El sombra
Tito Devrek

Preguntó por el Capitán Alarcón. Cuando, en tono áspero, los de Policía Militar, parroquianos del boliche en donde se veían a menudo, le dijeron que los tenía que acompañar a la Comandancia, se dio cuenta que algo había fallado. Caminando a paso vivo, le comentaron rápidamente que Alarcón había sido trasladado, que estaba siendo indagado por robo y que, por estar la Fuerza en alerta amarillo por lo de Chile, podía terminar ante una Corte Marcial. No imaginaba quien podría haber sido el delator, pero él ya se veía  descubierto. –Sombra-pensó-se terminó para vos, ni Dazik te va a sacar de esta, aunque te ponga alguien para defenderte.- Sabía que este lío se pagaba con la vida. Envenenado, acuchillado o baleado o, lo más probable, atropellado por un auto. Todo se había terminado.

No lo llamaban por su nombre de pila. Ni sabía si lo tuvo por bautizo,. Séptimo de una familia de chilenos, emigrantes forzados a causa de la dictadura de Pinochet, en el setenta y cuatro se habían asentado en una villa, una callampa la llamaban ellos, en las afueras de Bariloche. Lo llamaban Sombra, por lo oscuro de su piel. No tuvo escuela, pero aprendió rápido a leer y a escribir hacía tres años, cuando cumplió los once, y fue a trabajar en un bar del centro como  peón de limpieza. Le enseñó Dazik, dueño del  boliche,  que observando su empeño se había encariñado con él. Por julio del setenta y siete, lo puso de mozo.

Dazik era eslavo. Había logrado escapar de la Croacia de Ante Pavelik en el primer año de la Gran Guerra. Mientras trabajaba como estibador en el puerto de Rosario, aprendió el castellano a los tumbos. Un golpe de suerte inesperado lo decidió a asentarse en el sur. Fue gracias a aquel capataz, croata como él y matón del dock, que lo había llevado para acarrear una carga que, a la postre, fue suya cuando en medio del robo, el hombre cayó muerto porque le falló el corazón. Eso supuso, y no se quedó para averiguarlo.

Condujo el camión hasta una casa paqueta, cuyo dueño había hecho el encargo. Bajó la carga, unos cuadros que a él no le decían nada, pero que debían ser importantes. Cobró lo arreglado y se guardó lo del muerto, todo para él. Esa misma tarde rumbeó en tren para Bariloche, y se asentó allí. Con la plata, abrió un boliche frente al Lago López.

-Sombra-le dijo-no te olvides limpiar debajo del mostrador, y cuidado con las botellas.

-Patrón-contestó el muchachito, desde allí abajo- ¿le puedo preguntar algo?- Y sin esperar respuesta, afirmó-La guerra es muy fea, ¿verdad?-

Dazik se estremeció ante lo imprevisto de la frase, y los recuerdos se agolparon en su cabeza. Decidió no contestar. El Sombra se asomó, con mirada inquisitiva, pero Dazik se había dado vuelta acomodando unos vasos contra el espejo. Habló, como ignorándolo. -Cuando te escapás de una guerra y salís vivo, las cosas  que te pasan no son por casualidad. Tenés que hacer lo que tenés que hacer. Si sobrevivís, es que hiciste de todo y tuviste suerte. No hay lindo ni feo, ni bueno ni malo, sólo se vive o se muere. Yo viví.-

– ¿Sabe, patrón?,  el diario y la tele dicen que vamos a tener guerra con Chile. ¿Será cierto?-

- No hablés pavadas, querés.-

Ya tenía trece para catorce, y por las palabras de Dazik  imaginó que no había duda: las guerras eran feas, y  él no iba a participar en ellas.

Esa tarde, cuando salió del boliche, fue para la Terminal y tomó un bus que pasaba por la puerta del Regimiento de Montaña. Bajó antes de llegar al portón, y se quedó sentado, a la vera del camino, mirándolo.  El movimiento era incesante. Entraban y salían camiones transportando soldados y pertrechos, desde y hacia el cuartel.

Después de un buen rato,  regresó a Bariloche y se bajó en el boliche. Fue directo hacia Dazik.

- Patrón- dijo- vengo del cuartel, y en la ruta los camiones con milicos van y vienen. Se les nota los nervios. La guerra se viene nomás…¿No podemos prendernos en algo?-

El gringo quedó apabullado. ¿Sería posible, tan pendejo? Pero- pensó- con lo que se leía en los diarios y se veía en la tele en esos momentos, era normal especular con todo. Ya lo había experimentado en carne propia a través de tantos años. Él mismo no había sido ningún santo, para nada.

-Bueno, Sombra, ¿que se te ocurre?

-Necesitan comida, patrón. Usted conoce gente ¿Por qué no se la vendemos nosotros?

-Mirá, Sombra, tendría que arreglar con Alarcón, el capitán de Intendencia. Vos lo conocés, es el que siempre se sienta en la mesa redonda y pide un lemoncello. El maneja las compras. Cuando venga, hablo  con él y voy a ver que pasa.

Para Sombra todo fue demasiado rápido. La charla fue un éxito y, a la semana siguiente, Dazik había arreglado que iba a proveer al Regimiento de Montaña de chocolate y leche chocolatada envasada. El Sombra saltaba de alegría, puesto que iba a encargarse de la estiba, cuando recibieran del proveedor, y luego lo cargaría en los camiones militares de acuerdo a los remitos que el gringo le entregara. Dazik le prometió mercadería por un porcentaje de los envíos, que el podría vender en los kioscos, facturando con el nombre del boliche y cobrarlo, quedándose con esa plata.

Llegó el día de la primera entrega y, cuando le entregó el remito, el gringo lo sorprendió diciéndole:

-Aquí tenés los papeles, pero cargá la mitad de lo que dice. Está arreglado con Alarcón. Lo va a firmar y cobramos la plata que está facturada. De ahí tenés tu parte.-

Fue en ese instante que Sombra supo que esta combinación entre Dazik y Alarcón no existía porque a él se le hubiera ocurrido, sino que venía de antes. Darse cuenta de eso lo asustó un poco, pero por otro lado, pensó, era mejor. El negocio ya estaba aceitado, y ahora él se llevaría algo.

Pero estaba allí, en el cuartel, acompañado de dos Policías Militares, encarando para la Comandancia, y con el Capitán Alarcón preso.  Al pasar por el playón de estacionamiento, el ocaso alargó sus sombras tornándolas en largas líneas que parecían esfumarse bajos los camiones.

El Sombra hubiese querido ser suplantado por la suya, y no entrar en ese edificio que se le acercaba, ominoso, como si se le fuera a derrumbar encima.

-¡Mirá vos, Sombra! Resultaste ligero, chilote, ¿eh?-le dijo- Bueh, tenés suerte dos veces.-

Sombra lo miraba con el uniforme, y no podía creer lo que veía. Era el Teniente Coronel José Ignacio Aldazábal, Jefe del Regimiento de Montaña, pero en el boliche siempre lo había visto vistiendo jeans, sweater de lana, saco de tweed y el poncho de vicuña, que lo envolvía todo. Así se presentaba todos los sábados a la noche en el boliche. Tomaba unos whiskies y jugaba al billar con Dazik, mientras conversaban en voz baja. Después subía a las piezas, a lo de la Nancy. Se iría de madrugada porque él, hasta el sábado siguiente, no lo volvía a ver. Para él era José, un amigo del gringo.

-¿Por qué dos veces, querés saber?-dijo el Coronel- La primera. No va a haber guerra. Llegó un Cardenal, que mandó el Santo Padre, y paró todo. Que carucha, pibe. ¿Te arruinó el negocio? A nosotros más, pero ya va a haber otra

oportunidad. Además, te ahorraste que te tratemos como prisionero de guerra. ¡Catorce años, carajo, y ya andás en estos entreveros! Ya me contó Dazik que vas a ser bravo. ¿Querés preguntar algo, que me mirás así?-

- Si, señor-

-¡mi Teniente Coronel! Aquí. En el boliche soy el Sr. José, ¿entendiste?

- Si, señor… digo mi Teniente Coronel, ¿cuál es la segunda suerte?

- Fácil. Vos trabajás para Dazik, y Dazik trabaja para mi, por lo que al final, también sos mi empleado, y a mi gente yo la cuido. Dazik es confiable. Mi padre empezó en Rosario su pinacoteca, hace casi cuarenta años, y él tuvo mucho que ver con eso. Yo la engordo en cada destino que me toca. Buen tipo este gringo.-

El Sombra estaba aturdido. ¿Dazik, empleado del Coronel Aldazabal? ¿Para hacer que? ¿Que era una pinacoteca? Y al Capitán Alarcón ¿qué le había pasado? O mejor dicho: ¿de qué había jugado en esto? Estaba cayendo en cuenta que el mundo era bastante más difícil que lo que le había mostrado en sus catorce años, recién cumplidos. 

-  Cabo, lleve a este muchachito hasta el bar del Sr. Dazik. -ordenó Aldazábal a su chofer, y dirigiéndose al Sombra, dijo –La semana que viene, cuando termine del todo esta locura, vas a venir a hacer tu DNI. Te vas a convertir en argentino y vas a trabajar para mi. Vas a venir bien para engrosar la pinacoteca de mi familia. Decile a Dazik que después lo llamo para hablar de vos-

-  En el jeep, camino a Bariloche, Sombra seguía preguntándose,-¿Qué será una pinacoteca?-    

Tito Devrek

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