El Islam en la Divina Comedia

Ensayo Enrique de Gandía

La Historia es el relato y la descripción del tiempo: de los hechos que han trascendido en el pasado y de las culturas que han vivido en la tierra. Los hechos y las culturas son obra del hombre. La Historia es el Hombre. Por ello los historiadores, cuando refieren sucesos y analizan culturas, juzgan al hombre.

Este juicio no es el mismo en todos los siglos. Cada siglo tiene su mentalidad y su manera de ver el pasado, y dentro de cada siglo los hombres dividen sus juicios de acuerdo con sus ideas políticas, filosóficas y religiosas. La historia es una, vista desde el Occidente y es otra, muy distinta, contemplada desde el Oriente. Las guerras que para unos historiadores son justas, para otros son injustas. Las religiones que para unos pueblos tienen una inspiración divina, para otros son diabólicas. La historia no puede ser imparcial, ni objetiva, ni absolutamente justa, por la sencilla razón que nadie puede desprenderse de sus ojos ni de su corazón, ni nadie sabe cuál es la verdadera justicia. No obstante, hay en la historia un hilo conductor que guía a los historiadores a través de los tiempos, de las filosofías y de las religiones. Es el hilo, el principio, el consentimiento general de lo que puede llamarse humano.

Ciertos hombres son monstruos en todos los tiempos y en todas las religiones, y otros, aunque vivan en culturas muy diferentes y religiones opuestas, merecen el respeto y la admiración de todos los tiempos. Son los hombres que entran en la historia, que pertenecen a ella en el futuro. La humanidad los hace suyos para condenarlos o para elogiarlos por los siglos de los siglos. Muy rara vez las investigaciones, los descubrimientos de pruebas sensacionales, cambian estos juicios más duros que la piedra. Lo indudable es que con ellos y las innumerables maneras de ver y juzgar hombres, culturas y acontecimientos damos vida a lo que se llama historia universal.

Heródoto, cuatro siglos antes de Cristo, fue el primer historiador que intentó escribir una historia universal. Quiso salvar el pasado: leyendas, hechos, costumbres. Es la visión de un pagano, objetivo, en extremo, que consigna, a veces deslumbrado, lo que ve, lo que oye, lo que sabe. Ochocientos años después de Heródoto, San Agustín contempla también el mundo. Lo hace como teólogo. No es un historiador, es un catequista. No le interesan las costumbres del hombre; quiere salvar su alma. El hombre es uno, obra de Dios, que no debe perderse. Junto a San Agustín, un discípulo suyo, Pablo Orosio, español, de Terragona, compuso el primer gran ensayo de historia universal. Estamos en el siglo V. Pronto aparecerá San Benito, con su consigna de trabajar y estudiar. Orosio siente el peso de las culturas que se acumulan en España: la ibera, la romana, la cristiana. Aún no había nacido Mahoma.

El imperio romano vivía sus últimos estertores. El cristianismo se extendía cada vez con más fuerza. Su fin era conquistar toda la tierra, y la tierra se extendía hasta Groenlandia, donde estaba Thule, que, según Séneca no era la última tierra. Hoy se sospecha que los romanos tenían conocimiento de la existencia de América. No sabemos, tampoco, si los hombres de Alejandro de Macedonia, desde la India, no siguieron avanzando hasta las costas de América. En el Perú se han encontrado esculturas de rostros típicamente europeos. La conciencia de que la tierra era inmensa y tenía una sola historia era firme. Igualmente segura era la noción de su redondez. No se ignoraba, desde Eratóstenes, la medida de su circunferencia. Después de Orosio, la Edad Media cristiana avanza en su visión de la historia universal. Hay que extender sobre ella el cristianismo. Los árabes han comenzado, en el siglo VII, a expandirse hacia los cuatro puntos cardinales. Empieza la gran carrera, entre musulmanes y cristianos, por el dominio de la tierra. El hombre que quiere competir con los árabes en esta carrera es un poeta y un soñador. Es un hijo de Pedro Bernardone que se llama Francisco y ha nacido en Asís. Ama a los pobres, que considera sus hermanos, y habla a los pájaros y a los peces. Dice que hay que cumplir el mandato de Cristo a los apóstoles: salir a los caminos lejanos, a predicar a las gentes. Europa está encerrada entre misterios y temores. Ha vivido siglos oscuros. El latín está dando origen a nuevas lenguas, y en especial, al dolce stil nuovo que se habla en el centro y en el sud de Italia. Francisco es el fundador de la predicación popular en Italia. Los peregrinos iban a los santuarios de Roma, Jerusalén y Santiago de Compostela.

Había que ir más allá, a las tierras de los infieles, a disputar la le a los musulmanes y a las religiones del Oriente. Francisco emprendió por el primero la nueva misión que esperaba el cristianismo: la evangelización del mundo. Los cruzados se adelantaban en el Oriente con las espadas. El lo haría con la cruz, con la palabra de amor y de fe que apacigua y convence. Los franciscanos fueron llamados, por. el papa Inocencio III, que confirmó la orden, frates predicatores. Quiso dar el ejemplo y marchar a Siria, con los cruzados, pero naufragó en Dalmacia y volvió a Italia. Entonces se dirigió en un viaje penosísimo, a Santiago de Compostela. Allí recibió la inspiración de enviar sus frailes a los confínes de la tierra. La decisión fue tomada en el capítulo general de la Porciúncula, el 16 de mayo de 1219. Irían misioneros franciscanos a Marruecos, a Túnez y a Oriente. Al mismo tiempo, la regla de San Francisco ordenaba a los superiores que no contradijesen y diesen licencia a los frailes que quisiesen marchar a las tierras de los sarracenos y otros infieles. Habían nacido las misiones. Los franciscanos empezaron a dirigirse a España, al Norte de África, al Oriente. En Marruecos se produjeron los primeros martirios. El mismo San Francisco quiso ir a Egipto y en septiembre de 1219 llegó a la presencia de Soldán. Pasó a Jerusalén y luego volvió a Italia. Pero en los años siguientes, los franciscanos se atrevieron a cruzar la barrera musulmana y penetrar en los caminos lejanos y misteriosos del Oriente.

Eran las rutas de la seda, del tiempo de los griegos, y de las especies. Sus relaciones descubrieron maravillas hasta entonces inconcebidas. El mundo no era solamente la vieja Europa encerrada en sus muros de piedra. El mundo era la tierra. La historia tenía otra historia más allá de las fronteras del antiguo imperio romano. No hacemos la crónica de las expediciones franciscanas al Asia remota e inaccesible. En otras páginas la hemos tratado. Queremos expresar que en tiempos de San Francisco y de Marco Polo se formó el concepto de la historia universal con una amplitud geográfica hasta entonces no imaginada. Las rutas abiertas por los franciscanos italianos fueron seguidos por otros monjes y misioneros. También las recorrieron viajeros árabes, como Ibn Batuta, en el siglo XIV. Los comerciantes inundaron los caminos. Las peregrinaciones ya no eran religiosas, sino comerciales. La Edad Media es imaginación. Revive la historia clásica, los milagros de los primeros siglos, los viajes sorprendentes. La literatura es el espejo de estas convicciones. En ella se agitan historias fantásticas y episodios maravillosos. Al mismo tiempo, el mundo se ensancha con visiones que no eran posibles en la antigüedad. La época clásica, con su mitología, es un recuerdo arqueológico. El cristianismo de los primeros siglos es algo que ha pasado y ha sido superado. Existe un mundo nuevo, de luchas entre los ensílanos y los musulmanes. Entran en juego las cruzadas. Ix>s ejércitos se disputan el sepulcro de Cristo y el dominio de la tierra. La historia es larga. Tiene una expansión ecuménica y un carácter universal. Los cronistas se dedican a las historias de los reyes, de los papas, de los señores, de lo conventos. Sólo un poeta, un político, un hombre de estudio, advierte que la historia tiene alcances remotos, que la historia es presente y también pasado y cjue todo ella merece ser juzgada, de acuerdo con la justicia mas elevada, en una obra que abarque a todos los hombres que han sobresalido en la tierra y a todos los tiempos, desde el origen del mundo. Este poeta, este erudito, es Dante Alighieri.

Dante surge en la creación poética y en la visión de la historia, en la Edad Media, como un caso único, de excepción. Sus antecedentes sólo pueden señalarse en la poesía italiana en forma apenas perceptible. Miguel Asin Palacios, arabista español de ingeniosas intuiciones, quiso encontrar inspiraciones de Dante en los relatos musulmanes de viajes al mundo de los muertos. El camino al infierno, o sea, a las regiones inferiores, donde moran los muertos, era señalado en planos que se dejaban en las tumbas egipcias para que los muertos hallasen fácilmente la ruta de su morada eterna. En Grecia era popular el mito del músico Orfeo que descendió a los infiernos en busca de su esposa Eurídice. Sabido es que ella no pudo salir del mundo de los muertos porque miró hacia atrás, como la mujer de Lot. Platón, en el Fedón, hizo una descripción sorprendente e intrincada de la geografía del infierno. El contacto de los vivos con los muertos se encuentra en distintas partes de la Biblia y fue un motivo corriente en la Edad Media. Giacomino de Verone, pequeño poeta de la segunda mitad del siglo XIII, describió un paraíso y un infierno en sus poemas De Ierusalem celesti y De Babilonia civitate infernali. Estaba de moda, en aquellos momentos, hablar del mundo del más allá. Otro poeta del siglo XIII, Bonvesin, en su Libro delle tre scritture, habla del infierno en la escritura negra, de la pasión de Cristo en la roja y del paraíso en la dorada. Bonvesin se empeña, en su lengua milanesa, en describir un infierno realmente pavoroso. Los diablos son deformes y negros, de figuras horribles. Dacopone de Todi, antiguo franciscano rígido, espiritual, cuando descubrió la santidad de su mujer, muerta en el derrumbe de una casa, y se entregó a una lucha feroz contra el papa Bonifacio VIII y las costumbres de su tiempo. Es, en algunos aspectos, un precursor de Dante, por el fondo histórico en que desenvuelve su poesía; pero Dante, a pesar de estos antecesores, surge en el mundo del mil trescientos como un poeta nuevo, de una dulzura y de una fuerza incomparables. Se eleva sobre las repeticiones y vulgaridades del ciclo carolingio, ampliamente difundido en Italia, del ciclo bretón, menos popular, por lo aristocrático, y de las leyendas clásicas, propias de eruditos. Dante no vuelve sus ojos a la antigüedad, siempre evocada y admirada en la Edad Media; no halla sus inspiraciones en fuentes fáciles de señalar. Es el creador supremo, el teólogo, el filósofo y, sobre todo, es un historiador enamorado, en una serenidad divina de amor, que busca a su Beatriz muerta, como un nuevo Orfeo, como un viajero árabe en el mundo de los muertos, a través de la historia universal.

Hemos dicho historia universal. Nosotros vemos en Dante, en el máximo poeta del dulce estilo nuevo —así denominado por él en el canto XXIV, 57, del Purgatorio— al primer historiador que en la culminación de la Edad Media extiende su mirada al pasado y nos da de la humanidad entera una visión y una sentencia. Esta resurrección de la historia antigua y, sobre todo, de su época, va unida a la idealización más grande que se ha hecho de la mujer en todos los tiempos y en todas las poesías. Dante llevó la mujer elegante y aristocrática de la escuela siciliana a la mujer divinizada y llena de vida del dulce estilo nuevo. Ella, Beatriz Fortinari, es como Virgilio en el Infierno y en el Purgatorio, su guía en el Paraíso. Y este viaje por el mundo de ultratumba, esta peregrinación que sólo concibieron los griegos y los árabes, es, a la vez, la historia universal más completa que se escribió después de Heródoto, cinco siglos antes de Cristo, y de Paulo Orosio, otros cinco siglos después de Cristo.

Dante historiador y juez de la humanidad sobresale entre los poetas y los cronistas de la Edad Media que vivían envueltos en temores, en milagros, en imaginaciones inverosímiles. No pensemos que los siglos medievales son únicamente terrores y visiones del infierno. En ellos vive también una lírica burlesca y sensual. No olvidemos que un hombre que conoció a Dante y fue, en su tiempo, su mayor comentador —tanto que dio el nombre de divina a la Comedia— el gran Boccaccio, nos dejó los cien cuentos más realistas y anticlericales, por no decir antireligiosos, de la literatura universal.

Dante fue un realista insuperable, no fue nunca un sensual. Y como historiador no tiene en sus siglos, ni mucho después, quien haya ido más allá en el tiempo y haya juzgado con más acierto a los protagonistas del mundo antiguo y del mundo en que él vivía.

La historia en la Edad Media no era la historia crítica y documental de nuestro tiempo. Se nutría en las obras de los antiguos —las pocas obras que podía conocer—, en los Padres de la Iglesia y en los nacientes doctores de la Iglesia. Tenía el ejemplo, el recuerdo, el relato, de las gestas contemporáneas, que llegaban a los historiadores a través de los archivos. Las Sumas de Santo Tomás y su pequeño libro Del régimen de los príncipes eran fuentes obligadas. Dante fue un lector intenso de Santo Tomás. Ahora bien: Santo Tomás es un glosador y comentarista de Aristóteles. El pensamiento clásico llegó a Dante a través de Santo Tomás, de las historias del español Pablo Orosio, de la Eneida de Virgilio, de la Farsalia de Lucano y de las Metamorfosis de Ovidio.

Otras obras, sin duda, consultó Dante no siempre fáciles de identificar y a veces imposible. Lo que no puede dudarse es que fue un erudito de lecturas amplísimas, muy superiores a las que nosotros deducimos. Dominaba el Antiguo y el Nuevo Testamento, los filósofos medievales y las leyendas que florecían en su siglo. Esta alusión a las leyendas tiene su importancia porque se basó en algunas para expresar juicios que la Historia documentada no confirma.

El viaje de Dante es bien conocido. El infierno es una vorágine que se halla debajo de Jerusalén. Círculos concéntricos, cada vez más estrechos, encierran a los seres que deben purgar, por la eternidad, sus culpas y sus vicios. Hay un ann infierno en donde se encuentran los inconcientes, los que no saben del bien ni del mal. En el primer círculo está el limbo para las almas buenas que han muerto sin recibir el bautismo. En el segundo circulo sufren los lujuriosos y luego vienen otros círculos, hasta el de los traidores, sumergidos en el hielo, donde Dante vio a Lucifer.

En las antípodas de Jerusalén, en una isla perdida en la inmensidad del mar, hay una montaña que es el Purgatorio. A la salida del Purgatorio, Dante encuentra la floresta del Parnaso donde todo es luz. Y así pasa frente a San Pedro, a San Jacobo, a San Juan, hasta que llega al final de su viaje, al cielo empíreo.

Dante ha sido visto, con justicia, como el protagonista de la Commedia. Se ha dicho que es su biografía. Lo es, en efecto, pero también es el juicio de un historiador sobre el pasado del mundo. Y, ademas, la obra de un gran psicólogo. Este jugador maravilloso no se equivoca en sus juicios, tanto de sus contemporáneos como de hombres lejanos, salvo en los lasos en que es engañado por oscuras leyendas. Lleva su mundo a la eternidad de la ultratumba y en ella señala a los hombres más notables de la historia humana. Sabemos muy bien que Dante es un católico perfecto. Los intentos de algunos críticos, empeñados en encontrar en sus palabras ticuna herejía, no han sido confirmados. Ahora bien: como perfecto católico es supremamente justo. Los hombres valen por lo que han sido, no por su religión. Por ello su guía es Virgilio, que no conoció a Cristo, y por ello coloca en el límite, donde no hay premios ni castigos, a filósofos notabilísimos de la antigüedad.

La unión de la cultura y de la tradición judaica, pagana y católica fue propuesta por Orígenes de Alejandría, en la primera mitad del siglo XIII y por otros padres de la Iglesia. Era lógico que la sabiduría del Antiguo Testamenta, prefiguración del Nuevo, y de filósofos como Platón, Aristóteles, Cicerón, Séneca y otros, uniesen en la formación de una nueva cultura y de una nueva justicia bajo la guía divina de Cristo. La doctrina cristiana no rehusaba lo bueno y lo bello, que no contradecía sus principios, sino que se ajustaba a todos ellos, aún de quienes habían nacido antes del Salvador. Lo que sorprende en Dante y en la Edad Media es que tribute su homenaje y exhiba una alta reverencia a filósofos musulmanes y apenas dedique unas palabras a esos movimientos guerreros, feroces y monumentales, que han llenado tantas crónicas y tantos tomos de historiadores modernos: a las cruzadas de los cristianos en contra de los musulmanes.

Dante es un escritor florentino; es un hombre lleno de italianidad. Su cultura es juliana. Su ideal supremo es la unidad de Italia. Por ello hunde en el infierno a Bonifacio VIII e interpreta el Apocalipsis como una profecía sobre la decadencia de la Iglesia. El pensamiento de Dante es el juicio de Italia sobre los hombres del islamismo. Mas le interesaron Saladino, Averróes y Avicena, que el feudalismo, la caballería, las cruzadas, los grandes papas y los tiempos precristianos.

Estamos ahora, con Dante, en e! primer círculo del Infierno: el Limbo. Aqui viven su eternidad los párvulos inocentes, los patriarcas, los hombres ilustres. Dante sintió un gran dolor en el pecho al encontrar en el Limbo tanta gente digna de la celeste bienaventuranza. Vio a Homero, poeta soberano, a Horacio, a Ovidio, a Lucano, a Electra, a Héctor, a Eneas. Y, continúa utilizando la traducción más perfecta, la de Mitre:

Y vi a Camila, y vi a Pentesiles,

a la otra parte, y vide al rey Latino

que con su hija Lavinia se parea.

 

Y vide a Bruto, que expelió a Tarquino;

Lucrecia y Julia y Marcia, y a Cornelia.

y solo, aparte, estaba Saladino.

 

Y ante la luz, que mi mirada auxilia,

vi al maestro, que el saber derrama,

sentado, en filosófica familia:

 

todos le admiran, le honran, se le aclama,

de Platón y de Sócrates cercado,

y de Zenón, y otros de excelsa fama:

 

Demócrito, que al caso todo ha dado.

Diógenes, Anaxágoras y Tales,

y Heráclito, de Empédocles al lado;

 

Diescórides, en ciencias naturales,

el gran observador: y vide a Orfeo,

y a Tulio y Livio y Séneca, morales;

 

el sabio Euclides, cabe a Tolomeo,

Hipócrates, Galeno y Avizena

y Averróes, de la ciencia corifeo.

 

Nadie más en el Limbo. No debe extrañar, repetimos, que Dante haya encontrado en el a personas de la antigüedad, famosas por muchos motivos, y a los sabios de Grecia y de Roma. Eran hombres anteriores a Cristo. En cambio, Avicena y Averróes, sabios de comienzos del siglo XII y del pleno siglo XIII, eran casi contemporáneos de Dante. Avicena había comentado magistralmente a Aristóteles, y Averróes, médico y jurista, nacido en Zaragoza y muerto en 1198, discípulo del sevillano Avenzoar, también comentarista eximio de Aristóteles había sido condenso por Roma y por la Universidad de París por sus doctrinas materialistas y panteístas. Más aún: Dante no dice exactamente de Averróes lo que tradujo Mitre:

Y Averróes, de la ciencia corifeo.

Dice algo semejante, pero que encierra un elogio precisamente ¿i ene comentario llamado grande:

Averrois che il gran comento feo.

Averróes, el que hizo el gran comentario. En tiempos de Dante decíase de Averróes que era el maestro de la incredulidad. Dante, en el Convivio (IV, 13), la obra que él consideraba sabia, escrita en la época de su serenidad, llama a Averróes el comentador por antonomasia. Averróes, en efecto, había leído a Aristóteles en traducciones siríacas y había compuesto tres comentarios; el grande, el mediano y el analísis o paráfrasis. El método de su gran comentario es el que siguió Santo Tomás en su comentario latino a las obras de Aristóteles. Agregamos que Dante, en el Convivio, cita a menudo a Avicena y lo considera un médico célebree entre los célebres médicos.

El tercer musulmán mencionado hasta este momento, en el Limbo, por Dante, es el famoso Saladino, Lo vio solo, apartado de todos: figura egregia, digna de su aislamiento. También lo recuerda Dante en el Convivio (IV, 11). Había sido sultán de Egipto y de Siria. Había conquistado Jerusalén, quitándosela a los era cristianos y vencido a los caballeros de la tercera cruzada. Muerto en el año 1193, había dejado un recuerdo, rayano en la leyenda, de generosidad, de caballerosidad, de nobleza y de liberalidad. Los cristianos lo habían respetado por su bondad. Dante lo recordó con alto respeto.

Este respeto es precisamente, el que se advierte en toda la obra de Dante hacia todos los hombres del mundo islámico, tanto históricos como de su tiempo. Cuando encuentra en el círculo segundo del infierno, donde están los pecadores carnales y Francesca de Rimini refiere su triste historia a la emperatriz Semiramis, dice que reinó en ía tierra "donde hoy el trono de Soldán se asienta". Él Soldán o sultán dominaba en el 1300 también en Egipto y en Siria. Sabido es que el imperios osmanlí, en lengua turca, u otomana fue así llamado por su fundador, el gran Omán u Otmán, que tomó el título de sultán en el año 1299 y murió en 1326. Dante empezó a escribir la Divina Comedia posiblemente en torno al año 1307. En 1313 había terminado el Infierno y el Purgatorio. Eran los años del pleno y magnifico dominio del Soldán Otmán, el fundador del imperio otomano.

Este juez de la humanidad, este Dante que no teme enviar papas a los infiernos, tiene por el soldán de Egipto, ante el cual se había presentado San Francisco en su intento de evangelizar el Oriente, un respeto que no muestra para sus enemigos políticos. Dante es concreto. Juzga con un sentido ético y religioso que no se halla en ningún otro poeta de la humanidad. Solo una vez, cuando divisó la ciudad de Dite, del infierno, dijo a Virgilio:

Ya veo sus mezquitas...

en el fondo del valle, enrojecidas,

cual si saliera del ardiente fuego.

Era lógico que no emplease otro término. Las mezquitas, para él, eran los templos de los no cristianos. Pero no encuentra a ningún musulmán en el círculo destinado a los herejes. Quienes tienen otra religión y creen en ella sinceramente están libres de las penas infernales. Hay una excepción: encierra en un sepulcro, de los destinados a los herejes, a Epicuro y a sus secuaces que creen cierto “que el alma muere con el muerto muerto". En el canto décimo séptimo, donde halla al monstruo Genón, imagen del fraude, dice que tenía en el dorso y en el pecho tejidos maravillosamente pintados. Y para dar una idea de su perfección expresa:

Turcos y tártaros, nunca mas pintados,

paños lucieron, ni tijera Aracna,

con más primor los suyos matizados.

En otro canto, el vigésimo séptimo, habló con Guido de Montefeltro, consejero de Bonifacio VIII, y lo oyó decir que el papa hizo la guerra a los hombres de Roma, no a los sarracenos ni a los judíos. Es la única mención que hay de una posible lucha con los sarracenos y los judíos en el poema de Dante.

Vamos, por fin, a encentrarnos con una visión pavorosa. Es una de que causan más espanto. Dante está en el circulo octavo del infierno y en el aro noveno. Allí están los cismáticos, los que dividieron la Iglesia católica. Aparece, entre otros, Beltrán del Bernío, con la cabeza  en la mano, como una linterna: imagen que se repite, siglos más tarde, en los fantasmas ingles. Y está Mahoma, el creador del Mahometismo, de la religión musulmana. Tenía el cuerpo, abierto desde la barba hasta el vientre.

Su corazón se muestra a descubierto;

sus intestinos cuelgan, y es su saco

de excremento, depósito entreabierto.

 

Le seguía a través del aire opaco,

y al mirarme exclamó, rasgando el pecho:

“Ve cómo las entrañas me reseco.

 

“Mira a Mahoma aquí, todo deshecho:

más adelante Alí sigue llorando,

y su cabeza abierta es un desecho.

¿Por qué Mahoma está en el infierno y no están otros musulmanes famosos, que descansan tranquilos en el Limbo? ¿Por qué este castigo tan horrendo a un hombre que creó una religión cuyos adeptos Dante respeta y hasta mira con admiración? La explicación es simple. Dante no ataca a ningún musulmán por ser musulmán. Encierra a Mahoma en el círculo horrendo de los cismáticos porque creyó ciertas las leyendas medievales que en su siglo corrían en tomo a la vida de Mahoma. Decíase que había sido cristiano o discípulo de un cristiano; clérigo, cardenal y próximo a ser papa. Un cismático, un hereje, un traidor semejante no podía encontrarse más que en ese lugar. Allí, el yermo de Mahoma, casado con Fátima, la hija predilecta, estaba con él, con la cabeza abierta. Si Dante hubiera sabido que todo lo que en su tiempo se decía de Mahoma era un conjunto de leyendas a cual más absurda, no nos lo habría mostrado con el cuerpo abierto, arrancándose las entrañas. Los cismáticos eran los qué desgarraban la unidad de la Iglesia. Por ello Mahoma se desgarraba a sí mismo. En cuanto a fra Bolcino era un heresiarca del tiempo de Dante que predicaba la vuelta a un cristianismo primitivo, la unión de los sexos para todos los seres vivientes y la creencia en Dios sin votos ni el control de la Iglesia. Fue muerto con tenazas enrojecidas al fuego que le arrancaban las carnes y descarnaban los huesos.

En el Purgatorio Dante halla en el aro sexto, donde moran los golosos, a Foresio Bonsti y recuerda, con él, a las damas florentinas que usan trajes provocativos. Entonces se pregunta:

¿Cuáles bárbaras, cuáles sarracinas,

fue preciso obligar, para ir cubiertas

fuerza de espirituales disciolinas?

Las mujeres florentinas, según Dante, eran unas desfachatadas. En cambio, las mujeres bárbaras y las sarracenas no necesitaban fuerzas espirituales ni otras disciplinas para ir cubiertas. Es otro elogio a la educación musulmana.

En el canto sexto del Paraíso, Dante conoce la presencia augusta del emperador Justiniano. Fue el emperador jurista, muerto en el año 565, que combatió a los vándalos y a los persas. Dante dice de él que

... aterró a los árabes tenaces

que de Aníbal en pos, vanos pasaron,

la alpestre roca. ¡Oh, Po! donde reposas.

Los árabes fueron aterrados, pero antes habían seguido los pasos de Aníbal y habían superado las rocas de los Alpes.

Por último, en el canto décimo del Paraíso, Dante saluda a San Alberto Magno y a su discípulo Santo Tomás de Aquino. Fue el comentador de Aristóteles con el método de Averróes. En el Limbo, Dante elogio a Averróes y a Avicena, y en el Paraíso elogia al teólogo que más siguió los comentarios de Averróes sobre Aristóteles.

La figura de San Francisco fue para Dante excepcional. Refiere su historia en el canto undécimo del Paraíso y recuerda cómo, arrastrado por la sed del martirio, predicó a Cristo y a los otros que lo siguieron, es decir, la doctrina de los apóstoles, ante la presencia del “Soldán superba”. Es siempre la admiración de Dante hacia la magnificencia del Soldán de Egipto, el fundador del imperio otomano.

No hay otras alusiones al mundo islámico en la obra inmortal del poeta florentino. No obstante, comprobamos un hecho que los comentaristas de Dante no han señalado: el pueblo otomano, islámico, musulmán, es el que Dante menciona con mayor respeto. Salvo la persona de Mahoma, que creyó un cristiano renegado, de acuerdo con las leyendas de la Edad Media, tuvo por Saladino y los sabios árabes, Avicena y Averróes —este último modelo y guía de Santo Tomás, su gran maestro— una admiración comparable a la que demostró por los sabios griegos y los poetas latinos. Es porque su mente, profundamente tomista, se remontó a las fuentes del gran teólogo de Aquino: Aristóteles interpretado por Averróes. Dante, historiador y juez de la humanidad entera, con una audacia que lo convertía en semidiós, colocó a los sabios árabes en el Limbo, junto a los genios más grandes del mundo antiguo, y elevo a la gloria el nombre de Averróes, el autor del gran comentario que trajo el pensamiento de Aristóteles a la mente de Santo Tomás, el más excelso de los teólogos cristianos y su maestro dilecto. Dante comprendió que los árabes habían sido el puente entre la antigüedad y su tiempo. Por ello tanto los admiró y colocó a Saladino y al Soldán de Egipto entre los monarcas más extraordinarios de la historia humana. Este es el juicio que la filosofía árabe mereció del hombre que, por tercera vez en el transcurso de los siglos, se atrevió a escribir una historia universal: la primera, en realidad, que sentenció a los hombres que del mundo de los vivos habían pasado al mundo de los muertos.

 

Ensayo de Enrique de Gandía

 

Publicado, originalmente, en Revista La Torre de Papel Nº 2 Octubre de 1980 (Buenos Aires, Argentina)

Link del texto: https://ahira.com.ar/ejemplares/la-torre-de-papel-no-2/

Gentileza de Archivo Histórico de Revistas Argentinas

Ahira. Archivo Histórico de Revistas Argentinas es un proyecto que agrupa a investigadores de letras, historia y ciencias de la comunicación,

que estudia la historia de las revistas argentinas en el siglo veinte

 

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