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Historias de vida
 

Simplemente China, genio y figura
Entrevista de Néstor Dipaola
chapaleofu_tandil@yahoo.com.ar

 

“Tuve una infancia tan feliz que no sé cómo es posible tener una vejez también muy feliz”

 

* Su padre fue un notable escultor. Y su abuelo fue el célebre “Poeta de la Patria”, Juan Zorrilla de San Martín, autor de “Tabaré”.

* Nos contó su infancia y sus comienzos juveniles en el arte, obviamente con mucha estimulación familiar, sobre todo del lado de su abuelo.

* Sintió desde niña pasión por el candombe, aunque nació en el aristocrático barrio del Prado montevideano.

* Sus reflexiones sobre el teatro y la vida…

* Y unas cuantas cosas más…

La veo.

No me la imagino. Directamente la veo a China Zorrilla de chiquita, allá a finales de la década de 1920, caminando con el asombro de niña inquieta por las callecitas del Barrio Sur de Montevideo.

Ella, que nació en el barrio residencial del Prado, entre los aires refinados de la aristocracia, sintió su sangre vibrar al compás de los tamboriles de los negros y negras del candombe.

Y la veo. La siento mezclarse allí con Rosa Luna y Marta Gularte, dos de las diosas morenas del Carnaval. En esas comparsas que siguen partiendo cada febrero desde Sur y Palermo, refugio de la negritud.

Ella misma lo cuenta de esta manera:

“Nosotros tenemos una ventaja sobre los argentinos: que tenemos negros, y los negros no solamente bailan y cantan en verano sino que se han incorporado a la vida. Salen a la calle a bailar en el Barrio Sur, nosotros vamos temprano cuando están preparando los tambores y de golpe aparece en una esquina una fila de negros cada uno con su tamboril. Es una cosa para ir a ver. Los montevideanos, nos juntamos todos en la calle cuando salen a bailar los negros. Lástima que generalmente los argentinos van directamente a bañarse a Punta del Este y se pierden este maravilloso espectáculo en Montevideo. Es algo fantástico”.

Pienso una vez más en Montevideo y la siento a China en el majestuoso Teatro Solís, pero también me la imagino compartiendo escenario con Lágrima Ríos, la única cantante negra de tangos que dio el Río de la Plata.

Y la veo pararse de niña a contemplar el mítico conventillo del “Mediomundo”, en la calle Cuareim, cuya rica historia fue mandada a destruir por la dictadura uruguaya en la década del setenta. Allí donde se mezclaban los gallegos, polacos, franceses y también los negros. Y los tanos, que cuando escuchaban el repiquetear de los primeros tambores, se llamaban entre sí al grito de “¡Yacumenza, yacumenza…!”, y que dio origen a una de las emblemáticas canciones de José Carbajal, “El Sabalero”.

 

Concepción Zorrilla Muñoz, pisciana y niña feliz

 

De allí viene China. Un martes 14 de marzo del año 1922, alguna simpática cigüeña decidió traerla al mundo del otro lado del “Mar Dulce”, como bautizó a este inmenso río don Juan Díaz de Solís. Y llegó con el nombre completo de Concepción Zorrilla Muñoz.

Ídola total. Inmensamente querida, esperada y aplaudida cada vez que se expone en público, ya sea luego de una actuación o cuando da una charla o recibe un premio en algún festival o encuentro de cualquier naturaleza que fuere.

(Candombe, pintura de Ida Cescatti)

¿Una infancia feliz, entonces…?

Tuve una infancia tan feliz que no sé cómo es posible tener una vejez también feliz. Se me están dando de yapa todas las cosas buenas, en los últimos años con muchos agasajos, reconocimientos por muchos lugares. Nací en una casa donde vivía toda una familia, los Muñoz, la familia de mi madre. Mi abuela era argentina, se llamaba Guma del Campo. Mamá también lo era, por lo que yo soy incuestionablemente rioplatense. En aquella casa enorme de la calle Agraciada, también vivían mis abuelos Muñoz, papá y mamá, mis cinco hermanas mujeres, tres tíos con sus hijos. Y además era una casa llena de perros…

 

¿Se mantiene esa casona?

No, pero yo no necesité que se murieran mis abuelos, que se vendiera la casa, que nos separáramos todos para decir ¡qué lindo era aquello! Cuando lo estaba viviendo, sabía que era feliz. Siempre disfruto las cosas cuando las tengo, no cuando las pierdo. Hermosa época aquella en esa antigua casona inmensa, donde no se conocía lo que era cerrar las puertas con llave…

 

¿Desde muy pequeña se hizo amiga de la negritud, del candombe, de las Llamadas…?

Sí, me encanta todo eso. Los argentinos se lo pierden por no tener negros… Yo he tenido mucho tiempo, incluso, una mucama negra. Una uruguaya negra, enorme, maravillosa. Cuando tenía 15 años venía a casa para que yo la vistiera para los candombes. Ese mundo de los negros es muy pintoresco; cuando calientan los tamboriles, por ejemplo. Durante la “Llamada” se juntan todas las comparsas allí en el Barrio Sur, muy cerca del río. Es algo divino y está aquí enfrente.

 

 

Juan Zorrilla de San Martín y José “Pepe” Batlle

 

Su abuelo Juan Zorrilla fue contemporáneo de don José “Pepe” Batlle, pionero del Partido Colorado y presidente dos veces. ¿Eran amigos?

Sí, muy amigos. Mi abuelo era algo muy original en aquella época: era del Partido Nacional (Blanco), y de comunión diaria, pero era de izquierda. Y muy compinche con el “Viejo” Batlle, como se le decía a don Pepe. Yo también soy medio parienta de los Batlle. Lo conocí mucho a mi abuelo y me acuerdo muy bien de aquel Batlle, sobre todo la conmoción que provocó su muerte. Yo tenía apenas siete añitos y recuerdo esa jornada. Lo que fue el cortejo, todo. Batlle era admirado incluso por quienes no lo votaban.

 

Fue el promotor de importantes leyes sociales un siglo atrás.

Sí, entre otras la ley de divorcio y la de apoyo a los inmigrantes. Y fue un personaje muy gracioso. Fue fundador y redactor del diario El Día y era tan anticlerical que cuando fue a Montevideo el Papa Pío XII, escribieron: “Hoy estuvo en el Uruguay el señor Pachelli, jefe de una secta religiosa”. Escribían dios con minúscula, esas cosas casi de escolares, un tanto infantiles. Son cosas de ciudad chica. Han concurrido al colegio juntos, o integraban el cine club de la esquina. Existe ese encanto de que casi todos nos conocemos. Volviendo a Batlle y a mi abuelo, uno Colorado y el otro Blanco, puedo agregarle que  el monumento a Batlle lo hizo papá, que era escultor, en el hall del diario El Día.

 

Pero el diario El Día desde hace varios años no sale más. ¿Adónde fue a parar ese monumento?

Uy, qué buena pregunta (se queda largos segundos reflexionando). Te prometo que lo voy a averiguar, voy a llamar a Montevideo para preguntar adónde está el monumento que mi padre le hizo a Batlle.

 

China, el teatro y aquella profecía del abuelo poeta

 

-Es cierto que su abuelo tuvo mucho que ver con que usted fuese actriz?

-Sí, y creo que precisamente a partir de las ideas avanzadas que tenía. Mi abuelo, de sus dos matrimonios tuvo catorce hijos. Y a mí siempre me decía: “Vos me vas a dar el gusto que no me dieron mis 14 hijos. Vas a ser actriz”. Y mis tías se horrorizaban porque decían que cómo él me iba a inculcar esas ideas en la cabeza. Y yo me sentía como apoyada en aquel viejo.

-¿Cómo fue aquel tema de la medalla que un día usted fue a devolver al Colegio de Hermanas…?

-Una vez hubo un escándalo público, en mis primeras incursiones en el teatro, siendo chica todavía. Hice el papel de Celestina en el elenco oficial de Montevideo. Tanto lío se armó que llegaron a coincidir el diario católico de mi abuelo y el anticlerical, por haberse difundido esa obra desde el plano oficial. Y yo, cuando fui al colegio de monjas donde concurría hablé con la Madre Superiora y le dije que quería devolver la medalla que me habían entregado algunos días antes, porque con semejante escándalo público yo era una vergüenza para la congregación. ¡Y me la aceptaron! Pensé que me iban a decir que no, que la conserve. Pero con el paso del tiempo evolucionaron y hace unos años en un banquete organizado en Buenos Aires por la misma orden religiosa, me la devolvieron.

 

La vida y la cuota de suerte

 

-¿El teatro ha sido algo así como el alma de su vida?

-Para mí el teatro es todo, y principalmente una gran pasión, es lo que más me gusta. Puedo estar muy cansada, me puede doler algo, pero cuando subo a un escenario me siento como si tuviera permanentemente 20 años. Y es mi medio de vida. Un amigo dijo cierta vez: China ha producido el milagro de no ser millonaria con la guita que ganó… Es decir que hago lo que más me gusta y además, me pagan. A veces lo pienso y me da hasta vergüenza de cobrar. ¿Saben cómo se llama eso? ¡Suerte! Aunque he sido siempre muy mal administradora de lo que he ganado.

 

¿Cómo fueron aquellos comienzos, siendo chica, en radio y televisión? ¿Eso la ayudó para lograr la carrera que quería?

A mí siempre me gustó hacer de todo, desde prostitutas arrepentidas hasta monjas que quieren tirar la chancleta. Creo  que un actor debe intentar con todas las tesituras de personajes. Por supuesto que haber comenzado cuando era chica, al lado de Pepe Biondi o de Ángel Magaña, fue una experiencia invalorable.

 

“Los chicos que estudian teatro, que sepan que no pierden el tiempo”

 

¿Qué le diría a los chicos que estudian teatro?

Pueden quedarse tranquilos que no pierden el tiempo. De pronto si alguien decide estudiar Trigonometría y a los dos o tres años se arrepiente, a lo mejor llega a la conclusión de que no le ha quedado nada para su vida; o muy poco. En cambio con teatro, o con cine, sí. La lectura de obras, ponerse en contacto con los grandes autores, el contacto con la gente, la convivencia. En todas las escuelas tendría que haber clases de teatro. Igual que la música. Es una terapia, hace bien a la gente.

¿El teatro ha sido para usted un excelente complemento para el permanente buen humor que mantiene?

No soy así para todo, pero en general sí. Y es cierto, desde chica improvisaba en aquella casona montevideana, sketchs familiares. Era niña y hacía de abuela, por ejemplo. Y me gustaba que me aplaudieran. Cuando terminaban de aplaudir inventaba sobre la marcha otra cosa para que volvieran a aplaudirme. Eso, en el marco de una infancia feliz, sólo interrumpida cuando nos enteramos que la mala situación económica en que de pronto vivió la familia, obligó al abuelo Muñoz a desprenderse de esa casa, que era casi un palacio en la avenida Agraciada. Hasta los empleados sufrieron el momento, a tal punto de que ellos se reunieron y le ofrecieron a mi abuelo prestarle plata. Parece de película. Decían que habían sido tratados tan bien que no querían moverse de allí.

 

Los perros, el cariño, Elsa y Fred

 

¿Sigue siendo amiga de los perros…?

Lo digo muy en serio en todos los reportajes: no se puede pasar por la vida sin saber lo que es tener un perro. Un día salía yo de casa a la noche, estaba sola. Empecé a caminar por la calle y empezó a seguirme un perro. “Salí de acá”, le dije. Llegamos a la puerta de casa y me seguía. “Entrá”, le dije. Lo llevé al veterinario, me dijo que era un perro sano y que me lo quedara. Cuando quise acordar me di cuenta que yo cambiaba de carácter, porque estaba recibiendo diariamente el cariño de una cosa con vida.

-Este diario, China, está dirigido a todo público pero en particular para los Adultos Mayores. ¿Qué le pasó a usted con “Elsa y Fred”, desde los sentimientos más íntimos?

-Fue una lotería. Te imaginás que a una actriz, por más buena que sea, que te ofrezcan un protagónico cuando tenés la edad que yo tengo y tenía por entonces, no lo podía creer. Pregunté de cuál de los dos chicos iba a ser la abuela, porque era una historia de amor. Me dijeron que iba a ser yo la protagonista, y recién cuando leí el texto me di cuenta que era creíble por lo bien escrito que estaba, que era creíble esa historia de amor de dos viejos. Hasta que lo estábamos filmando yo tenía un poco de miedo de lo que iba a pasar, pero fue un éxito fenomenal en todas partes.

-¿Qué le decía la gente?

-Eso fue maravilloso. Enseguida del estreno me empezaron a pasar cosas muy raras pero indudablemente muy emotivas. Venía gente y me decía: “China, cómo me hiciste llorar”, o “China, cómo me hiciste reír”. Porque en la vida pasan las dos cosas…

 

El fútbol, Carlos Gardel y Víctor Hugo

 

¿Le gusta el fútbol, esa gran pasión de estos pagos rioplatenses…?

Sí, mucho. Soy hincha de Nacional. Y acá soy de Boca. Con mis hermanas íbamos siempre al fútbol en Montevideo, con mis mejores pilchas. Y para la final de 1930 frente a Argentina, en el Estadio Centenario que recién se inauguraba, mi mamá había compuesto una canción en francés, en la que estaban los nombres de todos los jugadores de aquel plantel. Esa canción luego alguien la grabó.

Incluso Carlos Gardel presenció esa final y le deseó suerte a los futbolistas de ambos equipos.

¡Uy Gardel! ¡Qué admiración! Se me quedó “acá” el hecho de no haberlo conocido. Él, que iba tan seguido a Montevideo.

¿Es cierto que alguna vez, aquí en la Argentina, la invitaron a transmitir?

Sí, en un primer momento iba a aceptar y después me arrepentí. A lo mejor hubiera sido lindo…

¿Le gusta el relato de Víctor Hugo Morales?

Víctor Hugo es un grande. Un fenómeno y una persona inmensamente querida en la Argentina. A mí me preguntan si lo conozco a Víctor Hugo, como si me preguntaran por el Papa.

Por último, ¿qué le diría a la gente de la tercera edad?

Que hagan cosas, que salgan, se diviertan, compartan con otra gente. Es muy importante el humor, reirse. De ahí que es tan importante el teatro humorístico con nivel, porque le hace mucha falta a la gente.

 

Entrevista de Néstor Dipaola
chapaleofu_tandil@yahoo.com.ar
www.nestordipaola.com.ar
Publicada, originalmente, en “El Diario de los Grandes”, ANSES, Buenos Aires, agosto de 2010

 

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