Relatos maravillosos
La leyenda de las Cataratas del Iguazú
por Susana Dillon

El gran pueblo guaraní, tal vez porque se desarrolló entre la abundancia y el clima cálido, tiene un nutrido y pintoresco panteón de dioses y duendes que merodean por las selvas y los ríos.

Tupá es el supremo Dios creador, de generosa bondad, al que siempre se lo encuentra dispuesto para ayudar a sus criaturas no bien se lo invoca; ninguna otra deidad tiene esa importancia.

En cambio, Añá, su oponente, ni siquiera tiene categoría de deidad, tampoco se lo puede comparar con el diablo. Más bien es un estorbo, una contrariedad, un percance que nos alcanza por nuestra zoncera o falta de interés por nuestras obligaciones, digamos mejor: un pobre diablo, un fastidio pasajero y sin importancia.

La ira de Tupá

Cuando Tupá, el creador, sale a recorrer el mundo, no es necesario que Añá, el maligno, quede libre para hacer daños por la selva, a veces con un loro resulta que basta y sobra.

Muchas leyendas y mitos se tejen en las selvas misioneras para darle explicación a hechos naturales: nacimientos de ríos, formaciones rocosas, descubrimientos de animales y plantas útiles al hombre que habitan en ese edénico lugar. Si estos fenómenos son de magnitud, los primitivos habitantes echan a volar sus fantasías, recurriendo a sus dioses ancestrales para dar alma a las cosas inanimadas, explicando en su ingenua cosmogonía todo aquello que los aterra o exalta.

Un viejo guaraní, de los pocos que quedan en tierra de Misiones vendiendo su tocado de plumas, sus collares o sus arcos y flechas para los pequeños turistas, me dio esta ocurrente versión del nacimiento de las Cataratas del Iguazú, tal como a él se lo contaron sus antepasados.

Tupá, el dios creador de la naturaleza y de los hombres, anda por el mundo repartiendo dones: ayer hizo las montañas para protegernos del frío, hoy derrama un río para refrescar las arboledas y dar de beber a los animales, mañana tal vez nos mande caza y pesca para alimentarnos. Una vez está acá y otra vez anda por allá. El nunca castiga de puro bueno que es, para eso lo manda a Añá, el ejecutor de las penitencias, pero en algunas ocasiones, en la selva no está ni uno ni otro, entonces quedamos a merced de nosotros mismos.

Tupá tenia dos hijos mozos con sus respectivas familias: esposas e hijos, sus suegras y cuñadas. Sobre todo eran muy importantes sus cuñados. Cuantos más cuñados, mejor: eran buenos para hacer la guerra, para la caza y la pesca. Las cuñadas trabajaban la tierra, tejían el ñandutí, cocinaban la mandioca, cultivaban maíz, juntándose todas a la tarde para charlar. Eran muy charlatanas y de cualquier acontecimiento sacaban tema para rato.

Los monos y los loros también participaban de las reuniones amenizando con sus gracias, cada quien aportando lo suyo. Todo anduvo bien hasta que apareció un anciano hechicero venido del Este con un loro grande y hablador, lengua suelta como ninguno antes vio. No sólo hablaba, cantaba, decía chistes y contaba cuentos más verdes que su plumaje, algunos tan chanchos como los propios del monte. Las mujeres, encantadas con el loro.

La mujer del hijo mayor de Tupá se lo cambió al anciano por varias bolsas de harina de mandioca y pescado ahumado. Del hechicero no se supo nada más, pero dejó con qué entretenerse

La dueña del loro se ufanaba de su propiedad, lo ponia en un aro frente a su choza y todos a escuchar el repertorio del loro. Se quemaba la comida, los animales destrozaban los maizales, no se barrían las chozas ni se atendían los gurises. La mujer del hijo menor, envidiosa del éxito de su cuñada, también quiso llevar el loro a su casa; ofreció trueques importantes y nada. Vinieron los hombres, que todos cazaban y pescaban juntos, y allí nomás empezó la disputa. Ya estaban por afilar las lanzas para entrar en guerra cuando en medio del alboroto apareció Tupá.

-Esto tiene que terminar aquí -les dijo-. No puede ser que entre hermanos haya guerra. Que el loro esté una luna en la tribu de mi hijo mayor y otra luna en lo de mi hijo menor. Así habrá paz -sentenció el dios sabio.

Así fue como el loro pasaba de una a otra luna cantando, contando y de regalo trayendo y llevando chismes de una a otra tribu.

No solamente las mujeres se sentaban, abriendo la boca frente al loro enjundioso, sino que los hombres cada vez cazaban menos y pescaban escaso, y descuidando sus fronteras fueron invadidos por vecinos que ambicionaban sus tierras. El loro contaba intimidades e historias escandalosas de unos y de otros, atreviéndose a criticar la forma en que gobernaban los caciques. Primero fueron grandes risas y después grandes furias.

Las mujeres apenas si cocinaban, todo el tiempo escuchando las novelas que les contaba el charlatán, cada vez más enredadas, atrevidas y cochinas. Los gurises comenzaron a pelearse bajo la arboleda, donde antes habían jugado tan lindo. Llegaron los hombres y recriminaron a sus mujeres. Se metieron las suegras y las cuñadas, las tías y las primas, las abuelas y las madrinas. No hubo manera de entenderse. Los ánimos cada vez más caldeados estallaron en violencia..., comenzó la guerra.

Cada vez que un bando ganaba la batalla, no se llevaba el vencedor armas, ni comida, ni mujeres, como siempre. Se llevaban el loro.

No bien se disponían a disfrutar de la audición, ya caían los perdedores en lo mejor del cuento -¿y no va que se lo roban?-. Entonces, otra vez la guerra.

Las cuñadas acosaban a sus maridos para que consiguieran armas cada vez más efectivas. El loro pasaba datos de dónde estaban las mejores flechas, quién tenía las lanzas más agudas, las más certeras cerbatanas, los garrotes más reforzados. De todos lados trajeron armas. La guerra era cada vez más cruel. Incendiaron bosques, inundaron plantaciones, destrozaron pueblos enteros, y el loro cada vez más peleado y solicitado. Un día para acá y otro para allá. Asi, lunas y lunas. Años y años. Tanta fue la destrucción que cuando Tupá lo vio, se indignó; es más, le atacó una ira terrible por aquella insensatez de sus descendientes. Tomó un gran cuchillo de monte, una faca inmensa, y se fue para el río de "Las Aguas Grandes" que él había creado para que nunca faltara ese elemento en esa tierra colorada tan caliente y fértil. De un solo golpe partió la corriente diciendo:,- De un lado la tierra para mi hijo mayor y de otro para mi hijo menor. Aquí se termina la guerra y cuidadito con cruzarse. - Al loro le retorció el pescuezo y lo tiró justito donde ahora está la garganta del diablo.

No hubo más guerras entre los hermanos, hijos de Tupá. Las cuñadas, cada una en su choza, volvieron a cocinar, tejer y cosechar.

El río de "Las Aguas Grandes" cae en cientos de saltos hacia la fosa creada por Tupá en el día dé su ira. Es que Tupá es tan generoso, tan magnánimo, que hasta en su violencia es capaz de crear semejante belleza.

En cuanto a los loros, los descendientes de aquel que trajo tantos pleitos, siguen hablando zonceras, claro, pero ahora ya nadie les hace caso.

Desde entonces, cuando los descendientes de los hijos de Tupá se encuentran en las proximidades de las cataratas, no solamente alaban la fuerza del dios creador sino que se intercambian lo que producen a modo de prenda de amistad: peras y manzanas por el delicioso abacaxi y a menudo aparecen también los descendientes del anciano hechicero vendiendo televisores. Las mujeres de ambos lados de las cataratas siguen, abulonadas a sus sillas, devorándose los novelones. "Las Aguas Grandes'' no sólo reúnen a gente hermanada por el paisaje, de todos los países del mundo las vienen a contemplar. Tupá los mira satisfecho asomando sus barbas por el arco iris.

 

Ver:

Las gargantas del agua Misiones. El Parque Nacional Iguazú - por Graciela Cutuli texto y fotos 

Publicado en Página/12 Domingo, 18 de enero de 2015 c/videos agregados

Un Lugar Llamada Cataratas - Documental La Otra Mirada

Idea y Guión : Marcelo Horacio Dacher
Edición, Musicalización y Animación: René A. Stevens
Cámara y Fotografía: Adamchuk Yonathan
Notas: Norma V. de Pfeiffer
Voz en Off: Coty Da Silva
Asistente de Edición: Ulises Garay

 

por Susana Dillon

Relatos maravillosos 
Diario Puntal

8 de marzo de 2009

 

Ver, además:

 

                     Susana Dillon en Letras Uruguay

 

                                                  Leyendas varias en Letras Uruguay

 

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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