Demasiadas viudas
Crónica de una muerte empapada

"Buen día, Nostalgia"
Río Cuarto... de donde venimos y como somos
Por Susana Dillon

"Apresar la realidad es más complicado que inventarla."
Gabriel García Márquez

El elenco local ha dado especimenes particularísimos, el Rogelio tuvo su hora de gloria justo cuando lo velaban ante un abigarrado público conformado por amigos, muchos beneficiados con favores de toda índole, su esposa, su madre y un pibe suyo adolescente, con el que tenía complicadas explicaciones cuando se tocaba el punto "predicar con el ejemplo". El chico era bicho y lo ponía contra las cuerdas en cuanto a la fidelidad.

 

Así las cosas, vida de Rogelio (o como se llamara), debió figurar entre los predestinados a meterse en líos por ser tan sentimental y buscar pleitos sobre todo con el elemento femenino con el que, en tren de conquista, era un verdadero Casanovas, pero cuando se saturaba de tanto amor, se ponía neurótico y buscaba nuevos horizontes o aventuras de otro rubro que el del amor: velocidad o deportes peligrosos. Era tan amigo de las bromas como de hacer favores, de defender a los que apreciaba así tuviera que jugarse la vida. Dio muestras de heroísmo hasta el colmo de caer preso defendiendo la justicia. Paladín como en tiempos de los caballeros de capa y espada, salvo que prefería, en lugar de briosos corceles, jugárselas en el aire, razón por la que dejó este mundo cruel.

El día aciago de sus honras fúnebres, no sólo estuvo entusiastamente acompañado por sus fieles y familiares, también se anotaron sus ex. Caso insólito: todas, habían sido amadas por el fogoso Rogelio y todas argumentaron el mismo trato, como cumplidas damas sin que estallara la menor animosidad ni entraran en competencia desleal.

A esta historia se la ha mezclado con otra de la misma época para disimular el personaje central... por si las moscas. El hecho narrado ocurrió en épocas cercanas.

 

Soltero, pintón y calavera, al Rogelio se le había ocurrido morirse en Carnaval. El barrio quedó consternado y los parientes, salvo la madre, lo tomaron como una de sus tantas excentricidades. Las novias, porque varias se lo adjudicaron, quisieron individualmente capitalizar el duelo cada una esgrimiendo: "Conmigo estuvo la noche antes, amándome locamente..." Hasta cayó al velorio una morocha de caderas fuertes y pelo a lo María Félix, todo de negro, que silenciosamente entró, miró en el cajón, se levantó displicentemente el espeso velo con que envolvía su enorme capelina, lo besó golosamente en la boca, se secó una secreta lágrima y sin mirar a nadie se retiró con paso de fantasma, dejando pasmada a la concurrencia.

 

-Barbaridad de mujer- sentenciaron los compañeros de tantas mesas de truco del muerto-, ¿dónde se la habría tenido el Rogelio?

 

-¿Y a esta viuda, quién le dio vela?-se indignaron las novias ante la intrusa con más méritos y velos.

 

-Descarada- dictaminaron las tías y las primas que entraron a atar cabos sueltos.

 

El velorio se fue animando no bien llegó la medianoche. El Rogelio era tipo de sostener amistades y arraigar afectos. Se llegaron sus compañeros de oficina y los parientes de parientes. Como era de rigor, cada quién lo recordaba en lo mejor de sus andanzas, aquéllas que siempre se contaron a media voz.

 

Con el Rogelio se iba la crema y la nata del veterano que se las sabía a todas y que de todas había salido airoso..."Hasta que viene, mire, el corazón le juega una mala pasada... y vea, vea, no somos nada..."

 

"Hoy estamos de joda y a la noche en el cajón..." A las dos cuadras, el club había tenido que bajar el sonido de los altoparlantes porque era indecoroso eso de la música, las matracas y los pitos cerca de la capilla ardiente.

 

A la madrugada, entre pocillos de café, copitas de anís o licor de menta para las damas y ginebra para los hombres, se fueron apagando las lágrimas y encendiendo los cuentos.

 

El almacenero, que era el proveedor del barrio, hombre respetable y erudito en guerras, partió con el argumento de que esperaba el informativo de la guerra civil española, de modo que quedaron los cuenteros, la madre que exigía silencio a cada rato y las novias cada una queriendo repetir aquello de "la última vez". Todavía faltaban los compañeros de parranda que no bien salieron del baile se encontraron con la infausta noticia del amigo víctima de un corazón demasiado grande para el amor. Hubo hacerse cruces y palabras de circunstancia y como ya venían muy cargados de cerveza, para aguantar el cimbrón, se prendieron a la primera ginebra que revoloteaba entre las copitas.

 

Al rato pasaron las chicas, renombradas bailarinas del club que seguían meneándose seductoras por la vereda, rumbo a sus casas.

 

-Che, ¿así qué aquí sigue el baile?-dijeron al ver las luces y gente trajeada. Allí nomás sin averiguaciones, sacaron de las carteras los últimos globos inflados con agua y comenzó el jolgorio.

 

Los compañeros de truco quisieron intervenir pero fueron arrollados por las féminas juerguistas a las que se sumaron los amigos de parranda. El empleado de las pompas fúnebres pese a su adusto semblante, no pudo contener a la barahúnda carnavalera que invadió la casa desde la capilla ar­diente hasta el patio del fondo entoldado. Todo venía acomodado al ritmo de pasodoble entre pitos, matracas y castañuelas.

 

El almacenero, al frente, exigiendo república para España, había regresado aullando el triunfo de los rojos según las últimas noticias. Los globos volaban y se estrellaban en los ornamentos fúnebres. "Hay que darle al Rogelio que fue el Rey Momo el año pasado, así se va contento", dijeron los más motivados y llenaron el féretro de los acuosos proyectiles.

 

El funebrero pudo salvar a la madre del difunto refugiándola en la despensa. Lo demás fue el evento más divertido de que se tenga memoria. Al rayar el día llegaron los seis caballos engalanados con penachos negros tirando una despampanante carroza con cochero y postillón de frac y chistera, ocho berlinas y varios coches de plaza llevando a deudos y amigos que entre lágrimas y suspiros seguían contando aventuras del finadito. De los balcones y ventanas llovían serpentinas y papel picado, remanente de los bailes. Cerrando el acompañamiento, la morocha de la capelina y los velos negros se deslizaba en una Bugatti descapotada con caños niquelados capaz de dejar sin respiración al tuerca más tuerca. Los velos de gasa ondeaban al viento, pero hasta ella llegaba el chorro de agua que todavía escurría el ataúd de Rogelio.

 

La llegada al cementerio se efectuó con la presencia de la banda municipal integrada por los compañeros de oficina que ejecutaron la marcha fúnebre pero con compás de Allegro Vívace.

 

Sin embargo, la madre de Rogelio no pareció estar conforme con esta última demostración de los amigos ya que se acercó al que llevaba la batuta y suavemente, recordando las preferencias de su hijo bienamado, "sigan con los valsecitos que a él tanto le gustaban", susurró. La banda descerrajó al instante "La loca de amor".

 

Las cuatro novias, que ya no tenían más auditorio para contar lo de la "última vez que nos amamos" optaron por desmayarse. La dama de los velos negros se acercó con pasos sinuosos y altaneros al nicho que recibía en su oquedad al difunto, desparramando varitas de nardos a dos manos. Un último empujón a la caja provocó una verdadera catarata del agua que contenía, dejando hechos sopa a los más cercanos. El Rogelio así respondía a los últimos globazos.

Por Susana Dillon
"Buen día, Nostalgia"
Río Cuarto... de donde venimos y como somos

Diario El Puntal (Río Cuarto - Córdoba)

8 de febrero de 2009

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