Cuando quisieron adecentar a las mujeres de la Villa de la Concepción
"Buen día, Nostalgia"
Río Cuarto... de donde venimos y como somos
Por Susana Dillon

"Así son las cosas: unas salen buenitas y otras mañosas"

"De día beata, de noche gata"

Refranero popular

Apenas nacida la patria, la Villa de la Concepción del Río Cuarto, por intermedio de sus autoridades, quiso arreglar la conducta reprochable de algunas mujeres de lo que fue llamado "vida airada".

 

Corría el 1º de marzo de 1811 cuando se había citado en la sala capitular del Ayuntamiento para tratar "cosas interesantes", según lo dispuesto por el alcalde ordinario don Bruno Malbrán y Muñoz, con la asistencia del Defensor de Menores, el regidor Francisco Paula y el Defensor de Pobres don Pedro Antonio Fernández, quienes redactaron el acta del día de la fecha donde también obran sus firmas. Los demás componentes del cuerpo estaban ausentes, pero estos tres cumplidos caballeros no titubearon en llevar adelante su cometido, consistente en proponer la construcción de una pieza de material que, a modo de cárcel de mujeres, se levantara en lugar próximo al Ayuntamiento.

 

Pero, ¿y qué andarían haciendo de reprochable en esta villa, que era un achaparrado rancherío al borde del desierto, sus rústicas pobladoras? Parece ser que desde el vamos ya las había entre churquis, espinillos y caldenes ejerciendo el más antiguo de los oficios. Tal ocupación no pasó inadvertida a estos preclaros varones encargados de la cosa pública que, inflamados por la moral y las buenas costumbres, quisieron poner a buen recaudo y muy próximas para ser controladas a dichas féminas. Dice el acta en su redacción y ortografía originales:

 

"... propuso el Sr. Alcalde que se arbitrase el medio con que se erijiese una piesa en el sitio más adaptable y cómoda en la parte señalada para cárcel y ayuntamiento en la cual pudiesen encarcelar mujeres vagas y prostitutas, sin ningún temor ni respeto a la Real Justicia, continuamente quebrantando los depósitos perpetrando los mayores delitos y crímenes por no prometer aquellos la seguridad que exijen. Escándalos de esta naturaleza y que se conferenciase sobre el particular... "Más adelante se refuerzan los argumentos en que estas mujeres experimentaban "fugas y robos subsiguientes".

 

Para poner a buen recaudo a estas ovejas descarriadas del redil, los honorable miembros del Ayuntamiento proponían la construcción de aquella pieza, en el mismo predio de la institución, seguramente para tenerlas bajo su austera mirada. Pero... ¿de dónde saldría el aporte para tal construcción pese a la inexistencia de partidas presupuestarias para tal efecto? Sigue el acta:

 

"... proponía al mismo tiempo, se podría gravar al público o al individuo que matase res, ya sea mayor o menor, en un medio real por cabeza que era una cortedad por cubrir esta cuota una parte ínfima y corta de la res, que de todo lo presupuesto, atendiendo a las utilísimas ventajas que proponía de suyo verificando el proyecto, presumía no haver resistencia del vecindario por resultar en beneficio propio por honra y gloria de Dios y satisfacción de la vindicta pública. Lo que visto y añido, tratado y conferencido por los demás vocales, uniformes respondieron que desde luego".

 

Por lo tanto, quedó sentado en el libro de actas el proyecto de escarmentar a las licenciosas.

 

Pese a mi búsqueda, no pude encontrar nuevas actas que dieran más luz sobre asunto tan interesante ya sea porque se extraviaron o porque el proyecto cayera en el olvido ante los acontecimientos revolucionarios que se precipitaron sobre lo que fue la colonia española con la crisis subsiguiente. Nada más se supo del destino de aquellas vagas, prostitutas, prófugas y ladronas a quienes achacaron la generalidad de delitos reñidos con la ilustre prosapia de estos varones pretéritos.

 

La última escena registrada fue la orden de publicar dicho acontecimiento por bando, de esquina en esquina, con redoble de tambor y leído a voz en cuello. Nos queda la incógnita de que tal proyecto no fuera llevado a cabo por no conseguirse los reales devengados por el faenamiento de ganado o porque las anti­guas mariposas de la noche zafaron gracias a sus encantos de los severos.

 

Como se advierte, los varones de esta villa todavía se sentían asistidos por la Real Justi­cia en época revolucionaría.

 

Guardianes de las buenas costumbres. Una vez leí, entre tantas crónicas de viejos tiem­pos, que Río Cuarto, desde sus albores, fue el paraíso de los viajantes... ¡Eh! Son años de experiencia...

 

Bibliografía:

Actas del Cabildo de la Villa de la Concepción, año 1811.

 

Juegos peligrosos

 

En 1843 existió en Río Cuarto un café públi­co atendido por su propietario, don José María Narvaja, en el cual los parroquianos jugaban al billar con entusiasmo y asiduidad digna de mejor causa. Así decía la opinión pública entre gente trabajadora y virtuosa.

 

A fines de aquel año hubo un incidente que figuró en las crónicas, tal vez por la importancia de sus protagonistas y el revuelo que trajo. Estando en la villa el coronel Meriles insultó violentamente al teniente Rado, a tal extremo que de los denuestos pasaron a las armas, mientras jugaban su clásica partida.

 

El comandante Oyarzábal, conocedor del altercado, ahí nomás terció en el tema opinando:

 

"El billar que hay es totalmente pernicioso por la indistinta concurrencia que atrae, desde que eso no se permite en el juego de naipes de ninguna clase, porque en defecto de éstos, los que son aficionados a ellos, se engolfan en aquel (juego) día y noche con paradas enormes que los sacrifican a unos y a otros, especialmente a los dependientes y habilitados, que perjudican a sus patronos, pierden el tierno mal entretenidos y hacen abandonar sus obligaciones a muchos que las tienen en ir a ver y entrar en apuestas".

 

En opinión del co­mandante, tan abominable diversión debía ser suprimida.

 

De este modo, el gobernador vino a enterarse de que:

 

"el billar que hay en esta villa es en todo respecto perjudicial a la sociedad, en abrigo del ocio, la disipación de los padres de familia, la prostitución de los hijos y de los dependientes de casas particulares y últimamente, el germen de la corrupción y la inmoralidad".

 

Así las cosas y a raíz del desbarajuste armado por los furibundos hombres de armas, el juez de alzada debió ordenar "se cerrase inmedia­tamente dicha casa pública", quedando para la historia el epilogo moralizante, como quedó registrado en las actas la clausura de "la casa de biyar que existe en esta villa", librando al pueblo de semejante atentado a la moral.

 

Pero ya que estaban en la tarea de adecentar a los que perdían el tiempo y el dinero en el billar, también se cortó por lo sano prohibiendo las reuniones en pulperías, amén de reglamentar las riñas de gallos y las carreras cuadreras, que eran motivos de expansión los domingos y días de guardar. En cuanto a los bailes, a los que eran cada vez más aficionados, sólo pudieron prolongarse "hasta una hora moderada, porque si no se ponían límites eran inevitables los desórdenes y la inconducta con mujeres".

 

Con estas quejas y otras por el estilo le fueron al gobernador, que ya harto de estas letanías, ordenó al juez de alzada de Río Cuarto que "cele y vigile en esa villa, como en lo restante del departamento a su cargo, la conservación de la moral pública en todas las familias, sometiendo a su estricto deber a aquellos que de ella se habían separado". A este respecto, el cura parroquial ya había lanzado anatemas y rayos desde el pulpito, "que andaban sueltos por estos pagos los siete pecados capitales".

 

El gobernador, no sabiendo qué otra medida poner en práctica con grey tan descarriada, recomendó a don Martín Quenón "que vigilara la religiosidad y las buenas costumbres del vecindario". Era público y notorio que en esta nueva Babilonia había parejas amancebadas, hombres y mujeres que exhibían costumbres escandalosas, por lo que se los conminó a ser alojados en el fuerte, hasta que acreditaran su arrepentimiento como se les exigía. Estas habladurías eran para la gente el pan de cada día, en los que estaban enredados algunos oficiales. A tanto llegó el jaleo provocado que hasta los pulperos tuvieron que poner coto a tantos y tan sabrosos desmanes con un cartel que "se prohibía el trato del mostrador para adentro" por no interrumpir las tareas femeninas.

 

Tal zafarrancho de dimes y diretes llegó otra vez hasta el despacho del gobernador, al que no le quedaba ya más espacio para disgustos. Pero no terminaron allí sus dolores de cabeza ni las complicaciones con los vecinos en esta villa pecadora.

 

Cura lujurioso

 

Se dio el caso de que transitando por este mentado camino a Mendoza, estuvo en Río Cuarto el reverendo Bernardo Menéndez, a principios de 1850. Su visita fue recibida de muy buen grado por la feligresía ya que su comportamiento hizo suponer que se trataba de todo un santo varón, dada su conducta pía, sus edificantes conceptos y su carácter amable. Tan meritorio les pareció a nuestros pretéritos vecinos que el comandante de la plaza solicitó al gobernador que el prete fuese nombrado capellán de la División Sur. De este modo, la autoridad consideraba que la insumisa grey se pondría en vereda con más misas, oficios y confesiones ya que sólo se contaba con el párroco para tan grande misión. Al poco tiempo reventó otra vez como un obús la maledicencia acompañada de comentarios soeces de la peor especie. El padre Bernardo, declarado hasta entonces de buenas y amables costumbres, resultó un monstruo de corrupción y escándalos. Lo pillaron ¡n fraganti habiendo querido forzar a la esposa del alférez Juan Montiel y a la del cabo Felipe Caray. "El inculpado se defendió alegando que había estado libando aguardiente", como para atenuar la tormenta que se le cernía sobre su tonsura. El comandante, en esta circunstancia, lo reconvino severamente, recordándole sus sagrados menesteres, esperando al menos un formal acto de contricción pública. Pero el impetuoso capellán le salió con que "él tenía de hombre como cualquier otro y que la culpa la tenía otro feligrés que lo había invitado a visitar unas muchachas" (ya que no era cosa de desperdiciar la gente amistosa). Y como siempre ocurría, le fueron con el cuento al gobernador, que al borde del paroxismo tronó: "¡Botémoslo y que se vaya!". Fue así que, en cumplimiento de órdenes tan imperiosas, se lo sentó en la primera diligencia que pasó. De este modo, volvió la paz a la villa, cuya población se tomó sus días para digerir y chismear el acontecimiento. La moral y las buenas costumbres volvieron a resplandecer mientras el carromato salía a los tumbos rumbo a Mendoza por el viejo camino de los chilenos. Con la mirada nostálgica, algunas damiselas del coro quedaron defraudadas: ¡Era tan dicharachero el capellán!, dice que se acordaron... y las cabras siguieron tirando al monte.

Por Susana Dillon
"Buen día, Nostalgia"
Río Cuarto... de donde venimos y como somos

Diario El Puntal (Río Cuarto - Córdoba)

4 de enero de 2009

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