Cuentos de la tía Maggie
Susana Dillon

"El cuento que no se narra, muere. El arte del cuento oral está en su narración. Y jamás estuvo destinado a ser escrito o leído. Extrae su aliento de los labios de los hombres y del aplauso de la audiencia.

James Delargy 
"The gaelic story-teller"

Estos cuentos son un homenaje a tía Maggie, aquella irlandesa prototípica que una vez fue trasplantada a las pampas con toda la magia de sus artes domésticas y el inefable encanto de las personas dulces y simples cuyo recuerdo aroma mi infancia. Su destino la llevó a Arroyo del Medio, a casarse con un vasco trabajador y pintoresco, fundar una familia con muchos varones que siempre andaban en un remolino de vacas y caballos y donde yo era recibida como una princesa de cuentos de hadas. En su memoria reconstruyo estas leyendas de la tierra de nuestros ancestros, para que otros también tengan oportunidad de participar de la oralidad de este pueblo nuestro, tan tocado por bs infortunios, pero también por la varita mágica de la fantasía.

Los irlandeses, pese a todo y contra todo, no han abandonado ni el espíritu inquieto que los lleva por los caminos de la aventura, ni la alegría de vivir, ni la fe en su religión.

Estos cuentos y leyendas no son otra cosa que el asomarse de ese duende juguetón que todos anidamos en el fondo de nosotros mismos. Un trozo de Irlanda tangible y próximo a la hora de reunirnos junto al fuego campesino cuando la voz del narrador nos lleva por los dorados caminos del encanto.

El gran folklorista irlandés James Delargy nos ha dejado e¡ recuerdo de aquellos vagabundos que deambulaban por aldeas y caminos de Irlanda en un pasado lejano, contando relatos maravillosos, de terribles magos, de guerras pavorosas y de héroes populares que eran la delicia de aquellas gentes simples sin otro entretenimiento que estas narraciones para matizar la rutina rural. El pasatiempo favorito era embelesarse con aquellos cuentos que tenían que salpimentarse con juegos expresivos, cambios de voces, gestos y canciones, los cuales requerían notable histrionismo y práctica constante.

No sólo memoria debía poseer el rapsoda, debía asimismo dar entonación y brío a sus palabras para encandilar al auditorio que a boca abierta lo seguía por los caminos imaginarios de la verde Irlanda.

Estos verdaderos recitales se realizaron por la campiña hasta principios de este siglo. Luego llegaron la radio y más tarde la televisión a suplantar la magia del narrador profesional, toda una institución.

La supervivencia de este género, tan antiguo como el hombre mismo en Irlanda se debe al indomable espíritu de sus habitantes que se mantuvieron firmes ante el infame dominio inglés, hasta principios de este siglo, época de la independencia del sur. La población fue sometida por siglos a un lamentable atraso económico y educativo para mejor dominarla. Se recurrió entonces a los rapsodas, seres trashumantes, en busca de solaz, información y consejo, ya que eran versados en cuestiones tradicionales tanto como en medicina y leyes.

Sus recitales revitalizaban las fuertes raíces gaélicas y las riquísimas tradiciones. Hicieron las veces de juglares, que de castillo en castillo y de aldea en aldea llevaban noticias, esparcían rumores y alentaban rebeliones de justo origen.

El moderno narrador o seanachie hereda del viejo file o poeta profesional de la antigua aristocracia gaélica el arte de la palabra, el tesoro de las antiguas historias y de las leyendas cargadas de misterio. La necesidad de preservar datos de árboles genealógicos, para resolver sucesiones, la memorización de leyes y pactos entre clanes, los códigos por donde regirse, las pautas políticas, en una palabra, dar por sentada una legislación oral que era la base de la justicia. Podría decirse que aquellos hombres eran verdaderas bibliotecas vivientes.

Tanto los antiguos, como los modernos narradores deben tener en su repertorio centenares de cuentos, mitos y leyendas. Los temas deben variar desde los trágicos, los cómicos, los de enredos, los de fugas, los de guerras, los de romances, en fin, para todos los gustos y circunstancias. Un buen narrador de los tiempos aquellos, debía poder contarse un cuento por día sin repetir ninguno al cabo de un año. Su prestigio era soporte de la cultura de la región "parte irrenunciable del patrimonio espiritual, de su propia personalidad como pueblo", al decir de José M. Prada que los recopiló.

Ha quedado la historia de un anciano seanachie que en su lecho de muerte y con las últimas fuerzas, mandó llamar a su colega y rival para dejarle como herencia el cuento más preciado de su repertorio como si le dejara una alhaja o un blasón.

Los Cuentos de la tía Maggie, recogidos de aquí y de allá, pretenden reverdecer los antiguos campos de la memoria con relatos de encantamientos, poniendo suspenso y risas en nuestras agitadas vidas sometidas al consumismo y al "tanto tienes, tanto vales".

En ellos encontrarán la vieja receta para alcanzar instantes de gozo y felicidad producidos por riquezas que no se cotizan en los mercados. Están en lo íntimo y secreto de nuestro espíritu.

Susana Dillon
Los viejos cuentos de la tía Maggie
(Una irlandesa anida en la pampa)
Editor: Universidad Nacional de Río Cuarto
Córdoba, 1997

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