“Había una vez…” 
Tito Devrek
Buenos Aires

Cuando su primer libro publicado lo hizo famoso, se dijo que sus cuentos, todos, comenzarían con el de este éxito: “Había una vez…”. Pero éste…éste no.

Desde que escuchó un maullido y el ruido de vidrios rotos, supo que lo que iba a escribir en esa hoja en blanco no tendría ese inicio de relato infantil. Algunos segundos después, ya había comprendido que su mente de escritor iba a tomar otro rumbo, muy alejado de sus famosas - y muy bien vendidas - historias fantásticas, inspiradas en Tolkien y Rawling.

El gato asustado, tanto como la piedra arrojada contra su ventana, y la experiencia vivida esa tarde en un supermercado vacío de gente y de alimentos, lo sacó de su mundo irreal.

No sólo a su cabeza, sino también a lo íntimo de sus entrañas, llegaban esos ruidos de golpes en cacerolas que le dolían, como suele doler la realidad a aquel que vive por y para lo encantado.

¿Se acabarían, para siempre, los gnomos, las hadas, las brujas, lo ilógico de esa fantasía heroica y pasatista que lo había hecho rico? ¿Tendría que, de ahora en más, escribir saltando sobre fuego? Si, ese, provocado por alguien de carne y hueso empachado de poder.

Concluyó que, si bien escribía ficción, y de fantasía, esta vez por primera vez, su deber como escritor era dar testimonio, y lo cumpliría, aunque barruntaba que al atravesar el espejo llegaría al país de la ignominia e abandonaría el suyo, el de las maravillas de cartón pintado, que tan bien adormecían las angustias de sus lectores, que se lo agradecían comprando y comprando, provocando nuevas ediciones y refritos.

Se decidió. Tomó la hoja, introduciéndola en una carpeta, y se dirigió al garage.

Ya en el camino, apurando la marcha del automóvil, para no ser alcanzado por esas nubes de formas góticas que anunciaban gruesos chaparrones, comenzó a pergeñar su nueva novela y volvió a cuestionarse “¿Por qué no comenzarla con “Había una vez…”?  Yo puedo mostrar la realidad como metáf…” Una imperativa voz de alto interrumpió su apenas imaginado esbozo. El piquetero, un hombre alto, de cara surcada por arrugas y cabeza cubierta con una boina vasca, extendía su mano de cuero curtido, abierta frente a su parabrisas. Se dio cuenta que, en ambas banquinas, se alineaban hombres equipados con uniforme de combate, en actitud no precisamente pacífica y, en la ruta, cruzándola de lado a lado, se veía una silueta monstruosa, con pelos de hierro parados hacia el cielo. La custodiaban hombres rudos, cuyos rostros tampoco reflejaban tranquilidad, junto a jóvenes y hasta mujeres,.

“¿Qué es eso?” le preguntó al de la voz de alto.

“Es una cosechadora, ¡ y hasta dentro de una hora hay corte! ¡Espere allí!”

Despaciosamente, estacionó el auto donde le indicó el hombre, y se preparó para aguardar hasta que liberaran el paso.

Pensó “ La realidad, hoy, es ya una metáfora de la locura”-. Extrajo la hoja en blanco de la carpeta, tomó un ostentoso lápiz de su bolsillo, y escribió la primera oración de su nueva novela: “Este lado es feo. Veo odio, le dijo Alicia a Dodgson-“…

Tito Devrek

Ir a índice de América

Ir a índice de Devrek, Tito

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio