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El sapo, la Estrella y el Poeta
Susana Dillon

Desde chico había pintado para cantor. En su laguna natal recibió lecciones de afamados payadores y con el tiempo no había canción ejecutada por Sapito que no emocionara al auditorio, hasta le supieron llamar"'don-Ata-chico"'[1]. Las ranas le hacían coro y hasta tenía un equipo de porristas que se enloquecían por él. Los escuerzos que son tipos muy serios y que siempre andan de malacara disfrutaban del repertorio embelesados.

 

Pero lo que enloquecía a las multitudes era la canción "A mi estrella" que estrenó un verano a estadio lleno.

 

Realmente Sapito (don-Ata-chico) se había enamorado de esa estrella roja que nace al atardecer y que empalidece a todas las otras con su esplendor.

 

Sapas, ranas y escuerzas le declararon su amor, le mandaron flores, se desmayaron y dieron alaridos por Sapito y Sapito, nada. Sólo miraba a su estrella dedicándole las canciones más hermosas.

 

Así vivió, en su laguna y luego en las otras, cuando lo llevaron en gira triunfal por el exterior. Siempre dedicado a cantar a su amor luminoso y lejano.

 

Hubo otros seres dañinos que le tiraron brasas y puchos encendidos que Sapito se tragó pensando que eran trocitos de su estrella. Se le dañó la garganta con las quemaduras, pero siguió componiendo, ya que no podría ejecutar él mismo sus canciones, siempre con la ilusión de alcanzar a su amada luminosa y lejana. Otras voces, otros cantores tradujeron su emoción.

 

Ya viejo, Sapito solía frecuentar algún boliche donde lo hacían cantar con voz ronca y cansada para pagarse sus tragos.

 

Entre los parroquianos también apareció un poeta errabundo. En un rincón oscuro y triste, ignorado por todos, el viejo don-Ata-chico, luego de muchas cavilaciones le preguntó al poeta:

 

—¿Habré vivido en vano, sólo para amar a una estrella y pasármela cantando?

 

Y el poeta, de larga melena y mirada iluminada le repuso:

 

—Toda la existencia siguiendo a una estrella, he aquí el mejor objetivo de una vida y no sólo eso, Ud. la ha cantado y la ha hecho conocer a otros muchos, es la mejor forma de servir a un ideal, así sea luminoso y lejano.

 

Nota:

 

[1]  En alusión a don Atahualpa Yupanqui.

 

por Susana Dillon
"Fábulas cimarronas"
(peripecias de cordobeses del sur)

I.S.B.N.: 950-665-042-X

 

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