Historia incontada de las celtas
Susana Dillon

“Finge que no existe y desaparecerá"
Regla Nº 1 de Homero Simpson

Si nos ponemos pacientemente a revisar hoja por hoja la historia de la humanidad nos damos con la constancia de que la mujer no existe. Guerras, fundaciones, grandes logros científicos y técnicos, figuras prominentes de la política; todos hombres. Por allí aparecen, con el cansancio de la búsqueda, algunas reinas; Semíramis, Isabel I, Victoria, Catalina de Rusia o Cristina de Suecia, con mas atributos de macho que el más pintado varón. Lo demás, en la penumbra y sin ánimos de sacarlas a luz de los acontecimientos.

Demás está decir que el oficio ancestral y típicamente masculino fue el de historiador y tales señores, desde la edad en que la humanidad comenzó a escribir a nuestros días, no han permitido que las féminas tuvieran algo que ver con su materia, ni siquiera los recalcitrantes profesores que divulgaron sus trabajos.

De hecho, las mujeres, contaron de viva voz lo ocurrido en

sus vidas ... y en las ajenas. Transgredieron los cánones impuestos por el patriarcado e inventaron la tradición oral a modo de justa rebeldía, de generación en generación y al amor del fuego junto a ollas y mejunjes, madres y abuelas contaron lo suyo, por lo tanto tales narraciones estuvieron sujetas a cambios, así como cambiaba el rumbo de sus vidas por circunstancias bélicas, de paz, de amor o de esclavitud.

Rastrear lo que hizo la mujer en la antigüedad, sólo a través de los artistas primitivos en sus esculturas, pinturas, canciones, poesías. Ellos si nos tuvieron en cuenta porque, ¿que sabor y motivo tendrían las artes si en ellas no aparece la causante de tantas pasiones que tienen que ver con el mundo de los sentimientos?. Los artistas descubrieron a la mujer desde un ángulo mucho más seductor que el inventado por los recalcitrantes misóginos que redactaron los libros sagrados: La Biblia, el Talmud, la Tora, el Manu, donde todos nos cargaron con las lacras de la humanidad, para crearnos complejos de culpa y así castigarnos antes de que empezáramos a actuar.

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Igual oscuridad existe en lo narrado por los pueblos nórdicos; vikingos, anglos, sajones, normandos y celtas anduvieron guerreando y masacrando por costas y mares en busca de buen botín y jugosas aventuras. Poco tiempo les quedó para escribir historias, los celtas, pueblo misterioso, tal vez venido de Escandinavia se desparramó por las Islas Británicas; y N. E. de Francia; escoceses, galeses, irlandeses y bretones pertenecen a esa raza. En España los gallegos también son celtas, no hay mas que observar su testarudez, su pasión por las gaitas, su espíritu marinero y su inclinación a las bebidas fuertes.

Toda esta gente llamó la atención del conquistador romano Julio César que lo dejó escrito en su "Guerras de las Galias", y como excelente militar, hizo un diagnóstico de aquel pueblo, además era hombre de investigar dónde se metía, y no se le escapó lo que le relataban sus espías de la picante conducta de las mujeres celtas, ya que de acuerdo a los experimentado en vivo y en directo, las bellas rubias y transgresoras muchachas tañedoras de liras bajo los bosques no eran fáciles de arrear. A César le llegaron las noticias, cuando hizo su campaña en Britania, que en la isla vecina las mujeres pasaban de la discusión a la violencia física en un periquete, sin dar tiempo ni a decir amén. Dice el cronista: “el cuello hinchado, los dientes rechinando y blandiendo los brazos cetrinos, daba puñetazos a la par de patadas como si fueran los proyectiles de una catapulta". testigos del mismo tiempo trajeron otra narración no menos elocuente: "una patrulla de extranjeros no podía resistir el ataque de un sólo celta, si éste se hiciera acompañar o ayudar por su esposa. Estas mujeres son generalmente fortísimas, tienen los ojos azules y cuando se encolerizan hacen rechinar los dientes y moviendo los fuertes

y blancos brazos comienzan a propinar formidables puñetazos acompañados de terribles patadas". El conquistador, ante semejantes noticias, dejó escrito en sus partes de guerra: "una hembra celta es una fuerza peligrosa a la que hay que temer, ya que no es raro que luchen a la par de sus hombres y a veces mejor que ellos". César, que luego pasaría a la historia no por haber conquistado el mundo antiguo sino por su hipotético romance con Cleopatra, la Reina del Nilo (y remarco hipotético porque tengo sospechas del evento), anduvo investigando algo que le cayó muy pesado y ahí nomás envainó la espada dando orden a las tropas victoriosas de volverse a casa.

Acostumbrado a que en su Roma, capital del Imperio, las mujeres eran sumisas a las leyes y a los patriarcas,(bueno, algunas no tanto, sobre todo si eran las patricias allegadas al poder) al ver y sentir comentarios anotó algo que lo preocupó enormemente: una mujer celta, al informarle a su marido que había sido atropellada y violada por un extraño, le presentó, sobre tablas, la cabeza del ofensor, pero lo que verdaderamente lo dejó de la nuca fue comprobar que las celtas tenían una visible libertad sexual. La mujer podía tener varios hombres sin que nadie se rasgara las vestiduras ni se mesara los cabellos por tal nimiedad. Aquella concesión se dio en llamar "la amistad de los muslos". Cuando años después lo supieron las romanas lo tuvieron muy en cuenta asimilándolo a sus costumbres y esos fueron los adelantos traídos a Roma luego de aquellas guerras. no todo iba a ser combate, sangre y muertes; “la guerra es la guerra”, se dijeron las romanas y a veces los conquistadores salen mal librados de sus victorias. Las ROMANAS, con sus falsos tabúes, sus respetabilidades hipócritas, revolearon sus pelos y sus mantos diciéndose unas a otras: "qué tienen las celtas que no tengamos nosotras?" y empezaron a dar guerra al imperio de los ilustres guerreros, a su manera.

César, que era más pícaro que bonito, decidió ni pisar la verde y fértil isla de Irlanda, refugio celta, donde todo siguió como antaño, pero lo llevado a Roma por boca de la soldadesca causó más efecto que una peste. Las romanas hicieron  de las suyas influenciadas por relatos y mentas. Julio César se guardó muy bien de mostrar lo que tenía escrito en sus pergaminos, que pasaron por centurias al archivo, donde estuvieron hasta que la posteridad los encontró. sabia medida por si caía en poder del noticioso oficial y de ese modo se agravara la plaga ya felizmente extendida. La mujer de la vieja Irlanda siguió por siglos con su independencia en mantener "la amistad de los muslos" con quien se le ocurriera. Las antiguas leyendas hablan de mujeres sabias, médicas, legisladoras, poetisas y "druídesas" o sacerdotisas, si bien el hombre, dentro del matrimonio, ejercía la jefatura, la mujer debía ser consultada por cada asunto importante, ya fuese familiar, social o económico. Ahora, si la mujer aportaba al matrimonio mayor riqueza que el marido eso le daba poder sobre el varón que debía soportar y aguantarse cualquier andanada. Hubo mujeres qué inventaron armas de guerra tal como los ejes cortantes de los carros de las cuadrigas y también las hubo instructores de armas, sobre todo en las escuelas para jóvenes. Los hijos de príncipes aprendían de ellas y se tienen noticias que allí también imperaba la costumbre de la "amistad de los muslos" con tanto chico de alcurnia, tales usos y modos de vida quedaron registradas en las "leyes de Brehon" así llamadas por tomar el nombre de juristas errantes de Irlanda que tuvieron vigencia hasta  el año 697 en que fueron prohibidas por considerarlas salvajes. La llegada del cristianismo cambió leyes y costumbres pero quedó abonada la tradición y el folklore que sigue rememorando viejas y nostálgicas épocas.

Las tumbas encontradas de aquellas precursoras de las libertades femeninas son un documento idóneo para volver a armar sus vidas. Se han encontrado armaduras, armas, monturas y de más pertrechos que acreditan sus actividades en el remoto pasado. Cuando hace 800 años los ingleses invadieron la isla, sometiendo a la población a una despiadada política de aniquilación y no teniendo a mano una explicación lógica del aguante de este pueblo, debemos pensar que se han encontrado con descendientes de aquellas mujeres que nunca claudicaron. La raíz de la bravura y la agresividad contra el invasor hay que buscarla en lo más profundo de la historia que se quiso borrar: el personaje femenino. 

Bibliografía: Celtic News No 11 Y 13, año 1998

Susana Dillon
De "Los hijos de Irlanda en Argentina"

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