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Una poeta escondida

 

La "verdad múltiple" de Emily Dickinson

 

"¡YO NO SOY Nadie! ¿Quién eres tú?/ ¿Eres -Nadie- También?/ ¿Ya somos dos entonces?/ ¡Ni una palabra! ¡Lo pregonarían, ya sabes! "/ "Ser -Alguien- ¡Qué aburrido!/ Como una Rana ¡Qué vulgar! -Pasarte Junio entero diciéndole tu nombre-/ ¡A la primera charca que te admire!" (288).
Durante mucho tiempo este pequeño poema ha servido de testimonio de una Emily Dickinson frágil, metida hacia adentro, volcada en sí misma, jugando la carta de la insignificancia, de la indiferencia hacia las reglas del mundo exterior. La Emily de blanco que nunca salía de su casa y que despreciaba el concepto de "publicación". La mujer cuyo único designio era la poesía, por la que cerró las puertas de sí misma.
Paradójicamente, apenas cien años después de su existencia, el mundo occidental anglosajón padece de una ansiedad insatisfecha por hacer de esa misteriosa mujer, justamente, un Alguien. Una persona con vida propia, más allá de las palabras: un cuerpo, una historia, un sexo, un corazón.
Aquella mujer confinada es hoy la poeta más admirada de las letras norteamericanas y su existencia es sometida a multitud de interrogatorios. Las investigaciones y teorías se suceden, barajándose todo tipo de hipótesis acerca de su extrañeza. Los psicoanalistas de las universidades norteamericanas han sostenido que era una psicótica, otros la han tratado como una vestal, otros como una mística. Tampoco los partidarios de la escritora de "poesía pura" pueden prescindir de la leyenda de su vida.
La poeta que parecía ufanarse en ser "Nadie" se caería de espaldas si se enfrentara ahora al torrente de artículos, libros y horas de clase que su obra ha suscitado. Nada es más opuesto a la insignificancia y al anonimato que su nombre.

Emily Dickinson, a los veintipocos años no quería traspasar los límites del jardín de su casa, a los cuarenta no salía prácticamente de su habitación, e incluso cuando llegaban invitados y se hacía música en la sala, escuchaba desde el descanso de la escalera. Su privacidad celosamente preservada fue sin embargo invadida por los mismos lectores de esa poesía que ella dejó guardada en un baúl, bajo forma de folletitos manuscritos y cosidos cuidadosamente con aguja e hilo. Había dado la orden a su hermana de quemar todo aquello a su muerte, ocurrida en 1886. Allí había cientos de poemas inéditos en vida de la escritora, y sin embargo, leídos del derecho y del revés en la posteridad.

LA POETA Y EL MUNDO. Resulta tentador por momentos pensar que Emily sí quiso ser Alguien, el Alguien aplaudido, el Alguien visto por los otros, aquello que en vida no le sucedió. Su elección por una existencia de "Nadie", puede haber sido justamente resultado de su fracaso, de su intento fallido, de la incompatibilidad entre ella y los Demás. El poema de la rana, a pesar de su aparente inocencia, también está lleno de sarcasmo y furia. Emily Dickinson a menudo echó mano del humor y la ironía para hablar de las oscuridades humanas, para explicar los estados de exacerbación psíquica.

Y uno de esos estados fue justamente la disonancia entre el poder de los otros y la propia existencia: "Tomé en la Mano mi Poder-/ Y me fui contra el Mundo-/ No era tanto como David- tenía-/ pero yo- era dos veces más osada-/ Apunté mi Guijarro -más yo Misma/fue todo lo que cayó- ¿Era Goliat- muy grande- O era yo -muy pequeña?" (540).

Nadie puede obviamente plantarse delante de Emily Dickinson y fingir que se encuentra ante una persona muy normal, con el único inconveniente de haber sido incomprendida por los editores y literatos de su época.

Ella fue, efectivamente, una mujer extraña. Defenderla contra la acusación de la locura argumentando que su vida tuvo un rigor y una organización que no se suelen presentar en las insanías mentales no sirve de mucho. Aceptar su locura, como ella misma la aceptaba, parece mucho más conveniente. Nunca pudo renunciar a su extrañeza, y en muchos momentos ha de haber presentido la laceración psíquica de la locura, descrita con exactitud en varios poemas. "Cayó tan hondo- ante mis Ojos-/ Lo oí que golpeaba contra el Suelo-/ Y hacerse añicos en las Piedras- Del fondo de mi Mente" (747)

Su defensa empecinada del aspecto disímil de su vida está reseñada tempranamente. En la escuela que había fundado su abuelo -el honroso colegio puritano de Amherst, Massachusetts- protagonizó siendo niña una anécdota que ya la retrata con una gestualidad disidente. Cuando la maestra pidió a los alumnos que se levantara aquel que quisiera tomar la vía cristiana, todos se levantaron excepto Emily. Al preguntarle con asombro el grupo por qué no lo había hecho, la futura escritora contestó sencillamente que no iba a mentir. 

Cuando en la adolescencia su familia se encaminaba a la iglesia sin ella, -en una comunidad que iba tres veces cada domingo- no la forzaban, ni se lo recriminaban, pero dejaban constancia de su consternación. Emily se experimentaba a sí misma como una hereje, pero mantuvo hasta sus últimos días su carga de dudas con respecto a Dios, "al costado confuso de la Divinidad". 

Y asimismo, cuando a los 32 años Emily envió sus poemas al editor Higginson -quien había incitado a los escritores inéditos a enviar sus manuscritos a la revista- y recibió una respuesta negativa, con propuestas de cambios, la poeta rechazó los paternales consejos no modificando aquellos poemas, incomprendidos justamente por extraños.

Aceptar la disimilitud de sí misma con respecto a los "Demás" -con los conflictos que ello provocaría- parece haber sido una trabajosa tarea para la escritora. En el poema 576 habla de una la Balanza "que tan frecuentemente ahora se inclina/ que tanto tiempo me lleva equilibrar". Tal vez su personal locura fue defendida orgullosamente en su interior, convirtiéndose en una elección por momentos voluntaria: "Es la mucha Locura la mejor Sensatez/para el Ojo sagaz-/ La mucha Sensatez- la absoluta Locura- la Mayoría/ En esto, como en Todo, prevalece-/Asiente- y serás cuerdo-/ Objeta- y serás peligroso de inmediato-/Y Encadenado" (435).

RAREZA Y NORMALIDAD. Sin embargo, más allá del encierro y su hábito extravagante de vestirse siempre de blanco, la vida de Emily Dickinson tuvo numerosos contactos con lo real. Así lo reflejan su gran cantidad de poemas que conjugan una imaginación poética portentosa unida a un sentido de observación extraordinario. La leyenda de una solterona casi monja enclaustrada como en un convento escribiendo herméticos poemas se contrapone a la constatación de una vida laboriosa. Emily Dickinson producía una gran cantidad de textos -tuvo períodos en que escribía un poema por día- y lo hacía corrigiendo, experimentando, haciendo listas de palabras, fabricando varias versiones del mismo poema, pasando en limpio e investigando con el lenguaje. Muchos de sus manuscritos se hallan en papeles insólitos: facturas, bordes de recetas de cocina, el reverso de los sobres de correspondencia. Ello muestra el constante trasiego entre ambas facetas de su vida, el trabajo doméstico y el otro, el trabajo del papel, al que se abocaba una vez que había terminado las tareas de la casa.

Asimismo, aquel "no salgo más" tantas veces mentado, tiene como contrapartida la enorme cantidad de cartas que Emily Dickinson envió, cartas a veces acompañadas de poemas, cartas a amigos, y también a destacadas personalidades literarias de la época.

La vida de Emily Dickinson no fue sencillamente encierro. Obtuvo una sólida educación, bastante más rica que la mayoría de las mujeres de la época. Nacida en 1830 en el pueblo de Amherst, concurrió al Amherst Academy y ya en la adolescencia al Mount Holyoke Female Seminary, una institución universitaria para mujeres, donde residió a los 17 años unos meses. Viajó en alguna ocasión a Filadelfia, a Washington, y permaneció un tiempo en Boston, tratándose una enfermedad de los ojos. Su juventud estuvo marcada por la presencia de amigas y primos, con quienes realizaban excursiones y cabalgatas recorriendo las adyacencias del pueblo: las amistades íntimas de Dickinson duraron muchos años. Puede haber sido allí donde Emily desarrolló su extraordinario don para observar la naturaleza con todos sus detalles mínimos. Al parecer sentía una inclinación hacia la botánica y las ciencias naturales. En una carta de 1848, escribió: "Estoy estudiando la Química de Silliman y la fisiología de Cutter, y ambos me interesan mucho". Las flores, plantas, hierbas, abejas, gusanos, mosquitos, insectos, ardillas, perros y otros animales, así como los datos geográficos que aparecen en sus poemas, revelan esta perspicacia para descubrir el mundo exterior en sus más mínimos aspectos, bastante más aguda que el de una autista ensimismada en su escritura.

FAMILIA CASI UNIDA. Mucho se ha hablado de las posibles patologías de la familia Dickinson que dieron como resultado a tan extraño ser, y repetida suena la pregunta de cómo fue posible que una muchacha provinciana y marginal escribiera versos de tal hondura.

Los Dickinson sin embargo no fueron una familia más, pero tampoco un micromanicomio. Siendo descendientes de varias generaciones de pobladores del lugar, en Nueva Inglaterra, la familia de Emily vivía al nacer ésta en una gran casa de ladrillo rodeada de setos, en un ambiente donde el consumo cultural era frecuente. El abuelo de Emily, Samuel, perdió su fortuna empecinado en la fundación de un colegio distinto de los principios liberales de Harvard. Era, sin duda, un hombre especial, culto y con una profunda convicción en sí mismo. La estudiosa Donna Dickenson considera que tal vez fuera el abuelo quien haya promovido en la familia un particular sentimiento de respeto hacia la especificidad de las mujeres, pues sostenía por ejemplo que la mente femenina, tan sensible, no debía ser dejada de lado, porque no en vano Dios la había hecho así.

El padre de Emily pudo ver en vida los logros del Colegio que administró sabiamente. Hombre de leyes, fue diputado en el Congreso: era el hombre más importante de su pueblo y puede deducirse que con una gran red de vinculaciones sociales. Los amigos del padre fueron aquellos hombres que Emily tuvo oportunidad de conocer y escuchar, como Benjamín Newton o Samuel Bowles. A través de ellos, obtuvo un fluido contacto con la literatura de sus contemporáneos. Ben Newton le envió poemas de Emerson, por ejemplo, y su positiva influencia llevó a Emily a designarlo como "mi tutor".

Sin embargo, Emily no dudó en calificar de tiránico y autoritario a su propio padre, así como también describió a su madre como una mujer débil, casi una nulidad. En una carta al editor Higginson, Emily le confiesa que ella nunca tuvo madre, esa madre que corre a resolver los problemas de las hijas. Sería al quedar la madre paralítica, en 1875, que Emily se sentiría más cercana afectivamente a su madre, mientras la cuidaba.

Puede especularse que el haber guardado sus poemas durante tantos años en un arcón, pudiera ser resultado del temor que su padre los encontrase, o tal vez, su condición de mujer soltera se dedujese de un ambiguo y conflictivo vínculo con él. No obstante, de los hechos desnudos de la vida de Emily es posible observar a un hombre que la aceptó en su diversidad: aquella hija que se negaba a ir a la iglesia, aquella muchacha que no salía de su cuarto, o que vestía de forma extravagante, que se encerraba a escribir, tuvo un espacio de respeto y libertad.

Pero Emily también tuvo otros vínculos familiares intensos. Su hermano Austin, abogado y más tarde -como su padre- administrador del colegio, fue desde siempre un gran camarada de su hermana, relación en la cual Lavinia, la hermana menor, se sentiría algo excluida. Austin se casó con la mejor amiga de Emily desde la infancia, Susan Gilbert, la llamada "Sue" de los poemas. Los niños de ambos, los sobrinos de Emily, fueron objeto de adoración por parte de la poeta, pese a que en 1854, Emily había tratado de oponerse a la boda entre su hermano y su mejor amiga, a pesar del amor que profesaba a ambos.

La relación con Sue tuvo todas las características de esa institución fundamental del siglo XIX para las mujeres que era el estatuto de "mejor amiga". La división de las esferas pública y privada propició este tipo de amistades íntimas, donde la mujer encontraba más afecto y comunicación en otra mujer que en aquellos vínculos con hombres. Susan Gilbert era una mujer culta y sumamente inteligente: creyó siempre en las cualidades de Emily como poeta, y le aseguró a ésta -después de la lectura de unos poemas- que desde Shakespeare nadie la había emocionado así.

AMANTES DESCONOCIDOS. Sue fue la inspiradora de varios poemas escritos por Emily, como aquel breve -entre otros- "Poseer una Susana propia/ Es de por sí una Dicha-/ ¡Qué pierda cualquier Reino, mi Señor/ pero dejadme en éste". De esos poemas y algunos otros surge la hipótesis de que en verdad, Emily Dickinson no fuera en realidad una solterona de amores contrariados sino simplemente lesbiana. En 1975, Adrienne Rich ya denunciaba el ocultamiento y la carga de silencio con que se había envuelto este tema, ofreciéndose a cambio la versión oficial de una poetisa de florecillas, abejas y ardillas. Hay, entre los 1775 poemas conocidos, poemas a mujeres, poemas con dos versiones -en femenino y masculino-y poemas a hombres, así como también poemas de donde no se desprende el sexo de aquel tú invocado: "Salvajes Noches - Noches Salvajes!/ Estuviera yo contigo/ Noches salvajes serían/ ¡Nuestro gozo! "/ (...)! "En el Eden remando- ¡Ah, el Mar!/ Pudiera yo amarrar- Esta Noche-/ ¡En Ti!". (249).

Se ha pensado asimismo que los poemas de amor a un personaje femenino van dirigidos a Kate Scoth, una amiga que conoció en marzo de 1859. Sin embargo, su hermano y su sobrina dejaron testimonio de que sintió "en diferentes momentos devociones por diferentes hombres", y al respecto se ha pensado en un presbítero casado de Filadelfia-Charles Wadsworth- que la fascinó a través de sus sermones, y con quien intercambió una nutrida correspondencia. Se sabe que él fue a visitarla en algunas oportunidades, y que cuando se trasladó a San Francisco, los poemas de Emily acerca de la pérdida amorosa parecen proliferar.

Pero es imposible demostrar que una mujer del siglo XIX se acostaba con hombres, o con mujeres, o simplemente se besaba, o que tan sólo fantaseaba con ellos. La privacidad se ha multiplicado, por el silenciamiento de la muerte y el paso del tiempo. Están, eso sí, los poemas: muchos festejan el amor, la persona adorada y también el deseo en sí mismo- "El Agua por la sed se enseña./ La Tierra -por los Mares navegados" (135)-, e incluso el anhelo no satisfecho: "Háblale con prudencia a un Mendigo/ del Potosí y sus m¡nas/ y reverentemente al que tiene Hambre/ de tus viandas y vinos./ Da a entender con cautela al Prisionero/ que llegaste a ser libre:/ anécdotas de aire en las Mazmorras/ han resultado de mortal dulzura". Emily no duda sin embargo en tomarle el pelo a las formas convencionales del amor: "nacida- Casada- Amortajada-/ En un Día-/ Triple Victoria/ "Mi Esposo" -dicen las mujeres"- (1072).

Hay también metáforas impresionantes de volcanes que guardan dentro "Fuego, estampido y humo", y que hablan de esa soterrada existencia volcánica en la propia Emily Dickinson. Una existencia que se vivía a sí misma de una manera nada inocente, a veces en forma fragmentada, casi demoníaca, aceptando las zonas oscuras de sí: "No hay que ser una Estancia- para estar Encantado- No hay que ser una Casa-/ los Corredores del Cerebro-exceden- El lugar Material-/ (...)/ El yo detrás del yo, escondido- Nos asustara mucho- El Asesino oculto en nuestra Casa/ menos horror sería". (670).

MORIR INEDITA. Los poemas que dejó guardados en su arcón no tienen fecha ni número. Pero la prolijidad con que fueron encuadernados habla de una voluntad de libro. Mucho se ha hablado del desprecio de la poeta por el acto de publicar, basándose en aquellos versos "La Publicación- es la Subasta/ De la mente del Hombre", que datan de 1863. Sin embargo, curiosamente, ella había enviado el año anterior poemas a Higginson, de la prestigiosa revista The Atlantic Monthly, para que los evaluara, preguntándole si "respiraban", si estaban vivos. Al editor le llamó la atención aquella extraña muchacha, y pese a las objeciones sobre los inusuales poemas, continuó con ella durante años un intercambio epistolar y fue a visitarla en distintas oportunidades, invitándola incluso a Boston.

No hay que tomar tan al pie de la letra las burlas de Emily Dickinson acerca de la fama y la publicación, así como sus protestas ante la edición de "contrabando"- por amigos- de algunos poemas en periódicos. Hay cientos de cartas que ella envió y que se han perdido, pero de hecho, ella escribía a personalidades literarias. Enviaba poemas a amigos, daba a leerlos. Publicar quizás le haya resultado engorroso y difícil, de ahí la rabia contra la publicación.

También en los tiempos de Emily Dickinson, muchos poetas se costeaban la edición. Pero ella no tenía dinero propio, y además, no poseía un marido que se lo subvencionara. Sin embargo, había hecho de la poesía su trabajo y su destino. Al final, quizás, terminó por acostumbrarse a carecer de lector e hizo de ello su poética:

"El reticente volcán guarda/ Su plan que nunca duerme-/ Sus proyectos rosados no confía/ A hombre precario alguno./ (...)/ ¿No puede la naturaleza humana! sobrevivir sin un oyente?" (1748). 

POEMAS, de Emily Dickinson. Edición bilingüe de Margarita Ardanaz. Cátedra. Madrid, 1992. Distribuye Byblos.

TRES POETAS NORTEAMERICANOS: Whitman, Dickinson, Williams. Edición de José Manuel Arango. Grupo Editorial Norma. Bogotá, 1991. Distribuye Aletea.


Ediciones y traducciones

EMILY DICKINSON murió prácticamente inédita. En vida, sólo publicó siete poemas, algunos de los cuales aparecieron anónimamente en el Springfield Republic, a instancias de Samuel Bowles, su editor, amigo de la familia y también de Emily y Sue, con quienes mantenía una relación distendida. Ella dijo de la publicación de uno de esos poemas que "se lo habían robado".

Luego de que Vinnie, la hermana menor, encontrara en 1886 cerca de novecientos poemas en un arcón -tras la muerte de Emily- la labor de recolectar otros manuscritos y la selección de los poemas fue llevada a cabo por familiares y amigos, que no podían sospechar su actual valor.

Al parecer, Vinnie solicitó a Sue que la ayudara a editarlos, pero se cree que ésta se negó. Finalmente fue una amiga de la familia, Mabel Todd, y el propio Higginson, quienes se hicieron cargo de la primera publicación en 1890 de Poemas de Emily Dickinson. (Mabel Todd había sido protagonista de un conflicto familiar: tras un affaire con el hermano de Emily, Austin, éste estuvo a punto de abandonar a Sue, produciéndose una fuerte confrontación entre las dos mujeres).

En los años sucesivos se continuaron publicando nuevas series, a medida que se iban descubriendo poemas enviados a amigos, y en este siglo la tarea de edición de Emily estuvo a cargo de su sobrina Martha. Muchos aparecieron en la tardía fecha de 1945.

Finalmente, fue en 1955 que Thomas H. Johnson realizó la edición completa de Emily Dickinson en tres volúmenes, considerándose éste el texto autorizado.

Emily no fechó sus poemas, pero a través de un estudio de su caligrafía fue posible ordenarlos cronológicamente. El número con que se suelen ubicar los poemas es el establecido por Johnson.

Que Dickinson no haya fechado, titulado, o numerado ella misma los poemas, no significa que no los corrigiera. Al parecer lo hacía, y mucho.

En Uruguay, circulan los siguientes volúmenes:

*Emily Dickinson: Poemas, Edición bilingüe de Margarita Ardanaz, Madrid, Cátedra, 1992 (Es la antología con mayor número de poemas). Distribuye Byblos.

*Whitman, Dickinson, Williams: Tres poetas norteamericanos, Edición bilingüe de José Manuel Arango, Grupo Editorial Norma, Bogotá, 1991. Distribuye Aletea.

*Emily Dickinson: Poemas, versión de María Manent. Incluye los poemas en inglés. Hay varias ediciones en Colección Visor de Poesía y en Editorial Juventud.

*Emily Dickinson: Poemas, selección y traducción de Mirta Rosenberg, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1988. 

 

Andrea Blanqué

El País Cultural

6 de diciembre de 1996

 

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