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Alina Rodríguez: Carmela es un paradigma para el magisterio
por Jesús Dueñas Becerra
jesus@infomed.sld.cu

 

Conversar con la primerísima actriz Alina Rodríguez (La Habana, 1951), deviene un verdadero privilegio para cualquier profesional de la prensa, sobre todo después del éxito de público y de crítica que la carismática artista alcanzara con la magistral caracterización del personaje de Carmela en el popular filme Conducta, con guión y dirección del talentoso escritor y realizador Ernesto Daranas Serrano.

La ilustre miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), es graduada de técnico medio en Anatomía patológica, pero abandonó el ejercicio de esa especialidad paramédica para entregarse en cuerpo, mente y alma al arte de las tablas. Cursó estudios académicos de actuación en la capitalina Universidad de las Artes (ISA), donde se licenció en Artes Escénicas.

De las aulas del ISA al teatro, la pequeña pantalla y el séptimo arte, hasta llegar al largometraje que justifica este ameno diálogo con ¿Alina Rodríguez o con Carmela?  

¿Qué recursos técnico-interpreativos utilizó para armar el andamiaje psicológico y espiritual en que se estructura la personalidad de Carmela, a quien usted le prestara piel y alma en el segundo gran jonrón audiovisual de Daranas?
Cuando leí y analicé el guion que Daranas puso en mis manos, lo primero que me llamó la atención fue la humanidad de la que era poseedora Carmela. Ese sentido de la verdad, de unos sólidos principios éticos ante la vida, de defender lo que ella creía que era positivo […] sin importarle un ápice el resto de la gente, de proteger a esos niños a quienes ama por encima de todo. Me ocurrió lo mismo que cuando leí el primer capítulo de Tierra Brava, donde la intuición del actor y la actriz desempeña una función «clave» en el contexto audiovisual. Uno siente que hay algo que atrae tu interés y te dices a ti misma: ¡ay, esto sí lo puedo hacer!, porque, desde que hojeaste las primeras páginas, el guion te conmovió desde el punto de vista emocional. Con el personaje de Carmela, me sucedió exactamente lo mismo que le acabo de explicar […].

¿Qué representa para usted haber trabajado con un director de la talla profesional de Daranas?
Era la primera vez que interactuaba en el set de filmación con Daranas. A él lo conocía de vista, y cuando me llamó fui de inmediato hacia él, pero con cierto temor, pero no miedo, ya que el miedo paraliza al hombre y a la mujer e interfiere con su desarrollo integral. ¿Qué ocurre conmigo, pensé? A mí me llaman para que interpretara el papel de Carmela […]. No obstante, había casting para el resto de los actores y actrices que participarían en esa cinta. Ahora bien, desde lo más hondo de mi ser, estaba segura de que era objeto de rigurosa evaluación en cada ensayo […], pero sin decirme una sola palabra al respecto. Algo similar ocurrió con otros actores y actrices, quienes también lo percibieron. Uno sentía que estaba a prueba. Hasta que ya se acercaba la filmación, y dije: bueno, si no me han dicho nada es porque Alina es Carmela. Todo fue discurriendo hasta que llegó también la prueba de vestuario. Se supone que voy a ser yo, no van a decir después que no. Esa situación ambivalente la experimenté con Daranas. Él habla poco, solo lo necesario. Es pausado, cauto. Te impresiona como si estuviera avanzando con gran lentitud, pero, en realidad, no es así. Él transita por el camino, mira todo lo que quiere, pero solo focaliza lo que le interesa. Así comenzó mi «aventura» con Conducta y con Daranas.

¿Cuáles son los vínculos de Carmela con la realidad educacional que atraviesa el país?
Carmela simboliza no solo la maestra, sino también a toda la gente que trabaja muchísimo, que se esfuerza, que quiere hacer las cosas bien, que está en contra de dogmatismos, de incomprensiones, de esquemas obsoletos, de todo lo que está a su alrededor que pueda entorpecer su labor docente-educativa o de cualquier otra índole. Según mi apreciación muy personal, eso simboliza Carmela. Daranas me comentó que, en la vida real, hay una maestra llamada Carmela, quien ejerce en La Habana Vieja, y fue educadora de un hijo suyo, pero, en mi opinión, la Carmela que yo interpreto es una síntesis de otras maestras que ha tenido Daranas, quien la construye a partir de vivencias […], que ha tenido con otras docentes. Un día, por ejemplo, me llevan a ver a la Carmela real. Cuando llegamos, ella estaba impartiendo una clase y nos escurrimos por detrás del aula Me acompañaba la realizadora Mariela

López, quien  había trabajado mucho, sobre todo con los/as niños/as, así como con los actores y actrices en general.

Me imagino que López era un puntal que Daranas tenía para apostar al seguro. Nos sentamos calladitas hasta que ella finalizara la clase que estaba dando, y porque, además, disfrutábamos observándola cómo impartía el contenido de la clase y cómo dominaba el clima emocional del alumnado […].

Era lo mismo que yo había visto en la escuela, el mismo estilo pedagógico utilizado por mis maestras para dar una clase. Y, efectivamente, cuando concluyó, se acercó a nosotras y comenzamos a charlar. De buenas a primeras, mi archivo mnémico comenzó a evocar, con cierta nostalgia, que yo tuve una maestra de sexto grado que se llamaba Hilda Elisa (ya fallecida), en quien descubrí muchos valores que incorporé a mi personalidad en proceso de consolidación. La recuerdo con frecuencia. Era una maestra normalista excelente, porque no solo instruía, sino también educaba, porque instruir no es sinónimo de educar. Instruir y educar integran una unidad indisoluble; de ahí que no puedan verse aisladas ni divorciadas la una de la otra. En ese ámbito docente-educativo, fue donde descubrí la verdadera historia de Carmela. Es una maestra que enseña a los niños a pensar, no a repetir lo que dice en clase ni aprenderse de memoria lo que aparece en los libros de texto, a reflexionar con sus propias palabras, con sus propios criterios, porque como sentenciara en uno de sus aforismos don José de la Luz y Caballero (1800-1862),  «instruir puede cualquiera, pero educar solo quien sea un evangelio vivo». 

Si, hipotéticamente, usted estuviera en una situación similar, ¿adoptaría una actitud parecida, idéntica forma y el mismo estilo, que identifican a Carmela?
Esa pregunta es un poco difícil de contestar […], porque yo soy Alina, no Carmela, y los seres humanos —usted bien lo sabe— somos únicos e irrepetibles. En ciertas ocasiones, digo cosas que los demás prefieren callar y los que me rodean exclaman: «se pasó de la raya, no tenía que decirlo, ahora no era el momento oportuno para referirse a tal o más cual tema» […]. He tenido que aprender a controlar mis emociones externas, porque no siempre, cada vez que uno dice algo, cae bien, y si digo las cosas de frente, no por detrás (como ahora, lamentablemente, se acostumbra), pues muchísimo más. En sentido general, suelo decirlas, pero me atengo a las consecuencias y asumo la responsabilidad que ello pudiera implicar. En modo alguno soy igual a Carmela. Hay muchas diferencias entre ella y yo. No creo haber tenido tanta contención y diplomacia en la vida […]  El ser humano atraviesa situaciones que, a veces, exigen control emocional. Uno tiene que estar atento, fijarse bien en el terreno que pisa para no resbalar y caer de bruces. Por lo general, yo soy una mujer más extravertida, más apasionada. No las pienso demasiado y dejo que salgan al exterior.

¿Cómo le afectó el drama relacionado con la infancia traumática de Chala?  ¿Y el de la marginalidad en la mayor isla de las Antillas?
A veces, pensamos estar alejados años luz de toda esa miseria humana. No es lo mismo que alguien te lo cuente a que lo veas, lo vivas, lo palpes de forma brutal y descarnada. Yo nunca me he movido en ese entorno, ni me he visto envuelta en ese tipo de situaciones, aunque conozco muy bien su existencia, que es algo real, no ficticio.

Sin embargo, cuando una empieza a conocer de cerca las historias de esos niños es cuando admite que son verdaderas […], porque ahí están. Es terrible darse cuenta de esa dura realidad. No solo es culpa del Estado. Es un conjunto de factores objetivo-subjetivos que están condicionando dichas situaciones problemáticas, y no únicamente en La Habana Vieja, sino en otros barrios y ciudades del interior del país. Que aquí se ha hecho mucho por eliminarlas, eso  no se puede negar, porque pecaríamos de injustos. El estado cubano está constantemente preocupado, pero no por ello dejan de ser situaciones muy difíciles, porque son niños pequeños que van creciendo en ese medio hostil, y por ende, se van desarrollando en un ambiente adverso. Son las futuras generaciones de cubanos, son las generaciones que vienen después de nosotros, y sin una Carmela, seguramente, van a delinquir.

En el desarrollo de la acción dramática, yo entablo un diálogo con el actor Tomás Cao, quien desempeña el papel del director de la escuela de conducta. Y le digo: tú no fuiste mejor que Chala. ¡Cuánto de verdad encierra esa frase! Él también fue un marginal, y si no se hubieran ocupado de conducirlo por el buen camino, hubiera sido —seguramente— carne de presidio […]. Daranas elaboró el guion no solo con mucho cuidado, sino también  lo hizo objeto de un meticuloso estudio, ya que cada palabra que se dice ahí contiene una gran enseñanza Es lo que yo no me canso de repetir: cuando el actor o la actriz tiene un guión con esa pulcritud, cuando tiene un director de la talla de Daranas, el producto audiovisual puede tener errores, y los tiene, pero al artista le satisface sobremanera, porque siente que ha hecho algo, que si no es excelente, por lo menos vale la pena, como diría el profesor Manuel Calviño.

¿Qué resortes afectivo-espirituales empleó para lograr esa empatía perfecta con el adolescente Armando Valdés Freire, quien interpreta a Chala?
Armando es un niño receptivo, sensible, inteligente, hábil, encantador, capaz de entablar una comunicación fácil, que logró establecer con todo el equipo de realización […], al igual que el resto de los niños […]. Ellos ensayaban natación […] Ese clima fue muy propicio para que se lanzaran al agua sin experimentar miedo. Cada escena la ensayaban una y otra vez. Tuvieron una magnífica relación con todos los actores y las actrices, o sea, que la comunicación fluyó con naturalidad. En sentido general, siempre me llevé bien con ellos/as. Lo que sucede es que cuando uno actúa con niños/as, siempre lo asalta algún temor, ya que son muy espontáneos/as. Fue algo complicado, pero el privilegio de trabajar con esos «pequeños príncipes» resultó, al menos para mí, en extremo vivificante […].

Jesús Dueñas Becerra - psicólogo, crítico y periodista
jesus@infomed.sld.cu
 

Publicado, originalmente, en la web de Cuba Literaria http://www.cubaliteraria.cu

 

Link: http://www.cubaliteraria.cu/articulo.php?idarticulo=17078&idseccion=32 - La Habana, 07 de abril de 2014
 

En Letras-Uruguay ingresado el presente trabajo el día 27 de noviembre de 2015


Autorizado  por el autor, al cual agradecemos.

 

 

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