La adelantada Doña Mencia Calderón, un destino insólito
Susana Dillon

La Corona española no era proclive a mandar mujeres en esto de hacer viajes de exploración o de conquista. Se suponía que no tendrían agallas para guerrear, organizar y sargentear a aquella gentuza que se anotaba para arriesgar el cuero en tales empresas.

La soldadesca y la marinería no "eran harina de hacer hostias" precisamente. También había que tener dinero para sufragar la empresa, que no todo era obligación de la Corona. El que tenía mucho dinero, sufragaba lo que costaban las naves, las armas, la pólvora, buscaba y contrataba marinos avezados, conseguía mapas, elegía hombres fogueados en las guerras, compraba caballos. El rey celebraba un contrato quedándose con un quinto de las riquezas a conseguir, dándole al emprendedor de la aventura el título de adelantado, gran responsable de toda iniciativa. Pero hubo una vez en que el adelantado murió repentinamente, teniendo su mujer, Doña Mencia, que hacerse cargo de tamaña empresa, sin comerla ni beberla.

Veamos cómo le fue a la única adelantada de la que se haya tenido memoria, una mujer que no mezquinó esfuerzos para cumplir el trato que había firmado su marido: llevar a Asunción las primeras mujeres españolas que levantarían hogares y fundaran ciudades. 

Doña Mencia Calderón 

La historia aprendida en la niñez y la otra metida a la fuerza en los severos manuales y textos superiores nos ha apabullado con la actuación de aquellos adelantados que vinieron comandando importantes expediciones para fundar ciudades y dirigir "entradas" buscando los tesoros que suponían en poblados indígenas, en templos y tumbas de sus perseguidos. Todavía tenemos frescas las nociones de las dos fundaciones de Buenos Aires y de las ciudades del interior que nacieron de las corrientes colonizadoras de Cuyo, del Tucumán y las despachadas desde Asunción. Don Pedro de Mendoza, Don Juan de Garay, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, son los que ocupan importantes páginas, aún más, obras pictóricas recuerdan la gesta en sitios donde se conmemoran grandilocuentemente los hechos históricos, con el agregado de importantes y hasta monumentales estatuas de los magníficos enviados de Su Majestad Imperial.

Sin embargo, la figura femenina en tales recordaciones está ausente. Ningún rastro más que la rápida cita a la carta dirigida por Isabel de Guevara a la princesa Juana o la anécdota de la Maldonada. Por eso el encontrar disimuladamente, entre tanta gesta honrosa, el rastro de Doña Mencia Calderón no sólo nos provoca gran interés sino indignación al haberse silenciado durante tantos años su epopeya.

Como Alvar Núñez Cabeza de Vaca perdió su adelantazgo por intrigas y pleitos con Irala, verdadero amo de Asunción y sutil político, marchó prisionero a España, donde debía ser juzgado y, de acuerdo con las capitulaciones, no tenía derecho a dejar sucesor. Al título lo postuló entonces el extremeño Juan de Sanabria, pariente de Hernán Cortés. El 22 de julio de 1547 firma las capitulaciones por las cuales se compromete a armar una expedición a sus propias expensas con 250 hombres de guerra, cien familias para poblar y sobre todo mujeres solteras para matrimoniarlas con asunceños, arrancándolos de una buena vez de ese "Paraíso de Mahoma" en que habían convertido a Asunción y del que mucho se habló a través de las denuncias hechas por Alvar Núñez, cuando se defendió de las intrigas que le costaron el cargo y de los clérigos que escandalizados por la conducta de los pobladores pretendieron infructuosamente ordenar las vidas de aquellos españoles dados a la procreación de mestizos como única ocupación.

También Sanabria debía traer artesanos, cinco embarcaciones mayores y material para construir cuatro bergantines que servirían para la exploración fluvial. La jurisdicción sería la misma de Don Pedro de Mendoza y Alvar Núñez Cabeza de Vaca, comprendiendo el sur del Brasil y los aledaños del Río de la Plata. Debía asimismo fundar dos ciudades, una al Norte de Santa Catalina, hoy lugar de espléndidos balnearios, y otra en la margen del Plata. Servirían de reparo y abastecimiento para los navíos que habrían de seguir internándose en los grandes ríos rumbo al Norte. Pero Juan de Sanabria muere antes de emprender el viaje, por lo tanto lo debe suceder su hijo Diego, que no se da ninguna prisa por embarcarse ni cumplir con las capitulaciones que firmó su padre, no obstante el capital invertido y la gente contratada al efecto. Ante la irresolución del muchacho, Doña Mencia, su madre, en abril de 1550 con sus hijas mujeres, las doncellas casaderas, los capitanes Hernando de Trejo y Hernando de Salazar (que luego tendrían notoria actuación), se hacen a la mar a emprender el camino a las Indias. Al frente de la armada iba el fundador de Asunción, Juan de Salazar, que había sido expulsado del Plata por ser partidario de Alvar Núñez en aquellos famosos pleitos con Irala.

Don Diego nunca llegó a hacerse cargo de su puesto, se hizo a la mar rumbo al Sur, pero una desdichada navegación lo hizo perderse en el mar y fue a dar al Caribe, de allí pasó a Panamá, de ahí al Perú y terminó en negocios de minería en Potosí. Encontró lo que por fin tanto buscaban los aventureros: el cerro de la plata, y poco le importó el engañoso río que se decía condujera a ella, por más adelantazgos, fortuna invertida y órdenes reales que hubiere de cumplir. A la vista y contacto de la fortuna fácil, ¿quién se acordó de la palabra empeñada?

Doña Mencia y las mujeres que viajaban con ella, repartidas en tres naves que salieron tres años antes que Don Diego, sufrieron penurias, huracanes, tormentas y corsarios que seguían como buitres a los barcos españoles atraídos por los ricos cargamentos que llevaban en sus bodegas. Tras muchas vicisitudes llegaron a Santa Catalina. Los barcos, averiados por tantas contiendas marítimas, no estaban en condiciones de subir por el Paraná, entonces se despacha por tierra, rumbo a Asunción, a Cristóbal de Saavedra para pedir ayuda al hijo que se suponía en esa ciudad. Tras largo viaje Saavedra llega a su destino e Irala, hombre fuerte de Asunción, despacha una expedición para socorrer a la adelantada, a quien suponían en la boca del Plata.

Pero la valerosa mujer no había podido salir de Santa Catalina, sus barcos naufragaron, así que en aquellas costas quedaron las mujeres, acompañadas por los capitanes y lo que quedaba de tripulación y viajeros. ¿Qué hacer: desesperarse, llorar, clamar a los cielos? Nada de eso, Doña Mencia tenía la responsabilidad que le faltaba a su hijo, de modo que, si se había firmado en las capitulaciones fundar ciudades, en eso se puso. Con la ceremonia de rigor fundó San Francisco, pero no se percató de que era sobre territorio brasileño. Thomé de Souza, funcionario portugués enterado de tales hechos conviene en que desalojen la zona y trasladarla a Asunción: sin embargo las retiene en aquellas costas durante catorce meses y ya estamos en 1553.

En la travesía marina habían muerto varias mujeres víctimas de las condiciones infrahumanas del viaje, las enfermedades y accidentes. El resto decide huir del encierro en que las tiene Souza. Pero, ¿qué les podía ya pasar a las intrépidas hijas de Eva que les fuera novedad? Así que decidieron emprender el largo y dificultoso camino que las llevaría a Asunción a través de ríos, selvas, costas desiertas, pantanos, indios desconocidos y animales salvajes, penalidades que vencieron gracias al espíritu batallador de la adelantada que se había fogueado en las anteriores aventuras y que parecían nunca acabar. Otras, las más débiles, murieron de hambre y de fatiga, pero al cabo de seis años las sobrevivientes llegaron a destino. En esta epopeya el tan mentado sexo débil dio ejemplos de valor, tenacidad y posibilidades de supervivencia que aún hoy nos asombran y conmueven. ¿Cómo pudo este puñado de mujeres, con los pocos trastos que salvaron del naufragio, sin medicamentos, con ropa absurda para tales aventuras, donde se batallaba contra la naturaleza hostil, contra la incomodidad de ropa ajustada y de abrigo, en zonas cálidas, infestadas de insectos, mal calzadas y para remachar con el impedimento de largas y pesadas faldas? Fueron seis años de constante sobrevivir y salir de una calamidad para caer en la otra.

En marzo de 1556 divisaron por fin la ciudad tantas veces nombrada en la desesperación, tan afanosamente buscada. Fueron recibidas en triunfo, cuando ya las creían definitivamente tragadas por la selva: zaparrastrosas, llenas de mataduras, hambreadas pero felices de haber terminado la peregrinación. Las solteras llegadas a matrimoniarse con los ardorosos asunceños más parecían una corte de espectros. La primera y única adelantada que tuvimos dio muestras palpables de ser una eficaz y responsable conductora, una matrona a quien no doblegaron los infortunios ni las miserias.

Para éstas, la hija de Doña Mencia, Doña María de Sanabria, se había casado en San Francisco con Don Hernando de Trejo y de esa unión y en la tremenda peregrinación nació Hernando de Trejo y Sanabria, que con el correr de los tiempos sería fray y luego obispo de Tucumán, ilustre fundador de la Universidad de Córdoba. Al quedar viuda, como era muy corriente, se volvió a casar con Don Martín Suárez de Toledo en Asunción y nació de ellos otros varón notable, futuro caudillo y primer criollo que tuviera destacada actuación y poder: Hernando Arias de Saavedra, el legendario Hernandarias, que llevó como se usaba indistintamente el apellido de su abuelo paterno. Como se puede apreciar la descendencia de Doña Mencia llevaba el espíritu civilizador de la abuela, su indomable coraje para sobrellevar cualquier empresa imprevisible, cualquier reto al peligro.

La extraordinaria aventura de estas mujeres acaudilladas por esta dura extremeña, que cumplía al pie de la letra lo que habían firmado los varones de su familia, es un hecho real, histórico, de profundo y aleccionador contenido humano, que rebasa lo ético y se convierte en épico. Sin embargo y en honor a esa verdad que buscamos denodadamente para hacerle justicia al personaje femenino durante la conquista, ¿alguna vez la vimos en las páginas de la historia?

El caso de Don Pedro de Mendoza, gentil­hombre de la corte de Carlos V en su misión al Río de la Plata, fue un rotundo fracaso: jamás se nos dijo tampoco que venía en busca del gayacán o "palo santo" que, según los físicos de su época, le curaría una sífilis terminal, que acabó con él cuando regresó a España; Don Juan de Garay, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, con distintas suertes, también hoy son reconocidos con monumentos y textos... pero a doña Mencia ¿quién la conoce?

La epopeya de Doña Mencia y sus compañeras de aventuras, por años caminando por tierras desconocidas para los hombres blancos y aparecer en Asunción hechas fantasmas, cuando ya se habían perdido sus rastros y emprender su misión de orden y trabajo, ha pasado inadvertida por los cronistas oficiales. No resultó relevante, para ellos.

Ellas fundaron hogares, tuvieron descendencia legítima, arremansaron la vida escandalosa de los hombres disfrutando del "Paraíso de Mahoma", enseñaron y practicaron las artes domésticas... y tal vez hayan sido para muchos una presencia molesta, ya que siendo de carácter firme, los habrán obligado a cambiar mañas por buen comportamiento.

Susana Dillon
De "Cazando historias" - Biografías inéditas de audaces mujeres del pasado

Diario Puntal - Córdoba - Argentina

17 de agosto de 2008

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