Jugar a las cañas
Susana Dillon

En España era juego de jóvenes que se adiestraban para el combate, pero los conquistadores lo introdujeron en el Nuevo Mundo para divertirse. Desde lejos los miraban las mujeres y los niños. Los indios, para éstas, no perdían detalle sobre todo porque era un despliegue de colores y destrezas. Consistía en palos, que reemplazaban a las lanzas pero sin sus púas. Dos equipos o cuadrillas eran los contendientes, de ocho o diez individuos montados en briosos caballos. Los jinetes iban vestidos a todo color, adornados con cintas y bordados. También usaban coraza, yelmo y escudo. La lucha debía ser pareja y según su desarrollo, un tribunal situado en una tarima pronunciaba la victoria.

 

Terminado el combate, se largaba a la plaza un toro o varios, según su abundancia, con el que se lucían capeando y toreando al animal. Con la muerte del último toro se terminaba el jolgorio. De tanto mirar los indios lo aprendieron, y tan bien que las autoridades terminaron por prohibirlo, no fuera cosa que lo usaran contra los inventores.

 

Nada mejor que adoctrinar divirtiéndose. Así pensaron los hispanos cuando introdujeron juegos y fiestas en el Nuevo Mundo. El juego de "moros y cristianos" fue una verdadera teatralización de las batallas libradas en España contra los árabes para conmemorar el haberlos arrojado de Granada. Tal fue el asombro que les produjo a los nativos ver aquélla batalla que creyeron que aquello era una guerra de verdad, por lo tanto y conociendo ya a sus nuevos amos, salieron huyendo de ese nuevo problema que supuestamente se les venía encima. Los organizadores, viendo que su público salía despavorido, les explicaron que aquello era sólo un simulacro, de modo que los dos bandos terminaron cantando y bailando para contener el desbande... ¡Y aquello sí que les gustó!

Susana Dillon
De "Las locas del camino"
Universidad Nacional de Córdoba, 2005

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