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El techo: un filme dedicado a la juventud cubana


por Jesús Dueñas Becerra
jesus@infomed.sld.cu

 

Patricia Ramos es licenciada en Filología por la Universidad de La Habana, egresada de la Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, y miembro de la Asociación de Cine, Radio y Televisión de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Autora de los cortometrajes Na Na (2004) y El patio de mi casa (2007), este último caracterizado —fundamentalmente— por una particular poética de lo hogareño como lugar donde comienza y acaba todo en el seno familiar, ya que la acción dramática tiene lugar en el interior de una vivienda. Dicho corto ha sido proyectado, tanto en las salas oscuras, como en la pequeña pantalla, y ha recibido disímiles reconocimientos. 

El techo se desarrolla en un área pública: las azoteas del capitalino barrio de Centro Habana. Si bien en un audiovisual todos los elementos son indispensables, en esa cinta el lugar escogido por la creadora adquiere un significado mayor que en cualquier otro filme.

Se puede agumentar que el techo, para los cubanos en particular, posee un sentido ambiguo: en ocasiones, negativo, despectivo o sarcástico; por ejemplo, «salir por el techo» se refiere al que hizo algo y le salió mal, o como se suele decir, «le salió el tiro por la culata»», mientras que la expresión «hasta el techo» se utiliza con frecuencia para ilustrar una situación de gran magnitud. Entre esas acepciones en uso para designar un lugar que se debate entre lo público y lo privado, se encuentran los jóvenes actores que les prestan piel y alma a los personajes protagónicos de ese largometraje.

Una joven embarazada (Patricia Doimeadiós) y un joven (Emmanuel Galbán) que insiste en su descendencia europea y otro (un actor no profesional, pero con talento), al que —en apariencia— solo le interesan las palomas y el progenitor. El grupo etario que ha seleccionado la autora se incluye en una línea temática que identifica a esta edición 38 del Festival…, donde la mirada cinematográfica del continente en pleno se ha detenido en la juventud como grupo y espacio para la socialización.

En ese trío actoral, que nunca pone los «pies en la tierra», se intercala una mirada desprejuiciada por completo. Ese es —en mi opinión— uno de los indiscutibles aciertos de la realizadora. La construcción psicológico-espiritual de los personajes se desarrolla con apoyo en las propias interacciones que establecen entre sí, mientras su crecimiento personal, humano y espiritual discurre de una forma tan natural que el auditorio apenas lo percibe.

En medio de cada trama particular se mezcla una central, que sugiere la necesidad de soñar, tan necesaria al ser humano como el aire a las aves, la luz a las plantas y el agua a los peces.

El techo denuncia sin medias tintas la doble jornada a la que se condena a las mujeres y la poca o nula estimulación de que es objeto el trabajo doméstico, lo que genera en el intelecto y en el espíritu de la realizadora la creación de un personaje femenino proactivo, que —desde el punto de vista dramatúrgico— sirve para desbrozar el camino, y consecuentemente, abrirles paso a otras acciones involucradas en la trama.

El personaje, muy bien interpretado por la actriz Andrea Doimeadiós, es una adolescente embarazada, decidida a formar una familia monoparental con su descendencia, y que no desempeña el papel de «víctima» en esa situación, no obstante el hecho de que uno de sus amigos trate de que el posible padre «dé la cara», y por consiguiente, asuma las responsabilidades que le corresponden.

Sin prescindir de ciertas pinceladas humorísticas, Patricia Ramos no recurre al empleo de la sátira como elemento catártico para comprender realidades objetivo-subjetivas, pero tampoco se encierra —nada más lejos de su verdadera intención— en un ambiente autorreferencial y autoral a ultranza, sino que busca relatar historias de vida desde una óptica intimista por excelencia.
 

Sobre la base de macro-realidades (las reformas socioeconómicas emprendidas en la mayor isla de las Antillas, por ejemplo), los personajes protagónicos diseñan su existencia terrenal y exteriorizan las legítimas aspiraciones que anhelan alcanzar.

La migración, devenida leitmotiv en la cinematografía cubana contemporánea, ocupa en El techo niveles de aceptación sin presentar conflictos políticos, ni situaciones melodramáticas, que —según mi apreciación— interferirían con el desenvolvimiento de la acción dramática.

Si bien uno de los amigos termina marchándose de nuestra plataforma insular, ello no supone —en modo alguno— una fisura en el hilo dramatúrgico, porque emigrar no es el centro de la trama, sino que ha devenido una más de las aparentes soluciones a los problemas que, hoy por hoy, afronta nuestra sociedad.

Desde genuinas creencias y rasgos populares: fe, esperanza y optimismo para poder ver el amanecer, los personajes han buscado refugio en las alturas más insólitas de una edificación, pero desde esa elevación observan la Ciudad Maravilla y se la imaginan desde los cielos. Por ende, han vulnerado los límites que imponen las paredes de un edificio y han decidido caminar — o volar— por los patios, sin hacer demasiado ruido, pero sin pedirle permiso a nadie.

El techo (trailer)

Publicado el 1 dic. 2016

Patricia Ramos, Cuba, 2016

Jesús Dueñas Becerra - psicólogo, crítico y periodista
jesus@infomed.sld.cu
 

Publicado, originalmente, en la web de Cuba Literaria http://www.cubaliteraria.cu

 

Link: http://www.cubaliteraria.cu/articulo.php?idseccion=32  - La Habana, 19 de enero de 2017
 

En Letras-Uruguay ingresado el presente trabajo el día 23 de enero de 2017


Autorizado  por el autor, al cual agradecemos.

 

 

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