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A ver si nos entendemos
Susana Dillon

"Hasta donde llega el concepto, hasta allí llega el espíritu.
Hasta donde se expande la palabra, hasta allí domina el poder". 
Jaime Lira

América conserva, no solamente los restos físicos de sus ayeres, sino el habla de los pueblos que florecieron hace más de mil años. Los intrusos se llevaron el oro, el arte de sus vasijas, quemaron los libros sagrados, los códices y la memoria de sus quipus, más no pudieron erradicar el habla. Raro fenómeno de supervivencia el de las lenguas vernáculas de nuestras culturas aborígenes.

No bien llegaron los blancos barbados comenzó la aventura de hacerse entender con los locales. Al principio, los aborígenes creyeron que sus viejos dioses estaban de vuelta, trayéndoles los bienes inefables de la cultura y se abocaron al recibimiento con lo mejor que tenían: comida, flores, reverendas, discursos y lo que suponían agradaba a todo el mundo: la compañía de mujeres. Pero los visitantes tenían otra cosa in-mente: el oro. Y la cosa vino fácil para los recién llegados porque si no lograban hacerse entender por señas hablaban los arcabuces y los cañones.

Los indios entendieron ¡Vaya si entendieron el método de "la letra con sangre entra"!

No sólo aprendieron la castilla por real decreto, también tuvieron que abandonar las antiguas lenguas, Indio que pillaban chamuyando su idioma, era indio muerto y no hablemos de querer seguir honrando a sus dioses. Ahí nomás se lo llevaba a la hoguera, por hereje.

En la América recién descubierta por los españoles se implantó la verba de Castilla quieras que sí o quieras que no. Pero a pesar de que España en esos entonces vivía el Siglo de Oro de las letras, ni la de Cervantes ni la de Calderón. ¡Qué va! Aquí, la soldadesca trajo su ruda lengua castrense, su prepotencia y su ignorancia.

Visto lo cual, las indias madres, en lo oculto de sus chozas, de sus cuevas o selvas, siguieron enseñando a sus vástagos la antigua lengua aborigen, o lengua madre. Y no sólo así zafó la mujer india de aquella conquista arrasa-dora, también trasmitió sus creencias, sus mitos y sus leyendas.

Con el correr de cinco siglos el castellano se fue nutriendo de millares de vocablos de las lenguas americanas que aportaron los patronímicos, (nombres de ríos, montes, ciudades), animales y plantas desconocidos en Europa.

El idioma rudo de los conquistadores se vio enriquecido en forma pasmosa, tanto como el oro arrancado con sangre nativa enriqueció al imperio.

Miles de lenguas y dialectos hibridaron el idioma y cada quien lo usó según sus costumbres y necesidades.

Hoy, entendemos con otro latinoamericano es toda una proeza y más de una vez entramos en la cenagosa tierra de los malos entendidos.

Aquí, en nuestro país tenemos palabras que se prestan al jolgorio de acuerdo a su interpretación.

Los provinciales tenemos una veta inagotable de términos que dejan a la gente perpleja. ¿Dónde están los potos de los mendocinos y los papos de los cordobeses? Misterio. ¿Cómo define un porteño a una mujer que no sea su madre? Mina, naifa, percanta, grela. Todo depende de su apego al lunfardo. Seguro que a la misma dama el provinciano la llame con mayor respeto.

Pero donde la Torre de Babel nos queda chica es en Centro América y muy especialmente en México donde cada instante esta modesta escriba ha ido anotando términos que dan para un sesudo tratado de lingüística.

En aquellos trópicos de soles arrullados por oleajes de color turquesa, pero mucho más benignos que el nuestro de este febrero bochornoso, se puede escuchar a dulces señoras aconsejar a sus retoños: -No tiren la cachucha por ahí, póngansela, que está fuerte el sol.

- No se alarme, la señora habla de la gorrita de visera.

También usted puede en el súper elegir una "deliciosa cajeta" "Lo mejor para su refinado paladar. Seca o cremosa". No se espante. Es una versión empobrecida y sin el encanto de nuestro criollísimo dulce de leche.

Pero donde los mexicanos se pasan de la raya es en sus repuestos de ferretería:

En un negocio de artefactos para baño y broncería en general, usted se puede encontrar con un airoso cartel que diga: Pijas de todos los tamaños y pulgadas. Elija a su gusto.

Cuando me recuperé del impacto, el fontanero (plomero) que me atendió solícito no bien me vio interesada, me trajo unos cajoncitos con nuestros domésticos y utilísimos tornillos, tirafondos, que les dicen, para sujetar inodoros... Y me volvió el alma al cuerpo.

Centenares de idiomas con sus miles de dialectos, más un castellano de por sí rico en vocablos nos llevan a estas disquisiciones: Nada de creerse que las viejas lenguas indias han pasado a la historia o al silencio del olvido.

Decenas de millones de mestizos hablan maya, nal-wad, quichua aymara, aruaco o mapuche. Ahora están produciendo una extraordinaria literatura. Están vivas, en expansión y sin ánimo de ser arrolladas.

Un poeta zapoteca, Macario Matus, pensando en su lengua me alcanzó estas estrofas:

Tíi diisxi yóoxho
Birennda láadxi dóo bée
Née birée láa cáa binni záa
Cáa níi riníi ríidxáaga yáa
Níi cyáaoa guiée
Manjóo síica cáa d'ani zúu

Nadíipa síica béexe xhiñáa
Née béedxe tée, cáa nayóoxho
Bixhóoze dúu née jñcaa cáa dúu,
Bichi dúu

Que traducido a los nuestro vendría a ser:

Una lengua antigua
se les enredó en el alma 
y se llamaron gente záa,
que habla la lengua zapoteca, 
dulce, misteriosa, mágica, 
que aún conserva limpia, 
su grandeza de montaña,
fuerte como el puma
y el acelote, los viejos
padres y madres, hermanos.

Susana Dillon

19 de setiembre de 2010
Gentileza de "Ciudadanos autoconvocados de Río Cuarto"
http://ciudad4.blogspot.com/

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