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In Memoriam de Irena Sendler
por Jesús María Dapena Botero

Es increíble que heroínas de la calidad de Irena Sendler pasen largo tiempo en las sombras del olvido y que una vez redescubiertos no sé les den premios del tipo del premio Nobel de la Paz, después de haber salvado cerca de dos mil quinientos niños judíos, al conducirlos por las cloacas hacia la libertad.

 

Es sorprendente dejar de lado a una mujer, como Violeta Parra, siempre preocupada de los otros. ¿Cómo echar en saco roto y hacer anónima para la historia a una mujer, quien en la trató de reencontrarles a los niños que había rescatado del horror de la guerra, a sus padres, quienes en su mayoría, habían muerto bajo las cámaras de gas del ominoso nazismo? Esta buena señora, les buscaría refugio y muchos de estos niños serían adoptados.

 

Sin embargo, el Nobel de la Paz se lo dan a un hombre que se hace continua propaganda, que tiene el oro y el moro, por más de su buena acción, al alertarnos sobre el calentamiento global, un hombre relativamente, quien bien pudiera haber esperado un año para recibir el reconocimiento, lo cual hace que ese fallo de la Academia sea imperdonable.

 

Una señora, madre de familia, esposa amante y trabajadora y tenaz, me escribía acerca de esta heroína: Esta vida es quizás la que hubiera querido tener… me saben llegar al alma, la inmensidad del dolor y la bondad, cuando éstas van juntas. Te comparto esta presentación porque quiero entregarte un poco de mis sueños, esos que aún no se han hecho realidad.

 

Pequeña comunicación a la que yo le respondía:

 

Realmente esta matrona fue un valor humano increíble… ya la conocía pero es lindo volver a verla. Lo curioso es que un día se lo mandé a una amiga de mi mujer y yo, quien se puso furiosa porque le mandáramos cosas tan horrorosas. Pero hay gente así. ¿Qué le vamos a hacer?

 

Efectivamente hay gente que, por una razón u otra, sólo quisieran vivencias placenteras y olvidarse del dolor del mundo, ni siquiera para que las calamidades no se repitan, tal vez sea una forma de defenderse.

 

 Yo recuerdo el profundo impacto que sentí alguna vez que, de niño, entré con mi mamá a una tienda y la señora que nos atendía, tenía unos números tatuados en la parte anterior del antebrazo, cosa que me llamaría profundamente la atención, para después ver a mi madre, una mujer muy católica, muy consternada, con las lágrimas en los ojos, que me respondía cuando le pregunté por los números en la piel de la dueña de esa salsamentaria.

 

- M’hijito; esa señora estuvo en un campo de concentración alemán. – ahora creo que la impronta que marcara ese hecho, me acompañaría para toda la vida y que esa angustia infantil me lanzaría en el proyecto de convertirme en un defensor de los Derechos Humanos, pues es cierto, lo que me escribía un colega, un psicoanalista aventajado, cuando al hablarme de Irena Sandler me enunciara lo siguiente:

 

Los que niegan; no sólo borran seis millones de víctimas judías sino veinte millones de rusos y diez de cristianos.

 

Y el doctor Bernardo Arensburg, otro destacado psicoanalista, nos comentaba que Hitler, además hizo que murieran millares de alemanes, que muchas veces no tenemos en cuenta, en sein Kampf, su arrogante lucha a muerte y su afán de dominio, sembradora de muerte por doquier.

 

Y es que la magnitud de los crímenes nazis fue horripilante. Con lo cual no creo estar descubriendo el agua tibia.

 

Definitivamente, el premio no se lo lleva siempre el que más se lo merece, es como si se ignorara, que esta señora Irena Sendler, una enfermera del Departamento de Bienestar Social de Varsovia, durante la Segunda Guerra Mundial, consiguiera un permiso para trabajar en el ghettto de Varsovia, como especialista en alcantarillados y tuberías, con unos planes que trascendían el mero oficio al que se adscribía puesto que, al darse cuenta de cuáles eran los planes de los nazis contra los judíos, a pesar de ser una ciudadana alemana, reaccionaría como una mujer rebelde, en el mejor sentido camusiano, opuesta al régimen que se imponía, de tal forma que no dudaría de sacar a los niños judíos de allí, escondidos en cajas de herramientas, tarros de basura, cargamentos de mercancías, sacos de papas y hasta en ataúdes y llevarlos en la parte trasera de su camioneta, con la sola compañía de un fiero can, el cual ladraba a la soldadesca nazi, al salir del Ghetto y entrar en él, para asustarla mientras, los ladridos del perro interferían con el ruido que pudieran hacer los chiquillos, hasta que la capturaron y fue sometida a tortura y malos tratos, de tal forma que fueron taladrados y quebrantados su brazos y sus piernas, mientras era azotada cruelmente pero, al finalizar el horror de aquella inmunda guerra, Irena, quien conservaba el registro de los nombre de los niños, con el de sus respectivos padres, sacó de la tierra, aquel listado, que había guardado como si fuera un verdadero tesoro, en un frasco de vidrio, enterrado bajo un manzano de su jardín, con el fin de localizar a los padres sobrevivientes, para que los niños tuvieran la dicha de reunirse con sus familias, recuperar sus nombres, sus identidades y sus historias.

 

Pero esta “conspiradora”, que entra, para mí, en la categoría de las almas bellas, no fue seleccionada por la Academia Sueca para recibir el premio que se había ingeniado, Alfred Nobel, como si los cultos y sabios señores que se reúnen para otorgarlo, fueran incapaces de conmoverse ante una mujer que hizo gala de su libertad conciencia, su independencia de criterio y su gran humanismo, pero no era tan poderosa como un Al Gore, quien se llevaron el premio cuando aún se le pudiera haber dado a Frau Sandler, antes de su muerte.

 

Ese reconociendo se le negaría a una persona amorosa,  de quien pudiéramos decir que es la madre de los niños del Holocausto, una mujer de la talla del industrial alemán, Óscar Schindler.

 

Lamentamos que su memoria para el mundo haya sido enterrada como su frasco de vidrio por el oscurantismo comunista y agradecemos a los estudiantes de Kansas, en los Estados Unidos de América, quienes recuperaron su nombre para la historia.

 

¿Cómo puede borrar de la memoria a esta enfermera, dedicada a la labor social, quien en 1942, sacudida por las condiciones que vivía el pueblo judío, oprimido por el Poder nazi, se unió al Consejo de Ayuda a esta gente, de tal forma que aprovechando el temor que los nazis tenían al desencadenamiento de una epidemia de tifus, se valió de las identificaciones de la oficina sanitaria, encargada del control de enfermedades infecciosas, para contactar a las familias de niños y niñas hebreos para convencerlas de que participaran de una osada labor, sin garantía alguna, pero, quizás como el único intento de salvarlos de un sufrimiento y una muerte próxima en los campos de exterminio implantado por los seguidores de Hitler, a los que fueron a parar indefectiblemente muchos de sus padres, movida por el sabio y generoso consejo de su padre médico, quien le sugiriera el siguiente imperativo:

 

                                  Ayuda siempre al que se está ahogando,

                                  sin importarte su religión o su nacionalidad;

                                  ayuda cada día a alguien que te necesite  y

                                  haz que esto sea una necesidad de tu corazón.

 

Hago este artículo, in memoriam de esa maravillosa mujer, quien falleció el 12 de mayo del 2008, quien realmente fue un ángel en el ghetto de Varsovia, convencido de que una persona no muere hasta que no muera el último que la recuerde; no puedo más que sentir profunda reverencia hacia una mujer que soportó quedar encadenada a una silla de ruedas, por el quebrantamiento de sus piernas como secuela de las torturas perpretadas por los nazis, sin que su gesto de humanidad fuera suficientemente reconocido.

 

Pero me alegra profundamente que John Kent Harrison, se haya animado en los Estados Unidos de América, a realizar la película para la televisión, Los niños de Irena Sendler, protagonizada por Anna Paquin, la actriz neozelandesa que hace de niña en la famosa cinta de Jane Champio, El piano, para mostrarnos el coraje y el valor de esta mujer olvidada, cuyo rodaje fue llevado a cabo en el casco viejo de Riga, en Letonia, un filme en la línea de La lista de Schindler de Steven Spilberg, como testimonio de que otras personas, más allá del industrial alemán también protagonizaron nobles acciones durante la persecución al pueblo judío por el régimen hitleriano. Al igual que las conspiradoras, unas monjas que protagonizan la cinta inglesa de Ralph Thomas, Conspiracy of hearts de 1960, quienes con un sentido ecuménico, albergan a niños hebreos en su convento, e incluso les permiten la celebración de sus ritos religiosos. Sin duda, estas son historias que merecen  ser contadas.

 

Irena Sendler, hizo honor al significado de su nombre, que en griego quiere decir Paz, al ser una mujer valiente, osada y atrevida, que evitó que muchos niños padecieran el horror de los campos de la muerte.    

Si los hombres nos olvidamos de este tipo de personas, tendríamos que escuchar el versículo de Isaías que reza: 

 

                                                           Y yo les daré en mi Casa y dentro de mis muros

                                                           un monumento y un nombre…

                                                           perpetuo que nunca se borrará. (Isaías, 56, 5)  

Jesús María Dapena Botero
Argenpress Cultural
Vigo, 2 de noviembre del 2010

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