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Los cronistas del Incario
Susana Dillon

Un imperio tan consolidado como el inca, necesariamente tenía un sistema de información que aún hoy asombra por lo original y eficiente. No tenían escritura, pero los quipus, cuerdas de algodón coloreadas y anudadas eran un método mnemotécnico de llevar contabilidades y relatar noticias escuetas por códigos. También las grecas y dibujos de las vasijas cerámicas tenían un mensaje. Esta labor era desarrollada principalmente por mujeres. Pero lo que llamó la atención de los europeos fue todo un sistema de chasquis que recorría rutas ya estipuladas, a veces de miles de kilómetros, como el camino de Cuzco a Quito (2000 km), que era recorrido en seis días con mensajeros de relevo. Los encargados de este delicado trabajo, o mejor misión, eran jóvenes atletas aptos para la carrera y para todo esfuerzo físico, que debían relevarse cada media legua y en cada relevo ya estaba un indio descansando para reanudar la posta.  Buenos corredores, aún hoy asombra su promedio, contando que a pesar de tener camino debían sortear ríos y montañas de gran altura, además de las inclemencias del clima, llevando el mensaje secreto para servir a su reino. El chasqui llevaba un látigo y una porra para defenderse en una mano, en la otra, en una bolsita, los quipus abrigado con un grueso poncho, a la distancia hacía sonar un caracol para alertar al que lo esperaba para el relevo en el TAMPUS, especie de abrigo donde encontraba cama y comida. Los españoles siguieron usando este sistema de comunicación durante doscientos años.

Para un cronista los dioses no eran tales

Con un sistema tan perfeccionado como el de los chasquis era lógico que el Inca se enterase del arribo de gente extraña por las costas del Pacífico y mandó a sus cronistas para que observaran detenidamente todo lo que los extraños hacían. Las noticias enviadas por los curacas de la costa advertían de que aquellos seres pálidos, barbados y con armas mortíferas, que montaban extraños animales y que usaban vestimenta de hierro para la guerra hizo que pensaran que era realmente los Viracochas los recién llegados.

Atahualpa, que había desatado una cruenta guerra civil contra su hermano y heredero del trono, Huáscar, tenía para estos menesteres todo un equipo de informantes.  Mandó pues a uno de los más capacitados para que observara los movimientos de los dioses que habían venido del mar.

El indio, disfrazado de vendedor de pacaes, entró en el poblado fundado recientemente por los extranjeros sobre una aldea nativa. Se admiró pues  grandemente cuando el herrero Juan de Salinas, hombre de confianza de los Pizarro  - ablandaba y torcía por la acción del fuego metales tan rudos como el hierro, a su capricho – quedó fascinado cuando el barbero Francisco López rasuraba las terribles barbas de sus compañeros, rejuveneciendo en un instante los rostros y que el domador Hernán Sánchez Morillo gobernaba las terribles bestias a su antojo.  Por otra parte descubrió que los caballos no comían carne sino hierba,   que los perros de guerra no comían hierba sino carne, casi siempre de indios y el mayor hallazgo, que los españoles no eran dioses sino hombres... Los descubrió cuando los vio hacer sus necesidades en una improvista letrina. La elemental sabiduría del presunto salvaje: el hombre blanco, como a los patos criollos se los conoce por su bosta. Nada pues de tenerlos en los altares. Así lo comprendió Atahualpa.

Aquellas  noticias se debieron enviar por quipus y resulta oportuno recordar que en la comunicación entraba primordialmente la memoria.  Previamente se hacía una selección de lo que se debía transmitir, luego se los memorizaba con la ayuda de los cordeles anudados y luego, cuando convenía al soberano, tales noticias se pasaban  a los trovadores que  las difundían, de lo que se infiere que hubo datos que no se daban al público, ni los codificaba la historia. Hubo incas que ejercieron la censura en forma tan despiadada como lo hicieron luego los dictadores que padeció la América de este siglo. Pachacutec, en 1438 dio muestras de manejar la táctica de borrar el pasado que no le convenía.  

Bibliografía:

José Antonio del Busto. “La conquista del Perú”
Víctor Von Hage. “Incas”.
Gary Jennings. “Azteca”.

Susana Dillon

6 de enero de 2010
Gentileza de "Ciudadanos autoconvocados de Río Cuarto"
http://ciudad4.blogspot.com/

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