías de las casas de la Estancia El Cantao. 

El día, en que ocurrio nuestra historia hacía rato que Palomo venía siguiendo la huella del Cordón. Se dirigía al Cantao para hacerse cargo del "Puesto" del Tacho. El camino comenzaba con una picada de carros bien marcada, luego, casi llegando al Cantao se abría en abanico y había que encarar una de las huellas. La pareja sabía por experiencia en cual meterse porque sinó el carro se podía quedar colgado del eje "y eso era jodido".

Él o la mujer abrían y cerraban las siete tranqueras que tenían por delante. Cuando faltaba algo para pasar por lo de don Gregorio pararon en una humilde tapera.

Un par de álamos despeinados por el viento crecían como podían al lado de un pequeño menuco, cuya agua languidecía después de bajar desperdiciada unos metros barranca abajo.

Por una puerta, mitad de tablas y algún cuero que cortaba el frío, apareció una vieja. Palomo ya la conocía de mucho antes y la tapera era una especie de parador para abrevar los caballos e invitar a la vieja con unos mates. 

-¡Hola don Palomo!…¿Que lo trae por aquí?

Palomo ya se había apeado y dando unas órdenes a su mujer se quitó el sombrero dejando al aire su cabeza cubierta de pelo negro cortado familiarmente a tijera. Media frente era de color claro, el resto de la cara muy quemada por el Sol, resaltaba el blanco de sus dientes.

-Pase usté señora.¿Trajo algo pa dejar acá? -preguntó la pedigüeña vieja.

-No, todavía no -respondió la mujer de Palomo. Era su respuesta a toda pregunta que la podría comprometer.


En eso aparecieron unos perros tan flacos y sin fuerzas que nunca encaraban de frente la loma ni el viento; por que habían descubierto lo que la gente que navega a vela le llama "echar un borde". Ladraban contentos y toreaban entre ellos a una chica de unos 10 años de edad sin nombre conocido. Jugaban entre la bosta seca de algún caballo a sotavento de una raquítica mata de calafate, que nunca llegó asemillarse, porque la vieja o alguno de los que pasaban por allí recogían la fruta, "hasta casi verde",- se quejaba la anciana. 

-¿Y quien es esa? -preguntó Palomo señalando con un movimiento del mentón a la chica que seguía jugando y correteando.

"No sé don Palomo, fue el año pasao que la dejaron, o fue antes d´eso" -dijo la vieja dirigiendo la palabra al fondo de la tapera en donde en la parte más oscura estaba sentado un hombre, también harapiento: alpargatas, pantalón tres o cuatro tamaños más grande, camisa y chaleco de casimir que alguien alguna vez usó en el Senguer o Río Mayo. Sonreía idiotizado y dijo guturalmente ¡ajá!; luego salió sin aclarar la duda, y le dio una mano a Palomo con los caballos.

Después de unos mates cebados con la yerba que trajo la mujer de Palomo; éste, acompañado del paisano de las penumbras, atrapó los animales y preparó el carro para seguir viaje. En voz baja, Palomo le dio una orden a su mujer quien sacó alguna chuchería: alguna galleta de campo y algún trapo que le sobraba; y se los pasó a la vieja quien quedó chocha de contenta. 

Cuchicheando casi al oído de Palomo, su mujer insistía con la palabra y con el imperioso gesto. Palomo con la rienda en la mano escuchaba moviendo los ojos de izquierda a derecha como pensando la cosa. 

La vieja apoyada en la puerta adivinaba el significado de los gestos del matrimonio; y pensó en la ventaja que sacaría después de la propuesta que "de juro" recibiría.

El alegato de la Paloma era muy claro: ya se sentía media vieja y adolorida y que la chica la podría ayudar. No tenían hijos y ni posibilidades de tenerlos. Ya hacía años que no le bajaba… 

-Porqué no le dice "uste", pero hágase el disimulau porque por ahí la vieja no quiere. La voz se le apagaba de angustia, y haciéndose la disimulada lo codeaba insistentemente.

¿Que me darán por la chica? ¡Comida, yo quiero comida! -pensaba la vieja y se saboreaba. Su mente la llevaba a imaginar proteínas y cosas imposibles: un chancho, sí, sí, aunque sea chico… 

-Bueeeno… -medio le temblaba la voz al Palomo, como cuando quería comprar algo y pretendía disimular sus ansias. "Nos vamos nomás pal Cantao" dijo, amagando estribar. Su mujer lo miró incrédula e intentó hablar. Pero si no será pelotuda. ¡No me hable mas que se va a dar cuenta la vieja! -le dijo Palomo en un susurro a su mujer. 

El juego más primitivo estaba por comenzar. Él se hacía el desentendido y esperaba una palabra de la vieja. Ésta rogaba que se le dé la cosa, pero a cambio de algo, lo que sea. Por lo menos ganaría algo y no tendría que darle de comer a la chica esa, que comía; pero siempre andaba hambrienta.

Rienda en mano, Palomo saca el pie del estribo y se puso a ayudar a su mujer con la yegua del carro. 

La puta que lo parió, la remil puta que lo reparió -pensó la vieja. Y casi pierde el juego. 

-¡Oigan! -pegó el grito. ¡Espere! Se olvidó de algo don Palomo - la vieja hizo su última jugada.

Y ahí ganó la anciana, porque Palomo creyó que la vieja había arrugado y le iba a hablar de la chica. Sí; mi señora está de acuerdo con llevar a la chica para que la ayude con las cosas de la casa -dijo condescendiente. 

-Ah, esa es otra cosa. Se jodió -pensó la vieja. Yo lo llamaba nomás porque se olvidó del mate -dijo la veterana saboreando su victoria.

El palomo se dio cuenta que en la última jugada, la vieja lo barrió con todo. Mirando a su mujer como echándole la culpa le dijo " Bueno, hable con la señora y dígale que si le parece, la podríamos ayudar llevando a la chica. El regateo continuó y finalmente la vieja preguntó. ¡Señora! ¿Qué me va´dar por la chica? La gallina bataraza -contestó la esposa de Palomo.

La vieja tranzó: recibiría en ese acto la gallina bataraza que cacareaba en su jaula. Palomo tendría que traerle algo de leña y después de la esquila le traería un cordero en pie. Al término de la negociación, la futura madre, o patrona de la chica pidió las pertenencias de la criatura.

-¡Que va´tener nada! -contesto la vieja. ¡Lo puesto nomás! -recalcó. Por lo puesto nomás se refería a la desteñida ropita que cubría su cuerpo.

-¡Oíme che! - la llamó la vieja. Uste se va´vivir con la señora -le dijo. 

La chica levantó la vista, cruzó su mirada con la señora que la esperaba junto al carro y a una señal de ésta trepó ágilmente sin decir palabra.

Al mismo tiempo, Palomo sacó la gallina de la jaula y se la entregó a la vieja. que la atrapó por las patas con la mano izquierda y chupandose el dedo introdujo el meñique de la derecha tanteando la presencia de algún huevo.

---oOo---

La última vez que los vi fue en la esquila del 96. La muchacha había echado algo de cuerpo. La Paloma se fue para siempre al Senguer. La chica, más tarde le dio un hijo a Palomo. 

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El, 8 de agosto de 2004 averigué que el primer hijo de la Palomita fue una nena. Tiene siete años, es muy linda, va al colegio y tiene un hermanito de un año. Palomo se jubiló y construyó una casa en Ricardo Rojas - Chubut.

Alberto Ekonen

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