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Secretas alcobas del poder

"Cambiaste el Riachuelo a Plaza de Mayo"
Perón y Evita Primer Parte

Susana Dillon

"Cambiaste el Riachuelo a Plaza de Mayo"  

 

"Tener agallas como vos tuviste, fanática, leal, desenfrenada, con el candor de la beneficencia pero la única que se dio el lujo de coronarse por los sumergidos.

 

 

Tener agallas para gritar basta aunque nos amordacen con cañones".

María Elena Walsh. Eva.

 

 

"Debo gran parte de mi éxito político a las mujeres.

Por lo demás, nada se obtiene en el mundo sin su apoyo".

Pierre Trudeau.  

 

Cuando la pareja Perón-Evita estaba en el pináculo de su popularidad y poder surgió en el entorno y se extendió como reguero una particularidad antes no conocida en la política argentina: la adulación. Tal vez en algún comité y en alusión a algún hombre fuerte, se practicaba con cierto recato en la voz de payadores de prostíbulo o en las candorosas fiestitas comunales.

 

La adulación se instaló en el poder en derredor de la pareja, siendo luego imitada por los aprovechadores del sistema, desparramándose por el país en forma de obsecuencia denigrante, a veces hasta pintoresca. Desde los discursos altisonantes de los fanáticos, los ditirambos más rastreros, siguiendo con poesías, canciones, representaciones radiales, teatrales y cinematográficas, era común que un fervoroso peronista saliera de Mendoza por la ruta para llegar a Buenos Aires haciendo rodar un tonel. Al llegar, una delirante multitud esperaba al sujeto que era alentado por la pareja. También se hicieron raides de a caballo, en motonetas, de a pie pateando un corcho. A la llegada siempre había un premio para quien había sacrificado el cuerpo en homenaje exaltado de sus ídolos y gobernantes. Esta particularidad a fuerza de repetirse, agrandarse y fomentarse se hizo costumbre. Muchos artistas participaron en actos donde se cantaba y se recitaban piezas de verdadera adoración. Fuera de la Marcha Peronista, hoy muy silenciada, ningún poema o canción, ni siquiera "Evita capitana" son repetidas por las muchedumbres que otrora gritaran "la vida por Perón". Sólo una ha trascendido en determinados círculos donde se aquilata la creación artística: el poema Eva de María Elena Walsh. Un homenaje tributado por quien jamás militó en el peronismo, más aún, se diría que estuvo en la vereda de enfrente.

 

¿Por qué este poema ha calado hondo en nosotros? Porque nos ubica entre el amor y el odio que supo granjearse esta mujer que gravitó en la política nacional e hizo su incursión fuera de nuestro medio. Su personalidad sedujo a muchos dramaturgos del exterior. Eva Perón siempre estuvo entre dos pasiones que desató conscientemente. A nadie le fue indiferente. Ella lo supo y obró en consecuencia.

Por eso la Walsh la ubica en esta frontera: nuestra pasión. Quien lea o escuche este retrato vivo de Eva puede buscar lugar en uno u otro frente. Seguir siendo contrera o perseverar en su fanatismo. Mas tendrá que reconocer algo también: que esta mujer tan discutida no pasó en vano su vida meteórica, dejó una huella.

 

Tal vez su innegable espíritu revanchista, tal vez una irrefrenable sensación de que fue una llamada por el destino, ardiéndose en la hoguera que ella misma encendiera. Porque el retrato-poema es lo que está a medio camino de esos dos polos inmutables, es que los argentinos lo seguimos diciendo, en la sonoridad de la permanente paradoja.

 

Una chica marginal (No sé quién fuiste, pero te jugaste)

 

El 7 de mayo de 1919 nació en un puesto de estancia en Los Toldos (provincia de Buenos Aires), allí donde la pampa recogió a los últimos aborígenes que quedaban del genocidio de la "Conquista del Desierto", en una reservación miserable. Vino al mundo traída por una india mapuche, en el ritual de alumbrarla por el Este. Hija ilegítima del encargado de la estancia y una puestera: la Juana, mujer brava y resuelta, hecha a la vida de los carreros y esa inconmensurable inmensidad que debe vivirse con una mano en las riendas y la otra en el facón. Pampa bárbara, tierra de hombres machos y mujeres intrépidas. Juana Ibarguren era descendiente de vascos inmigrantes y tuvo que pelearla duramente con el medio, la gente y los prejuicios. Estaba "arrimada" a Juan Duarte, que tenía a su familia legítima en Chivilcoy. Evita tenía otros cuatro hermanos, todos tan ilegítimos como ella. Desde niña en la escuela sintió ese estigma. Ser la cría de "la otra". Los indios y los chicos de la familia que había que esconder fueron en este país el arranque de una marginalidad que nos condicionó en el disimulo, la hipocresía y el qué dirán.

 

Juan Duarte murió en un accidente cuando sus hijos eran niños. Se encontraron de pronto con que ese padre, al que habían visto muy pocas veces, era un político conservador con las características propias de semejante personaje: mandamás y machista. Lo vieron en el cajón cuando lo velaron en la casa de "la mujer propia".

 

La Juana, ni bien pudo, salió del puesto, yéndose a Junín con sus chicos a remar para adelante, cosiendo ropa, teniendo pensionistas y metiéndoles en la cabeza a sus hijos que había que estudiar para ser alguien y salir del agujero de aquel pueblo.

 

Las jovencitas, mientras hacían sus tareas hogareñas, comentaban los novelones que leían. Evita, ensimismada, devoraba las peripecias de las heroínas de sus hermanas mayores y soñaba: algún día sería actriz.

 

Le fascinaban los melodramas, los comentaba y representaba mientras las mayores pensaban en sus empleos y estudios. En la escuela se la vio como una niña de silencios tristes.

 

De aquella época escribió: "He hallado en mi corazón un sentimiento fundamental que domina desde allí, en forma total, mi espíritu y mi vida: ese sentimiento es mi indignación frente a la injusticia".

 

"Desde que yo me acuerdo, cada injusticia me hace doler el alma como si me clavase algo en ella. De cada edad guardo el recuerdo de alguna injusticia que me sublevó desgarrándome íntimamente".

 

Es precisamente de esa época, la de su infancia, que tendrá los recuerdos de cuando ella y sus hermanos fueron tratados despectivamente por aquella sociedad pueblerina, de rancias hipocresías y abolengos imaginados, de donde acuñaría rencores y maduraría desquites para cobrarse deudas atrasadas a poderes enormes: el gran poder de la oligarquía vernácula. Ese poder al que su padre había sido servil y al que su madre había sufrido en carne propia.

 

La vida en Junín fue mejorando a medida que la Juana cosía en su máquina hasta altas horas, trajinaba en la pensión y luchaba con las cuentas a pagar. Los chicos fueron creciendo con algunas modestas regalías, hasta se podían disfrazar en Carnaval. La propaladora del pueblo comenzó a difundir programas para aficionados. Evita recitó allí sus primeros versos, guiada por su maestra de grado. Su vocecita aguda y nerviosa salía desparramando emociones por las calles del pueblo, ese Junín que tendría siempre presente su origen.

 

Sus hermanos estaban ahora todos empleados, en el correo, en la escuela y en el comercio. Hasta la Juana consiguió candidato: Oscar Nicolini, un inspector de Correos y Telégrafos que ayudó a la familia.

 

Ya por entonces la adolescente Evita, que faltaba a la escuela porque se la pasaba soñando con sus representaciones, insistía en su vocación de actriz. Tal vez la presencia de Agustín Magaldi, un astro de la canción tanguera en aquel pueblo enterrado en la pampa, sirvió como detonante. Se le presentó y le habló de sus sueños en forma contundente: "Soy actriz, pero para llegar me tengo que ir de aquí". Magaldi, que era un artista de buen corazón, se sintió arrollado por esta chica que creía en sí misma. La llevó a Buenos Aires, previa consulta con el cerrado clan familiar. Nicolini arrimó algunas cartas de presentación. Se la vio partir con los ojos llenos de luz, su buena ropita hecha en casa y una maleta modesta.

 

Buenos Aires la debió abofetear con su poder, apretujándose su alma con la suerte de los desvalidos. La linda piba provinciana comenzó el peregrinaje de las "cabezas locas" de todos los tiempos. Con dieciséis años y tantas ilusiones, pero con un objetivo firme: salir del agujero de Junín. Ser alguien. No sólo pájaros tenía aquella cabecita.

 

Mucho se ha tejido en historias truculentas sobre este período de su vida, de lo que tuvo que pagar por conseguir un papel secundario de actriz de radioteatro en Radio Belgrano. Mucho se la ha manoseado. A la jovencita deslumbrada por las candilejas le han asignado protectores y amantes. Mucha tinta y mala leche se ha derramado hasta enchastrarla en su vida de aspirante a actriz. Se han contado anécdotas procaces y se la ha denigrado con saña. Pero conociendo el medio y el paño, hay que convenir que no le pudo ir más que como le fue a toda esa generación de chicas que aspiraban al estrellato. Admitamos también que Evita, si bien era tocada vivamente por las emociones, era una rebelde nata, una contestataria de lo inmediato, una persona de cálculos fríos llegado el caso, que se animaba y encendía en defensa de lo que ella catalogaba como las terribles injusticias. De modo que hay que ponerse a prudente distancia entre aquello de "rodar de mano en mano".

 

La figura frágil, bonita y vehemente encontró, en la vida de tablas, una veterana de los escenarios que la protegió: Pierína Dealessi. La llevó a vivir con ella, sacándola de las oscuras pensiones de artistas.

 

Duro y extenuante debe haber sido llegar a conseguir papeles secundarios en los teatros capitalinos, pero su suerte cambió cuando descubrió el poder del micrófono. Paso a paso, moviendo influencias, trepando hasta desangrarse por la cuesta de la fama, llegó hasta ser "la señorita radio". Pero la atraía irresistiblemente la pantalla luminosa. El mundo que la llevaría a la fama. Sería alguien. Todavía pensaba volver a Junín a refregarles su bien-andanza a las recalcitrantes vecinas del pueblo, ésas que jamás dejaron de recordar su origen.

 

Juan Perón, un coronel muy viajado por Europa cuando el auge y subida del fascismo, se compenetró del futuro de las camisas pardas, las purgas a los opositores y el delirio de las multitudes frente a balcones del poder. Llega justo a la Argentina del '43 y se ubica en un oscuro lugar en esa revolución en la que tiene algo que ver el GOU (una agrupación dentro del Ejército, con empuje fascista). Queda a la expectativa, en un ensordinado segundo plano. En este país, cada vez que el Ejército ha arrebato el poder en cuartelazos, la muletilla siempre usada ha sido clásica: la defensa de la Patria, sus instituciones y la santa religión.

 

A cada golpe, la Constitución fue violada sistemáticamente. La Revolución del '43, encabezada por los generales Ramírez y Rawson, no fue una excepción. Pero el coronel Perón también en esto practicó una técnica campera: "desensillar hasta que aclare". Era un militar de particular serenidad en el forcejeo por el poder. Supo esperar y ubicarse en un lugar poco expectable. En esa época, la Secretaría de Trabajo y Previsión era un bocado miserable para los entorchados que cortaban la gran torta revolucionaría de cuartel. Perón, el coronel, vio cómo pintaban los reclamos populares descuidados y minimizados por los anteriores gobiernos conservadores y radicales. Desde aquel cargo a nadie se le hubiera ocurrido crear las bases de una operación destinada a despertar a las grandes masas obreras conducidas desde los sindicatos, creando un poder tan enorme como el mismo ejército que fue el sustento de cualquier gobierno. Los camisas negras y los camisas pardas habían cambiado de mano el poder en Europa, ¿por qué no aquí? Perón pensó en un híbrido entre esas falanges y los antiguos "sans culottes". Ya estaba creando "los descamisados".

 

Pero debemos tener en cuenta que las Fuerzas Armadas de este país han sido, desde Roca en adelante, el brazo armado de la oligarquía vernácula que manejó en forma discrecional y a su entera satisfacción el destino nacional. La prueba está en que todas las niñas de la sociedad porteña primero soñaron casarse con nobles europeos (aunque sea caídos en desgracia) y si tal situación no se daba, bueno, que fueran oficiales de las FF.AA., así salvaguardaban los intereses de la clase privilegiada. En las familias patricias, mezclados en la oligarquía, siempre hubo condes, milicos y curas. Todos tiraron para el mismo lado. La negrada, los grasas, los descamisados, los cabecitas negras, todo el complejo de la marginalidad: los malandras, se fueron nucleando alrededor del "primer trabajador"', ese coronel bonachón, con aire docente de cura de aldea, campechano, ocurrente, quien no dudaba en sacarse el saco en las grandes ocasiones para ser "un descamisado más". Los cabecitas negras lo adoptaron como su líder. Al fin alguien se acordó de ellos, pensó por ellos y los supo manipular. Su revolución fue simple: de la gran torta de la Argentina opulenta, el "coronel del pueblo" saca un pequeño trozo y se los da a probar a los sumergidos. Nunca antes se había dado tal transgresión. Después trasladaría la dialéctica a su doctrina. La oligarquía todavía no había "parado la oreja" de lo que se le venía encima.

 

El 15 de enero de 1944 un terrible terremoto arrasa con la ciudad de San Juan.

Desde su secretaría, el coronel Perón organiza la ayuda a esa provincia devastada Se prueba, adquiere protagonismo. Su relación con los artistas se hace estrecha, los convoca a un gran festival a beneficio.

 

Allí se conocerían el "coronel del pueblo" y la actriz del radioteatro que hacía llorar a las amas de casa en horas de la tarde. Las estrellas de ambos estaban en ascenso. Los dos buscaban algo en común: ser alguien. El poder estaba en el medio. Lo recaudado en el festival y lo que dio todo el pueblo argentino tocado por la solidaridad fue cuantioso. Se ventiló el tema que no todo lo recaudado había llegado a San Juan. En la calle, tiempo después, comenzaron a escribirse en los tapiales consignas como ésta: "Perón, Evita, adonde está la guita que San Juan la necesita".

 

Sin embargo, las crónicas estaban con sus titulares y ojos puestos en el coronel seductor y la provinciana joven y bonita que pintaba para estrella. Bajo aquellas carátulas crecía la ambición. Había pan y ganas de comer.

 

Vivieron juntos. Perón era hombre de poner bulín, regalar pieles y hacerse ver. Viudo, todavía frecuentaba a una mantenida, pero en poco tiempo Evita desalojó de la vida de "su hombre" a toda otra fémina potable. Él vio en ella un entusiasmo por la política y por su obra en Trabajo y Previsión, que lo deslumbró. Por otra parte, la chica era fresca, vehemente, linda y sin asco para la acción. Los dos buscaban afanosamente ya no ser alguien, sino el poder.

 

Bibliografía

 

Carmen Llorca. Llamadme Evita.

Carmen Llorca. Las mujeres de los dictadores.

Eduardo Galeano. Las venas abiertas de América Latina.

Eva Perón. La razón de mi vida.

Susana Dillon

1 de agosto de 2010
Secretas alcobas del poder
Diario Puntal (Córdoba, Arg.)

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