La espuma de los días

Pepe Revueltas y el hombre,

es decir, la ballena herida

por José de la Colina

José Revueltas

A José Revueltas por primera vez lo vi —iniciales años sesenta— en la librería Zaplana de la esquina quebrada de Bucareli y Avenida Juárez. Pepe, como me parece que prefería que lo llamaran, era de baja estatura, de morenez mate, casi gris, con algo de topo en la figura, con algo de búho en la mirada potenciada por las gruesas gafas. Todavía llevaba el rostro lampiño (sin los ralos bigotes y barbita a lo Ho Chi Minh de sus años de Lecumberri y posteriores). A un amigo que le leía desde un libro de edición soviética algún rollo doctrinario del comunismo ortodoxo, y que al final profirió en tono de colofón: “¡Bien cavado, viejo topo, como diría Marx!”, Pepe, entre dos profundas fumadas a un rudo cigarrillo muy salivado, le musitó:

“Sí, compañero, como lo diría Marx después de que Hamlet se lo dijo al fantasma de su padre”.

El topo es para mí uno del trío de animales emblemáticos que regiría la persona y el fantasma de mi Pepe Revueltas. Los otros dos, tan diferentes, serían el alacrán y la ballena.

Yo lo veía, en efecto, con figura de viejo topo marxista que exploraba, cavaba, combatía su marxismo, tanto en su pensamiento como no pocas veces en sus textos. Y en noches de discutidora parlería ideológica en algún cuarto de azotea rentado por algún compañero de partido o de leal disidencia, noches febriles y verbosas entre amigos (Sergio Pitol, José Emilio Pacheco, Luis Prieto, Evaristo Maldonado y otros presentes, eventuales o aproximados), noches anteriores a las del “movimiento del 68”, le oí a Pepe decir aquello de que ya estaba atacándonos el alacrancito del hambre, y había que ir por las tortas y por otra botella del compañerito tequila que aguardaban en el clandestino tendajón de la esquina; o que si acaso nos parecía un poco delirante alguno de sus “puntos teóricos” se debía a que en su cráneo removía sus patas y tenazas el alacrancito dialéctico, que, sospecho yo, estaba más nutrido en Dostoievski que en Karl Marx.

Y a veces venía el relato de la ballena.

Ya guitarreadas y desgañitadas las canciones habituales (“Los barandales del puente se estremecen cuando paso”, “Soy el tren sin pasajeros que se pierde solo y triste en la noche del olvido”, y el himno de “La Internacional”, desde luego, pero Pepe lo prefería en el modo anarquista), alguien se acordaba de que teníamos allí un gran tusitala, y le pedía que contara, ándale, Pepe, aquella historia, ya leyenda revueltiana, de la Ballena Perseguida.

Luego he oído a otros el asunto, y pocas de esas versiones coincidían del todo con la que oí. El hilo argumental podía ser el mismo, pero los detalles variaban y había desenlaces bifurcados. Y mi recuerdo del cuento va así:

—Yo —decía Pepe— iba en uno de aquellos traqueteados tranvías melancólicamente amarillos, chirriantes en las curvas: un Chapultepec-Zócalo. Íbamos muchos pasajeros, muy apretujados, y de la calle comenzaron a llegar gritos de que una ballena se había escapado del zoológico de Chapultepec, y que iba herida de disparos de los guardianes. En una parada del vehículo un hombre silencioso, pero elocuente con la inquietud de la mirada, subió al vehículo, se agarró de una de las barras con mano temblorosa y me dirigió una mirada suplicante, como pidiendo solidaridad para su quebranto... Y de repente, zas, supe que el hombre era la ballena fugitiva.

A Pepe le relampagueaban los lentes, sonreía con los cristales en lugar de con los ojos, y esperaba a que se le hiciera la pregunta inevitable:

—¿Y cómo supiste eso, Pepe?

Tenía ahora una labial sonrisa de triunfo, porque podía finiquitar el cuento con el tiro de la gracia narrativa irónicamente entreverada de prosa partidista:

—Sí, el hombre era la compañerita ballena, esa y ninguna otra era la conclusión correcta después de un riguroso aunque breve análisis materialista dialéctico, pues se había gritado que a la ballena le habían disparado, y como se agarraba de la barra de arriba, su chaqueta se había entreabierto y en la camisa, a la altura del corazón, se entreveía una mancha roja que iba agrandándose, y el hombre, es decir, la ballena, me suplicaba con la sola mirada:

“No digas nada, compañerito”.

 

por José de la Colina

 

Publicado, originalmente, en: Revista de la Universidad de México  155 / columnistas / Enero de 2017

Revista de la Universidad de México es una publicación editada por la Universidad Nacional Autónoma de México

Link del texto: https://www.revistadelauniversidad.mx/download/7d40241a-b852-443a-9409-22cfa02a631e?filename=la-espuma-de-los-dias-pepe-revueltas-y-el-hombre-es-decir-la-ballena-herida

 

Ver, además:

José Revueltas en Letras Uruguay

 

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