Las Botellas Maravillosas
Susana Dillon

Los días de fiesta, cuando la tía Maggie ponía una botella de buen vino para honrar la mesa, al que la descorchaba le advertía:

 

—Con cuidado, que te puede pasar lo que al granjero de Tipperary -los comensales, ante el aviso, pedían tapar de inmediato la botella una vez que cada copa estaba servida.

 

—Pueda que salgan dos hombres como en el cuento... -de aquí en más comenzaba la jarana con las suposición de lo que les podía deparar el contenido.

 

Ése era el momento propicio para que nuestra tía contara por milésima vez un cuento de su tierra, la verde Erin, que nadie se cansaba de escuchar por reprisado que estuviera.

 

 

Este granjero del cuento, estaba pobrísimo, tanto, que tuvo que llevar la única vaca que le quedaba a la feria, para con lo ganado, comprarle de comer a su familia. Los niños ya habían comenzado a llorar de hambre.

 

Cabizbajo iba por el camino, cuando un hombre sentado en una piedra le habló:

 

— ¿Vendes la vaca?

 

— Sí, a eso voy al pueblo.

 

— Te cambio la vaca por esta botella -dijo el hombre mostrándole una botella llena de humo.

 

— ¡Aja! ¿Y qué dirán mi mujer y mis hijos si yo caigo muy orondo a mi casa con semejante cosa? -respondió el granjero muy inquieto.

 

— Pues no sé, tú dirás -dijo el hombre.

 

— Sin duda me romperán la cabeza por infeliz -afirmó el pobre granjero.

 

Pero tanto lo charló y argumentó al granjero aquel extraño que terminó mareándolo. Cansado, harto de tantos pareceres y consejos de que en la feria robaban, que embaucaban a la gente, y que se hacían pésimos negocios, que por fin cedió y se hizo el trueque.

 

Cuando la mujer lo vio llegar con la botella, casi le da un ataque. Todos lloraron de hambre y de indignación ante la necedad del granjero.

 

No sabiendo qué cosa hacer, el granjero se sentó a la mesa y procedió a abrir la botella. Apenas le sacó el tapón el humo que en ella había se comenzó a expandir por la cocina formándose dos figuras. Eran dos hombres robustos que comenzaron a extender un mantel sobre la mesa, poniendo sobre él toda clase de manjares y bebidas deliciosas. ¡Qué fiesta si hicieron el granjero y su familia! Comieron hasta saciarse y se fueron a dormir. Los hombres de humo se metieron de nuevo en la botella, entonces el granjero le colocó el tapón para que no se le escaparan.

 

Desde entonces, si el granjero necesitaba lo que fuere, no había más que destapar la botella y pedirlo. Los hombres de humo le traían lo que deseara.

 

Se hizo rico, arregló la granja y compró animales. La mujer lució nuevos vestidos y a los chicos todos los gustos les fueron concedidos. Los vecinos no paraban de cuchichear de dónde sacarían tanta bonanza. Se supuso que tenía tratos con los "leprechaun" o con las hadas de los bosques y ya es conocido que hay gente que aguanta los infortunios pero no aguanta el éxito ajeno. Así que se lo fueron a contar al dueño del campo. El gran señor lo vino a visitar con grandes zalamerías sobre lo hermosa que tenía su granja y lo bien que disponía de la tierra. Trajo ricas tortas y botellas con licores finos. Brindaron por la abundancia y los buenos negocios y cuando el granjero estuvo ebrio, el propietario le propuso cambiarle la botella maravillosa llena de humo por cinco acres de tierra.

 

—Trato hecho -dijo el granjero y ya se sintió terrateniente.

 

No se sabe por qué causa todo le empezó a ir mal. El campito no producía, se le morían los animales y otra vez volvió el hambre a la granja. De todo lo ganado con la botella no le quedaba más que una vaca y los chicos lloraban de hambre.

 

Así que vuelta otra vez al camino a llevar a vender el animal. Junto a la piedra del camino encontró al hombre de la botella. Le contó lo sucedido y el hombre volvió a sacar otra botella. Esta vez tenía un líquido verde que le cambió sin más trámites por la vaca y vuelta a su casa.

 

Abrió la botella a la espera de la abundancia, cuando comenzó a salir de su pico un burbujeante líquido verde que tomó la forma de dos fornidos luchadores, armados de garrotes. No bien estuvieron en el suelo la emprendieron a garrotazos con el granjero, su mujer, los chicos hasta con los que pasaban por el camino. Palos y más palos a todo el mundo. No bien terminaron la garroteadura se volvieron agua verde y se metieron a la botella. El granjero se levantó dolorido del suelo y tapó la botella para que no siguiera aquello.

 

Lleno de chichones partió para la residencia del amo de sus tierras con la botella en el morral. El propietario estaba ofreciendo a sus amistades un gran baile con motivo de sus éxitos comerciales. El granjero pidió ver al señor, quien lo recibió en medio de la fiesta con señoras de trajes de raso, joyas y pieles, acompañadas de caballeros de frac y chistera.

 

Todo era gran expectación. El granjero le ofreció su nueva botella a la que todas aquellas lujosas amistades querían ver. El rico propietario no pudo esperar un minuto más y abrió el recipiente, saliendo entre chorros verdosos los dos luchadores con sus poderosos garrotes.

 

Grande fue la tunda que le dieron a los brillantes bailarines, a las enjoyadas damas y a los gentiles caballeros. Más palos hubo para el dueño de la casa y todo fue tumulto y confusión. Todo el mundo recibió lo suyo y bien parejo para que no hubiese reclamos. A los gritos el propietario rogaba que acabara la paliza, pero el granjero le aclaró que los luchadores la seguirían mucho más hasta que le devolviera la primera botella sacada con tan malas artes.

 

Así que se la tuvieron que devolver. En medio del desbarajuste, con la botella de humo en su morral, el granjero hizo volver a los luchadores a su botella verde, dándose por terminada la garroteadura.

 

El granjero volvió a su casa con las dos botellas que por lo visto por fin había aprendido a manejar.

 

Vivió contento y próspero hasta muy anciano. Cuando murió en la cena que se sirvió a los asistentes al velatorio, con tanto ajetreo, gente que iba y venía, lloraba y se reunía, no se sabe cómo, se rompieron las botellas, o se perdieron, o se extraviaron, o las robaron o... ¿no será una ésta, que tengo en la mano, por casualidad?

Susana Dillon
Los viejos cuentos de la tía Maggie
(Una irlandesa anida en la pampa)
Editor: Universidad Nacional de Río Cuarto
Córdoba, 1997

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