Relatos maravillosos
Relato de la conquista
Susana Dillon

El Inca Garcilaso de la Vega, de no recibir la herencia que le correspondía, de no hacer fortuna con su espada, se ganó con la pluma un lugar en la historia de la América India. Aquí está un relato de su infancia de niño mestizo. Me lo contó el guía del palacio que mandó a construir su padre y que hoy es el Museo Histórico de Cuzco, el ombligo del mundo

 

El Inca Historiador

 

"No todos son Pizarros, Dios nos guarde"

Germán Arciniegas

(El Capitán y la india)

 

Las calles de Cuzco, eran, para esta época, una encrucijada donde la muerte podía sorprender a cualquiera: blanco barbado, de capa y espada, o Indio lampiño y emponchado, hombre o mujer, joven o anciano. Ardían las pasiones desatadas por la posesión del oro, de los títulos, del poder, de la tierra. ¡Ah, el poderl Pizarros y Almagros habían cruzado sus espadas y por las calles empedradas del "ombligo del mundo" corrió también la sangre de los blancos, que a no todos los muertos los pusieron los Indios.

Como lobos hambrientos, los invasores se lanzaron sobre la akllas, las mujeres escogidas, las vestales del Sol y hubo quien quiso algo más, tener a su lado a una princesa de la casa del Inca. El capitán Garcilaso de la Vega puso su mirada codiciosa sobre Chimpu-Ocilo, sobrina de Huayna Cápac y nieta de Tupak Yupanqui: bella, altiva, silenciosa mujer de bronce.

 

El mozo, desde temprano supo quién saldría vencedor en la guerra civil y eligió ponerse en el sitio de los, vencedores. Hablaba con gesto terminante, hacía sonar las espuelas al compás de su paso fuerte y cuando desenvainaba la espada, alguien debía caer. Nunca se supo si cuando puso sus manos sobre la india altiva, ella miró con odio o con temor. Si aquella unión fue fruto de la misma violencia que ronda las calles o se consumó en el lecho del amor. Quién sabe, dicen los indios.

 

Como fue siempre en América, de aquel primer encuentro quedó la asiduidad del joven capitán de los grandes de España y la india altiva, princesa del Incario.

 

¿Se habrán querido? ¿Fue aquella una unión por arrinconamiento y amenazas o ella se acurrucó temblorosa y dulce? Garcilazo frecuentó a Chimpu - Ocllo por años y de esta relación nació un guagua mitad indio y mitad hispano.

 

Los primeros años vivió en la opulenta residencia de su padre, mandada a construir sobre las ruinas de un palacio incaico, frente a la otrora plaza del Regocijo, donde en los tiempos del Incario se celebraban los banquetes públicos y el pueblo era feliz. Así estaban para entonces las cosas, sin que el español pensara que aquello debía ser otra cosa diferente de lo que era. Lo de construir familia ya era harina de otro saco.

 

La enorme residencia colonial daba cabida a más de ciento cincuenta personas: amigos y compañeros de armas. El dadivoso capitán los alimentaba y vestía, para eso Chimpu-Ocllo aportaba lo que toda princesa inca atesoraba en tierras, gentes y bienes de la realeza vernácula. El guagua creció bajo las arcadas del gran patio central, con rumorosa fuente castellana, subiendo y bajando las escaleras que daban al primer piso, disfrutando de la querencia indiana y las chanzas de la soldadesca. De esa devanadera de pláticas y narraciones salía el inquita con la cabeza llena de adocenadas historias: las que contaba su madre en las nanas de su tierra y las que escuchaba por boca de los amigos de su padre, gente de gestos duros y palabras fuertes...y tales cosas de los unos y los otros se le hacían fábulas.

 

Pero como esto de que los invasores formaran sus familias por izquierda con las naturales y que empezaran a brotar como hongo "mancebos de la tierra", que así se le llamó a los mestizos, alertó peligros que fueron ventilados en la corte de España, con grandes aspavientos de guardar la moral, haciéndose cruces los religiosos y jaculateando los legos porque para aquellos tiempos, que dieron ejemplo a los venideros, se justificaba la muerte a los invadidos, se los podía violar, se los podía robar y se los podía esclavizar con el beneplácito del monarca y la santa Iglesia, eso sí, pero cuidado de hacerse cargo de la descendencia y menos casarse con las nativas. Eso les disminuía status social y político. La ley así rezaba. Por lo tanio. el capitán trajo a su casa a su mujer española, como debía ser y punto.

 

La princesa y su inquita pasaron a comer a la cocina. El guagua tapadito con su poncho, hecho un ovillo junto al fogón de la casona del mandamás escuchaba la charla de las indias. A veces la señora blanca bajaba a dar órdenes y se le arrimaba a preguntarle cosas, le tocaba las mejillas y se iba, arrastrando la falda de brocatos... A veces, se encontraba con su padre en las caballerizas y de allí, los dos, de a caballo daban paseos hasta Sacsy-huaman. Justamente donde sus abuelos incas, habían peleado fieramente contra los invasores cubriendo de sangre sus murallas.

 

Los días sin guerra, veía el capitán, desde las arcadas del primer piso como una cadena de indios venía a visitar a Chimpu-Ocllo, a su modesto cuarto de servicio y junto al fuego se sentaban en cuclillas, con mucha ceremonia, rodeando a su venerada princesa que, como al revés de los cuentos occidentales, hija de monarcas se convirtió en sirvienta. El capitán pisaba fuerte y hablaba rudo, escuchaba como rememoraban en su lengua los respetuosos visitantes de su amante indiana y aquello era como seguir el curso de los tiempos andando para atrás, hasta el día en que el dios Sol, allá en las espaldas del mundo construyó el lago del que salieron los primeros Incas a fundar su imperio, mientras el guagua escuchaba y anotaba en su memoria.

 

La mamá India, por las noches arrullaba al inquita con canciones en su lengua y se  dormía pensando en las pasadas glorias de sus tatarabuelos. De día su padre lo llevaba a recorrer campos donde cultivaba lo que la Pacha Mama entregaba generosa: maíz, papas, coca y hablaba de las cosas que debía aprender cuando heredara las tierras... Algún día... Aquello era mejor que andar haciendo molinetes con la espada y a las cuchilladas en Cuzco.

 

También llegó el día en que fue iniciado en latines por teólogos y poetas y aquello de menear la pluma fue mejor que andar que andar mirando como los amigos de su padre andaban despanzurrando gente.

 

Así pasó su infancia el inca Garcilazo de la Vega, que cuando hombre, muerto su padre y apartado de la herencia, por ser mestizo, decidió viajar a la corte española en demanda de las mercedes reales para los suyos... No obteniéndolas, no le quedó otra forma de supervivencia que la de sentar plaza en el ejército. De allí, tras largas y penosas campañas escapó "tan desvalijado y endeudado" que no tuvo otra salida que hacerse clérigo, único modo de tener techo y pan en esa España que no tenía sitio para americanos problemáticos.

 

Ya cincuentón volvió a sus latines, que perfeccionó adentrándose en Filosofía y Teología. Los libros, en el claustro fueron su único consuelo, su solaz y su encanto.

 

Sus últimos años estuvieron dedicados a escribir y lo habitó de nuevo aquel guagua que corría como una devanadera de los brazos de su madre broncínea y contadora hasta el comedor donde los amigos de su padre se solazaban con relatos de fieras batallas, cuentos de espanto y cuchilladas.

 

Entonces el relato salió mestizo.

 

Dejó para las sucesivas generaciones una obra donde se relataban "algunas antiguallas de la patria", "esas pocas que han quedado para que no se pierdan del todo": "Historia del Adelantado don Hernando de Soto" y "Comentarios Reales".

 

Murió en la Córdoba española el 22 de abril de 1626, el mismo día que Cervantes. Por aquellos tiempos el látigo español hacía brotar a raudales el oro de América. En España brotaba a raudales el oro del ingenio ya con Cervantes, ya con Lope de Vega o con Tirso, o con tantos.

 

Pero hay algo más triste todavía en esta historia: hoy en Perú y sobre todo en Cuzco, mucho se discute sobre la obra del inca Garcilazo. Muchos rastreadores y comentaristas de sus escritos le reprochan la justificación a los conquistadores de armas sangrientas que impusieron la nueva fe junto al vasallaje. Dice para esto Aurelio Miró Quesada Sosa, uno de sus estudiosos más afortunados: “hay una especie de ondas cíclicas desde el siglo XVII que lo critican, desconfían de él, consideran que brinda una idea, una visión en exceso idealizada", otros en tiempos recientes, le achacan una versión demasiado hispanizada, algo como colaboracionismo hacia el imperio español y otros lo motejan de fabulador intencionado.

 

¿Qué le pudo pasar al Inca, hijo de un capitán español, que luego de largos años de batallar, se recluyó a la vida monacal allá en la España conquistadora y fanática, con los fuegos de la Inquisición ardiendo para los que se atrevieran a pensar otra cosa que no fuera la consolidación del Imperio?

 

La antigua casona del Inca Garcilazo, a paso de la Plaza del Regocijo, es ahora museo. El gobierno español ha invertido buenos dólares para su reparación y conservación. En la sala de recepción hoy se puede admirar el gran retrato del Inca Historiador, ataviado de sobrio traje negro, luciendo bigote y perilla, gesto calmo y mirada melancólica. Blasones enviados por los actuales monarcas hispanos, como el mismo cuadro, adornan los encalados muros. (Señal que les hizo buen servicio).

 

Recorro con el guía el antiguo palacio que fue posada de muchos infanzones, tal vez, quien sabe, de los oscuros amores del capitán y la Ñusta. Cuando pude estar sola recorriendo tantos cuartos y muebles y antiguallas, también busqué el fantasma de Chimpú-Ocilo (la diadema del Sol).- Sólo aparece, me dijo un indio viejo que hace la limpieza, cuando se enciende el fuego, allá abajo, en la cocina, y una vieja canción de cuna quéchua se echa a rodar por la noche cuzqueña.

 

Bibliografía:

 

Garcllaso de la Vega - Comentarios Reales. Arciniegas,Germán - El capitán y la india, González Vigil, Ricardo – Comentario al Inca Garcllaso de la Vega.

Susana Dillon

Relatos maravillosos 
Diario Puntal

5 de abril de 2009

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