¿A qué lobo alimenta usted?
por Dr. Jesús Dueñas Becerra

Hospital Psiquiátrico de La Habana
jesus@infomed.sld.cu

La filosofía y la cultura indoamericanas, tan poco conocidas, e incluso subestimadas por el sacrosanto mundo occidental, devienen fuente nutricia de ética, sabiduría, humanismo y espiritualidad, aunque los detractores de esa cultura y de esa cosmovisión pretendan ignorarlas o degradarlas por ¿bárbaras o poco civilizadas? El objetivo fundamental de este comentario es revelar cuánta riqueza de pensamiento, casi virgen para nosotros, yace en esa cultura y en esa filosofía de la vida. En cierta ocasión, un anciano de la tribu Cherokee, perteneciente a una de las etnias, dueñas legítimas del poderoso vecino norteño, le habló su pequeño nieto acerca de una batalla que tiene lugar en el interior de las personas. El venerable abuelo le dijo al pequeño príncipe: «hijo mío, la batalla es entre dos lobos que luchan dentro de nosotros, los seres humanos. Uno es malvado, iracundo, envidioso, celoso, lleno de tristeza, pesar, avaricia, arrogancia, autocompasión, y se nutre de sentimientos de culpa, resentimiento e inferioridad. Es falso, orgulloso, se considera superior a los demás y egoísta. Por el contrario, el otro es alegre, tierno, amoroso, cultiva la paz, la esperanza, la serenidad, la humildad, la bondad, la benevolencia, la empatía, la generosidad, la compasión y la verdad». Con el candor y la ingenuidad que caracterizan a un pre-adolescente, el chico meditó —que es hacer silencio interior para escuchar el sonido que emite el yo íntimo— le preguntó a su abuelo: « ¿qué lobo gana esa pelea?». Con la inteligencia global y emocional y la paciencia que identifican a quienes hemos llegado a esa etapa privilegiada de la existencia humana, el viejo Cherokee le respondió: «el que tú alimentes, hijo mío». A este hermoso relato, que se explica por sí solo, nada más le agregaremos que los dos lobos: el malo y el bueno habitan en los componentes instintivo y espiritual del inconsciente freudiano, respectivamente, o sea, en las regiones más profundas de la psiquis humana, separados por una línea imaginaria que el ser humano suele cruzar sin apenas darse cuenta. Por lo tanto, no hay que buscar a esos lobos, y mucho menos cazarlos despiadadamente, en la inmensidad de los bosques, porque sería una forma más de saciar la sed de sangre y venganza que nutre a la bestia salvaje que llevamos dentro. Ahora, amigo oyente, hemos decidido preguntarle ¿a qué lobo alimenta usted? La respuesta a esa pregunta solo es patrimonio suyo.

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