El Quique y la lechuza
Susana Dillon

Tlec... tlec... tlec... suena la caja de madera de Quique con sus lápices. Tamborilean a medida que marca su carrera: el negro, el rojo, el amarillo y azul, también están la goma, un cuaderno de diez hojas y un pedazo de regla. Eso es todo lo que Quique atesora en su cartera.

 

El niño hace el potrillo, así al trotecito llegará a la escuela.

 

Su escuela está en la esquina de cuatro caminos, es una escuela rural, con todos los grados y una sola maestra. De su casa a la escuela está en cuatro carreritas, como cualquiera sabe, la escuela le queda cerca y Quique es el primer año que asiste. Ya sabe las primeras oraciones: Ese es mi oso. Mamá me mima. ¿Asa el seso Susa? y cuenta, cuenta un montón, pero escribe, suma y resta hasta diez... y ayer cayó la primera helada. Porque hay que saber que en el campo, todo tiempo se mide por los acontecimientos del ciclo rural. Así se dice: -Se casaron para la siembra, nació cuando la cosecha, murió cuando fumigaban, se fueron con la quema del rastrojo. Su maestra le dice a su mamá que va muy bien, y si ella lo dice así será nomás.

 

Mientras trota al son de la caja, va pensando... y el viento de mayo le revuelve la mata rubia de chico gringo, le colorea las mejillas y la ñata... y le hace lagrimear los ojos azules... va pensando... -Hoy no le llevo flores a la maestra- ¡También, con la helada!. -No le quedó ni una a mamá. Pero a la maestra le gustan las flores del camino y ella se pone en la solapa del delantal las verbenas o las portulacas como copitas que le lleva Leandro, el único morocho de la escuela, el hijo del domador de la estancia próxima, sí el Leandro, el pelo negro, el chico ése que viene con bombachas batarazas y faja negra, como el padre... Porque a esta escuela van todos los hijos de la colonia y son todos gringos. Y así le dicen en el pueblo: "La escuela de los gringos", cosa de la gente del pueblo, nomás... Sí, el Leandro le lleva flores que crecen a la orilla del camino porque en el puesto no hay jardín, y ella se las pone en el pecho... y cómo le sonríe y le dice: Gracias, Leandro, éstas son las más bonitas. ¡Que dichoso el Leandro! ¿Dónde las encontrará?. Al Leandro le acaricia la cabeza cuando pasa a dar la lectura y cuando termina le dice -"Ya no vienen gauchitos como éste". Huy... ¡me da una envidia...!

 

Quique mira las orillas del camino, a diestra y siniestra, acá también la helada ha hecho de las suyas. ¡Se han helado las verbenas, las copitas, rojas, los pañuelitos...! Revuelve las matas de trébol... nada... nada. Una angustia se le atornilla en el pecho y le hormiguea en la garganta y los ojos. Si tan siquiera le pudiera llevar un pañuelito para decirle:

 

-Señorita, cuando yo era chico, encontré una abeja en un pañuelito cerrado, lo abrí, y me picó.-

 

Entonces ella le contestaría: -Pero es claro, Quique, la abeja estaba muy feliz durmiendo en el pañuelito, que sería como dormir en sábanas de seda perfumada... y vos la sacaste de su lindo sueño.- Sí, porque esas eran las cosas que tenía la maestra, ella siempre sabía lo que pensaban las abejas, y los perros y los caballos y todos los bichos del monte. ¿Cómo hará para saberlo?.-

 

Tlec... tlec.. tlec... sigue febril la búsqueda... ahí entre los cardos, una planta de pañuelitos. Febril revisa la mata negra por la helada. Aquí encuentra uno, trágicamente muerto de frío. Lo arranca, plancha con sus dedos rosados los pétalos gualdos, definitivamente ajados. ¡No sirve, no sirve!.¡Todos helados, todos helados!.¿Qué le llevaré entonces?.

 

Ya no corre, el paso es tardo. Falta poco para llegar. La bandera está en el mástil. Quiere decir que ella ya vino. Porque ella viene desde la estancia donde "para" y levanta la bandera (la escuela no tiene campana, la bandera es quien los llama), entonces todos saben, mirando la loma, que ya es la hora y que vamos a clase.

 

A Quique casi se le hacen pucheros. Las chicas seguro que le llevarían cosas: una manzana, o pan casero, o habrán salvado alguna flor de maceta. Esas chicas siempre tienen algo... y son tan zalameras...! -Yo les tengo una rabia a las chicas...se dice. Siempre pellizcándole los cachetes y diciéndole -¡Qué rico! y lo acosan como si él fuera un nene de cuna y ellas señoronas.

 

Ya pasa por la alcantarilla donde la lechuza tiene su nido. Todos los días la ve echada en su agujero: está clueca. Ahora la lechuza da un vuelo hasta el poste del alambrado y grita escandalosamente.

 

-Aja ¡una novedad! -advierte el chico. Algo amarillo se mueve en la cueva- ¿A ver?.Pichones y ¡qué bonitos! -Plumón claro, esponjoso y tibio. Una fiesta para los ojos y para las manos. Ya no lo piensa más. Sí, un pichón para ella, ya que no hay flores.

 

Como un gato se arroja al agujero, tira la cartera, se arranca la gorra que siempre ambula entre la cartera, el bolsillo y un poco en la cabeza y manotea el pichón. Arrobado lo mira: -¡Qué cara tiene! ¡Qué pico!.

 

Junta su cartera, su gorra y su pichón y sale como el viento. Tlec... tlec... tlec... jadeante llega.

 

-¿Qué le pasa a Quique que llega a esa velocidad? -preguntan los compañeros.

 

-¿De dónde viene con el guardapolvo tan sucio?.-

 

-A este chico lo corrió el diablo!!!.- Son apreciaciones que quedan sin respuesta.

 

Ella levanta las cejas, apuntando el asombro.-¿Qué pasa?.-

 

El chico no tiene voz. Es puro ojos. Sólo tiende sus manos cerradas como un cofre y le ofrece a su maestra el tesoro de su piratería.

 

-¿Qué es?- pregunta ella junto al oído del niño. El corazón de Quique le retumba, le va a reventar. Aproxima sus manos junto al oído de su maestra y susurra: -Sienta.-

 

-¿Un caracol?-

 

-¡No! -Coloca el pichón junto a la mejilla de ella y dice picarísimo -¡Adivine!

 

Ella descubre el pompón amarillo y tibio que tiembla.

 

-¡Quique! ¡Un lechucito! ¿Porqué un lechucito?.- El niño comienza a retroceder ante el asombro de ella. Remueve con la punta de la zapatilla la tierra del patio y ella otra vez -¿Porqué Quique?.

 

Al chico se le pone amarga la saliva.-Porque no había flores señorita... Entonces la mano de ella va de la cabeza del niño al pichón y regresa a recorrer el mismo y amoroso trayecto. El la mira a los ojos y los de ella brillan... brillan. El silencio los ahoga de puro pesado.

 

Por fin ella susurra -¡Qué bonito, pero qué bonito! y Quique se derrite.

 

 

Pero ya vienen las chicas, les vuelan los moños y las trenzas, como las gaviotas vuelan tras el arado.-¡Uf! Ya están aquí esas hinchonas- piensa el chico.

 

-¡Señorita, mire que traerle un lechuzón!.-dice Piera.

 

-¡Señorita, se lo sacó a la madre!- afirma Lucía.

 

-¡Señorita, qué hereje se está poniendo!- dramatiza Ana.

 

-¡Aja! ¿Así que ahora es un robanidos? -acusa Asunta.- Ya sabía Quique que las chicas siempre lo estropean todo.

 

-¡Que se lo devuelva a la lechuza!

 

-¡Se le va a morir, pobre bicho!. Ahora también llegan los chicos.

 

Quique está aterrado. Con todos en contra, qué hará?.- Pero ella le sonríe... le sonríe, con una lucecita en los ojos. Por fin ordena: Ahora vamos a clase. Mientras prepara las tareas grado por grado, arma una canuta al pichón con su pañuelo y una bufanda que siempre anda rodando por el grado. Después lo mete en el cajoncito de las tizas. Quique vuela. No sabe de qué se trata lo que se está enseñando ni mira al pizarrón, ni escucha palabra que le aproveche. Está en otra cosa. Sus ojazos azules van del cajoncito hasta ella y de ella al cajoncito. En la Luna.

 

Por fin llega el recreo, todos salen menos las chicas.

 

-¿Qué va a hacer señorita con el pobre bicho?.-

 

-¿Se lo lleva a su casa?.-

 

-¡También, la ocurrencia de ese chico!- tercian corrosivas. Y otra vez la tortura.

 

Pero ella manda a todo el mundo al recreo o a regar las plantas y se quedan solos en el aula.-

 

-¿No te parece que está muy chiquito para que lo criemos nosotros?.-

 

-Además esta noche va a hacer frío o tal vez extrañe a su mamá.¿Qué te parece?.-

 

Quique se mira la punta de las zapatillas y otra vez escribe con el dedo extraños signos en el piso. Nada contesta.-

 

-Quique, si vos no decís otra cosa: -¿Se lo llevamos a doña Lechuza?.-

 

El niño manotea la caja de tizas y se prende con la otra a la mano de su maestra. Está decidido: ¡vamos!. -Allá van los dos a paso vivo con el pichón en la gorra.

 

Los chicos mayores interrumpen la picadita en el potrero para verlos pasar. Atrás van las chicas, haciendo volar sus trenzas y sus moños, como vuelan las gaviotas. Todos mueven solemnemente las cabezas a uno y otro lado sentenciando: ¡Son las cosas del Quique!.-Y los más grandes: ¡Qué lo tiró al Quique!.-

 

En la cueva, la lechuza representa una auténtica tragedia de madre ultrajada. Los chillidos son para conmover hasta un cerro.

 

El chico saca el pichón de la gorra, se lo pasa por las mejillas, lo acaricia con los labios y se lo alcanza a ella. Ella lo besa y le dice: -Hágase grande, niño Lechucito, para que coma muchas lauchas y bichos dañinos del campo, como será su oficio.- Otra vez a la mano del niño y de allí a la cueva.

 

Ahora todo el mundo de vuelta a la escuela. Adelante va Quique haciendo el potrillo, atrás las chicas saltando y cantando. Volando sus moños de alas. Atrás va la maestra pensando que tal vez la lechuza asuste al rapaz cuando pase mañana por la cueva.

 

Todo en orden, entremos a clase.-

 

Cuando al otro día la maestra le pregunta a Quique si hizo las paces con doña Lechuza, él, muy orondo le sale con ésto: -Cuande pasé por la casa de doña Lechuza, salió y no me dijo nada, nada.-

 

-¿Ah, no?.-

 

-No, somos amigos, me hizo así de arriba del poste.-Y Quique haciendo un enorme esfuerzo facial, con cara y ojos, guiña el derecho a su maestra.-

 

-¿Te guiñó un ojo?.-y ella estalla de risa, mientras le besa el copete.

 

Las chicas que espían tras la ventana, con gran solemnidad pontifican: -¡Arriba de mandarse una "cantada" todavía lo besan!.-

 

En el pentagrama del alambrado, los tordos, como negras y corcheas, cerrando el concierto de la tarde,... replican en coro a la maestra. El gozo se les escapa por el pico.

Susana Dillon
La hora de la sabandija (cuentos con chicos)
Opoloop Ediciones
Colección Gajos de Mandarina
Córdoba, agosto 1993

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