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La hijastra
por Jesús Dueñas Becerra
jesus@infomed.sld.cu

 

La realidad supera la ficción
Aforismo literario

 
 

La hijastra, del bisoño dramaturgo Rogelio Orizondo, con versión, puesta en escena y dirección del realizador Juan Carlos Cremata Malberty (Mi pequeño pueblito, El premio flaco), es el título de la polémica obra que el grupo teatral El ingenio llevara al escenario de la sala Tito Junco del Complejo Cultural Bertolt Brecht, para «escandalizar« a quienes tratan de ocultar (o edulcorar), las crudas realidades que enrarecen el clima social, no solo en nuestra geografía insular, sino también en todo el orbe.

 

A través del tiempo, el teatro siempre ha sido utilizado como vehículo idóneo para canalizar las inquietudes de las personas, y mostrar —de una forma descarnada o satírica— el descontento o el malestar por aquellas ineficiencias y deficiencias, de diversa índole, que puedan caracterizar a una determinada formación económico-social, con independencia de su filiación filosófico-ideológica o política.

 

El arte de las tablas ha sido una de las manifestaciones más susceptibles a ese medio de expresión; y por estos meses, la capital de la mayor isla de las Antillas le ha dado vía libre a una obra que no se detiene a pensar dos veces para decir verdades por duras o chocantes que sean o parezcan ser…, sobre todo a oídos hipersensibles o que prefieren no escucharlas.

 

La trama de La hijastra gira alrededor de una serie de graves conflictos desencadenados en el seno de una familia, como consecuencia del deceso de la madre y esposa. Lamentable acontecimiento que signará — ¡y de qué manera!— el destino de una niña con una discapacidad física congénita (nació sin brazos).

 

Criatura indefensa que queda al pésimo cuidado del padrastro y los vecinos, quienes la convierten en chivo expiatorio de las grandes frustraciones que configuran la personalidad sociopática de esos seres, mitad humanos (¿?) y mitad bestias, cuyo comportamiento está mediatizado por el componente instintivo del inconsciente freudiano, donde se agazapa el «lobo estepario» que, según el poeta y novelista alemán Hermann Hesse (1877-1962), Premio Nobel de Literatura 1946, el homo sapiens lleva en lo más recóndito de sus entrañas.

 

Personas abominables que violan flagrantemente la integridad corporal, psíquica y moral de esa pequeña princesa, devenida víctima inocente de las humillantes vejaciones (incluida la zoofilia) a las cuales fuera sometida… sin sentir por ella el más mínimo escrúpulo o compasión.    

 

Por otra parte, el sentido dramatúrgico de la obra denuncia, a voz en cuello, ciertas inconformidades con problemas sociales reales, esbozados a través de símbolos e imágenes —nada poéticas, por cierto— y resquicios bien disimulados en el guión.

 

El texto deviene rudo y hosco en la forma de vincular el enlace de la trama principal con las subtramas (incluido el espeluznante episodio de la huerfanita, violada por un can, mientras el padrastro se masturbaba mientras observaba —con placer enfermizo— cómo el animal realizaba el coito con la hijastra. O el desenlace de la vecina, que de cuidadora en un campo santo se convierte en meretriz de la peor ralea.

 

En ese asfixiante ambiente dramatúrgico, no hay moderación alguna en la manera en que los actores y actrices interpretan —con indudable profesionalidad— los papeles que les fueran asignados. Todo se representa con un enfoque naturalista, que —en ocasiones— sobrecoge al público por lo obsceno e irreverente que resulta a los ojos del espectador.

 

Las situaciones que enfrentan los personajes son identificadas por su nombre propio…, sin apelar a eufemismos o sutilezas lingüísticas.

 

Es posible que ese sea uno de los aciertos o desaciertos de dicha puesta en escena. Auténtica expresión de la forma sui generis adoptada por Cremata Malberty para concebir —desde una óptica estético-artística— las versiones que realiza. Es una obra que recurre a un lenguaje soez, chocante, no apto —como declarara su director— para mentalidades retrógradas o conservadoras.

 

Por último, la reflexión serena y profunda a la que Rogelio Orizondo y Juan Carlos Cremata Malberty incitan al auditorio constituye —a mi juicio— la carta de triunfo inicial y final de ese rompecabezas escénico, en  que se estructura La hijastra.

Jesús Dueñas Becerra - psicólogo, crítico y periodista
jesus@infomed.sld.cu
 

En Letras-Uruguay ingresado el presente trabajo el día 30 de octubre de 2013


Autorizado  por el autor, al cual agradecemos.

 

 

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