"Buen día, Nostalgia"
Río Cuarto... de donde venimos y como somos
Filloy un ciudadano de tres siglo
Por Susana Dillon

Una pléyade de pensadores, artistas y literatos fueron los animadores de las noches del Imperio. No había fiesta, si no estaban ellos. Pero se nos escapaban a festejar a un secreto rincón.

 

A principios de siglo XX ya se insinuó en Río Cuarto una tendencia masculina a reunirse para tratar asuntos concernientes a la cultura. El epicentro tenía lugar en algún restaurante del centro donde cada participante aportaba sus horas de relax, se solazaban contando cuentos, hablando de política, o impulsando alguna creación, ya fuese artística, literaria o deportiva. El doctor Juan Filloy, abogado arribado de Córdoba, ya tenía su lugar entre los que meneaban la pluma, pero también encaró la creación de varias entidades como la SADE local, Reunión de artistas plásticos, la Comisión de Cultura y hasta un Club de Boxeo en el que fue su primer referee. Y el Dr. no estaba solo, lo acompañaban en sus iniciativas el Dr. Héctor Martorelli, alergista, que probó su éxito de un libro destinado a sus pacientes, amigos de sus bromas y chispeante ingenio que amenizaba con sus "Cantatas", el Dr. Lucero Kelly, psicólogo que abordó cátedras de su metiere, el Dr. Joaquín Bustamante, uno de los oradores más escuchados y aplaudidos, verdadero puntal en temas de la historia local, pintó su aldea con lo mejor de sus creaciones literarias, "Nace un Imperio" y "Del álbum de la abuela" son sus más conocidas obras. Sus alumnos aún recuerdan su elocuencia en la cátedra de castellano y las damas sus poéticos piropos.

Dos fogosos italianos, Delfino Quíricci y Líbero Pierini aportaron lo suyo en la música y en las artes plásticas. El coro polifónico que hoy lleva su nombre es un merecido homenaje a quién trabajó en pos del "Bel Canto". El plástico, dejó abundante obra en esculturas que adornan la ciudad y región. Franklin Arregui Cano ha dejado murales con temática autóctona y arte sacro en la Iglesia de San Francisco, su obra más conocida. No olvidemos a la figura del gran periodista Luis Reinaudi de reconocida trayectoria por su vibrante y comprometida pluma.

 

Todos trabajaron denodadamente para hacer de nuestra ciudad un polo de cultura que rivalizó con La Docta, verdaderos pioneros que difundieron lo creado y mostrado a una comunidad ávida, no sólo en el progreso material sino que lucieron sus talentos más allá del lugar geográfico.

 

Todos los nombrados se reunían en ágapes que Federico Durisch en los sótanos de la confitería familiar (frente a la policía provincial) donde los halagaba con lo más selecto de sus creaciones gastronómicas aprendidas en Suiza. El gourmet alternaba estas actividades con viajes que realizaba con los medios más dispares, desde los más vulgares y terrestres a los barcos de carga que no sabía cuando volvían. Siempre amagando a irse en "un barco lento a la China".

 

Aquellas reuniones que los mal pensados asociaban a bacanaes romanas, eran sólo un jolgorio de caballeros donde no se admitía dama de ninguna especie ni escala social. He sacado mis cuentas que sólo eran escaramuzas gastronómicas y etílicas donde se comía copiosamente, se libaba aún más, se cantaba a todo gaznate, se recitaba efusivamente y se leía lo producido con énfasis y sonoras voces, pero ahí nomás se quedaban nuestros cumplidos caballeros, allá en lo más hondo de los sótanos donde todo quedaba en el misterio. Fueron épocas de mucho trabajo organizador y de mucha comunicación con el Fondo Nacional de las Artes que proveía de sus mejores elementos para intercambiarlos con los nuestros. Para esta época Don Juan Filloy presidió la SADE de Río Cuarto estableciendo con nuestras estrellas una relación que siempre evocamos con nostalgia.

 

De aquellas noches de cenas pantagruélicas, con exquisitos decorados, platos con motivos eróticos, tuve noticia por el pastelero Federico Durisch, pintoresco personaje, pariente algo lejano, que me enseñó a viajar como polizonte y a alojarme en lugares donde pude gozar de todas las estrellas, así fuera las que contemplara desde el lugar donde va la carga de los camiones, por caminos de cornisa, en lugares insólitos. Con plata viaja cualquiera, -decía-, la cosa es viajar hacia la aventura, como Don Quijote.

 

Y debió ser el único del grupo que fue un auténtico bohemio: los doctores y los artistas más bien lucían chapa, vivían como duques y vestían como gentleman.

 

Por esos tiempos, las señoras recatadas y domésticas comenzaron a querer tener espacio propio y así fueron surgiendo Paulina, la señora de Filloy, que no sólo organizaba los almuerzos con "Pecetos ingenuos", muy buena mesa y exquisita sobremesa, donde me enteré que era la musa que no inspiraba a Don Juan sino que lo corregía y estimulaba en su obra de cíclope. A ella se le debe la pulcritud de la obra del palindromista.

 

María Teresa Bacigalupo de Lucero Nelly, no se quedó sólo con su profesión de psicóloga, sino que emprendió otra actividad más peligrosa: la aviación. Cuando algún enfermo tenía que ser enviado aceleradamente a la capi­tal, María Teresa se ponía su equipo de aviadora, sus antiparras y volaba con su enfermo para consternación del público que siempre la admiró por su arrojo y profesionalismo. Fue el factótum de ¡a escuela para niños especiales "Cecilia Grierson", animadora de cuanta actividad científica y humanitaria se le propusiera.

 

Luego vinieron los tiempos de romper esquemas, de archivar viejos tabúes y de no tener en cuenta "el que dirán", pasándolo al olvido.

 

Las chicas liberadas, comenzaron viajar donde habla universidades, se graduaron en diversas disciplinas. El arte las siguió tentando, pero el futuro se les abría lleno de posibilidades. Ya podían aspirar a algo más que cruzar las gambas en las confiterías, mirar displicentes por la vidriera y encender los cigarrillos mentolados. ¡Ya has recorrido un largo camino, muchacha!

 

Filloy, el que jugaba con las palabras

 

Un Filloy doméstico y enfiestado, tan nuestro y universal

 

Quien ha conocido de cerca al escritor de más de 50 obras publicadas, en charlas de café o en una cordial sobremesa, no puede dejar de evocarlo en su permanente serenidad y bonhomía. Fue un tipo pacífico, incapaz de hacerse de enemigos. Se le metió bajo la piel el juez que estaba en su estrado domándole la sangre revoltosa de sus genes. Don Juan Filloy, el literato, era un hombre de justicia, casi una paradoja. A la ecuanimidad no la llevaba puesta como a su coqueto sombrero a cuadros (que le calentaba las ideas en invierno), no, a la ecuanimidad la tenía incorporada como al espeso bosque de sus cejas. Era algo que venía con él. Con su prosapia. Jamás lo sentí en descomedimientos con sus pares o hacia el que pintaba para tener el mismo vicio: escribir. Eso sí, no se andaba con chiquitas con los políticos. Allí, en ese terreno, don Juan usaba los brulotes, las zafadurías y los ternos más jugosos y destructivos que hacían sonrojar a las damas pudibundas.

 

Don Juan Filloy, pasados los cien años, seguía siendo un muchacho rebelde que en los años tiernos de la Reforma Universitaria ensayara su pluma en sonetos perfectos para apostrofar a profesores iracundos y de mano dura, combatiéndolos desde la ironía y la mordacidad con lo más restallante de su ingenio, que ya pintaba.

 

En mis últimas charlas se regocijaba con los recuerdos de aquella estudiantina y le satisfacía que le leyera en voz alta el producto de sus travesuras insurrectas.

 

Hombre de rumiar ideas, de masticarlas sabiamente, de llevarlas al papel con parsimonia y letra dibujada.

 

Se le había metido en el magín ser un ciudadano de tres siglos y lo logró, porque él quiso llegar al 2000, sin importarle gran cosa si se concretaban en el 2001.

 

Publicó, en casi todas ediciones privadas una cincuentena de obras y se esmeraba por entregar un producto acabado a sus ávidos lectores.

 

Como fue un "escritor escondido" (así lo descubrió Mónica Ambort) ya que prefirió escribir para sus íntimos pues sus demasías iban a contramano del parsimonioso juez que lo habitaba. Debió ser cuestión de recato... o de astucia, vaya uno a saber, esa es otra faceta a estudiar por los críticos que estuvieron más atentos a sus crecidos años que a su labor de una enjundia formidable.

 

Sus transgresiones, sus palabras fuertes, el uso alambicado y siempre barroco de su estilo lo han hecho un verdadero ejemplar, un prototipo, en el que abrevaron escritores como Cortázar.

 

Una ocasión, estando Borges en Río Cuarto, le preguntaron si había leído a Filloy, y el vate ciego repuso con la cachaza que lo caracterizaba: -Ah!, sí, Filloy...escribe tan difícil... usa palabras en que hay que recurrir al diccionario...-

 

-¡Miren quién opina!- me dije y seguí la plática de ese otro gran barajador de palabras hasta trastornar cerebros.

 

Filloy fue un amante consecuente y fiel de la literatura, un impertérrito dominador de distancias en todos los caminos de la lengua. Polígrafo, abordó con igual maestría la poesía, la prosa, el ensayo, el cuento, la novela. A ninguna disciplina le hizo zancadillas para no abordarla, en todas se sumergió y salió airoso. Además, jamás he escuchado a escritor alguno estar tan satisfecho con lo hecho. -¡Cómo se deleitaba ponderando su obra!- una cincuentena de libros publicados y vaya a saber cuántos más aún están inéditos en su "caja de lata" que él llamaba a su archivo, y lo mostraba como si fuera un tesoro desenterrado de piratas.

 

Pero por encima del literato y del juez, el viajero y el deportista, del fundador de instituciones y el ora­dor, está el hombre lúdico.

 

Sostengo que en él primaba, el hombre que jugaba deleitosamente con las palabras.

En el solaz de la creación explotaba la alegría al encontrar el redondo final de una idea, estallaba su carcajada rotunda de tipo sano y joven.

 

¿Acaso sus palíndromos no son más que un agilísimo con­trapunto entre el hombre y sus juguetes: las palabras?-

 

Una vez el poeta Guevara dijo que "las ideas brillantes de este eterno muchacho son como las estrellas que aterrizan en su frente" -Qué buena me­táfora para este escritor y sus fantasmas, que nos acompañó a los riocuartenses por más de setenta años y ya nunca más nos dejó.

 

A sus últimos años los pasó en Córdoba, cuando su hija y nietos lo reclamaron en el barrio de los estudiantes, donde esta admiradora lo visitaba porque era su gusto que le contara lo que pasaba en Río Cuarto, su lugar mítico donde sacaba personajes para sus obras como quien baldea el agua fresca de los pozos del campo, con brocal, roldana y cadena.

 

En su living-comedor, cuyos ventanales daban al barrio populoso que levantaba sus torres "como si hubieran plantado una esparraguera" (según su parecer), me recibía frente a una botella de vino del Rhin, que él mismo buscaba en la heladera, como haciéndole una travesura a su ama de llaves, doña Irma, servía dos copas en Bacarat y brindábamos por el encuentro -Éste elixir se titula "leche de la mujer amada"- decía con su voz cavernosa, rompiendo gozoso la carcajada que le producían las "últimas" del imperios que le llevaba. La charla se animaba en tanto "La leche..." alemana bajaba su nivel y la cháchara de hombre sano y vigoroso se hacía más jocosa con chascarrillos y bromas, si el menú que yo le ofrecía le resultaba suculento.

 

Uno de los últimos Carnavales, de mis visitas, me acompañó hasta la salida, bajando por el ascensor, ya en el jardín del edificio, los estudiantes del 4° piso nos sacudieron con tremendos globazos que nos dejaron hechos sopa. Llegué corriendo hasta la salida con el portón cerrado y portero vigilante a cara de perro, que salía bastón en mano a poner orden. Como don Juan ya había llegado a su terraza, me gritó desde allá:- ¡A ver Susana si puede hacer el cuatro!-. Su risa poderosa provocaba ecos por todo el jardín. Me salvó de otra andanada de globos el solícito portero. Como el hombre me alcanzó algo para secarme y no volver al departamento de mi nieta en ese lamentable estado, lo pude ver a don Juan en su terraza blandiendo el bastón y gritándoles escatologías a los chicos, como si fuera él también un estudiante enfiestado... y ya hacía rato que había cumplido los cien.

 

Le sacó el jugo a su cerebro hasta el último instante de su vida. Sospecho que le deben haber puesto en el féretro su estilográfica, por si le daban allá, en el otro lado, la oportunidad de registrar la eternidad lúdica que se merece.

Domingo

23 de noviembre de 2008

Por Susana Dillon
"Buen día, Nostalgia"
Río Cuarto... de donde venimos y como somos

Diario El Puntal (Río Cuarto - Córdoba)

23 de noviembre de 2008

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