Relatos maravillosos
Túneles de conventos, espectros y literatos
Susana Dillon

Una siempre quiere volver a las ciudades coloniales que no sólo nos interesan por su arquitectura, su gastronomía, sus artes y su gente. Hay otro ingrediente que las hace apetecibles y seductoras. Hasta una se lo puede encontrar al mismísimo Gabriel García Márquez, que luce como un abuelo cuenta cuentos a la salida de un café y mirarlo bajando la calle con su pasito de cumbia, diciéndole piropos y gentilezas a las mulato-tas que pinta entre sus personajes.

 

"No hay mejor trabajo en el mundo que el de periodista; no escribo para ganar dinero sino lectores"

Gabriel García Márquez

 

¿Qué castillos fueron el telón de fondo para las obras de Oscar Wilde, Sir Walter Scott o Shakespeare? Las tétricas mazmorras, los carcomidos muebles, las herrumbradas armaduras, las almenas cubiertas de musgo y de silencio vieron pasar tantos fantasmas y albergaron princesas encantadas en espera del caballero que las redimiera revividas en obras inmortales. ¡Ah! ¡Esa parte de la literatura que jugó con nuestra recalentada imaginación para escaparnos de la realidad de nuestro tedio cotidiano! Europa nos brindó esos escenarios que inspiraron a los grandes novelistas y dramaturgos. Ellos levantaron de la muerte a tanto personaje espectral deambulando por cementerios abandonados, viejas abadías, sombras lúgubres sólo arrulladas por el gemir del viento, palomas y cantos gregorianos, damas prisioneras, juglares trashumantes, nidos de dragones y escondrijos de duendes, inquietaron a espectros que movieron la acción de tanta novelería venida del viejo mundo pero... ¿y aquí, en América, cuál fue el escenario que inspirara a tantos delirantes que empuñaron la pluma?

Ollantay fue el primer drama del que tuvimos memoria en tierras incas. Las piedras de siglos fueron testigo de los amores de una vestal del sol con el guerrero que debía morir por haber osado poner sus ojos en lo sagrado. Lo épico y lo laico se dan la mano en el teatro vernáculo, muy anterior a la llegada de los blancos. Pero a medida que el viajero posa su planta en las ciudades españolas de las colonias, se va enterando de que aquellas enormes casonas albergan tantos misterios, terrores y leyendas que los de la vieja Europa se nos van quedando enanos.

 

Antigua, la más bella ciudad de los tiempos virreinales, tiene en Guatemala un escenario acorde para poblarlo de relatos fantásticos, cada casa, repartición, ermita o convento tiene su doméstico espectro al que se lo nombra como si fuera un habitante más de aquellas vecindades.

 

Las calles de Antigua van a dar, casi todas, contra la mole del volcán Agua, causante de feroces sacudidas y varias destrucciones: sin embargo, los campesinos siguen cultivando sus laderas y los montañistas siguen escalando sus faldeos con la premisa de visitar a un amigo. Abajo duerme la ciudad tantas veces arrasada y tantas veces vuelta a levantar. Conserva celosamente su estructura colonial, recicla las casonas convirtiéndolas en centros artesanales, hoteles, comedores, cafés, posadas y mesones donde recalan turistas venidos de todo el mundo para meterse placenteramente en el túnel del tiempo.        

 

Pero pasemos al "Café Condesa"

A poco de sentarme a una rústica mesa adornada con primores de cerámica de Talavera, una indita maya me pone entre las manos un menú; en la primera hoja leo la historia de la casa, que me atrapa: "¡Bienvenido al Café Condesa! Esta hermosa casa fue construida originalmente en 1549 y formó parte de las Casas Reales de la Ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala, capitanía del Reyno. El primero en ocupar esta casa fue el Conde de Gomero, Capitán General que fuera presidente de "capa y espada", es decir, sin educación, por lo que no pudo ejercer su voto de la audiencia.

 

Otros condes ocuparon esta casa hasta 1775, fecha en que los capitanes fueron trasladados al valle de La Ermita. Como en muchas casas de esta ciudad existe algo de misterio. Se supo que uno de los condes, tal vez el último, regresó de un viaje y encontró a su esposa, la condesa, en una indiscreción con el mayordomo. Lo cierto es que nunca más se vio al sujeto de la ofensa. Se rumoreó que el conde enterró a su hombre de confianza dentro de una pared... ¡Vivo!... pero no pasó del cuento.

 

En 1976, después del terrible terremoto que asolara a la región, durante las reparaciones a la casa, los albañiles encontraron en la pared de la bodega un esqueleto ¡de pie!. O sea lo que se dice emparedado, tal como se la gastaban los señores poderosos a quien se suponía debía serle fiel. Para curarse en salud la casa fue exorcizada en 1992. Y después de habilitar el café, no se ha escuchado ruido alguno, ni se ha visto ningún espectro deslizarse por estos aposentos; tal vez el espíritu haya quedado satisfecho porque de la cocina vienen deliciosos olores y los jardines lucen bonitos de nuevo."

 

Bien bonito luce el jardín tropical arrullado por la fuente que murmura su canción de siglos. La indita, muy parsimoniosa me saca del momento mágico. -Qué va a ordenar su merced?- Como una dama de aquéllas, le sugiero una "Rosa de Jamaica y unos antojitos". Pido para dos. Y me quedo esperando que el fantasma no falte a la cita.

 

La paz de los conventos

 

La América colonial tiene conventos que son de por sí una invitación a la novelería romántica: antiguos portones con sus tachas de bronce indicando la riqueza de la orden, claustros donde los siglos lamen las baldosas, jardines de silencios placenteros sólo interrumpidos por el latir de las campanas, los rezos de los religiosos, el aletear de las palomas... y en esa paz que rezuman las imágenes de mármoles, allí en su quieta eternidad ausente de desasosiegos... lejos del ruido mundanal, de las pasiones y de las contiendas, está la acción. En Cartagena, Las Clarisas tenían su convento, como era natural cerca de los franciscanos. Así lo quisieran los santos fundadores y la organización comunitaria.

 

Pues, hubo un tiempo en que los frailes, que también eran duchos en números, administraban las cuentas del convento de las monjas; ellas, dedicadas a otros menesteres, tan dulces y domésticas, tan espirituales y hacendosas que gracias a estas facultades podían sobrevivir con confituras y conservas, las quintas y las huertas, los bordados y los tejidos. El caso es que las cuentas de los matemáticos no estuvieron claras y Las Clarisas entraron en sospechas. Cuando las confirmaron, los frailes habían metido mano en las finanzas y no concordaban para nada el debe y el haber. Allá fueron las sumisas y laboriosas con la protesta al arzobispo de la ciudad que para ese entonces era Monseñor Antonio Benavides Piérola. El prelado, una vez leído el memorial, resolvió ordenar a los frailes no seguir con la administración de aquellos fondos en litigio, ¡y para qué fue aquello!

 

Los franciscanos montaron en ruidosa cólera, se reunieron a tomar medidas y entre indignados y furiosos resolvieron ir a sacar de los moños y a la brava a las tales Clarisas; que habían tenido el poco tacto de declararlos incapaces y manos largas.

 

Una mañana de diciembre salieron veinte frailes bien morrudos, con una viga de diez metros de largo a manera de ariete para tumbar la puerta del cornvento de las mujeres beatas; retrocedieron, cargaron con fiereza contra la puerta reforzada apuntando con la viga, se estremecieron las dos hojas con tal arremetida y allá por la ventana las sitiadas miraban y tomaban precauciones, los frailes iracundos no sabían la sorpresa que las dulceras les tenían preparada.

 

La madre superiora era pía, pero también ejecutiva; ordenó a las novicias calentar grandes ollas de agua, que estando en ebullición fueron arrojadas con extraordinaria puntería sobre los rudos lomos de los frailes que presto tuvieron que ser llevados a la enfermería de los franciscanos a ser curados con claras de huevos y jugos de tunas. Ante esta manera de respuesta, los frailes no siguieron el ataque, pero sí se reunieron en la cercana Plaza de San Diego para elaborar otra estrategia. Luego de un cónclave decidieron que menos evidente y cruento sería someterlas por el hambre. De modo que se plantaron de guardia día y noche frente a la puerta de entrada de las monjas para que por ella no les fuera posible llegarles ningún alimento desde el exterior. Durante dos meses no pudieron salir las religiosas, que sin embargo eran vistas por las ventanas trabajar normalmente en sus tareas. Abajo vigilaban los airados frailes aguantando tormentas, chaparrones, borrascas y no pocas pullas de los que secretamente simpatizaban con Las Clarisas..-. Pero las monjas les tenían preparada otra sorpresa: detrás del altar mayor de la capilla había un túnel que atravesaba todo el convento y salía al otro extremo. Por allí salían y entraban las monjas a su antojo, llevando y trayendo vituallas que la gente de su vecindad les brindaba con el mejor humor y picardía para burlar a los iracundos sitiadores. Hoy el convento se ha convertido en un fabuloso hotel de cinco estrellas: el Santa Clara. Desde sus terrazas los turistas clase A pueden gozar de los amaneceres y atardeceres del trópico, donde el sol se suicida en el mar más romántico y cantado del Caribe. Los antiguos pasadizos y túneles son la atracción de los visitantes de abultados bolsillos, más que de modestos literatos. Frente al hotel, calle de por medio, está la casa de Gabriel García Márquez, rodeada de un muro color sepia que oculta la mansión donde el escritor pasa sus días con sus personajes.

 

...y este Gabo, que está hecho un abuelo cuenta cuentos, de tupido bigote blanco y cabello de rizos canosos, que se la pasa hablando suavecito y siempre con un magnífico sentido del humor, muestra sus manos arrugadísimas pero bien cuidadas, en cada gesto cadencioso con que remarca lo que dice: "Como para no inspirarse uno con historias que les ocurrieron a mis vecinos viejos..."

Susana Dillon

Relatos maravillosos 
Diario Puntal

22 de marzo de 2009

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