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Río Cuarto, Portal De La Trapalanda
Susana Dillon

Revolviendo las notas dejadas por don Livio Cónsole, respetado periodista de otros tiempos, he encontrado una página en que nuestro sabio y ameno antecesor nos cuenta de esa Trapalanda que él estudió conforme iban sumándose historias con un pié de leyenda que se remontaban al año 1528

Don Livio argumentaba que esta villa fue el portal de la Trapalanda, fabuloso país de riquezas extraordinarias, por donde se iba (sabe Dios por cuales rutas) a la Ciudad de los Césares a la que los conquistadores trataron vanamente de encontrar, para hacerse ricos de una buena vez. De ese modo podían volver a España, no sólo pisando fuerte, sino exhibiendo riqueza y aquello que más los ufanaba: honra, fama y nombradía.

El tema histórico no dejó pluma quieta y las grandes rotativas trabajaron febriles para aventar la historia. La Nación, La Prensa, La Voz del Interior, La Capital de Rosario y otros periódicos de fuste se dieron cita para publicar el asunto que como leyenda nos puso en primera plana, pero que en siglos permaneció en el misterio.
Don Juan Filloy tampoco mezquinó tinta en cuanto a menear el tema y fue en "Urumpta" donde dejó que su vigorosa imaginación persiguiera el origen de esta Trapalanda que lo atrapó en su hechizo para legarnos páginas memorables en defensa de nuestro aborígenes: "-Leyendas, leyendas... Descalabradas, rendidas por el fracaso, volvieron todas las expediciones que fueron en pos de presuntos El Dorado de la Trapalanda, pasaron por el Soco-Soco de ida y vuelta...".

Según Aníbal Montes, arqueólogo e historiador, allá por los años 1529 a 1573 sostiene que existieron circunstancias que hicieron circular los habitantes del valle del Conlara y los de la región de Chocancharaba que ya sabemos quería decir (cacique Chocán), en que nuestros primeros habitantes mandaron en forma muy diplomática a los fastidiosos españoles "más al sur, siempre más al sur", para sacárselos de encima. Tanto Chocán como Yungulo, el cacique del valle del Conlarafueron los primeros en advertir las intenciones de los indeseados visitantes. Así que optaron por dar respuestas muy astutas ante la insistencia en preguntar dónde estaba el oro, respondieron -¿Oro? - Sí, pero más al sur. Se largaron hasta la Patagonia y pasaron a Chile con el mismo cuento. Por estos datos las ciudades se buscaron durante siglos en pos de la riqueza rápida y fácil.

Tantos fueron los buscadores de la mítica Trapalanda o la Ciudad de los Césares o el país de Lin-Lin(otro cacique) con resultados negativos, que si bien no dieron ni con una mísera pepita de oro, se conocieron caminos, se confeccionaron mapas, se levantaron pueblos.

Según don Livio, esta verdadera pasión por descubrir la maravillosa ciudad duró hasta el siglo XVIII, sin embargo, la entrada o portal seguía siendo la Villa de Río Cuarto, una población mísera, sacudida por malones, lugar de paso, fortín visitado por gente de toda laya, descanso y recreo de carreteros, posta y fogón, camándula de pillos y rufianes. Levantada tantas veces como fue destruída, centro neurálgico y geográfico que se iba formando en la encrucijada de caminos abiertos a todos los vientos, donde alguna vez don Carlos Mastrángelo llamó tras muchos estudios "La capital del cuento argentino".

¿Sería predestinación o será que desde el vamos nos gustó contar las cosas más grandes de los que son o nos complacemos con fanfarronadas que se quedan para siempre?

Se critica a los habitantes de esta villa de ser veleidosos, agrandados, amigos de lucirse en la vidriera, darse corte, contar grandezas, jactarse de tener amigos influyentes, creerse que se está en la cresta de la ola... El hecho de gloriarse de ser del Imperio, ya denota que les gusta la bambolla.[1]

A menudo, en charlas amigables, alguien me cuenta que desciende de algún cacique ranquel y si es dama, que su abuela fue princesa pampa. Nadie, todavía me ha contado que sus antepasados fueron indios rasos, sin jinetas, no señor, acá todos son caciques y nadie se achica, faltaba más. Y si hay miseria que nos se note (consigna inventada por nuestra gente).

Para eso nos estudió don Carlos Mastrángelo, que supo como nadie encontrar los mejores cuentos. Venimos de muy lejos con esa maña: desde Yungulo y Chocancharaba dos tipos indios que nos dieron ejemplo para que tengamos lejos al enemigo: los tuvieron como 300 años dando vueltas tras un cuento.

Somos gente descendiente de seres con imaginación portentosa. Venimos de inventar ciudades fantásticas de techos de oro y calles de adoquines de plata, donde la mujer de la guadaña no tenía trabajo porque se vivía en perpetua juventud y salud. Ahora, nadie dijo que se viviera en permanente jolgorio. A esto lo inventaron los nuevos trapalandones.[2]

[1] - Bambolla: más apariencia que realidad.
[2] - Trapalandones: Según el poeta Osvaldo Guevara son los habitantes de la Trapalanda y parece que a esta palabra la encontramos en Don Quijote de la Mancha dicha por Miguel De Cervantes. (Otro que sabía cuentos a granel). 

Susana Dillon

martes 10 de noviembre de 2009
Gentileza de "Ciudadanos autoconvocados de Río Cuarto"
http://ciudad4.blogspot.com/

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