Ventana a la fuga

Fue cuando los "heroicos servidores de la fusilaron a las aves creadas por Sigfrido Kraft
"Buen día, Nostalgia"

Río Cuarto... de donde venimos y como somos
Por Susana Dillon

"¡Morir... dormir...! ¡Dormir!... ¡Tal vez soñar!"

Shakespeare

"La Capacha"! ¿Quién, al trasponer por primera vez los pesados portones de la cárcel local, a la que también se le llama 'La Cuadrada', no ha sentido estremecer hasta la más recóndita fibra de su cuerpo y se le ha entenebrecido el alma? Bueno, allí estaba yo cada sábado visitando a los reclusos, y pese a la experiencia, todavía me sacudía. Me había impuesto esta tarea, no por la tan manoseada caridad ni por hacer méritos ante El Eterno, sino por el puro conocimiento de esa realidad tan tremenda que resulta de vernos privados del bien más preciado de la vida: la libertad. Al comienzo, el personal me miró con recelo.

 

Supusieron que mi visita se originaba en delatar violaciones a los derechos humanos.

 

Luego de tres años de visitas, la relación se fue aceitando, tornándose con los guardias, en discreta amabilidad. Alguien de ellos llegó a decirme, en tren de contar también lo suyo: "¿Ud. cree que son los reclusos los únicos que penan detrás de las rejas? Yo tengo mis horarios contabilizados y hace ocho años que estoy de este lado de los barrotes cumpliendo la disciplina, chupando frío y plantones. También yo estoy preso, salvo que cobro sueldo y me puedo ir a casa cumpliendo el horario". Sí, era un preso con ocho años sobre su espalda, pero de este lado. Según su  filosofía, el trabajo no le caía nada grato. Con el tiempo me fui metiendo en ese submundo que vivió y vive a contrapelo de la ley. Me quedó claro lo dicho por los unos y los otros: -No la supieron hacer bien, porque el que la hace perfecta, por grande que sea, elude la justicia-. Lo cantado por Martín Fierro allí rige a rajatabla: "La ley es como telaraña/ que lo atrapa al bicho chico/ y la ruempe el bicho grande". Con la sentencia gauchesca, todos, todos, estaban de acuerdo. Pude visitar no sólo el pabellón elegido para mi trabajo, sino que hasta era requerida por quienes anhelaban ocupar su tiempo, esa colosal cantidad de tiempo perdido, en algo que los entretuviera, que les hiciera correr los días sin el auxilio de las pastillas. Así que llevé revistas, libros, ropa para arreglar, labores, material para artesanos, en fin, desde lo sensato hasta lo estrafalario.

Había en esos momentos de visitas, quien se encerraba en hoscos silencios y quien me hacía confidencias acompañando el gesto de servir un mate, ese comunicante beso colectivo. Cerca de Navidad, en el pabellón de las mujeres me pasaron el dato: Flores, un tipo muy particular, requería mí presencia. Como tenía buena conducta no hubo inconvenientes. Flores me esperaba en su celda individual, con mesa puesta, té y galletitas. Su reducto lucía limpio y pulcro. Nos sentamos como si la escena ocurriera en el Grand Hotel. Sirvió con práctica y modales de caballero inglés. No bien entramos en confianza me contó que tenía para rato: perpetua. Así que había tiempo de sobras para cumplir con su ideal: viajar. Casi tiré la taza de pura sorprendida. De la repisa me alcanzó un grueso cuaderno donde reflejaba lo acontecido en el día. Con interés me señaló: -Lea. Leí:

Hoy, 5 de agosto, en Sevilla. Desde La Giralda veo los techos de tejas, los cármenes florecidos, el Guadalquivir corriendo hacia el mar... hacia la América conquistada. 6 de agosto: Hoy, en Granada, he conocido a la Alhambra, me he embrujado con sus jardines de mirtos y arrayanes. He estado con gitanas salerosas... y ladronas. Volví varias hojas. Ya andaba por Francia, loco por las noches de París. Más adelante: Primavera en Moscú, tomando vodka como un cosaco, borracho perdido.

 

-¡Este Flores, sí que viaja!-. Comenté de sitios y lugares que mi anfitrión conocía al detalle. Su versación era universal. Literalmente: "Nos agarramos por el pico". Tuvo que venir un guardia a recordarme que habíamos consumido el tiempo de visita. Nos despedimos como en un aeropuerto. Prometí surtirlo de folletos de turismo para proyectar nuevos viajes. También me pidió sisal para tejer artesanías. A la semana, estaba yo con mi paquete previamente revisado. Inquieta ante la perspectiva. Los guardias hacían comentarios risueños sobre el destinatario...

 

Flores me esperaba con chocolates y churros, mantel y una flor de papel sobre la servilleta plisada. Disfrutamos del convite como si estuviéramos en lo más céntrico de la Gran Vía, allí donde Madrid es más castiza y revoltosa. Recortó láminas de México de una revista y las pegó a las paredes encaladas. Le ayudé a distribuirlas, la celda quedó como una agencia de turismo. Nada que ver con las vecinas decoradas con minusas en cueros y provocando.

 

El diario, su gruesa bitácora, seguía llenándose con nuevas aventuras. Ya había recorrido Suecia y Noruega, pero el frío lo había corrido, ahora estaba enganchado con Hawai, le había dado por el surf.

 

A la semana siguiente lo atiborré de revistas geográficas. Él me esperaba con mapas orlados de sisal teñido, una artesanía original. También me mostró una pollera hawaiana hecha con los mismos hilos. Se la regalaría a la "percanta" que tenía para la visita higiénica. Flores tenía su corazoncito, pensé. Me pareció lógico.

 

Cada semana la celda lucía nuevos motivos y novedades de acuerdo con el itinerario recorrido. Me volvió a mostrar el diario: había acampado en Nicaragua y se había metido a revolucionario. Se sentía patriota perseguido, así que cruzó a México camuflando documentos secretos en sus artesanías. Los tapices floreados de Xochimilco fueron los que dieron fe. Tan diestro era con sus subterfugios como para narrar las peripecias del viaje. Le sugerí que a tanta maravilla las vendiera en escuelas y en las plazas de los hippies. Todo lo entusiasmaba y en todo "agarraba viaje". La mesa tendida era cada vez más opulenta. Los créppes á la Maítre d'hotel le salían dignos de Chez Maxims. La felicidad de Flores era cada día más evidente y contagiosa. Los guardias se llegaban a curiosear, siempre preocupados por mi integridad física y siempre señalando el reloj con la hora vencida. Los minutos se me volaban. Las despedidas eran de andén y el sábado era un día extraordinario para ambos. Los guardias no disimulaban su peculiar interés. De pronto me encontré que en la pared entera, sin ninguna abertura, había trazado una ventana a la que le colgó cortinas. Con pintura y collage le diseñó un puerto: Hong-Kong. Tendió la mesa con un servicio desconcertante: comida china, de bebida: té de jazmín, sólo atiné a comentar: -¡Flores, cuando usted viaja no se priva de nada!-. Me zampé a la bodega todo aquel tratado de buen gusto culinario. Sobre la mesa, dos crisantemos rizados de papel me fueron obsequiados cuando ya tenía el pie en el estribo.

 

Por la ventana se escuchaban los rumores de los champanes, esas pintorescas embarcaciones de los mares de la China. Cordiales, nos saludamos, con varios marineros amarillos. -Vea cómo son de ceremoniosos-, le señalé. Cada semana, la ventana variaba su paisaje: unas veces el Far-West; otras, las colinas de Roma; otras, el Camino del Inca. Un sábado de lluvia no me dejaron cumplir con la visita. Pedí pasarlo con las mujeres que me invitaron a comer a cambio de que les escuchara sus cuitas.

 

A los hombres los tenían castigados por haber­les encontrado drogas y chuzas fabricadas con cucharas. En eso los "botones" eran inclementes. Requisa general.

 

La requisa es algo que indigna al que la padece y exacerba a los que la ponen en práctica. Es una de las formas más violentas de la relación preso-guardia. Las pertenencias de los reclusos son desparramadas a manotones y patadas por las celdas. Los unos buscan con pericia lo que los otros esconden con astucia. De acuerdo con lo encontrado sobreviene el castigo en los "nichos" o quedarse sin visita. ¿Le habrían encontrado algo a Flores? Parece que se sublevó y cobró el doble. No lo podía creer. Las mujeres sabían de esas cosas. Allí todo se sabe. Lo de adentro y lo de afuera, pero al detalle. Si alguien quiere saber qué pasa en la ciudad, que se lo pregunte a un preso. Intenté entregar mis folletos y revistas. Los guardias me los recibieron de mala gana.

 

El lunes, al abrir el diario me cacheteó la noticia: "Se ahorcó un recluso en la Unidad Carcelaria de nuestra ciudad". Era Flores. Corrí a "La Cuadrada" a ver qué le había pasado a mi compañero de viajes. En forma escueta e impersonal me dieron la noticia: como en la requisa y luego de la sublevación le rompieron el diario y la decoración, privado de visitas, lo atacó una profunda depresión. Armó una soga con el sisal y se ahorcó de una viga inalcanzable, a menos que se hiciera una escalera sujeta a clavos. Lo encontraron contra la ventana. Había borrado el paisaje anterior, dejando sólo nubes sobre un cielo borrascoso. La sombra de la soga proyectaba una flecha hacia el infinito. El preso feliz, no teniendo su bitácora fugativa, optó por el gran viaje.

Por Susana Dillon
"Buen día, Nostalgia"
Río Cuarto... de donde venimos y como somos

Diario El Puntal (Río Cuarto - Córdoba)

26 de octubre de 2008

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