La comadreja que era vieja
Susana Dillon

La tía Maggie, mientras cocinaba, nos tenía de pinches de cocina, es decir le ayudábamos en los trabajitos que por nuestra edad podíamos realizar: buscar marlos o leña para las hornallas, pelar las infaltables papas y choclos para el puchero, atizar el fuego, tener corridas a las moscas, buscar las verduras de la quinta. En fin, algo así como "ganarse el bocado de comida", como ella decía. Pero lo que contrarrestaba tales obligaciones era la posibilidad de sugerir alguna compota, dulce o panecillos que eran una delicia y se cocinaban entre cuento y cuento. Éste nos gustó mucho:

 

Hace ya muchos años, vivía en el condado de Galway un pobre hombre llamado Paddy O'Kelly que tuvo que vender su único borrico en la feria.

 

Por el camino, y siendo todavía de noche, lo sorprendió una tormenta. Con la luz de los relámpagos vio una enorme casa, rodeada de una arboleda espesa. Las ventanas apenas estaban iluminadas por un débil candil. La puerta estaba abierta, así que entró esperando al dueño. Afuera dejó al burro reparado del alero. Como había fuego en la chimenea, se sentó y esperó a que alguien saliera. Ya se iba a quedar dormido con el ruido monótono de la lluvia, cuando vio venir hada la chimenea a una gran comadreja con algo amarillo y reluciente en el hocico que dejó caer en una tetera de peltre que había sobre el hogar.

 

El animal fue y vino varias veces a pesar del mal tiempo, siempre trayendo aquello amarillo que O'Kelly pudo comprobar, eran guineas y ya había un buen montón en la tetera.

Cuando rayó el día y nadie apareció, la comadreja había suspendido sus viajes. Tumbó la tetera y se embolsicó las guineas para salir muy fresco, silbando bajito.

 

Así anduvo rumbo a la feria con el burro de tiro, cuando oyó que la comadreja se le venía por detrás chillando tan fuerte como tres gaitas juntas. Se adelantó el bicho, le hizo frente al caminante queriéndolo morder. O'Kelly tenía un buen bastón, así que la tuvo a raya, sacudiéndole fuerte cada vez que se le venía encima. Llegó a la feria y allí vendió el burro. Con la venta y lo que encontró en la tetera se compró un hermoso caballo. Montó en él y muy contento se volvió a su casa.

 

—Negocio rotundo -se dijo.

 

Metió el caballo en el establo y se fue a dormir cansado y satisfecho de los acontecimientos del viaje.

 

A la mañana, cuando iba a darle de comer a su nuevo animal, vio salir del establo a la comadreja toda ensangrentada. No sólo había muerto al caballo, sino a la vaca y al ternero.

 

—¡Siete mil maldiciones caigan sobre este animal sanguinario! -gritó Paddy. Llamó a su perro, un bravo animal que lo acompañaba, para que ultimara a la comadreja, pero ésta viendo el peligro, se escurrió por un agujero de la pared del establo y escapó veloz.

 

Al otro día estaba Paddy en sus tareas de ordenar el establo, cuando el perro se metió en él hecho una furia y ladrando feroz. Allá fue el hombre y encontró a una vieja acurrucada, con toda la ropa sucia de sangre a la que el perro tiraba dentelladas bravamente. La vieja tenía un repugnante olor a comadreja.

 

—¡Paddy O'Kelly, sácame a este perro infernal de la garganta! -gritaba la vieja desgreñada.

 

—¿Y por qué me mataste el caballo, la vaca y el inocente ternero, vieja arpía? -amenazó Paddy.

 

—Porque te llevaste mi oro, que ya hace más de 700 años b recojo por todas las colinas y valles de Irlanda. Ese dinero es para que paguen misas por mi descanso. Cuando joven cometí un horrible delito. Con esas misas descansaría en paz y me liberaría de ser convertida en comadreja todas las noches.

 

Luego, pensativamente, agregó:

 

—¿Ves aquel gran árbol que crece junto al camino? Allí, hacia el poniente, a dos yardas, cava y encontrarás una olla con oro. Cuando la encuentres paga las misas y asiste a ellas. Con el resto te puedes quedar. Compra la casa del fondo del valle. Te la darán barata porque tiene fantasmas -las palabras de la vieja dejaron a O'Kelly sorprendido y admirado.

 

Así lo hizo, desenterró la olla, encontró las monedas de oro y con ellas compró casa, vaca, ternero y caballos. Refaccionó lo que estaba destruido y era nido de fantasmas, colocando luces en todas partes, buenas lumbres y muchos pájaros. Pagó las misas y rezó.

 

Los fantasmas huyeron porque son enemigos de la luz y de los trinos de las aves, tampoco estaban de acuerdo con los chicos de Paddy porque eran fatales jugando con las almohadas y las sábanas. De ese modo todos pudieron pasear y jugar por los jardines de la casa. Había árboles bellos y trinos en sus ramas.

Redobló la vigilancia por si a alguien se le ocurría importunarlo, con dos poderosos mastines y trajo a vivir con él a sus parientes menos afortunados.

 

La gente del valle nunca supo el origen de su bienandanza. Comenzó a decir que andaba en tratos "con la buena gente" o sea con los duendes. La tía Maggie reía comentando:

 

—Como yo, que cuando no tengo ni pasas, ni frutas, ni dulces y se me da por hacer panecillos de la nada... ¡ ¡y me salen riquísimos!!

 

Y ahí, cuando menos lo esperábamos, nos tiraba un trapazo por la cabeza, reanudándose la algarabía, que había estado controlada mientras escuchábamos, bebiéndonos sus palabras.

Susana Dillon
Los viejos cuentos de la tía Maggie
(Una irlandesa anida en la pampa)
Editor: Universidad Nacional de Río Cuarto
Córdoba, 1997

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