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La nueva inmigración: Nota III de III
Inmigrantes que combaten la pobreza
La historia de la uruguaya Charo, quien, al igual que miles de extranjeros, trabaja por la inclusión en la Argentina; 

"Para mí, el Estado somos todos"

Por Verónica Dema y Paula Soler
De la Redacción de lanacion.com
vdema@lanacion.com.ar
psoler@lanacion.com.ar
En Twitter: @verodema / @paulasoler

Susana Bernatti, más conocida como Charo, es uruguaya y realiza tareas sociales desde que llegó al país, en 1985. "Hacía poco que el partido colorado había ganado en Uruguay, pero para esa época aquí ya había más olor a democracia que allá, y decidimos con mi pareja asentarnos en San Fernando", cuenta.

En ese barrio, donde el bienestar de una clase media alta se contrapone con una gran pobreza, Charo y su esposo vieron un terreno fértil para ejercer su ciudadanía a pleno.

"Empecé a colaborar en la parte social porque no había un lugar para que las nenas jueguen, había mucha pelota. Después me di cuenta de que las necesidades para los chicos eran muchas más", explica a lanacion.com esta mujer que tiene una hija de 23 años y un nieto de meses.

Así fue como ella y otros vecinos, entre los que hay argentinos, uruguayos, bolivianos y paraguayos, se centraron en el trabajo con adolescentes a través de la educación y el deporte.

"Para mí, el Estado somos todos: cuando las cosas están bien hay que apoyarlas y cuando están mal hay que intentar cambiarlas, sin bajar los brazos, porque hay formas de hacerlo", dice esperanzada, y asegura: "No importa de dónde sea la gente que ayudamos".

La felicidad de la tarea lograda se le nota en cada palabra al enumerar lo que construyen cada día con los 250 chicos que ayudan. Una escuela de adultos, para lo chicos desde los 16 años que están afuera del sistema educativo formal; un aula de apoyo escolar que funciona dos veces a la semana; una liga de fútbol infantil; un taller de teatro y arte; un campamento para 50 chicos que se organiza entre la primera y segunda quincena de enero en la isla Felicaria de San Fernando; una murga "Los mil locos de Villa Najera!"; y la lista sigue y las ganas de que sean más chicos los beneficiados también.

"Tratamos de darles a los chicos un lugar en el mundo y alejarlos de la calle, de la droga, del famoso paco que los destruye totalmente", dice Charo y lo que antes era una sonrisa se convierte en un gesto de tristeza.

"La sociedad toda es responsable, porque la droga lleva a los chicos a robar, pero alguien compra esas 4x4, los repuestos y los aires acondicionados baratos. Los chorros tienen más clientes que un supermercado y la hipocresía no nos deja ver", dice con el dolor en el alma y con la pasión que la llevó a ayudar, a llegar a este país, a colaborar con los que menos tienen, a hacer un mejor lugar para todos.

El bien común no hace distinciones. Como Charo, miles de personas, sin importar su nacionalidad, recorren cada día los pasillos de las villas, instalan comedores, gestionan ayuda social, ofrecen apoyo escolar para que la vida allí dentro se vuelva menos precaria.

El padre Francisco Olveira, referente de Isla Maciel, cuenta que las personas que habitan el barrio no se distinguen por nacionalidades. "Todos los que llegan se implican por el bien de todos, para mejorar las condiciones de vida; no hay distinción de nacionalidades, eso no existe".

El religioso, con más de 20 años de trabajo en asentamientos de diferentes países de América latina, prefiere no hablar de extranjeros; explica por qué no le gusta esa palabra. "En nuestro barrio no hay nadie extraño, somos todos hermanos, formamos parte de la misma raza humana", reflexiona.

Y habla de la solidaridad de quienes se ven obligados a enfrentar la pobreza propia y de sus vecinos. "En medio de la marginalidad no existen esas distinciones que pretenden imponer desde afuera. Cuando hay necesidad el barrio es pura solidaridad, peleamos todos juntos".

La mitad de los voluntarios son inmigrantes
Gonzalo Lantarón, referente del Instituto Abierto para el Desarrollo y Estudio de Políticas Públicas (Iadeep), dimensiona esta realidad con una cifra: "El 50 por ciento de los colaboradores de la ONG son inmigrantes". Y enfatiza: "El compromiso que tienen con la comunidad es total".
Según cuenta, si algo caracteriza a estas comunidades es el sentido de cooperativismo. "La mayoría está acostumbrado al trabajo de la tierra y allí el fruto es compartido", dice. Y aclara que quienes ponen etiquetas y buscan diferenciarse son los argentinos. "Ellos padecen la discriminación en nuestro país: del Estado y de muchos de sus empleadores".

 

Por Verónica Dema y Paula Soler
De la Redacción de lanacion.com
vdema@lanacion.com.ar
psoler@lanacion.com.ar
En Twitter: @verodema / @paulasoler 

LA NACIÓN http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1338526  

4 de enero 2011

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