El barco fantasma y su grumete
Susana Dillon

Ese mar que ves tan bello

¡ay! mi dulce amor

Ese amor que ves tan bello,

es un traidor.

La farola del puerto

está partida en dos cachos

uno alumbra a los marinos

otro alumbra a los borrachos.

Cancionero popular español

El 20 de junio de 1991 todos los medios de difusión dieron amplio espacio al viaje fantasmal del "Marcelina de Ciriza"; barco de altura que se soltó de la escollera marplatense navegando 12 km. sin tripulación, en medio de un furioso huracán yendo a encallar frente al Monumento Alas de la Patria. Muchos tejieron historias sobre este misterioso viaje. Aquí les cuento la mía.

 

Por algo le dijeron al pibe, ese plomizo mediodía del 19 de junio: - Ándate a tu casa, viene fea la cosa.-Y los pescadores le echaron al mar una mirada escrutadora. Los más viejos apagaron sus pipas, juntaron sus bártulos, amarraron las lanchas mejor que de costumbre y tomando todas las providencias, se refugiaron donde siempre esperaban las iras del mar: en los galpones. Todo entonces se volvió tenebroso y comenzó a soplar el viento cada vez con mayor bravura. Las embarcaciones pesqueras chicas, se movían como enloquecidos corchos. Los hombres todavía seguían asegurando maromas y cadenas. Sólo en la escollera del gas, ahí mismo, nadie se preocupaba por el "Marcelina", que desde hacía once años esperaba que se resolviera el juicio que lo tenía interdicto, amarrado e inútil a la espera de los caprichos de la justicia.

 

Pero el pibe, que todavía no había experimentado los grandes aspavientos de la naturaleza, no tomó la debida conciencia del peligro que se estaba amontonando como estibas entre el negro horizonte y el enjambre de pesqueros surtos en el puerto. Se metió en un galpón próximo al barco, trabó la tranca del portón y arrebujado en la campera del sereno que siempre le resultaba útil y grande para cualquier contingencia, se quedó a esperar a que pasara el ventarrón, como lo hiciera tantas veces. Pero hoy, qué casualidad, no había concurrido a la tarea su amigo el sereno, un viejo marinero que lo llamaba familiarmente "su grumete", que lo hacía compartir su vianda y algún que otro vicio chico: lo que vendían los buscavidas del puerto, desde las frituras hasta chocolatines.

 

-Estos turistas que se atracan a los restaurantes y cantinas marineras, ni siquiera se imaginan lo que es comerle las fritangas a la griega-, comentaba el sereno a su compañero de horas muertas.-Los giles prefieren que los curren con el lujo, venite muchacho, comete estos camarones de la gente de mar, que sobreviven a muchas miserias, cocinando para los pobres- decía el viejo y extendía una servilleta a cuadros sobre unos cajones y allí improvisaban su banquete. El chico se saboreaba y juntos iniciaban sesudas conversaciones sobre lo que el mar daba y lo que el mar se cobraba. A veces rompía a cantar con voz cascada "-Ese mar que ves tan bello/ ay, mi dulce amor,/ ese mar que ves tan bello/ es un traidor..." entrecerraba los ojos y dos líneas brillantes se asomaban en un mapa de arrugas. El chico comía como un náufrago y oía absorto.

 

Ahora se acordaba de todo aquello, mientras las ráfagas aventaban latas, cajones, y comenzaban a desprenderse chapas de los techos y a volcar embarcaciones con amarras débiles, un infierno de bramidos, rugidos, silbos sumados al estrépito de cosas sin formas, retorcidos engendros que alguna vez sirvieron para algo. Aquel cataclismo cada vez más acelerado pasaba por la hendija del portón y cada vez la oscuridad le dejaba menos para ver. Entonces sintió algo como un estampido, un arrastrar de cadenas -como de mil- calculó y metió todo el ojo por la hendidura. A pesar de la furia de la tempestad pudo vislumbrar que el MARCELINA se estaba moviendo -¡Dios, se soltó el barco!- Era la primera vez que lo veía en movimiento, luego de tantos años prisionero, atado, amarrado a las cadenas, las sogas y las leyes. Abrió grandes los ojos para ver el espectáculo tantas veces deseado. Pero la hendija sólo le permitía una visión fugaz y fragmentada. Los cien metros de eslora pasaron raudos ante su perplejidad agazapada.-¡El MARCELINA navegaba y sólo!- sin nadie al timón, sólo en medio del huracán sorteando un enjambre de barcos sarandeados.-Como un loco recorrió las otras puertas para espiar mejor, pero sólo había unos ojos de buey allá arriba, cerca de las cabriadas.-¿Cómo hacer para llegar hasta allá?. El rugido del huracán lo aterraba, lo inmovilizaba.-¿Cómo salir a avisar si los muelles estaba desiertos?-¿Dónde ir en ese tumulto que "arrastraba todo a su paso?. El mar enloquecido se tiraba contra los muelles, los galpones, las escolleras, las barcas indecisas que no podían deshacerse de sus amarras pero que el poder del viento las impulsaba a soltarse en un suicidio colectivo. Amontonó cajones de pescado y esqueletos de madera hasta hacer una pila por la que subió como un gato. Había que ver aquello, el desbarajuste era digno de verse. Siempre se había burlado de los cagones, se sabía el axioma: "hombre de mar no puede ser cobarde", además lo que estaba pasando allá afuera era para probar al más macho. Tenía la cabeza llena de historias contadas por los pescadores que todos los días tenían que rendir examen de valor. Cada quien se mandó la suya en las tabernas cuando se prendían como pulpos de la cerveza, entonces se les soltaba la lengua, se les agrandaban las olas y se les achicaba el barco. Pero lo que estaba ocurriendo era lo máximo. Jamás de los rejamases, ni pescador, ni marinero, ni timonel ni capitán habían podido argumentar con semejante espectáculo, por rechupado que estuvieran, ni el capitán de la María Celeste, con una cuba de ron encima, se hubiera mandado una de éstas, que va, ni siquiera un arponero de ballenas- se decía y mientras cavilaba en medio de la oscuridad del galpón trepado hasta el ojo de buey, le volvieron las palabras de los pescadores:-Esta se viene fea, andate para tu casa.-¿Qué pensarían allá?- El tío, que lo había recogido, poco se preocupaba por él-. Así que habrá que esperar hasta que aclare.-

 

Se prendió a la cabreada del techo y se sentó en el travesaño justo frente al ventanuco. De allí veía el remolino de cosas que pasaba volando.

 

El lugar que siempre ocupara el MARCELINA estaba vacío: las maromas y las sogas cortadas. Más allá se vislumbraba la popa bamboleante del barco pesquero, que llevado como un juguete por el huracán buscaba el canal de salida como si un práctico avezado lo estuviera sacando en una maniobra magistral.-¡Uy, Dios, va a reventar todas las barcas al salir de la escollera o se va a dar contra los otros de altura!.-¿Pero, dónde se habría metido el sereno que no lo había asegurado?.-¿No había dicho acaso varias veces que ese barco valía millones y que había gato encerrado?-

 

El chico veía dificultosamente perderse el barco en la tormenta y una angustia agria le removía el estómago. Sentía frío y miedo, pero quería seguir mirando. Vio pasar dos hombres a la carrera y gritarse algo sobre ese barco que se alejaba. La oscuridad se fue haciendo cada vez más densa, pero el viento no aflojó. Se cortaron las luces del puerto y todo el infierno de allá afuera parecía haberse declarado para siempre..

 

Se bajó como pudo y se sentó sobre unas lonas. Se arrebujó en la campera del sereno con fuerte olor a tabaco negro. En un bolsillo encontró un bizcocho viejo, se lo comió a los tirones y se quedó dormido, apaciguado por ese olor familiar y amistoso, como cuando era chiquito y lo arrebujaba en su rebozo la nona.

Soñó, soñó cuando el MARCELINA salía a pescar con toda la gente y la gente trabajaba en limpiar, cocinar y enlatar las sardinas, el atún, la caballa, los meros... ¡Lindo barco!. Nuevo, práctico, una fábrica flotante... y muy marinera.

 

El sereno que siempre lo dejó entrar a curiosear, cuando el barco fue condenado a quedarse quieto a raíz del juicio, lo llevaba a veces a recorrer la nave y también las bodegas chicas, incendiadas antes del problema. En el sueño, el viejo lobo de mar le recordaba las historias, los sucedidos, enseñándole la antigua ciencia marinera. Lo memoraba, pulseando en la taberna, jurando como un condenado cuando la bebida se le subía a la cabeza, mascullando mientras miraba al barco que debía vigilar -¡Aquí hay gato encerrado! ¡Otra que el juicio!-.

 

Toda la noche rugió el huracán, mientras el chico soñaba con el barco que había conocido palmo a palmo con el que fuera su vigía y custodio durante los años en que el pibe se convirtió en adolescente. -Cuando sea grande, me anoto en la tripulación-, se prometía. Ya para entonces se habría terminado el lío de jueces y patrones que se fueron al bombo.

 

Al llegar la madrugada se calmó el infierno. Entonces se despertó aterido y hambriento. El portón principal fue abierto violentamente por la gente de la empresa que lo ocupaba. -¡Chico, te quedaste aquí toda la noche!.¡No habrás ganado para julepe!. Le dieron algo para comer y lo marearon a preguntas: ¿Vos viste quién iba en el MARCELINA?-.

 

El chico contó lo poco que vio, pero se sacó el bulto cuando le interrogaron por el sereno, si había sido él el que cortó las amarras.-No, él jamás haría algo así. El MARCELINA se fue sólo, y ya estaría lejos, mar adentro.

 

Se escabulló entre el remolino de comentarios que amenazaban ahogarlo: que si iba con las luces encendidas, que si tenía tripulación, que quién estaba en el puente de mando, que qué paso con el ancla... Como avispas enardecidas lo rodearon a preguntas. ¿Qué viste, qué oíste?.

 

Entonces llegaron los que traían la noticia de que el MARCELINA había ido a parar cerca del monumento a Las Alas de la Patria.-Se fue a la mierda, propiamente- dijo un chofer de camión que venía de Carnet. Otro que se unió al grupo recordó:-Claro, justo donde se vuelcan las cloacas.

 

Aquello era el colmo. El MARCELINA, su hermoso MARCELINA había ido a concluir su viaje prodigioso, los doce kilómetros esquivando todos los peligrosos obstáculos, sin un sólo daño, para ir a parar justamente donde la ciudad escondía su mierda.

 

Fue llegando más gente y fotógrafos, y periodistas y curiosos. Los capitanes de otros barcos de altura semejantes al prófugo fueron abordados para dar autorizadas opiniones. Ningún capitán, ni el más hábil y experimentado timonel hubiera podido sacarlo tan limpiamente como lo hizo el barco solo. Sabe Dios si EL precisamente no fue su copiloto.

 

-El que lo sacó, sabe el oficio-, sentenció otro, para agregar entre el fuerte humo de su pipa: -Se dice que unos mercenarios, entendidos en la cosa, lo sacaron del puerto para ahorrarle más problemas a Sasetru.

 

Otro, entre miradas furtivas y voz de foca apuntó:-Gente que lo vio en la noche, cuando iba rumbo al Norte asegura que llevaba luces y hacía señales.-¿Usted se lo imagina al monstruo venirse encima de uno y uno meta y meta hacer señales y darle a la sirena sin que el tipo te dé bola?.-Sí, cada quien se contaba la suya, cada vez más grande, pero el sereno seguía siendo el gran ausente.

Se fue a lo del tío, que como siempre no le dio mucha importancia a su ausencia. Enseguida lo mandó a entregar paquetes a sus clientes del almacén de artículos para las lanchas pesqueras. En ésas andaba cuando acertó a pasar por la costa, más allá del Asilo Unzué. Desde lejos pudo ver la gente amontonada mirando la costa. El sol al fin había salido. Los curiosos entre cables, chapas, plásticos y vidrios; restos de las furias del viento, buscaban el lugar más propicio para contemplar de cerca el jareo fantasma. Allá estaba el MARCELINA, el MARCELINA de su futuro, prisionero ahora de la arena. Tumbado sobre babor, con la proa mordiendo la playa. Un montón de hierros retorcidos sobre la cubierta, la arboladura descolocada. Un caos. Se bajó del ómnibus y se unió él también a ver el espectáculo. Los comentarios se hacían cada vez más delirantes:-No hay dudas, es un barco fantasma. |Mírenlo bien, que uno de estos días, con otro ventarrón y mar gruesa, se vuelve a poner en flotación y no lo vemos más.

 

-Sí, como éste hay otros en el puerto. Sasetru tiene como seis, después de la quiebra.-Una señora tapada de pieles y con el último look aventuró entornando sus ojos maquillados-...Y vaya a saber, hay tantos misterios en el mar...

 

-Sí, doña, pero lo que no es misterio ni cosa de fantasmas es que la administración del puerto es un desastre y que esto se puede repetir y ser más grave- se animó un vendedor de pororó. La señora empilchada la siguió -¡Claro, porque esta vez no tuvimos que lamentar la pérdida de vidas!¿No?.-quién sabe,...¿Y el sereno? -apuntó un periodista.

 

No pudo aguantar a los curiosos y menos a los vendedores que se hacían el negocio a costas de MARCELINA. Los turistas con sus cámaras y sus poses rebuscadas poniendo en foco a las señora gordas y a los despojos del barco. Se apretó el gorro de lana y se calzó bien la campera del sereno, al que se aferraba como si fuera un salvavidas.

 

Todavía le echó una última mirada: las olas rompían sobre el casco sin piedad como si quisiera acabar con él. Arriba las gaviotas buscaban la térmica, impasibles, con ese vuelo casi filosófico de la que están más arriba de las humanas flaquezas.

Cumplió el mandado y no quiso ver más. Se volvió.

 

Con los días se aplacó el avispero de los comentarios. El chico siguió buscando noticias del sereno Nada. Un día, de los tribunales y con la policía le vinieron a hacer preguntas. El chico se cerró en un pertinaz mutismo. Cuando le nombraron al sereno se largó a llorar. Los uniformados se miraron entre ellos, se encogieron de hombros, guardaron los papeles y se fueron. Quedó una pregunta flotando: ...vos que andabas siempre por el barco, no viste unos bultos nuevos, grandes, que antes no habías notado.

 

-Si los hubiera visto, seguro que no se lo digo,-pensó el pibe- y clavó los ojos en la costa.

 

Llegaron y se fueron las vacaciones de invierno. A fines de julio el tío lo mandó a la Laguna de Mar Chiquita a llevar unos repuestos a la parentela. Le dio para el ómnibus y para un sandwichs. Pasó por la costa y miró dolorosamente hacia el barco cada vez más averiado.

 

El chofer le comentó a un pasajero:-Parece que lo van a dinamitar, es un peligro-.

 

-A mí me dijeron que los yankys ya lo compraron para chatarra-.

 

-Sí, ésos siempre hacen negocio con nuestra ruina. Pero primero le recuperarán el equipo de refrigeración que vale un fardo-.

Otra vez le dio frío y se revolvió en la campera tibia y olorosa a tabaco y sal. El ómnibus siguió su camino hacia la laguna. Se adormeció de a trechos. Despierto y dormido soñaba con el MARCELINA.

 

Llegó al poblado y se dio una vuelta para repartir los encargues. En los médanos vio que estaban armando varios techos volados. Más adentro, varias casitas modestas entre tamariscos y siempreverdes recibían el beneficio de latas y chapas encontradas al capricho de la tormenta pasada.

 

Entonces escuchó la voz inconfundible:-"Ese mar que ves tan bello/ ay, mi dulce amor/ ese mar que ves tan bello/ es un traidor"- detrás de los arbustos. Se encontraron:-¡Grumete, qué haces aquí muchacho!- El chico lo contempló como a un marciano: -¡Vos sos el sereno fantasma!-¿Por qué no apareciste a contarla en el puerto?-.

 

-Porque como siempre te dije, en el MARCELINA había gato encerrado. Vinieron unos abogados, me tiraron con unos dólares para que dejara" obrar a la naturaleza" v aquí me tenés, inaugurando mi residencia. ¿Eh, qué te parece?, una pinturita ¿No?.Basta de joderse, chupando frío y comiendo salteado. Pero nada de esto a la gente del puerto, eh, grumete?-. El nuevo dueño de casa limpiaba el modesto jardín y podaba los crataegus. La verja lucía recién encalada. Más allá, a pocas cuadras, las olas venían a morir festoneando la playa, haciendo hilachas sus encajes.

 

Entonces el chico sintió que el sol del mediodía le picaba en la espalda. Se arrancó la campera del ex sereno, no le pudo aguantar más el olor. La dejó sobre la verja y alzó la voz inundada de indignación: -Decime, y ahora...¿quién es el traidor?-.

 

Caminó hasta la playa donde el mar arrastraba los encajes que perdían las olas al llegar. Estaba tan manso que la marea era sólo un susurro que permitía escuchar hasta el chillido lejano de las gaviotas. Así era el inmenso mar, con sus caras cambiantes. Lo miró con una larga, lenta y amorosa mirada. Era lo más hermoso que le quedaba y con él sabía a qué atenerse.-

Susana Dillon
La hora de la sabandija (cuentos con chicos)
Opoloop Ediciones
Colección Gajos de Mandarina
Córdoba, agosto 1993

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